EDUCACIÓN.- Pedagogía del enemigo

Correo
Facebook
Telegram
Twitter
WhatsApp

Mauro-Rafael Jarquín-Ramírez y Enrique-Javier Díez-Gutiérrez

En los últimos meses, la extrema derecha, a nivel global, ha incorporado de forma sistemática un elemento central a su retórica política, la cual paulatinamente ha adquirido un cariz abiertamente bélico: el señalamiento de los “zurdos”, los migrantes y las poblaciones vulnerables como “enemigos”. Así, personas que luchan por alcanzar y defender la justicia social; o quienes se ven en la necesidad de buscar mejores oportunidades de vida en un territorio que no es su lugar de origen, o quienes “obstaculizan” proyectos expansionistas, colonialistas o extractivistas, son catalogados, ya no solo como potenciales amenazas a lo que la extrema derecha y el neofascismo denomina “civilización” (un orden social fundado en la desigualdad, la explotación, el racismo, el sexismo y el dominio de Norte sobre el Sur global), sino también como un peligro real que, en última instancia, debe ser suprimido.

Frente a la “pedagogía del oprimido”, impulsada por el educador brasileño Paulo Freire, fundamental en procesos de construcción de una educación crítica, tanto en las escuelas como fuera de ellas, la extrema derecha está tejiendo paulatinamente una “contra-pedagogía del enemigo”, del diferente al que señala como enemigo.

Esta pedagogía, o más bien contra-pedagogía del enemigo, no sólo señala al otro como “objeto” a eliminar (como lo está llevando a cabo de hecho en el genocidio palestino), sino que supone la negación del derecho a existir de “aquello” percibido como amenaza, e incluso el punto de partida de toda una epistemología, que configura la cosmovisión del actual neofascismo, que organiza la forma de comprender al diferente, las relaciones con ese “ello” diferente y cosificado, la organización del modelo social que se pretende y el trabajo educativo y pedagógico a realizar con las futuras generaciones para imbuirles de esta nueva visión, como parte de su batalla cultural.

Esta retórica es utilizada por líderes reaccionarios a nivel global. Un ejemplo de este tipo de “líderes” es el argentino Agustin Laje, intelectual cercano a Javier Milei y ejecutivo de la Fundación Faro, con gran influencia en un público joven y masculino en Iberoamérica. Para Laje, “no hay nada más hijo de puta que un zurdo”, en sus propias palabras. Para la narrativa de este tipo de líderes, quienes militan en alguna causa popular son “nuestros enemigos, no adversarios”, tal como los definió Laje ante la represión policial de la ciudadanía movilizada que protestaba por las medidas de precarización del gobierno de Milei. Sus declaraciones estremecen por el discurso de odio que rezuman: «Cada bala bien puesta en cada zurdo fue para nosotros un momento de regocijo«.

Este lenguaje de odio y negación de la humanidad del otro también ha sido parte de los discursos que han acompañado el genocidio en Gaza, aún en curso. En el mes de mayo, el político de extrema derecha israelí Moshe Feiglin declaró: “Cada bebé en Gaza es un enemigo”. Con más de 50.000 niños y niñas asesinados o heridos, (según Edouard Beigbeder, director Regional de UNICEF para Oriente Medio y Norte de África), tras la agudización de la campaña militar israelí sobre Palestina, parece que el asesinato en masa de los “enemigos” del régimen de Israel, con la abierta complicidad de gobiernos como el argentino y el norteamericano e intelectuales de extrema derecha, aún no encuentra su fin. La más reciente invocación pública de la figura del “enemigo”, ha llegado de la mano de Donald Trump, a partir de la movilización migrante en California hace algunas semanas, a quienes ha calificado como “animales”. Durante un discurso de celebración del 250 aniversario del ejército estadounidense, el presidente Trump afirmó: “No permitiremos que una ciudad americana (estadounidense) sea invadida y conquistada por un enemigo extranjero. Eso es lo que son”. Con el fin de controlar a ese “enemigo” migrante, el gobierno estadounidense desplegó al menos 700 “marines” y 2.000 soldados en Los Ángeles.

Más allá de debates nominales o filológicos sobre el término, la adopción de una retórica abiertamente bélica por parte de la extrema derecha, sustentada además en la deshumanización de quien representa una amenaza al poder establecido, supone un giro estratégico muy preocupante, al abrir la posibilidad de expresiones reaccionarias cada vez más violentas ante cualquier iniciativa en pos de justicia social, interculturalidad, o incluso democracia. Una tendencia que se plasma igualmente en el terreno educativo.

Esta contra-pedagogía del enemigo es parte de la “Pedagogía pública” con la que la narrativa de la extrema derecha busca re-educar Europa, un intento que se expande paulatinamente a nivel global. Esta contrapedagogía del enemigo ha encontrado un terreno abonado en una sociedad cada vez más radicalmente desigual (una sociedad del 1/95, como ha denunciado la ONG Oxfam) en la que se están profundizando las relaciones jerárquicas, lo cual a su vez impulsa el auge del extremismo de derecha.

Esta retórica del señalamiento del enemigo se articula muy bien con el fascismo de baja intensidad que se extiende globalmente, aunque de forma más profunda en Europa y Estados Unidos. Este fascismo de baja intensidad que afirma que “yo no soy racista, pero…”, “yo no soy machista, pero…”, etc., ha sido adoptado por un conjunto heterogéneo de actores sociales, tales como los denominados hombres agraviados por el avance del feminismo, quienes consideran que su “derecho” al sexo y al liderazgo en la sociedad ha sido subvertido por la irrupción de un movimiento de “feminazis” contra los hombres; sectores dominantes reacios a perder sus ganancias multimillonarias, para quienes los movimientos sociales y del mundo del trabajo suponen una amenaza grave a sus intereses de emprendimiento e iniciativa empresarial; también grupos xenófobos y nativistas que, recuperando narrativas de complot y conspiración, como la “teoría del gran reemplazo”,consideran la migración (particularmente de sectores empobrecidos y de clase trabajadora) como la antesala a un borrado civilizatorio de la cultura blanca; o sectores ultraconservadores que encuentran en las luchas sexo-genéricas una amenaza a un orden eterno, fundado en supuestos valores familiares trascendentales, etc.

En Argentina, esos policías que eran felicitados por Agustín Laje cuando reprimían a quienes se manifestaban por mejores condiciones de vida, les gritaban “vengan zurdos”, antes de golpearlos o disparar en su contra. En Israel, una encuesta realizada recientemente a judíos israelíes mostró que el 82% de los encuestados apoya la expulsión de los residentes en Gaza y un 47% coincide con que al conquistar una ciudad “enemiga” el ejército israelí debe matar a todos sus habitantes, según reportó el medio Haaretz (https://acortar.link/8lQGFw). En Europa, las expresiones de xenofobia se expanden de forma alarmante, llegando a manifestarse públicamente en concentraciones públicas con tintes abiertamente neonazis en Madrid, Alemania, París… En Estados Unidos, hasta el mes de marzo, el 86% de republicanos apoyaba la política anti-inmigrante de Donald Trump. Una población objetivo para la propaganda supremacista impulsada desde la Casa Blanca con propuestas como: “Ayude a su país, denuncie a los invasores extranjeros”, la cual ha sido apuntalada por las redadas de los agentes encapuchados del Immigration and Cursoms Enforcement (ICE).

La radicalización del discurso de la extrema derecha representa un grave retroceso respecto a la política democrática, y a la protección de los derechos humanos, así como un profundo golpe a las instituciones educativas en países que han luchado por la democracia. Nombrar “enemigos” a migrantes y militantes de causas vinculadas a la justicia social es un acto que habilita su deshumanización inmediata y un consecuente atentado contra su vida.

Ante esta suerte de revisionismo “schmitteano” global, es preciso responder firmemente -como ya se está haciendo en diversos contextos- desde abajo, a través del internacionalismo, la solidaridad de clase y la reivindicación firme de la justicia social. Y en este ámbito, las escuelas representan espacios estratégicos y fundamentales para la disputa política no solo por el relato sino para la puesta en práctica de una pedagogía política pública que defienda valores de justicia e igualdad, democráticos, inclusivas, emancipadores y transformadores.

Mauro-Rafael Jarquín-Ramírez y Enrique-Javier Díez-Gutiérrez

Universidad Nacional Autónoma de México y Universidad de León

Nuestro periodismo es democrático e independiente . Si te gusta nuestro trabajo, apóyanos tú también. Página informativa sobre eventos que ocurren en el mundo y sobre todo en nuestro país, ya que como dice nuestro editorial; creemos que todo no está perdido. Sabemos que esta democracia está presa sin posibilidad de salvarse aunque su agonía es lenta. Tenemos que empujar las puertas, son pesadas, por eso, necesitamos la cooperación de todos. Soñamos con una patria próspera y feliz, como idealizó el patricio Juan Pablo Duarte. necesitamos más que nunca vuestra cooperación. Haciendo clic AQUÍ ó en el botón rojo de arriba
Correo
Facebook
Telegram
Twitter
WhatsApp

Noticas Recientes

Opinión