Escrito por Martín López Calva
Hay una primera gran tarea que emprender para lograr reposicionar el valor educativo de la cultura
“Cuando se habla de cultura debemos apartar de nuestra mente la idea de ciertos refinamientos de la mente y de la abstracción. La verdadera cultura es concepción del mundo…Hombre culto es el que está con los demás en comunicación activa. Un centro emisor de humanidad, con ideas y actitudes que se ajustan armoniosamente a la realidad inmediata de cada día…”Juan José Arreola. La palabra Educación, p. 45.
Hace un tiempo, mi estimado amigo y gran investigador de política educativa Pedro Flores Crespo dictó virtualmente, en un ciclo del Decanato de Artes y Humanidades de la UPAEP, una conferencia que tituló: ¿Cómo educa la cultura? Esa conferencia dio pie después a un artículo periodístico y más tarde a uno académico que se publicó en el número sobre Educación humanista de la Revista Latinoamericana de Estudios Educativos que tuve el gusto y el honor de coordinar junto con otra gran amiga e investigadora, Hilda Patiño y que puede consultarse en la siguiente liga: https://rlee.ibero.mx/index.php/rlee/article/view/521
La conferencia y los dos textos referidos, me dejaron muchas cosas en qué pensar sobre el papel de la cultura en nuestro sistema educativo formal y también en la educación que se promueve en el ámbito familiar y aún en los medios de comunicación y las redes sociales.
Los traigo a colación en esta entrega, porque al seguir degustando el libro La palabra Educación del gran escritor Juan José Arreola, prototipo del hombre culto en nuestra sociedad mexicana de la segunda mitad del siglo XX y bastante conocido por sus programas culturales en la televisión comercial, que fueron pioneros en el género, me encuentro con un apartado completo dedicado a la cultura.
De ahí extraigo el epígrafe de hoy y otra cita que aparecerá más adelante en este artículo para seguir contribuyendo a pensar sobre la relevancia de la cultura en un contexto educativo en el que en los últimos tiempos se privilegiaron los saberes prácticos y utilitarios que exige el mundo de la economía global en que vivimos y en estos años recientes han priorizado la dimensión ideológico-política desde la perspectiva de las epistemologías del sur y el pensamiento decolonial, que no ha logrado aún construir una mediación pedagógica suficientemente comprensible para que los profesores la asimilen y la pongan en práctica en el aula.
En ambas tendencias, la llamada hoy despectivamente “neoliberal” -cualquier cosa que esto signifique- y la de la llamada Nueva Escuela Mexicana (NEM), también sea lo que sea que esta etiqueta quiera decir, la cultura no ha tenido el papel que debería y la presencia curricular necesaria para hacer realidad la visión que ambas reformas educativas -la del 2013 y la del 2018- afirman que se sustentan en una visión humanista.
Desde la perspectiva de la educación para la renta, como la llamaría Nussbaum con mayor precisión y claridad, la cultura no tiene un papel relevante porque no se trata de una dimensión que aporte conocimientos útiles y aplicables a la práctica técnica, profesional y laboral que pide el mercado globalizado.
La cultura, expresada en las artes y las humanidades tiene además el inconveniente de que genera pensamiento crítico, empatía, conciencia social y política, libertad de expresión y creatividad social, elementos que no ayudan a tener esa especie de robots obedientes que dice la filósofa estadounidense son lo que desafortunadamente acaba produciendo un sistema educativo basado casi exclusivamente en la búsqueda de crecimiento económico.
Por otra parte, en la NEM, la cultura se concibe erróneamente como ese conjunto de “refinamientos de la mente y de la abstracción”, propios de las élites, a los que se refiere la cita de Arreola y por ello se asocian a los instrumentos superestructurales de dominación de los grupos hegemónicos sobre el pueblo y los grupos llamados originarios. Por ello el elemento cultural se enfoca básicamente a desechar la cultura universal y a prácticamente absolutizar el valor de los saberes y las expresiones artísticas populares.
En general este refinamiento y esta especie de conjunto enciclopédico de saberes sobre la Filosofía, la Historia, la Literatura, la Poesía, la Música, la Arquitectura y todas las demás expresiones culturales históricamente heredadas por nuestras generaciones es lo que se entiende por cultura. Un hombre o mujer cultos son los eruditos que dominan este conjunto de conocimientos y que por ello conforman una especie de grupo privilegiado, alejado del mundo de la vida cotidiana, que mira con desdén todo lo popular.
Pero como dice el maestro Arreola, en realidad la verdadera cultura es concepción del mundo, formada por todo el tesoro de significados, valores, sentimientos, expresiones, objetos y obras creadas por el espíritu humano para responder a la pregunta sobre quiénes somos y qué hacemos en el mundo.
De ahí que una persona culta sea la que está en comunicación constante y activa con los demás, convirtiéndose en un “centro emisor de humanidad”, a través de ideas, conocimientos y actitudes que se van ajustando con armonía a la realidad cotidiana de la sociedad en la que vive.
Desterrar esta falsa idea de la cultura como erudición, elitismo y superioridad intelectual, perceptiva y aún espiritual es una primera gran tarea que habría que emprender para lograr reposicionar el valor educativo de la cultura en todas sus distintas expresiones, desde la herencia del pensamiento y el arte del mundo occidental judeocristiano del que somos herederos hasta la riqueza de los saberes y expresiones artísticas de los pueblos indígenas y el sincretismo que su interacción fue produciendo a lo largo de estos últimos cinco siglos, sin dejar de lado por supuesto, la riqueza de las culturas orientales que son menos conocidas y han influido menos en nuestro horizonte.
Resignificar la cultura como esta concepción del mundo que nos es propia y que nos ayuda a entendernos mejor y a construir proyectos de vida más ricos y diversos, es la tarea que tendríamos que realizar para ir corrigiendo la falsa noción de cultura y formar a las nuevas generaciones como hombres y mujeres en comunicación constante y activa con los demás, como “centros emisores de humanidad” para transformar el mundo en crisis.
Aquí viene a cuento la segunda cita de Arreola que mencioné al inicio:
La cultura consiste en ponerse uno en el espíritu lo que le pertenece, aunque no lo haya pensado. Hay poemas enteros que los siento totalmente míos porque me dicen a mí mismo, me ayudan a saber quién soy…la cultura es auténtica cuando revive en nosotros (p. 42).
De manera que el valor educativo de la cultura tendrá sentido cuando dejemos de enseñar a memorizar, recitar o repetir poemas o frases literarias o filosóficas y enseñemos a los educandos a ponerse en su espíritu lo que les pertenece, aunque no lo hayan pensado, cuando logremos que las grandes obras artísticas de la humanidad les ayuden a saber quiénes son, cuando la cultura reviva en cada uno de ellos.