DAVID BOLLERO
Esta pandemia está redibujando la sociedad o, quizás, sirviendo de excusa para que nos redibujen una sociedad cuyo resultado no nos gusta. Ya no es sólo que ningún responsable sanitario o político sea capaz de arrojar luz sobre la cantidad de medidas contradictorias que nos dictan, sino que el nuevo escenario fruto de esas medidas es descorazonador.
Hace unas semanas, un amigo profesor que se encuentra al borde de su jubilación llamó mi atención sobre la escena a la que asistía cada mañana. Imaginen por un segundo, dando un paso para atrás como si acabaran de despertar de un coma profundo y no tuvieran el contexto de la situación. Centenares de niño y niñas en fila, con al menos un metro de separación que en ocasiones miden extendiendo el brazo al frente, con su mano a la altura del hombre del compañero/a que tienen enfrente. Tod@s ell@s con la boca tapada y que, al llegar a la altura del personal docente o de conserjería son apuntad@s en la frente con un termómetro en forma de pistola; segundos de tensión por el resultado de la medición y, si no hay fiebre, para adentro.
Una vez en la clase, pupitres anclados al suelo, todos ellos mirando al frente, imposibilitando la colaboración, acabando con la solidaridad, porque si a un niño o niña se le olvida el compás, no podrá seguir la clase ese día: está prohibido compartir material de ningún tipo. Sitios asignados por nombre en transporte escolar, en clase, en el comedor… prohibición de relacionarse con alumnado de otras clases…
La escena es más propia de una distopía de éxito en el cine que del país que habíamos ido construyendo desde el fin de la dictadura. Fuera de los colegios, vemos barrios pobres segregados, con libertades recortadas mientras que en los ricos continúna disfrutando de una vida normal. Nos llueven mensajes que trasladan que ahora es más seguro estar en un bar que en nuestra propia casa, donde la recomendación es no reunirse más de seis personas mientras que en un bar podemos alcanzar las diez.
El tajo que se ha asestado a la cultura ha sido de órdago, dejándola agonizante. La cultura que, precisamente, provoca, llama a la reflexión y cuestiona. Mientras a este sector se le ponían todos los palos posibles en las ruedas, se ha tendido la alfombra roja al resto de actividades a narcotizan a la sociedad, que contribuyen a evadirse de la realidad, como es el fútbol, la hostelería…
La covid-19 está ahí, azotando, habiéndose cobrado ya más de un millón de vidas por todo el mundo. Por ello, es más que evidente que es preciso tomar medidas, pero el retroceso que estamos dando en derechos y libertades, ¿seremos capaces de revertirlo? ¿Seremos capaces de explicar a l@s más pequeñ@s, cuya mitad de vida consciente ya está marcada por una mascarilla, que lo que están viviendo no es una nueva normalidad sino una absoluta anormalidad? No acepten el discurso de que ya nada será igual, de que el coronavirus ha cambiado nuestras vidas porque tan pronto como se resignen a que esto no es temporal, ante lo habrán perpetuado.