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«La tecnología no es neutral; puede ser un instrumento de poder y dominación, perpetuando formas modernas de colonialismo.»
Por: José Daniel Figuera
El filósofo y teórico político Achille Mbembe ha planteado una pregunta incómoda pero necesaria: ¿es la tecnología una nueva forma de colonialismo? En un mundo donde las grandes corporaciones tecnológicas acumulan un poder sin precedentes, Mbembe argumenta que la tecnología no es neutral, sino que puede convertirse en un instrumento de dominación y control, perpetuando desigualdades globales.
La tecnología como herramienta de poder
Mbembe señala que la tecnología, especialmente en manos de gigantes como Google, Amazon y Facebook, ha creado un nuevo tipo de poder que trasciende las fronteras nacionales. «Estas empresas no solo controlan datos, sino que también moldean la forma en que pensamos, nos relacionamos y consumimos», afirma. Este control, según él, es comparable al colonialismo histórico, donde las potencias dominaban territorios y recursos.
Además, la concentración de poder tecnológico en unos pocos países y empresas ha exacerbado las desigualdades globales. Mbembe destaca que muchas naciones en desarrollo dependen de tecnologías creadas y controladas por potencias extranjeras, lo que limita su autonomía y capacidad de innovación.
El colonialismo de datos
Uno de los aspectos más preocupantes, según Mbembe, es el llamado «colonialismo de datos». Las grandes empresas tecnológicas recolectan y monetizan datos de personas en todo el mundo, especialmente en países en desarrollo, donde las regulaciones son más laxas. «Los datos son el nuevo petróleo, y quienes los controlan tienen un poder inmenso sobre el futuro de la humanidad», advierte.
Este fenómeno no solo afecta la privacidad individual, sino que también tiene implicaciones económicas y políticas. Mbembe argumenta que, al extraer datos sin una compensación justa, estas empresas están perpetuando una forma de explotación similar a la del colonialismo clásico.
Hacia una descolonización tecnológica
Mbembe propone la necesidad de una «descolonización tecnológica», que implica democratizar el acceso a la tecnología y garantizar que su desarrollo beneficie a todos, no solo a las élites globales. «Debemos cuestionar quién controla la tecnología y para qué fines se utiliza», sostiene. Esto incluye promover regulaciones internacionales que limiten el poder de las grandes corporaciones y fomenten la innovación local.
Además, Mbembe aboga por una ética tecnológica que priorice el bien común sobre el lucro. Esto implica repensar cómo se diseñan y utilizan las tecnologías, asegurándose de que no reproduzcan las injusticias del pasado.
En última instancia, la pregunta de Mbembe nos invita a reflexionar sobre el papel de la tecnología en nuestra sociedad. ¿Es posible usar la tecnología como una herramienta de liberación y empoderamiento, o estamos condenados a repetir los errores del colonialismo? La respuesta, según él, dependerá de las decisiones que tomemos hoy.
Mientras tanto, el debate sobre el colonialismo tecnológico sigue siendo urgente y necesario. Mbembe nos recuerda que la tecnología no es un fin en sí misma, sino un medio que debe servir a la humanidad en su conjunto.
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