En esta conferencia que pronuncié el pasado 10 de septiembre vuelvo a tocar, una vez más, el tema que se sugiere en
el título de la entrada.
No, por mucho que se insista, el modelo de la escuela que tenemos tiene que cambiar más allá de la COVID 19. Está caduco desde hace mucho más tiempo. Acepto que las circunstancias sobrevenidas pueden actuar de catalizadores, pero en modo alguno son la razón por la que debemos cambiar.
Es conocido que la escuela se graduó a finales del siglo XIX, utilizando un criterio del todo cuestionable: la edad. Cuando en realidad lo que debe regir el aprendizaje -y el desarrollo del currículo- es la competencia. Esto, que parece de sentido común, es sistemáticamente ignorado. Pensemos que, aceptar la edad como criterio de agrupamiento, es aceptar -se quiera o no- que todas las personas de la misma edad tienen las mismas necesidades educativas. Esto no hay un solo profesor que se lo crea, sin embargo la mayoría actúan como si esto fuese un axioma incuestionable.
Pensemos, un momento, en los adultos que quieren aprender inglés y se deciden a acudir a una academia para lograr por enésima vez su propósito (¿qué español medio no ha pretendido aprender inglés, al menos, cuatro o cinco veces en su vida?). Lo primero a lo que nos invitan es a valorar nuestro nivel de inglés: una pequeña conversación, un listening, un placement test… Todo ello actúa como una evaluación diagnóstica (inicial) que sugiere el nivel al que adscribirnos, independientemente de nuestra edad, y sí dependiendo de nuestra competencia lingüística. Lógico, ¿verdad? Permitidme seguir con el ejemplo un segundo más. Si nuestro interés, dedicación, motivación y capacidad son altos, pronto sentiremos que hemos sobrepasado a nuestros compañeros y el profesor, quizá en enero, nos sugerirá subir de nivel. Si ocurre lo contrario, nos animarán a esforzarnos y, eventualmente, a bajar de nivel. Siempre tratando de adecuar el nivel de reto y de progreso a nuestras capacidades y competencia demostrada. Y termino, si nos ubican en un nivel muy fácil pronto tendremos sensación de que perdemos el tiempo (aburrimiento y abandono a la vista), pues percibimos que estamos muy por encima de nuestros compañeros, que siguen con el condicional una y otra vez, y no acaba de ‘entrarles’. Por el contrario, si estamos en un nivel muy avanzado tendremos sensación de que no llegamos (abandono y frustración).
¿Cómo resolver este asunto? Personalizando el aprendizaje, procurando que el nivel de reto se adecue al grado de progreso. Pues esto que se ve tan claro para el idioma extranjero, debería verse igualmente claro para el resto de los aprendizajes.
En esta conferencia reflexiono sobre estas ideas y trato de relacionar la personalización con lo que parece obvio: el desarrollo óptimo del potencial de cada persona. Ambos elementos conforman, a mi entender, los mimbres de la igualdad de oportunidades, porque la escuela no está para promover la igualdad, si no para conseguir el desarrollo óptimo de cada persona. Y ello se consigue con la igualdad en el acceso (igualdad ex ante), pero no en los resultados (igualdad ex post). Y, sí, aceptemos que no somos iguales, ni tenemos las mismas competencias. Lo que importa es que todos seamos felices al ver nuestras necesidades atendidas de manera adecuada. Espero que os resulte de interés.
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