
REPRODUCIMOS A CONTINUACIÓN UN ARTÍCULO DE HENRY GIROUX PUBLICADO EN VERSIÓN CASTELLANA POR LA REVISTA «EL VIEJO TOPO» EN NOVIEMBRE DE 2019.
El pensador y pedagogo norteamericano Henry Giroux es el fundador de la llamada pedagogía radical, una corriente de pensamiento que bebe directamente del pensamiento y los principios pedagógicos de Paulo Freire. Denominada también pedagogía crítica ofrece una manera de pensar la escuela desde una posición que combata las desigualdades sociales y garantice el desarrollo pleno de las personas, concibiendo la libertad , como eje de la educación, como algo por lo que debemos luchar siempre porque define, en palabras de Paulo Freire, “Nuestra manera de estar en el mundo”.
Terrorismo pedagógico y esperanza en tiempos de políticas fascistas.
Traducción de Javier Redondo Madueño y Ana M. Valencia Herrera
Los tiempos oscuros que acechan nuestra era están representados por bárbaros que hacen resonar políticas de un pasado fascista y han llegado al gobierno en EEUU, Hungría, Turquía, Polonia, Brasil. Filipinas y en otras partes.1 Los diseñadores de un nuevo tipo de fascismo dominan cada vez más formaciones políticas importantes y otras instituciones dirigentes, políticas y económicas, en todo el mundo. El aterrador reino de miseria, violencia y desechabilidad está legitimado, en parte, merced al control de un número diverso de sistemas culturales que producen una maquinaria enorme de consentimiento fabricado. Esta formación educativa reaccionaria incluye los medios de comunicación convencionales, las plataformas digitales, internet y la cultura impresa; todos ellos participan en un espectáculo en desarrollo de violencia, en el embellecimiento de la política, el predominio de la opinión sobre los hechos y la adopción de una cultura de la ignorancia.
Las instituciones democráticas tales como los medios de comunicación independientes, las escuelas, el sistema legal, ciertas instituciones financieras y la educación superior se encuentran bajo asedio en todo el mundo. Algunos de los últimos ejemplos pueden verse en EEUU con el resurgir de grupos de vigilancia y milicias de derechas en la frontera sur, y la introducción de prácticas educativas en los colegios basadas en tecnologías generadoras de currículos que convierten a los chicos en zombis, según afirman sus propios padres. El continuo ataque de Trump a la educación superior ofrece otro ejemplo significativo: El presupuesto para 2020 supondrá la sorprendente reducción de 7,1 billones de dólares en el departamento de educación como parte de una política para desmantelar el propio departamento.
Al mismo tiempo, la promesa de democracia se va alejando a medida que los fascistas actuales trabajan en subvertir el lenguaje, los valores, el coraje y la conciencia crítica. La educación se está convirtiendo cada vez más en una herramienta de dominación, a medida que los emprendedores del odio implementan sistemas pedagógicos de derechas para atacar a los trabajadores, a los jóvenes negros, a los refugiados, a los inmigrantes y a quienes ellos consideran desechables. En estos momentos en que el viejo orden social está desmoronándose y un nuevo orden lucha por definirse, emerge un tiempo de confusión, peligro y días de gran inquietud. Nos encontramos de nuevo en un momento histórico en el que las estructuras de liberación y las del autoritarismo compiten por el futuro.
Hemos llegado a un tiempo en el que ambos mundos se enfrentan, y la historia del presente ha llegado a un punto en que se debate, a un punto en que “las posibilidades se realizan o se rechazan pero nunca desaparecen por completo.”2 Dos mundos han entrado en colisión. En primer lugar, como han observado ciertos especialistas, existe el mundo duro y desmoronado de la globalización neoliberal y sus pasiones agitadoras, capaces de alimentar distintos flecos del fascismo en el mundo, incluyendo los EEUU. El poder está actualmente enamorado de los beneficios crecientes y del capital y cada vez es más adicto a las políticas del nacionalismo blanco y la limpieza racial.3 En segundo lugar, existe un mundo de contra-movimientos, especialmente en auge entre la gente joven, en busca de una nueva política que permita repensar, reivindicar e inventar una nueva comprensión del socialismo democrático, no contaminado por el capitalismo.
Es difícil imaginar un momento más urgente para hacer de la educación un tema central de la política. Si vamos a desarrollar unas políticas capaces de despertar nuestras sensibilidades críticas, imaginativas e históricas, es crucial que los educadores y otros desarrollen un lenguaje de crítica y de posibilidades futuras. Este lenguaje es necesario para permitir las condiciones que forjen una resistencia internacional colectiva entre los educadores, jóvenes, artistas y otros trabajadores culturales en defensa del bien público. Tal movimiento es importante para combatir y superar las pesadillas fascistas tiránicas que han descendido en EEUU, Brasil y en un número de países europeos invadidos por el auge de partidos neonazis. En una época de aislamiento social, exceso de información, de cultura de lo inmediato, de exceso de consumo y de violencia desmesurada, es de crucial importancia tomarse en serio la noción de que una democracia no puede existir ni ser defendida sin que haya ciudadanos informados y comprometidos críticamente.
La lección pedagógica es que el fascismo comienza con palabras llenas de odio, la demonización de otros considerados desechables, y continúa con el ataque a las ideas, la quema de libros, la desaparición de intelectuales, el surgimiento de un estado carcelario y los horrores de prisiones y campos de detención. Como forma de cultura política, la pedagogía crítica proporciona la promesa de un espacio protegido donde pensar a contracorriente de la opinión recibida. Este es un espacio para preguntas y desafíos, para imaginar el mundo desde distintos puntos de vista y perspectivas, para reflexionar sobre nosotros mismos en relación con los demás, y haciendo esto comprender lo que significa «asumir un sentido de responsabilidad política y social».5
La educación, tanto en su forma simbólica como institucional, tiene un papel esencial que jugar en la lucha contra el resurgir de las culturas fascistas, las narraciones históricas míticas y las ideologías emergentes de supremacía y nacionalismos blancos. Más aún, en un momento en que los fascistas están diseminando por todo el mundo imágenes del pasado tóxicas, racistas y ultranacionalistas, es primordial reivindicar la pedagogía crítica como forma de conciencia histórica y de testigo moral. Esto es especialmente cierto en un momento en que la amnesia social e histórica se ha convertido en un pasatiempo nacional, particularmente en los EEUU, solo igualado por la masculinización de la esfera pública y la normalización creciente de políticas fascistas que prosperan en la ignorancia, el miedo, el odio, la limpieza social, la eliminación de la disconformidad y la supremacía blanca. La educación como forma de trabajo cultural va más allá de las lecciones de la escuela y de su influencia pedagógica; si bien a menudo parece imperceptible, es crucial para desafiar y resistir el auge de formaciones pedagógicas fascistas y la rehabilitación de sus principios e ideas.6
En los últimos 20 años las políticas culturales se han vuelto tóxicas a medida que las élites dominantes se hacían con el control de los sistemas culturales, convirtiéndolos en máquinas pedagógicas destinadas a servir a las fuerzas de la tranquilización ética a través de la producción y legalización de interminables imágenes degradantes y humillantes de pobres, inmigrantes, musulmanes y otros considerados exceso, de vidas perdidas, condenadas a la exclusión terminal. La máquina del sueño capitalista ha regresado con enormes beneficios para los superricos, los gestores de inversión y los actores principales de las industrias financieras. En estos nuevos paisajes de riqueza, fraude y atomización social, un capitalismo fanático y brutal promueve la ética de que el ganador se lo lleva todo, una cultura de crueldad y nacionalismo blanco, socavando agresivamente el estado de bienestar, al tiempo que empuja a millones de seres a la penuria y la desgracia. Las geografías de la decadencia política y moral se han convertido en el patrón de los mundos soñados del consumo, la privatización, la vigilancia y la desregularización. En este panorama cada vez más fascista, las esferas públicas se ven reemplazadas por zonas de abandono social, y prosperan las energías de los muertos vivientes y los avatares de la crueldad y la miseria.
El escritor Pankaj Mishra tiene razón al sostener que el neoliberalismo ha creado una sociedad en la que la compasión se ve con desdén, y la empatía se ha convertido en sinónimo de patología en una sociedad dirigida por el mercado. Escribe:
La confusión de nuestra época proviene de cómo la compasión, como fundamento esencial de la vida cívica, fue desapareciendo de nuestra vida pública, siendo sustituida invisiblemente por una presumida racionalidad de auto interés individual, mecanismos mercantiles e instituciones democráticas. Puede que resulte duro recordar esto hoy entre las continuas explosiones de rabia y venganza en la vida pública, pero la imaginación compasiva fue indispensable en los movimientos políticos que emergieron en el siglo XIX para abordar el sufrimiento de las masas, causado por cambios radicales económicos y sociales. A medida que las experiencias de distanciamiento y explotación se intensificaron, una variedad de socialistas, demócratas y reformadores apoyó el compañerismo y la solidaridad, incitando el desprecio de, entre otros, Friedrich Nietzsche, que sostenía que la demanda de justicia social ocultaba la envidia y resentimiento de los débiles contra una aristocracia naturalmente superior. Nuestras sociedades profundamente desiguales y amargamente polarizadas, sin embargo, han validado completamente el miedo de Rousseau de que la gente, dividida por disparidades extremas, dejara de sentir compasión hacia el otro… Un resultado de popularizar esta ética supervivencialista desoladora es que “la mayoría de la gente, a medida que crece”, escribieron el psicoanalista Adam Phillips y la historiadora Barbara Taylor en Sobre la bondad, “creen en secreto que la bondad es una virtud de los perdedores”.7
La educación en las últimas tres décadas ha reducido rápidamente su capacidad para educar a los jóvenes, y a otros, como agentes comprometidos social y críticamente. Bajo los regímenes neoliberales que coquetean con la supremacía blanca, los apóstoles del autoritarismo han considerado que las posibilidades utópicas anteriormente asociadas a la educación pública son demasiado peligrosas como para no ser controladas. Cada vez son más las escuelas públicas que –pudiendo tener un potencial para promover la igualdad social y sostener la democracia– están cayendo bajo las fuerzas tóxicas de la privatización y los currículos estandarizados mecánicos, al tiempo que los profesores están sujetos a condiciones laborales intolerables. La educación superior actual imita una cultura de negocio dirigida por un ejército de burócratas, borrachos de valores mercantiles, que parecen los grandes sacerdotes de una racionalidad instrumental insensible. Las grandes visiones de la democracia están ausentes en todos los niveles educativos. La lucha, no obstante, está lejos de acabar. La buena noticia es que hay una ola creciente de huelgas de profesores, funcionarios y trabajadores tanto en EEUU como en el resto del mundo, que están resistiendo frente a la maquinaria cruel de explotación, racismo, austeridad y cultura del desecho desatada por el neoliberalismo en los últimos cuarenta años.
El pensamiento crítico y la imaginación de un mundo mejor suponen una amenaza directa a la racionalidad neoliberal, en la que el futuro siempre debe replicar el presente en un círculo interminable en el que el capital y las identidades que legitima se fusionan, en lo que podría llamarse una zona muerta de la imaginación y las pedagogías de la represión. El impulso distópico prospera produciendo un sinnúmero de formas de desigualdad y violencia –abarcando lo simbólico y lo estructural– como parte de un intento más amplio de definir la educación en términos puramente instrumentales, privatizados e intelectuales. Lo que está claro es que los modos neoliberales de la educación intentan moldear a los estudiantes en los mantras del propio interés, conducidos por el mercado, la competición feroz, el individualismo sin control y la ética del consumismo. Ahora se dice a los jóvenes que inviertan en sus carreras profesionales, preparen sus currículos y consigan éxito a cualquier coste. Es precisamente esta sustitución de la esperanza educada por un proyecto neoliberal distópico agresivo y sus políticas culturales, lo que ahora caracteriza el asalto actual a la educación superior y pública en varias partes del globo. Bajo el liberalismo, el mantra de la privatización, la desregularización y la destrucción del bien público, se ve igualado por la fusión tóxica de desigualdad, codicia y obsesión por el beneficio.
Es crucial que los educadores recuerden que el lenguaje no es simplemente un instrumento de miedo, violencia e intimidación, sino también un vehículo para la crítica, el coraje civil, la resistencia y la acción comprometida e informada. Vivimos en un momento en que el lenguaje de la democracia ha sido saqueado, privándole de sus promesas y esperanzas. Para derrotar al fascismo, es necesario hacer de la educación un principio organizador de política y, en parte, esto puede realizarse por medio de un lenguaje que exponga y desarme las falsedades, los sistemas de opresión y las relaciones corruptas del poder, al tiempo que deja claro que una alternativa futura es posible. Hannah Arendt tenía razón al afirmar que el lenguaje es crucial al resaltar los frecuentemente “elementos cristalizados” ocultos que hacen posible el fascismo.8 El lenguaje puede ser una herramienta potente en la búsqueda de la verdad y en la condena de la falsedad y las injusticias. Además, es por medio del lenguaje que la historia del fascismo puede recordarse y las lecciones de las condiciones que crearon la plaga del genocidio, pueden aportar el reconocimiento de que el fascismo no reside exclusivamente en el pasado, y que sus rastros están siempre latentes, incluso en las democracias más fuertes. Paul Gilroy sostiene, correctamente, que es crucial en el momento histórico actual re-enfrentarse al fascismo, con el fin de devolverlo a su lugar anterior a la hora de afrontar los tiempos oscuros que amenazan con empujar a las democracias de todo el mundo hacia gobiernos que imitan las políticas fascistas del pasado.
Abordo el concepto de fascismo con temor, y no solo porque relaciona tantos fenómenos locales e históricos diferentes; el fascismo ha sido envuelto por la manera en que ha funcionado como un término de abuso general, y corrompido por la forma en que se ha usado para expresar un sentido de maldad que es frustradamente abstracto, pero que permanece rehén de la fascinación contemporánea por la obscenidad, el crimen, la agresión y el horror. Reformular la idea de fascismo genérico es, espero, trabajar hacia la salvación del término de su trivialización y su restauración en el lugar apropiado en discusiones de los límites políticos y morales de lo que es aceptable… Creo que perseguir una definición genérica de fascismo no es sólo posible y deseable sino imperativo… Es esencial, a medida que la memoria viva del período fascista se apaga, ser capaz de identificar estos nuevos grupos y su influencia en las vidas volátiles de las políticas postindustriales. Simplemente mantener una discusión sobre el fascismo como un proyecto heurístico en curso tiene un valor adicional en un escenario de posguerra fría, del cual el oeste ha desaparecido y donde una Europa renacida debe afrontar su pasado.
[Continuará en una segunda entrada…]
Referencias bibliográficas
- Mi agradecimiento a la Rania Filippakou por sus comentarios .
- Peter Thompson, “The Frankfurt School, Part 5: Walter Benjamin, Fascism and the Future”, The Guardian (April 21, 2013). Online: https://www.theguardian.com/commentisfree/belief/2013/apr/22/frankfurt-school-walter-benjamin-fascism-future
- See, especially, Stuart Hall, Chapter 1: “The Neoliberal Revolution,” The Neoliberal Crisis, ed. Edited by Jonathan Rutherford and Sally Davison,[London: Lawrence Wishart 2012]. Online: http://wh.agh.edu.pl/other/materialy/678_2015_04_21_22_04_51_The_Neoliberal_Crisis_Book.pdf
- Charles Derber, Welcome to the Revolution: Universalizing Resistance For Social Justice and Democracy in Perilous Times (New York: Routledge, 2017). Heinrich Geiselberger, ed, The Great Regression (London: Polity, 2017).
- Jon Nixon, “Hannah Arendt: Thinking Versus Evil”, Times Higher Education,(February 26, 2015). Online at: https://www.timeshighereducation.co.uk/features/hannah-arendt-thinking-versus-evil/2018664.article?page=0%2C0
- See, for example, Jane Mayer, “The Making of the Fox News White House,” The New Yorker (March 4, 2019). Online: https://www.newyorker.com/magazine/2019/03/11/the-making-of-the-fox-news-white-house
https://intersindicalrm.org/ensenanza/paulo-freire-henry-giroux-y-la-pedagogia-radical-i