ENSEÑANZA UNICA Y ENSEÑANZA DE CLASE1

Correo
Facebook
Telegram
Twitter
WhatsApp

José Carlos Mariategui

I

Una de las aspiraciones contemporáneas que los organizadores de la Unión Latino-Americana deben incorporar en su progra­ma es, a mi juicio, la de la enseñanza úni­ca. En la tendencia a la enseñanza única se resuelven y se condensan todas las, otras tendencias de adaptación de la educación pública a las corrientes de nuestra época. La idea de la escuela única no es, como la idea de la escuela laica, de inspiración esen­cialmente política. Sus raíces, sus orígenes, son absolutamente sociales. Es una idea que ha germinado en el suelo de la democracia; pero que se ha nutrido de la energía y del pensamiento de las capas pobres y de sus reivindicaciones.

La enseñanza, en el régimen demo-bur­gués, se caracteriza, sobre todo, como una enseñanza de clase. La escuela burguesa dis­tingue y separa a los niños en dos clases di­ferentes. El niño proletario, cualquiera que sea su capacidad, no tiene prácticamente de­recho, en la escuela burguesa, sino a una instrucción elemental. El niño burgués, en cambio, también cualquiera que sea su capa­cidad, tiene derecho a la instrucción secun­daria y superior. La enseñanza, en este régi­men, no sirve, pues, en ningún modo, para la selección de los mejores. De un lado, so-foca o ignora todas las inteligencias de la clase pobre; de otro lado, cultiva y diploma todas las mediocridades de las clases ricas. El vástago de un rico, nuevo o viejo, puede conquistar, por microcéfalo y estólido que sea, los grados y los brevetes de la ciencia oficial que más le convengan o le atraigan.

Esta desigualdad, esta injusticia, —que no es sino un reflejo y una consecuencia, en el mundo de la enseñanza, de la desigualdad y de la injusticia que rigen en el mundo de la economía—, han sido denunciadas y con­denadas, ante todo, por quienes combaten el orden económico y burgués en el nombre de un orden nuevo.

Pero han sido también denunciadas y condenadas asimismo por quienes, sin inte­resarse por la suerte de las reivindicaciones proletarias y socialistas, se preocupan de los medios de renovar el espíritu y la estructu­ra de la educación pública. Los educadores reformistas patrocinan la escuela única.

Y los propios políticos y teóricos de la democracia burguesa la reconocen y procla­man como un ideal democrático. Herriot, por ejemplo, es uno de sus fautores.

Pertenecen a Péguy, un notable y honrado demócrata, estas palabras, inscritas en su programa por los compagnons de la Uni­versidad Nueva: «¿Por qué la desigualdad ante la instrucción y ante la cultura; por qué esta desigualdad social; por qué esta injusticia; por qué esta iniquidad; por qué la enseñanza superior casi cerrada; por qué la alta cultura casi prohibida a los pobres, a los miserables, a los hijos del pueblo? Si sólo estuviese monopolizada la segunda en­señanza, no se daría sino un mal menor; pero en Francia y en la sociedad moderna es el casi inevitable camino para ascender a la enseñanza superior, a la alta cultura».

II

En Alemania, donde, como ya he remarcado, la revolución de 1918 inauguró una era de experimentos renovadores en la en­señanza, la escuela única fue colocada en el primer plano de la reforma. La idea de la escuela única aparecía consustancial y soli­daria con la idea de una democracia social. Examinando los principios generales de la reforma escolar en Alemania escribe uno de sus críticos en un libro citado en uno de mis anteriores artículos: «El lema de los refor­madores es el de la Einheitschule. Como su nombre lo indica, la Elnheltschule es un sistema escolar unitario. La idea democrática no permite mantener en la sociedad com­partimentos estancos, castas. Los individuos son libres e iguales y todos tienen el mismo derecho a desarrollarse mediante la cultura. Los niños deben, pues, instruirse juntos en la escuela comunal; no debe haber escuelas de ricos y escuelas de pobres. Al cabo de algunos años de instrucción recibida en co­mún se revelan las aptitudes del niño y debe entonces comenzar una diferenciación y una multiplicación de las escuelas en escuelas primarias superiores, escuelas técnicas y li­ceos clásicos o modernos. Pero no será por el hecho del nacimiento o de la fortuna por el que se envíe al niño a ésta o a la otra especie de escuela; cada uno frecuentará aquélla en que, dadas sus disposiciones na­turales, pueda llevar sus facultades al máxi­mun de desenvolvimiento».

El plan de los reformadores de la educa­ción pública en Alemania franqueaba los más altos grados de la cultura a los más capaces. Concebía los estudios primarios y complementarios como un medio de selec­ción. Y, en su empeño de salvar todas las inteligencias acreedoras a un escogido destino, ni aún a esta selección les concedía un valor definitivo. Juzgaban necesario que los alumnos mediocres de la enseñanza secunda­ria pudiesen ser devueltos a las escuelas po­pulares. Y. que la comunicación de un com­partimiento de la enseñanza a otro no estu­viese entrabada en ningún sentido.

Mas la fortuna de esta reforma de la en­señanza no era independiente de la fortuna de la revolución política. Los reformadores de la enseñanza en Alemania podían trazar estos planes y esbozar estos sistemas mer­ced a la asunción al poder de los socialistas. Su programa de igualdad en la educación pública conseguía ser actuado gracias a que su partido de masas proletarias, interesado en su ejecución, gobernaba Alemania. La reacción en la política tenía que traer apa­rejada la reacción en la enseñanza.

III

Los compagnons de la Universidad Nue­va de Francia propugnan también, con gran acopio de razones, la democratización de la enseñanza mediante la escuela única, desti­nada a suprimir los privilegios de clase. La escuela única es la primera y la más esencial de sus reivindicaciones. Pero incurren en el error de suponer que esta reforma, mejor dicho, esta revolución, puede cumplirse indi­ferentemente a la política. Reclaman la es-cuela única «para mezclar en una misma fa­milia de hermanos la masa de los franceses de mañana, para darles a todos la misma re­ligión social, y también para que la selec­ción de las inteligencias, operación esen­cial a la vida de una democracia, se ejerza sobre el conjunto de nuestros niños, sin dis­tinción de origen». Los compagnons tienen la ingenuidad de creer que la burguesía pue­de, casi de buen grado, renunciar a sus pri­vilegios en la educación pública.

La historia contemporánea ofrece, entre tanto, demasiadas pruebas de que a la es-cuela única no se llegará sino en un nuevo orden social. Y de que, mientras la burgue­sía conserve sus actuales posiciones en el poder, las conservará igualmente en la en­señanza.

La burguesía no se rendirá nunca a las elocuentes razones morales de los educado-res y de los pensadores de la democracia. Una igualdad que no existe en el plano de la economía y de la política no puede tampoco existir en el plano de la cultura. Se trata de una nivelación lógica dentro de una demo­cracia pura, pero absurda dentro de una democracia burguesa. Y estamos enterados de que la democracia pura, es, en nuestros tiempos, una abstracción.

Práctica y concretamente, no es posi­ble hablar sino de la democracia burguesa o capitalista.

Lunatcharsky es el primer ministro de instrucción pública que ha adoptado plenamente el principio de la escuela única. ¿No les dice nada este hecho histórico a los pe­dagogos que trabajan por el mismo principio en las democracias capitalistas? Entre los estadistas de la burguesía, la escuela úni­ca encontrará más de un amante platónico. No encontrará ninguno que sepa y pueda desposarla.

IV

En Nuestra América, como en Europa y como en los Estados Unidos, la enseñanza obedece a los intereses del orden social y económico. La escuela carece, técnicamen­te, de orientaciones netas; pero, si en algo no se equivoca, es en su función de escuela de clases. Sobre todo en los países económi­ca y políticamente menos evolucionados, donde el espíritu de clase suele ser, brutal y medievalmente, espíritu de casta.

La cultura es en Nuestra América un privilegio más absoluto aún de la burguesía que en Europa. En Europa el Estado tiene que dar, al menos, una satisfacción formal a los demócratas que le exigen fidelidad a sus principios democráticos. En consecuen­cia, concede a algunos alumnos de la escue­la gratuita y obligatoria de los pobres los medios de escalar los grados de la enseñan­za secundaria y universitaria. En estos países las becas no tienen la misma finalidad. Son exclusivamente un favor reservado a la clien­tela y a la burocracia del partido dominante.

Los propios pensadores de la burguesía hispano-americana que más preocupados se muestran por el porvenir cultural del conti­nente no se cuidan de disimular, en cuanto a la enseñanza, sus sentimientos de clase. Francisco García Calderón, en un capítulo de su libro La Creación de un Continente sobre la educación y el medio, después de ponderar, con mesura francesa, las venta­jas y los defectos de una orientación realis­ta y una orientación idealista de la enseñan­za y después de balancearse prudentemente entre una y otra tendencia, arriba a esta con­clusión: «En síntesis, un doble movimiento de cultura de las clases superiores y de edu­cación popular transformará a las naciones hispano-americanas. La instrucción de la muchedumbre en escuelas de artes y oficios, la superioridad numérica de ingenieros, agricultores y comerciantes sobre abogados y médicos; especialistas en todos los órdenes de la administración, hacendistas de seria cultura, una élite preparada en las universi­dades, poetas y prosadores resultado de severa selección: tal es el ideal para nuestras democracias».

Rectifiquemos. Tal es, sin duda, el ideal de la burguesía «ilustrada» de Hispano-Amé­rica y de su distinguido pensador. Tal no es, absolutamente, el ideal de la nueva genera­ción iberoamericana. García Calderón, —inequívocamente conservador en su ideología, en su temperamento, en su formación inte­lectual—, quiere que la cultura continúe acaparada, con un poco de más método, por las «clases superiores». Para la «muchedum­bre» pide solamente un poco de educación popular. La última meta de la instrucción del pueblo debe ser, en su concepto, las escuelas de artes y oficios. El autor de La Creación de un Continente milita, inconfun­diblemente, en las filas enemigas de la escuela única.

La nueva generación hispano-america­na piensa de otro modo. Lo testimonian claramente los núcleos de vanguardia de Méxi­co, de la Argentina, del Uruguay, etc. Los acreditan las Universidades Populares y las inquietudes estudiantiles. La equilibrada receta de García Calderón puede servir para un ideario de uso externo de la burguesía conservadora. Es extraña al pensamiento y al espíritu de la juventud de Hispano-América.


NOTA:

1 Publicado en Mundial, Lima, 5 de Junio de 1925

https://www.marxists.org/espanol/mariateg/oc/temas_de_educacion/paginas/ensenanza%20unica.htm

Nuestro periodismo es democrático e independiente . Si te gusta nuestro trabajo, apóyanos tú también. Página informativa sobre eventos que ocurren en el mundo y sobre todo en nuestro país, ya que como dice nuestro editorial; creemos que todo no está perdido. Sabemos que esta democracia está presa sin posibilidad de salvarse aunque su agonía es lenta. Tenemos que empujar las puertas, son pesadas, por eso, necesitamos la cooperación de todos. Soñamos con una patria próspera y feliz, como idealizó el patricio Juan Pablo Duarte. necesitamos más que nunca vuestra cooperación. Haciendo clic AQUÍ ó en el botón rojo de arriba
Correo
Facebook
Telegram
Twitter
WhatsApp

Noticas Recientes

Opinión