Mariátegui: «El problema de la Universidad»

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Se acerca una ofensiva contra el antiguo régimen universitario. El cierre de la Universidad del Cuzco el año pasado planteó con urgencia el problema de su reorganización. El comité encargado de proponer el plan respectivo lo hizo con diligente compromiso y ambiciosa esperanza. Su proyecto parecía definitivamente atrapado en las trampas burocráticas del Ministerio de Instrucción Pública, entre las cuales nunca lograron, –como es la práctica– que las ideas despegaran. Pero, después, el Congreso autorizó expresamente al Gobierno a iniciar reformas en la enseñanza universitaria, y desde entonces, la universidad ha sentido demasiado su preocupante presencia. Todos coinciden –excepto el doctor Manzanilla, que permanece en un rígido e incómodo silencio– en que se trata de un problema que no debe postergarse más. Ya se ha retrasado más de lo debido.

Desde 1919 ha habido intentos y proyectos de reforma universitaria. La asamblea nacional que revisó la Constitución sancionó los principios por los que la opinión estudiantil se agitaba con mayor vehemencia. Pero, abandonando siempre la acción misma de la Reforma al consejo docente de la universidad, sus principios fueron inevitablemente condenados a un sabotaje más o menos flagrante y sistemático. Esto último dependía de la temperatura moral y política del claustro y de la calle. El cargo del doctor Villarán correspondió a una temporada en la que el sentimiento de renovación seguía siendo beligerante y ferviente entre los estudiantes. El trasfondo de sus campañas en la educación nacional también obligó al rector a esforzarse por alcanzar algunas metas accesibles a la actitud modesta de la enseñanza perezosa. Pero pronto la renuncia del Dr. Villarán restauró por completo el viejo espíritu en el gobierno de la Universidad. La esperanza de que la Universidad se renovara, aunque fuera lentamente, parecía definitivamente terminada. Incluso los más optimistas y generosos en su confianza en la enseñanza descubrieron la incurable impotencia de la Universidad para regenerarse.

El doctor Manzanilla, sin embargo, parece sentirse en el mejor de los mundos posibles. Es un optimista absoluto –o pesimista– que, en estridente desacuerdo con su época, se resiste a creer que “la ley del cambio es la ley de Dios”. No sabemos qué piensa –o qué dirá– oficialmente en su informe al gobierno. Pero, a juzgar por el mal humor con el que responde a las preguntas, siempre impertinentes para él, de los periodistas, está claro que cualquier intención de reforma universitaria le molesta. La Universidad de San Marcos es tan buena en 1928 como lo era en 1890 o un siglo antes. ¿Por qué cambiar? Si el señor Manzanilla decide decir algo, probablemente dirá algo así. [1]

Pero, a pesar del señor Manzanilla, la vejez y las enfermedades de la Universidad son demasiado visibles y notorias incluso para las personas más indulgentes. La necesidad de una Reforma no está oculta a nadie. Es una necesidad integral, de la que no escapa ninguno de los aspectos materiales o espirituales de la Universidad. En otros países, las universidades siguen apegadas a sus tradiciones, decoradas según los intereses de clase; pero, al menos, técnicamente indican un avance incesante. En el Perú la educación universitaria es una cosa completamente vieja y desarticulada. En un lugar antiguo, un espíritu viejo, sedentario e impermeable, conserva sus viejos, muy antiguos métodos. Todo es viejo en la universidad. El deseo del doctor Molina de sacarla de sus claustros dogmáticos, a una casa bien ventilada, queda absolutamente explicado. El Dr. Molina, al visitar las aulas de San Marcos, al regresar de un largo viaje por Europa, debió tener la impresión de que la Universidad funciona en un sótano lleno de murciélagos y telarañas.

Hasta el momento desconocemos el alcance de la reforma que, según lo anunciado, está preparando el Ministro de Educación, Dr. Oliveira. Pero no es infundado sospechar que esta vez los propósitos de la reforma van más allá de una experimentación o un tímido intento. Las competencias reales de un ministro, ante un problema de esta magnitud, son limitadas. El señor Oliveira es, por el contrario, un viejo profesor que seguramente tratará la antigua enseñanza con excesiva atención. Ha hecho hasta el día de hoy algunas declaraciones honorables y precisas sobre el problema de la educación pública en el Perú. Por ejemplo, cuando reconoció la imposibilidad de educar a los indios sólo a través de los medios utilizados en las escuelas regulares, dentro de un régimen de gamonalismo o feudalidad agraria. Pero la persona del ministro es accidental: el Ministerio de Instrucción, el organismo educativo más grande, ciertamente no comparte las opiniones del Ministro y probablemente ni siquiera le importan. Y esto es decisivamente un obstáculo para cualquier propósito, incluso el más perseverante y valiente.

Porque el problema de la Universidad no queda fuera del problema general de la docencia. Y por los medios y el espíritu con que se aborda el problema de la escuela primaria, se puede apreciar también la actitud de una política educativa para solucionar el de la educación superior.

Sin embargo, mientras llegue el momento, esperaremos.

Publicado en Mundial, Lima, 2 de marzo de 1928.

Escrito por José Carlos Mariátegui

Nota

[1] La opinión de la JCM sobre la presencia del Doctor José Matías Manzanilla como rector de San Marcos está contenida en la nota editorial de Amauta, titulada “Vota en contra”, recopilada en Ideología y Política, páginas. 233-234, Vol. 13 de esta popular serie (Nº de E).

https://www.novacultura.info/post/2024/05/03/o-problema-da-universidade

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