Henry Giroux: «Defender que la educación tiene que ser neutral es decir que nadie debe rendir cuentas de ella»

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Una entrevista al fundador de la pedagogía crítica Henry Giroux sobre el sentido de la educación, la sospecha ante la neutralidad, la ideología neoliberal y el hecho de que la incertidumbre actual puede ser un motor para repensar y generar nuevas posibilidades.

João França

La educación siempre juega un rol central –de forma visible o de forma velada– en cualquier proyecto ideológico. Para quien apuesta por transformar el mundo en un lugar más justo, solidario y democrático, la educación es clave; pero quien cree que para el buen funcionamiento social son fundamentales las lógicas del mercado también tiene su propio proyecto educativo. Todo esto, además, no pasa solo en el aula, sino que empapa toda la sociedad. Aprovechando su participación en el ciclo «Imaginar el mundo», hablamos de todo esto con uno de los fundadores de la pedagogía crítica, Henry Giroux (Providence, EEUU, 1943), que ha dedicado su vida a investigar estas cuestiones.

A veces parece que solo podamos hablar de educación en positivo, pero Henry Giroux pone nombre también a lo que queremos dejar atrás, y por esto habla de «pedagogías de la represión». «La educación no procura solo empoderar a las personas, la práctica de la libertad; bajo ciertas formas también puede procurar matar la imaginación», asegura Giroux. «Vemos pedagogías que enseñan a responder exámenes, basadas en estándares objetivos, que están diseñadas para limitar la posibilidad de pensamiento crítico del alumnado.»

Al pedagogo le preocupa que hoy en día muchos de los debates sobre educación sean sobretodo metodológicos. Lo considera «una estupidez pedagógica», ya que centrarse exclusivamente en los métodos deja de lado el sentido de la educación.

El sentido de la educación es realmente la producción de agencia, es establecer qué narrativas produciremos que permitan al estudiante ampliar sus perspectivas sobre el mundo y sobre la relación con los otros y consigo mismo. Partir de los métodos es ignorar completamente cuestiones más fundamentales de la educación: ideología, cultura, poder, autoridad… ¿Cómo se constituyen estos elementos? ¿De qué forma hablan a un futuro determinado? Porque toda educación es, de alguna forma u otra, una introducción al futuro, es una lucha para establecer qué tipo de futuro queremos para la juventud. Los métodos contienen una especie de silencio sobre las peores formas de represión, porque niegan la misma idea de que los estudiantes están vivos.

La pedagogía crítica pone sobre la mesa que no hay una educación que se pueda considerar ideológicamente neutral, sino que la noción de neutralidad esconde lo que realmente implica la educación.

Esta defensa de una neutralidad siempre me ha parecido la base para un tipo de política fascista, porque esconde el rol ideológico de la educación, el rol que juega a la hora de producir formas particulares de conocimiento, de poder, de valores sociales, de agencia, de narrativas sobre el mundo… Es imposible que la educación sea neutral, y quien defiende que debe serlo lo que está diciendo es que nadie debe rendir cuentas de ella, que las personas que producen esta forma de educación se vuelven invisibles cuando dicen que es neutral. Por lo tanto, no puedes identificar los procesos ideológicos, políticos, de poder. Esto es precisamente lo que quieren, porque, en sus peores formas, el poder se hace invisible, y la noción de que la educación es neutral es una forma de hacer que las personas que tienen el poder se vuelvan invisibles y que no podamos identificar la propaganda.

Un concepto que permite entender la importancia de lo invisible es lo que se llama «currículum oculto»: todo lo que se enseña en el aula y no se explicita en los currículums. «Hay cosas que se enseñan pero de las que nunca se habla, y el mensaje real es invisible», nos dice Giroux.

Cuando pones a las criaturas en fila y les dices que no pueden hablar y deben escucharte a ti como profesor, el currículum oculto que se transmite es que no tienen derecho a hablar, no tienen derecho a ser parte de la forma de educar. Cuando un docente se levanta y dice que tiene la autoridad en clase y que nadie puede cuestionarla, lo que no se dice es que les está enseñando a ser pasivos y a no pedir responsabilidades al poder; no lo dice, pero el currículum oculto es muy claro. Si examinas lo que realmente se enseña allí, ves que la educación es una forma de silenciamiento.

Henry Giroux lo vivió en primera persona al inicio de su carrera, cuando era profesor de secundaria. En el aula hacía que los estudiantes se sentaran en círculo, hasta que un día un vicedirector del instituto le dijo que dejara de hacerlo, que les hiciera sentarse en filas rectas y les enseñara qué era la autoridad. «Yo no podía darle una respuesta teórica sobre lo que estaba experimentando desde el punto de vista pedagógico», lamenta. Esto cambió al cabo de poco, cuando leyó Pedagogía del oprimido, del pedagogo brasileño Paulo Freire: «Me cambió la vida, pues me dio un lenguaje que permitía entender la educación como un proceso político. Es un libro que cambió la concepción sobre qué significa trabajar con personas a las que normalmente se considera “sin voz”, y permitió entender que tienen una voz y se pueden narrar a si mismas.» Más tarde, el académico pudo trabajar con Freire durante quince años, y le recuerda como «un hombre humilde, el más humilde que haya conocido, porque lo importante no era él, lo que le preocupaba era como hacer de la educación un recurso valioso para dar voz a las personas».

Justamente el país de Paulo Freire, que en 2012 le proclamó patrón de la educación brasileña, es uno de los escenarios en los que es más visible actualmente la disputa entre modelos educativos. El gobierno del militar de ultraderecha Jair Bolsonaro está abiertamente dirigido a poner fin al financiamiento de las facultades de ciencias sociales o humanidades. Hablando de ello, Giroux cita a Hannah Arendt para decir que todos los fascistas creen que el pensamiento crítico es peligroso.

Lo que quiere hacer la gente como Bolsonaro es utilizar el lenguaje de emprendimiento del mercado para justificarlo. No salen y dicen: «No quiero que pienses porque en una dictadura no se puede pensar, porque en un estado fascista pensar es peligroso.» Lo que dicen es: «Nos queremos asegurar de que tienes trabajo, de que puedas trabajar en Wall Street.» Quieren que seas un sujeto pasivo en esta sociedad tecnocrática donde lo único que importa es que ganes dinero.

En esta línea, si vamos más allá del aula, este referente de la pedagogía crítica entiende el neoliberalismo no solo como un modelo económico, sino también como una «pedagogía pública» que lo impregna todo.

El neoliberalismo opera sobre la asunción de que la economía debe gobernar no solo el mercado, sino también toda la vida en sociedad, y produce una ideología cuya idea más peligrosa es que todos los problemas son individuales, que no hay problemas sociales. Además, normaliza una cultura de la crueldad, porque sugiere que la compasión, la preocupación por el otro o la justicia son valores despreciables, ya que se interponen en el camino del mercado. No hay ninguna noción de responsabilidad que sugiera que tienes que conectar tu experiencia del mercado con el coste social. Definitivamente, es una ideología, no es solo una serie de estructuras económicas, y, a parte del feudalismo, es probablemente la ideología más fuerte que jamás hayamos visto.

Frente al triunfo del neoliberalismo, Giroux defiende que «la educación tiene que ser central en cualquier discurso sobre la democracia, y es aquí donde han fallado las izquierdas. Las izquierdas han fallado cuando han considerado que las estructuras de dominación más importantes son exclusivamente económicas». Para el pedagogo es fundamental priorizar todos los elementos que permiten cambiar consciencias, persuadir o generar identidades.

No obstante, el profesor se muestra esperanzado, sobretodo en lo que concierne a las nuevas generaciones. Giroux denuncia que actualmente vivimos una guerra contra la juventud, de entrada «porque la juventud es una inversión a largo plazo, y el neoliberalismo se basa en inversiones a corto plazo». Habla de tres guerras: una basada en la criminalización de la juventud; otra comercial, que les dice que deberían definirse a través de mercancías; y una de vigilancia, en la que «les están haciendo creer que pueden perder derechos en nombre de la seguridad».

En tiempos de incertidumbre, Henry Giroux envía un mensaje a las personas más jóvenes:

Los momentos de incertidumbre pueden ser de gran ansiedad, pero también de grandes oportunidades. Tiempos para repensar el lenguaje de la política, de la lucha, de la solidaridad. El poder no es exclusivamente dominación. También es resistencia. La gente joven tiene mucho poder. Pueden detener la sociedades, pueden bloquear las calles, participar en acciones directas, educar a los padres… Son una fuerza política muy potente y lo que tienen que hacer es reconocer esta potencia. Tienen que actuar, porque un discurso de la ansiedad debe dar paso a un discurso de la crítica, y este, a su vez, debe dar paso a un discurso de las posibilidades. Y un discurso de las posibilidades significa que puedes imaginar un futuro muy distinto del presente.

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