Adiós, muchachos; adiós, alumnos míos

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ARÍSTIDES MÍNGUEZ BAÑOS

Adiós, muchachos; adiós, alumnos míos

La clase queda vacía. Abro de par en par puertas y ventanas para que se disipe el olor a humanidad. Huele a tigre en celo, diría mi padre, que también se curtió casi por cuarenta años en escuelas públicas. Es lo que tiene trabajar en salas abarrotadas de humanos que oscilan entre la pubertad y adolescencia, con la revolución hormonal y psicológica que conlleva.Tras el recreo, entran los de 4º. Mi pesadilla: son 36. No me caben. Tenemos que hacer malabares con el exiguo espacio que le hemos robado a la biblioteca y los enrevesados protocolos anti covid que nos obligaron a implantar a principios de curso. Están como piojos en costura. Han tenido educación física y no todos se han aseado como sus profesores insisten. El tufo se hace insoportable. Tanto como el calor. La biblioteca, cosa extraordinaria, dispone de aire acondicionado. Alguno grita que lo conecte. Desde mi equipo directivo han pedido que economicemos gastos. La tarifa eléctrica se ha encarecido de manera brutal y los del gobierno de presuntos ineptos, tránsfugas y meapilas que asola la región llevan meses sin ingresarles regularmente a los centros públicos, haciendo casi imposible que se puedan afrontar los gastos corrientes. Nuestro secretario se niega a dejar de pagar a los proveedores: no puede hacerles ese roto a tantos autónomos y empresas, algunas del entorno. Toca sudar y no poner el aire. Agarro la gorra y me abanico la calva, sudorosa cual manantial: si yo, que peso unas cuantas arrobas más, puedo aguantar la calor, ellos, que son más jóvenes y esbeltos, podrán hacerlo también. La chuscada parece acallar sus protestas.»Tomo asiento, derrotado, cada vez con más ganas de llorar y de someterme. Me miro en los ojos prístinamente azules de S, que se compadece de mi impotencia»

Es un colectivo endiablado: algunos son repetidores, otros han pasado con todas las asignaturas pendientes de 3º de la ESO, por imperativo legal. A bastantes les importa un bledo el sacarse el curso: vienen aquí porque se lo pasan mejor que en la calle, tienen a sus colegas y flirtean con las mozas o mozos de su edad, pero estudiar… que estudien otros. Total, para acabar en el paro o arrancando alcachofas como sus padres.

Los hay, en cambio, que desean estudiar, que ven en los estudios, en el sacrificio y disciplina que llevan implícitos, la única salida a una vida digna. Intuyen que cuanto más formados salgan más sencillo les será encontrar el rumbo en el laberinto de trampas y precariedades que les ofrece la vida real. Con mucha frecuencia, sus compañeros nos impiden dar clase con normalidad. Demasiadas interrupciones, llamadas de atención continuas, riñas o sermones para que cambien de actitud. Inútiles…

He llegado a implorarles que me dejen trabajar. Que respeten a sus compañeros. Que me respeten a mí. Que tengan consideración a las horas de preparación que he tenido que echar en casa para poder darles una clase en condiciones. Callan cinco minutos, pero, al cabo, alguno gasta una broma estúpida y toda la clase cacarea, riendo la guasa del gallito. Los del fondo vuelven a intentar alborotar el gallinero. Algunos, pese a las prohibiciones y recordatorios continuos, manipulan el móvil a hurtadillas.»Le dije sin mentir que no era el único al que le echaba un cable. Nadie se iba a enterar: si no lo hacía, mi conciencia no me lo iba a perdonar»

Tomo asiento, derrotado, cada vez con más ganas de llorar y de someterme. Me miro en los ojos prístinamente azules de S, que se compadece de mi impotencia. Observo a J, cuyo padre abandonó Marruecos con toda su familia y se desloma en campos para darles estudios a sus niñas del alma. Recapacito sobre la “fauna” a la que se supone que he de ayudar a formarse en este centro del extrarradio. Entre mis chiquillos los hay de parentelas musulmanas, ucranianas, rusas, chinas, ecuatorianas, colombianas, pero todos ellos se sienten españoles (aquí han nacido los más y perciben la bandera suya), aunque los del partido ultra les nieguen esta patria por su raza o credo. A pocos metros se alza un poblado de gentes búlgaras a cuyos hijos hemos de atender. Muchos de mis zagales tienen la suerte de tener ascendientes que se preocupan de su educación y los cuidan con esmero, pero otros proceden de familias rotas. Algunos usan la ruptura de la pareja como arma arrojadiza y los críos están desbocados, pagando en sus carnes las desavenencias de sus padres. Otros tienen al padre en el talego o se pasan el día solos, a veces semanas, porque sus progenitores han debido marcharse a otros lugares para trabajar cogiendo la fruta que la temporada marque o porque laboran limpiando casas o en la hostelería con horarios terroríficos. Me golpea el conflicto que tuve con L. No cogió mi optativa, lo matricularon en ella no sé por qué motivo. Al verlo a disgusto le dije que yo tampoco lo había elegido a él, pero, si estaba en mis clases, era mi responsabilidad e iba a hacer todo lo posible por cumplir mi obligación y proporcionarle la mejor formación. Su actitud era pasiva. Se echaba a dormir. Una mañana tuvimos un encontronazo y lo cogí aparte para abroncarlo. Descubrí que sus padres continuaban en América, que él vivía con unos parientes en una casa compartida con personas extrañas y que, para ayudar a que su madre pudiera pagarse el billete a España, él trabaja atendiendo a un anciano y asistiendo a su familiar en el cuidado de su bebé. A veces el anciano o el niño le dan mala noche: por eso no puede evitar dormirse en clase. Cambió por completo la percepción que tenía de él: vi a un titán embutido en el cuerpo de una criaturica de 15 años. En la conversación descubrí que venía sin desayunar. Le imploré que me dejara invitarlo a diario en la cantina. Se negó. Yo no quería herir su dignidad. Le dije sin mentir que no era el único al que le echaba un cable. Nadie se iba a enterar: si no lo hacía, mi conciencia no me lo iba a perdonar. Desde entonces se sienta en primera fila. A veces no viene: sé que ha tenido mala noche y su menudo cuerpo no ha sacado fuerzas para soportar la larga jornada escolar. Ha aprobado todas las evaluaciones y recuperado la pendiente. Quiere ser mecánico. Le he hecho jurar que me tratará bien cuando le lleve mi coche.

Con J, S o L en el alma agacho la cabeza y embisto como un toro hacia la pizarra. Me fajo por esos muchachos míos que no se han rendido, a los que aún puedo transmitirles algo de cultura, de educación, de humanidad.

Me paro de vez en cuando. Intento reenganchar a alguno de los díscolos. A veces los dioses me conceden captar el interés de uno, aunque sea por fugaces instantes. Otros, en cambio, duermen sobre los pupitres. Pero son mis muchachos: no los puedo dejar arrumbados así como sí.

Para más INRI, tengo a críos con necesidades educativas especiales (ACNEE). Esas criaturas no son iguales que los demás. Necesitan una atención personalizada y constante, un especialista que les saque el mayor provecho posible, no que los dejen “tirados” en medio de una clase repleta. Por ley, un niño ACNEE debía computar como tres alumnos “normales”: así, si se aplicara ésta, mi clase sería de 42 personas. Y eso, hoy por hoy, es una ilegalidad. Pero los caciques de siempre se pasan sus propias leyes por la entrepierna y con los recortes, aumentan el número de alumnos por aula y reducen el número de profesores, tanto de apoyo como los del resto.»Jóvenes que no tienen interés en estudiar Bachiller, a los que han impedido hacer el Ciclo que deseaban, jóvenes que se dedican a vegetar en aulas públicas, con abulia y desesperanza»

Los chupatintas, que llevan años sin pisar un aula pública y que son alérgicos a la tiza, envían a los inspectores, que muchas veces parecen comisarios políticos, a apretar aún más las tornas y a seguir recortando. En mi centro pretendieron reducir el número de alumnos ACNEE, porque computan, como es lógico, más que el resto. Mi antiguo director, que era de los pocos que no se bajaba los pantalones ante el despotismo de los tecnócratas, le dijo a alguno de aquellos que, si les parecía, organizábamos una peregrinación a Lourdes, ahora que tenemos a consejeros tan píos, a ver si la Virgen obraba el milagro. Y hacía que los niños que tienen síndrome de Down sanen de éste, o que recuperen la vista los ciegos o que, bebiendo las aguas benditas, les desaparezca el autismo o el Asperger a otros.

Algunos dicen que los inspectores tienen instrucciones, aparte de seguir recortando en personal, de abrir expediente a todos aquellos que levantemos la voz ante los desmanes que sufrimos. Ante quienes denunciemos que se están cerrando aulas en centros públicos, sobre todo en Ciclos Formativos, los estudios más solicitados, a la vez que se está potenciando que ese mismo tipo de enseñanza sea ofertada en centros privados o concertados. En los que matricularse cuesta un mínimo de 4000 euros.

Así, en septiembre, las aulas de Bachillerato se llenan de jóvenes que no han podido matricularse en un ciclo formativo público, porque han reducido escandalosamente la oferta, y que no tienen el dinero para inscribirse en esos centros privados o concertados, que están naciendo como champiñones al albur de la ola privatizadora que puso en marcha PP, empeñado en inflar la burbuja académica (y sanitaria). Jóvenes que no tienen interés en estudiar Bachiller, a los que han impedido hacer el Ciclo que deseaban, jóvenes que se dedican a vegetar en aulas públicas, con abulia y desesperanza.

Reviso, contrito, el puñado de cuadernos y fichas por corregir. Observo que me voy a tener que quedar sin dar algunas de las lecciones programadas. Las últimas semanas, conforme van aumentando las temperaturas, están más insoportables que nunca y me resulta un empeño de gigantes el poder explicar la materia y corregir con ellos las actividades que les ayuden a asimilar lo visto en clase. Cada vez con más frecuencia pienso que me he equivocado en mi profesión, que 32 años de experiencia no sirven de nada. Menospreciado y humillado por una panda de gobernantes incompetentes. Infravalorado por unos alumnos y familias que me ven como un enemigo por intentar hacer de ellos personas de provecho, de bien. Por querer devolverles a la sociedad ciudadanos implicados, formados y honestos.»¿Un profesor atendiendo una depresión o un intento de suicidio no es como si un callista te operara del corazón? Todo por cicatear y no contratar psicólogos clínicos y reforzar la atención psiquiátrica en las áreas de salud»

Y los (supuestos) mamones de consejerías y del ministerio enzarzados en trifulcas yermas, ahogando a los docentes con toneladas de documentos burocráticos, tan inútiles y estériles como las mentes que los idearon desde sus despachos. ¡Hatajo de ineptos arrogantes, que no tienen ni idea de lo que significa dar una clase en un centro público, con un alumnado tan heterodoxo, y en condiciones de una precariedad y hastío extremo en el funcionariado! ¡Panda de ganapanes que se gastan millones de Euros en capulladas, después de no haberles pagado a los centros el dinero para mantener encendida la calefacción o el aire acondicionado, si lo hubieren, después de haber dejado sin beca, sin comedor a centenares de alumnos! ¡Carroñeros infames que abandonan en el lodo a sus trabajadores y alumnos ante el maremoto en la salud mental que ha causado la pandemia y esta sociedad veleidosa y agilipollada! A esta panda de zotes sólo se le ocurre redactar un documento ante la crecida exponencial de casos de jóvenes con protocolo de autolisis. Protocolo que han de aplicar profesores que no han sido formados en ningún momento (no es ni su vocación ni su obligación) para atender cosas relacionadas con la salud de la psique. ¿Un profesor atendiendo una depresión o un intento de suicidio no es como si un callista te operara del corazón? Todo por cicatear y no contratar psicólogos clínicos y reforzar la atención psiquiátrica en las áreas de salud.

¿Cómo demonios voy a  poder hacerme cargo de 100 adolescentes o más, teniendo que enseñarles cinco materias diferentes, para alguna de las cuales ni estoy cualificado ni a la consejería le importa un capullo? ¿Cómo puedo detectar si un zagal que ha amenazado con suicidarse va a pasar a la acción? ¿Cómo puedo diagnosticarlo y auxiliarlo yo, si de psiquiatría y psicología sólo sé que ambos vocablos provienen del griego? ¿Quién vela por mi salud física o mental? Si hay días en los que la nube negra me asfixia y no encuentro ánimos para salir de la cama y dirigirme a un trabajo que todo el mundo desprecia, ¿cómo voy a atender a criaturas con conflictos vitales tan fuertes como los que me encuentro a diario? ¿Quién cuida al cuidador?»Sueño con pedir la jubilación anticipada, aunque me suponga perder cientos de euros, en cuanto alcance la edad mínima tras 6 sexenios o más al pie de la trinchera»

Me viene a la cabeza M. Este chaval cuando entró con 12 años al centro era carne de horca, un delincuente en potencia: una familia rota, demasiadas malas influencias en la calle. Costó trabajo, mucho, enderezarlo, pero entre todos los compañeros consiguieron encauzarlo. Ha titulado limpio en segundo de Bachiller. Hoy estará examinándose de Selectividad. Estoy orgulloso de él: es un ejemplo de lo que una persona puede hacer con su vida gracias a su tesón y bajo la guía de unos profesores que se impliquen con él, más allá de lo esperado.

Me acongoja ver hundidos a esos profesores que dieron la cara por M y que hicieron de él un hombre honesto. Me entristece verlos (y verme) sin el brillo en los ojos, sin la ilusión y vocación que se supone inherente a esta profesión. Me desuela ver a colegas, con mucho que dar todavía en la enseñanza, acogerse a la jubilación anticipada porque están hartos de que los mamarrachos del gobierno los puteen, de que los traten como escoria. Sueño con pedir la jubilación anticipada, aunque me suponga perder cientos de euros, en cuanto alcance la edad mínima tras 6 sexenios o más al pie de la trinchera.

Pienso en los miles de alumnos que han pasado por mis manos. En las huellas que mutuamente nos hemos dejado. Los veo como lo que son, seres humanos en efervescencia, llenos de sueños, proyectos e ilusiones, pero también de traumas, complejos y problemas. Los veo personas, no cabezas de ganado, tal y como los considera el nuevo orden ultraliberal, que todo lo mira con la estólida mente de un avaro con ideas mercantilistas. A estos mercaderes tanto les da si en un aula hay 30 como 40: para ellos son sólo cifras, gastos, que no inversión en seres humanos que hagan una España mejor que la que los últimos gobiernos de inútiles, zascandiles e inmorales les han legado. “Gastos” que hay que recortar.»Ella que puede dar lecciones de buena educación, de compromiso, de denuedo y disciplina al animal de bellota que la llama mora terrorista, por muchos genes hispanos de pura cepa y banderita en la muñeca que tenga aquél»

Mi drama es que no puedo dejar de ver a mis alumnos como personas. Que en ellos veo a S, al que trajeron de Marruecos con 8 años, sin hablar ni una palabra de español. Tiene graves carencias de base, pero con su empuje, su voluntad, su disciplina ha llegado hasta 2º de Bachiller. Le va a costar, pero en su familia le han inculcado que debe aprovechar los recursos que el Estado pone a su disposición y ser digno de ellos con su esfuerzo. Colabora en cuantas actividades le proponga: lo mismo baila un rap con sus pequeñajos, que se aprende un poema de Sófocles o de Kavafis para recitarlo en una actuación. Hizo llorar a todo el auditorio, cuando en la despedida a su profesora de francés, que lo acogió al llegar a los 12 años y veló por él como una gallina por sus polluelos, dijo, en su lengua trabada, con una inocencia e ingenuidad digna de admiración a sus 17, todo lo que le tenía que agradecer a esta docente. He de cortarle a veces las alas, pues, guapo y deportista como es, se pavonea como pavo real. Pero me admira observar cómo vela por su hermano menor. Su padre para poco por casa, ya que trabaja donde le sale, ora en Francia, ora en Lérida.

Me siento orgulloso de él. Como de mis otros estudiantes magrebíes, sobre todo de mis chicas. Me siento honrado de ser docente de F: adora a su progenitor, que trabaja como un mulo en obras y almacenes para darles estudios superiores y no duda en enfrentarse a los retrógrados de su comunidad que lo critican por dar una educación occidental a sus hijas. Me entristece verla llorar porque algún cenutrio español se mete con ella por ser musulmana y la llama terrorista, mora de mierda. Ella, una persona de una educación y una sensibilidad exquisitas, que te da las gracias por haberla escuchado y consolado de sus cuitas. Ella que puede dar lecciones de buena educación, de compromiso, de denuedo y disciplina al animal de bellota que la llama mora terrorista, por muchos genes hispanos de pura cepa y banderita en la muñeca que tenga aquél.

Pienso en C, a la que no he dado clase nada más que un año, cuando ella tenía 13. Pero, desde entonces, sigue conmigo haciendo teatro y participando en cuantos rodajes en defensa de las Humanidades hagamos. ¡Qué bien queda en pantalla esa sonrisa suya! C, a la que un cáncer le robó a su padre hace años. C, cuya madre, una heroína anónima de la vida, pero de mayor talla moral y humana que muchos de los que ocupan la primera plana de los diarios, me confiesa que está muy agradecida, porque su hija encontró refugio y consuelo a su dolor (adoraba a su padre y estaba muy apegada a él) en nosotros.»Hemos montado algunas exposiciones para disfrute del centro. Una de ellas tuvimos que ir a recogerla a la Biblioteca Regional. A pesar de tenerla a pocos kilómetros, jamás la habían visitado»

Pienso en mis otros leones de mis clases o del Proyecto Mentor con el que mi compadre Juande y yo queremos echar un cable a Jefatura de Estudios y atendemos de manera personalizada, fuera de nuestro horario, a aquellas criaturas de primeros cursos de la ESO que, fruto de los traumas que acarreó el confinamiento o víctimas de familias destrozadas, no acatan normas y provocan altercados con compañeros y profesores. Los sacamos de sus grupos y nos hacemos cargo del huerto escolar, al que C sabe mimar como lo enseñó su abuelo, por el que siente pasión. Hemos montado algunas exposiciones para disfrute del centro. Una de ellas tuvimos que ir a recogerla a la Biblioteca Regional. A pesar de tenerla a pocos kilómetros, jamás la habían visitado. En sus familias no les habían creado esa necesidad, ese placer. Retozaron como cachorros en las salas de cómic, alucinados con el mobiliario y los fondos allí expuestos. Aunque a veces nos la hagan y sigan causando alguna bronca, menos que antes, podemos confiar ciegamente en ellos. Por ellos estoy dispuesto a partirme la cara para garantizarles un futuro digno a sus cualidades.

Con ellos y con otros, con mis alumnos, con mis zagales he compartido buenos y malos momentos, dentro y fuera del aula. Les he abroncado cuando no se esforzaban y tiraban la toalla a la primera, como si estudiar fuera fácil y no requiriera un esfuerzo constante e ingrato, pues no se ve compensado a corto ni medio plazo. Les he intentado hacer ver que son la esperanza de una España mejor, que no cometa los errores que nuestros antecesores y nosotros hayamos podido cometer. Les he insistido que de entre ellos han de salir los notarios, los médicos, los ingenieros del futuro.»Porque a mi alrededor, entre mis compañeros, veo caras desoladas, derrotadas, desilusionadas. Porque están destruyendo la Educación Pública. Porque mis alumnos, mis zagales, mis hijos sólo pueden contar con ésta para labrarse un camino en la vida»

Me he tenido que tragar la rabia cuando Paco me interrumpió, como si bromeara, diciendo que ésos están estudiando en el colegio privado de élite, donde, ¡oh curiosidad!, acuden los vástagos de los que han convertido esta región en el albañal que hoy es. Paco decía que ellos, los que estudiaban en nuestros colegios e institutos públicos, como mucho llegarían a ser los jardineros o butaneros de aquellos otros. Indignado, viendo que de seguir así las cosas, va a tener razón, he dicho que luchen para ser lo que ellos quieran ser, no lo que los otros, los que tienen padrinos y manejan el cotarro, quieren que sean.

Miro, entristecido, las aulas que se van vaciando. Intento recordar las caras de los que se han ido a buscar su destino fuera de estos muros. Siento nostalgia. Pero también rabia e impotencia, porque no he podido dar todo lo que podía a las personas que la sociedad ha puesto a mi cargo. Porque no puedo más, porque me siento incapaz para tener más alumnos que este año y tener que prepararme más asignaturas, para las que no he sido formado. Porque ellos tienen derecho a contar con profesores especialistas, motivados, ilusionados y comprometidos.

Porque a mi alrededor, entre mis compañeros, veo caras desoladas, derrotadas, desilusionadas. Porque están destruyendo la Educación Pública. Porque mis alumnos, mis zagales, mis hijos sólo pueden contar con ésta para labrarse un camino en la vida.»Saben que una sociedad más formada y comprometida no toleraría su mediocridad, su estolidez e incompetencia por muchos escaños o despachos enmoquetados que pisen. Ellos sólo creen en el dios Mercado»

Cierro las persianas. Apago las luces, mientras me despido de los que han sido mis muchachos. Y, ya casi sin fe, ruego a mis dioses que me concedan las fuerzas suficientes para seguir amando esta profesión e intentar dar lo mejor de mí a los chicos que me encomienden en el futuro. Pero sé que los dioses nos han abandonado y sólo nos han dejado al frente de educación a chupacirios, a tecnócratas o pseudopedagogos que no valen ni para guano y que, sin tener ni pajolera idea de cómo huele a pie de tiza un aula pública, se atreven a robar el futuro de un país con sus leyes esquizofrénicas e inanes. Y esto se lo achaco igual a gobiernos del PSOE, PP o Podemos, como los que han venido destrozando la educación en los últimos decenios, pariendo leyes cada cual peor que la anterior. Nombres como Solana, Maragall, Aguirre, Wert, Celáa deberían pasar al muladar de la infamia por su crimen lesae educationis. Saben que una sociedad más formada y comprometida no toleraría su mediocridad, su estolidez e incompetencia por muchos escaños o despachos enmoquetados que pisen. Ellos sólo creen en el dios Mercado. Para ellos, mis alumnos, mis hijos sólo son carroña.

Adiós, mis muchachos, adiós, alumnos míos: gracias por haberme enseñado tantas cosas, gracias por hacerme creer que con algunos de vosotros los bárbaros no podrán y que España aún tiene esperanzas.

Os prometo que intentaré luchar con dientes y empellones, si falta hiciere, para que podáis elegir vuestro rumbo y no os obliguen a emigrar de vuestra España, ni os fuercen a ser las putas y chaperos de los millonarios que vengan a Eurovegas o engendros semejantes por alumbrar, ni los lacayos de los alemanes, holandeses, nórdicos y británicos que practican el turismo basura y tratan a los españoles (a los mediterráneos todos) como el estercolero de la Troika.

Fuente Zenda Libros

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