Robert Pogue Harrison (Esmirna, 1954) es profesor de Estudios Culturales en la Universidad de Stanford y jefe del departamento de Francés e Italiano. Tiene un profundo conocimiento de la obra de Dante, a la que dedicó su doctorado en la Universidad de Cornell. La idea de la juventud es una de sus inquietudes intelectuales y penetra toda su obra. Ha recopilado estas reflexiones en un libro, Juvenescence (2014), en que efectúa un recorrido filosófico por toda la tradición occidental
en busca de la perennidad. Su programa Entitled Opinions es un clásico de las humanidades en Estados Unidos; por él han pasado autores como Richard Rorty, René Girard, Michel Serres, Orhan Pamuk y Hans Ulrich Gumbrecht.
Hace años que estudia el concepto de juventud desde la filosofía y los estudios culturales. ¿Cómo la definiría?
Podríamos decir que hay dos tipos de juventud: la biológica y la cultural. Todos los animales pasan por un período de desarrollo biológico, pero en el caso de los humanos, los factores sociales, culturales y económicos son determinantes. Lo que denominamos juventud en el siglo XXI no tiene gran cosa que ver con lo que era la juventud en la Edad Media o en la Antigüedad, aunque nuestra biología es práctica mente la misma.
La tesis de mi libro Juvenescence es que la evolución cultural nos ha convertido en una especie cada vez más joven, de modo que una persona de 30 años hoy, por ejemplo, tiene muy poco que ver con una persona de 30 años del siglo XIX. En 1842, el gran escritor realista que fue Honoré de Balzac publicó La femme de trente ans, en la que defendía (contra el sentido común de la época) que una mujer de esta edad aún podía sentirse joven. Desde entonces las cosas han cambiado mucho, y hoy en día el período de formación cultural se ha prolongado hasta el extremo de que el concepto de juventud cada vez es más fluido.
Como tantas otras categorías, la juventud ahora es líquida… Zygmunt Bauman propuso el término modernidad líquida para explicar cómo numerosos aspectos de la vida contemporánea están sometidos a un cambio permanente, y cómo este hecho requiere flexibilidad y adaptación. La incertidumbre y la maleabilidad casan bien con la idea de alargar la juventud, que técnicamente podría considerarse un mecanismo evolutivo denominado neotenia, ¿no?
En efecto, la neotenia es un mecanismo en virtud del cual la especie humana logra retener (tenia) algunos rasgos de la infancia (neo) a medida que va creciendo. Es decir, de algún modo se difiere la madurez, y eso permite desarrollarse mejor y aprender más. Este hecho también permite que mantengamos características de la juventud hasta estadios adultos de desarrollo, como la curiosi- dad, la voluntad de jugar, la plasticidad o, en definitiva, la tendencia a la aventura. Cierta ingenuidad, también. Como adultos, nos parecemos más a simios jóvenes que a simios viejos.
¿Podría decirse, pues, que la neotenia es una de las principales explicaciones para el desarrollo de la inteligencia humana?
Exacto. Nacemos como seres inacabados, y tenemos que acabar de «cocernos» fuera del vientre materno. Por esto los niños son completamente dependientes durante años. En comparación con los demás animales, nacemos prematuros.
Esta circunstancia, esta dependencia infantil de los adultos, penetra en nuestra psicología de manera tan profunda que, incluso de mayores, el niño que llevamos dentro de algún modo sigue buscando directa o indirectamente la referencia de los progenitores.
¿Cree que este infantilismo es más acusado hoy en día entre los adultos jóvenes? ¿Cuándo podría decirse que empieza esta prolongación de la juventud neoténica?
Forma parte intrínseca del desarrollo de la especie humana, pero en los últimos 150 años ha habido una revolución en este sentido. En 1904 se publicó un libro titulado Adolescence, de Granville Stanley Hall, en el que se hablaba de un período de conflicto y crisis existencial durante la juventud, que había aparecido por dos cambios fundamentales: la abolición del trabajo infantil y la educación universal. Con el progreso social que conllevó la Revolución Industrial, de repente apareció este estadio entre la infancia y la madurez que desde entonces ha ido expandiéndose, hasta conformar una adultez emergente, entre los 20 y los 30 años, durante la cual se supone que cada persona puede probar y experimentar con la vida, antes de estabilizarse y tomar decisiones más serias.
En el mundo actual no hay demasiada presión para ser «plenamente» adulto a los 30, y parece que esta tendencia cada vez va a más: a los 35, a los 40 años, etc. Lo mismo pasa con la universidad: la gente estudia hasta muy tarde en la vida.
Esto no es un problema en absoluto. Estudiar, aprender, es un bien en sí mismo. Italo Calvino cuenta que Sócrates, antes de morir, estaba aprendiendo a tocar una canción con la flauta.
Cuando le preguntaron por qué aprendía a tocar una canción si le quedaban tan solo unas horas de vida antes de tomar la cicuta, Sócrates contestó que el conocimiento es un fin en sí mismo, que saber es como respirar. La educación tiene como objetivo hacer al estudiante cientos, incluso miles, de años más viejo, ampliando las capacidades de su mente y dando profundidad a su cultura. Esta es la paradoja neoténica de la educa ción: nos hace más jóvenes haciéndonos más viejos. A menudo este aprendizaje se adquiere gracias a la conversación con los muertos, leyendo los libros de los autores que nos han precedido, incorporándonos así al infinito retablo de la experiencia humana.
Vive en Silicon Valley, una de las zonas tecnológicamente más avanzadas del mundo, pero un lugar en el que los problemas de aislamiento y soledad entre los jóvenes son bastante graves. ¿Qué hay detrás de esta situación?
Aquí vuelve a aparecer la ambigüedad del concepto de juventud. Hay una realidad del «ser joven», y un mito. Este mito, sobre todo en Silicon Valley, ha llevado a muchos millonarios a emprender una búsqueda absurda de la fuente de la juventud, como si hubiera una poción mágica para mantenerse joven. Se ve la juventud como el mejor momento de la vida, el más feliz y dinámico, energético, vital… una especie de tierra prometida o de paraíso perdido. Se cree que si se puede mantener la juventud, se mantendrá la felicidad. Pero aunque vivimos en una sociedad obsesionada con la juventud, muchos factores sociales juegan en contra de los jóvenes, creando un ambiente deprimente entre los adolescentes.
Pero ¿qué origen tienen sus problemas de salud mental? Hay estudios que apuntan a un uso inadecuado de las nuevas tecnologías, sobre todo de aplicaciones como Instagram, TikTok
o Snapchat, entre otras.
La ironía de las conexiones a través de las redes sociales es que a menudo propician aislamiento o, lo que es peor, separación de la naturaleza, que siempre había formado parte de la experiencia juvenil. La desconexión del mundo físico que provocan las pantallas imposibilita el éxtasis que genera el contacto con la naturaleza y el reino animal. La virtualización de lo real provoca cierta alienación, ya que por desgracia el capitalismo tiene una enorme capacidad de infrautilizar a los ciudadanos para convertirlos en meros consumidores. El propio capitalismo que promueve las redes sociales provoca una creciente atomización que destruye el espíritu juvenil. No hay nada más corrosivo para la experiencia humana que vivir enganchado a un teléfono móvil. Es como eliminar una dimensión de la existencia: de las tres de la realidad a las dos de la pantalla. Lo mismo sucede con la capacidad narrativa: como todo tiene que ser instantáneo y de corta duración, se está perdiendo
la capacidad para conectar a través de historias elaboradas y sustanciosas, narraciones que requieren paciencia y atención prolongada. Críticos de la tecnología y del capitalismo como Douglas Rushkoff, Jaron Lanier o Byung-Chul Han han puesto de relieve este colapso narrativo y han denunciado que es uno de los grandes problemas sociales de nuestro tiempo.La educación tiene como objetivo hacer al estudiante cientos, incluso miles, de años más viejo, ampliando las capacidades de su mente y dando profundidad a su cultura
Todo parece conspirar contra el descubrimiento permanente del mundo, que es lo que tendría que definir ser joven. Existe un cierto desencanto, en el sentido de que la sociedad occidental está más secularizada, tecnificada y burocratizada que nunca. ¿Cree que este desencanto también afecta a las nuevas generaciones por lo que respecta al amor? ¿Considera, como Bauman, que el amor también ha pasado a ser líquido?
Bueno, en general noto que hay un abismo generacional entre la forma en que la gente de mi edad percibe el amor y cómo lo perciben mis estudiantes, por ejemplo. Actualmente las aplicaciones de citas tienen una gran influencia a la hora de formar las relaciones amorosas, pero estas aplicaciones tienen una dimensión muy oscura. La idea de que existe un sistema en que se tiene acceso a todo
el mercado de posibles parejas sentimentales y sexuales de golpe, con solo deslizar un dedo, me parece brutal, en el sentido de que esto favorece básicamente a las mujeres y los hombres más atractivos. Es como una regresión a un estado simiesco de selección natural en el que mucha gente nunca llegará a conocerse, ni podrá darse cuenta de que están en la misma onda intelectual o emocional que las personas con las que se relacionan en su comunidad. Seleccionar a alguien a través de una foto en una aplicación me parece una forma muy primaria de encontrar a la persona con la que se quiere compartir la vida, así como una degradación de la experiencia amorosa.La ironía de las conexiones a través de las redes sociales es que a menudo propician aislamiento y separación de la naturaleza, que siempre había formado parte de la experiencia juvenil
Pero también es importante constatar que así es como se están formando la mayoría de las parejas hoy en día, al menos en algunos países, y que las aplicaciones de citas también permiten vivir un tipo de experiencia única y estimulante. ¿Quizá lo que pasa actualmente es que hay una cierta incongruencia entre lo que se espera de los jóvenes y lo que pueden o quieren hacer?
Es imposible ser joven en los tiempos que corren y no sentirse inadecuado. Hace cuarenta años que doy clases y nunca había visto una juventud tan deprimida. En la última clase que di sobre nihilismo tuve que limitar el número de estudiantes porque éramos demasiados… hace años, en esta misma clase no llegábamos a diez. Este gran interés por el nihilismo me parece muy sintomático del amodorramiento en el que viven numerosos estudiantes, y de cómo esto se ha normalizado. Para muchos, un estado letárgico así es algo generacional, e incluso diría que esta especie de abulia les sirve para conectar entre sí. Quizá también por ello hay un renovado interés por Nietzsche y su exaltación de la voluntad de poder y del individualismo como remedio para el nihilismo, pero hay que ir con cuidado ya que su lectura puede afectar a los jóvenes con tendencias más conservadoras, narcisistas o hedonistas, lo que no es poco.
Supongo que siempre habrá razones para el pesimismo, pero la posibilidad que han tenido muchos jóvenes de alargar su formación gracias a becas, viajes o estudios, es maravillosa. El riesgo está en no hallar el momento de parar, y acabar como el axólotl de Cortázar, un animalito que no madura nunca y se queda en estado semilarvario, no reproductivo, toda su vida. ¿El mundo está cada vez más lleno de Peter Pans?
Es posible. Todas las ranas empiezan su vida como renacuajos, pero no todos los renacuajos se convierten en ranas. En estos momentos somos una especie de renacuajos de una nueva forma de humanidad. Creo que a pesar del nihilismo y la letargia, ser joven durante la generación Y (milenial) o Z es una bendición, en el sentido de que nunca se había disfrutado de tantos privilegios y libertad. Pero la sabiduría popular dice que con la libertad (y el poder) viene también la responsabilidad. Los jóvenes que habéis podido alargar la juventud, y que de algún modo habéis estirado esta neotenia de la que hablábamos, tenéis también la responsabilidad de mantener y propiciar estas mismas condiciones para las próximas generaciones, y contribuir a crear un mundo mejor, con menos pérdida y vacío.
Para esto, claro está, hay que comprometerse con la sociedad y con el prójimo, generar un sentido compartido con la comunidad a nuestro alrededor. Como diría Kierkegaard, hay que pasar de la etapa estética (placer) a la etapa ética (compromiso) de la vida, y por eso en un momento u otro es preciso madurar.Los jóvenes que habéis podido alargar la juventud tenéis también la responsabilidad de mantener y propiciar estas mismas condiciones para las próximas generaciones
Todo esto tiene mucho que ver con la reproducción, con el hecho de retransmitir lo recibido y transferir una cultura, unos valores y, en definitiva, una forma de vida, a los que nos siguen. Ya para acabar, ¿cómo ve la relación entre padres e hijos hoy en día? Desde una perspectiva sociológica, ¿en qué sentidos ha cambiado?
Una de las tesis sociológicas de mi libro Juvenescence es que tras la Segunda Guerra Mundial, la generación del baby boom conllevó una gran explosión de juventud, un momento neoténico. Este tsunami boomer de la posguerra se ha extendido a las generaciones posteriores, pero de algún modo los boomers han retenido algunas características juveniles, como los impulsos revolucionarios o la desconfianza hacia la autoridad. Esto, a su vez, ha hecho que tengan menos autoridad sobre sus descendientes, y que incluso intenten ser sus amigos, aunque no es lo que ellos experimentaron.
De ahí quizá la expresión OK Boomer, que se puso tan de moda en 2019, y que representa una incomunicación importante en materias como el cambio climático, el uso de la tecnología o los ideales vitales. Las generaciones Y y Z a veces pueden sentirse lúcidas en un mundo de icocos, porque la generación boomer a menudo descalifica sus ideas nuevas desde posiciones de poder. El caso de Greta Thunberg es paradigmático, pero hay muchos otros. Además, puede ser desmotivador ver cómo la poca confianza que se deposita en los jóvenes suele ir acompañada de un escrutinio y un recelo excesivos. Supongo que la desconfianza es mutua… y que hasta cierto punto es natural. Para terminar, ¿cuáles son las causas de esta incomunicación y qué consecuencias pueden derivarse de ella?
En un artículo publicado en 2005, «The social separation of old and young: a root of ageism» [La separación social entre viejos y jóvenes: un origen del edadismo], los sociólogos Gunhild O. Hagestad y Peter Uhlenberg hablan de cómo se ha institucionalizado la segregación por edad (edadismo), y esto ha hecho que la gente mayor haya perdido su rol mentor, dejando a las familias sin integración social ni transmisión de conocimientos y valores de una generación a la siguiente. Por primera vez vivimos en una cultura mayoritariamente prefigurativa, como diría Margaret Mead, en la que los jóvenes no solo aprenden poco de los viejos, sino que, al revés, son ellos los que educan a sus abuelos en muchos aspectos. Estos abismos generacionales no solo provocan segregación social entre generaciones, sino también dentro de las generaciones más recientes, lo que dificulta que se produzca un estado de ánimo que sintonice a los grupos de jóvenes en una misma frecuencia. Esto provoca una sensación de cambio permanente, y cuanto más rápidamente
cambia el mundo, menos se sienten en su casa aquellos que lo habitan. Juntos tenemos que crear un entorno donde todos nos sintamos cómodos, y el espíritu de nuestro tiempo reclama visión a largo plazo. A los jóvenes, que les queda mucho por delante, les toca actuar.
Pau Guinart
Escritor y profesor (ESADE/UOC) Miembro de la comunidad de becarios ”la Caixa”
https://elobservatoriosocial.fundacionlacaixa.org/es/-/entrevista-robert-pogue-harrison