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¿Qué esconde realmente el veto occidental a la IA china DeepSeek? Panico en la industria tecnologica occidental.
El veto fulminante contra DeepSeek, la IA china que desafió a Silicon Valley, revela una guerra encubierta donde la seguridad es solo una excusa. ¿Estamos ante el inicio de una nueva» Guerra Fría tecnológica» que puede cambiar el equilibrio de poder global entre los dos grandes colosos del capitalismo mundial?
POR CARLOS SERNA PARA CANARIAS SEMANAL
La reciente prohibición de DeepSeek, una inteligencia artificial generativa de origen chino, en varios países occidentales ha desatado un intenso debate.
Estados Unidos y Europa han esgrimido preocupaciones de seguridad nacional y privacidad de datos para justificar el bloqueo de esta avanzada IA. Sin embargo, un análisis crítico sugiere que estas medidas responden más a la rivalidad geoeconómica entre bloques capitalistas que a auténticas razones de seguridad. DeepSeek se ha convertido en un nuevo frente en la guerra comercial entre Occidente y China, donde el discurso de la “seguridad” sirve como herramienta discursiva para frenar el avance tecnológico del rival bajo pretextos regulatorios.
DeepSeek como amenaza… ¿o competidor?
DeepSeek irrumpió en escena a finales de 2024 como un potente chatbot capaz de rivalizar con los modelos más avanzados de Occidente. De hecho, esta empresa china de IA “surgió recientemente como un competidor feroz de líderes del sector como OpenAI” al lanzar un modelo alternativo a ChatGPT (de OpenAI) y a Gemini (de Google) que, según afirmaba, fue creado a una fracción del costo de los demás.
Su lanzamiento “provocó pánico en la industria” tecnológica de Estados Unidos, haciendo caer abruptamente las acciones de empresas del sector. En otras palabras, DeepSeek demostró que China podía competir al más alto nivel en inteligencia artificial, amenazando la primacía de las firmas occidentales.
Ante esto, las reacciones gubernamentales en Occidente fueron rápidas. En EE.UU., políticos de ambos partidos calificaron a DeepSeek poco menos que de peligro inminente: el congresista Josh Gottheimer llegó a llamarlo “un incendio de seguridad nacional de cinco alarmas”, alegando supuestas pruebas de que el Partido Comunista Chino lo usaba para robar datos sensibles de estadounidenses.
Varios estados y agencias federales prohibieron su uso en dispositivos oficiales casi de inmediato. Texas, por ejemplo, emitió la primera prohibición estatal el 31 de enero de 2025, vetando DeepSeek en dispositivos gubernamentales y advirtiendo que “no permitirá que el Partido Comunista Chino infiltre su infraestructura crítica a través de datos”
Igualmente, el Pentágono y otras dependencias federales bloquearon el acceso a esta IA en sus redes por motivos de “origen y posibles riesgos de seguridad”
En Europa, Italia fue pionera al bloquear DeepSeek invocando preocupaciones de privacidad: su autoridad de datos ordenó a las compañías detrás de DeepSeek cesar de inmediato el procesamiento de datos de italianos, después de que la empresa se negara a acatar la regulación europea argumentando que no operaba en la UE. Curiosamente, la misma agencia italiana había bloqueado temporalmente a ChatGPT (de EE.UU.) en 2023 por razones similares, aunque luego permitió su regreso tras exigir ciertas garantías.
Este doble rasero alimenta la sospecha de que la “seguridad” es una excusa, y que en realidad Occidente percibe a DeepSeek como un competidor estratégico que conviene contener.
Competencia tecnológica en la Guerra Fría: lecciones de un embargo tecnológico
La rivalidad tecnológica entre potencias no es nueva. Durante la Guerra Fría, Estados Unidos lideró un embargo tecnológico contra la URSS y sus aliados, restringiendo la exportación de computadoras, semiconductores y otros equipos avanzados al bloque socialista. Oficialmente, estas restricciones se justificaban por motivos de seguridad (impedir que la tecnología occidental fortaleciera el arsenal soviético). No obstante, muchos las veían como parte de una estrategia más amplia de contención económica. De hecho, algunos aliados europeos de EE.UU. eran reticentes a sumarse plenamente, pues consideraban que semejantes medidas equivalían a una “guerra económica” contra la URSS.
Aun así, iniciativas como el Comité Coordinador de Controles de Exportación Multilaterales (CoCom) lograron mantener a la Unión Soviética al margen de las innovaciones occidentales durante décadas. Washington entendía que dominar la tecnología significaba dominar la carrera económica y militar, y por eso impuso un férreo control exportador bajo la retórica de la seguridad. Aquella dinámica sentó un precedente: las potencias emplean pretextos de seguridad nacional para justificar restricciones tecnológicas que en el fondo protegen su hegemonía.
Huawei y la batalla del 5G: seguridad vs. proteccionismo
Un paralelo contemporáneo claro es la batalla en torno a Huawei y el despliegue de las redes 5G. La empresa china se había posicionado como líder mundial en infraestructura de telecomunicaciones, por delante de sus competidores occidentales. En respuesta, el gobierno estadounidense lanzó una campaña global para bloquear la participación de Huawei en redes 5G de países aliados, alegando que sus equipos representaban “un riesgo inaceptable” para la seguridad nacional.
La narrativa oficial sostenía que Beijing podría usar a Huawei para espiar comunicaciones occidentales algo que la compañía negó categóricamente. Si bien la preocupación de ciberespionaje no puede descartarse por completo, es revelador que jamás se haya presentado evidencia pública contundente de puertas traseras en los equipos de Huawei.
En cambio, análisis independientes apuntan a una motivación más comercial:
“la decisión de vetar a Huawei estuvo motivada menos por una amenaza de seguridad específica que por el deseo de responder a las políticas industriales agresivas de China”,
señalaba un reporte del Cato Institute, subrayando que el surgimiento de Huawei como competidor global la convirtió en un blanco obvio para EE.UU.
En otras palabras, Huawei fue castigada no tanto por lo que hizo, sino por lo que representaba: el éxito de la industria tecnológica china. Al impedirle acceder a componentes estadounidenses clave e instar a otros países a excluirla, Washington asestó un golpe a un rival económico, avanzando además en un proceso más amplio de “desacoplamiento” tecnológico entre China y Occidente.
La ironía es palpable: mientras se proclamaba la necesidad de “proteger las redes” de hipotéticas intromisiones chinas, se facilitaba que proveedores occidentales ocupasen el espacio dejado por Huawei sin enfrentarse a vetos similares.
DeepSeek en la estrategia de contención tecnológica a China
La polémica en torno a DeepSeek encaja dentro de una estrategia más amplia de contención económica contra China emprendida por las potencias occidentales en los últimos años. Washington ha dejado clara su intención de “desacoplar” o al menos limitar la interdependencia tecnológica con Beijing en sectores estratégicos como los semiconductores, las telecomunicaciones y ahora la inteligencia artificial.
Medidas como los controles a la exportación de chips avanzados (impuestos en 2022 y endurecidos en 2023 para bloquear el acceso chino a hardware de alto rendimiento), o la inclusión de decenas de empresas tecnológicas chinas en listas negras comerciales, muestran que EE.UU. busca frenar el progreso tecnológico chino allí donde pueda. El gobierno de Biden denominó a esta táctica “pequeño jardín, valla alta”, es decir, restringir de forma muy estricta unas pocas tecnologías críticas con usos militares, manteniendo intercambios económicos normales en lo demás.
Sin embargo, desde Beijing se percibe este enfoque como una clara política de contención:
“El gobierno chino ve las restricciones económicas de EE.UU. como un intento de contener la ascensión de China y proteger la hegemonía estadounidense”.
Incluso aliados de Washington comparten ese escepticismo, considerando que muchas de estas restricciones persiguen fines proteccionistas más que auténtica seguridad
El caso de DeepSeek refuerza esa lectura. En lugar de fomentar la competencia abierta, Occidente recurre al bloqueo preventivo de una IA china puntera, negándole el acceso a mercados y datos occidentales bajo la premisa de que “no es confiable” por su origen. Pero al mismo tiempo, las IAs occidentales (ya sean de Google, OpenAI u otras) pueden operar libremente –incluso en China, en ciertos casos– sin enfrentar prohibiciones tan amplias en sus mercados de origen.
Es decir, se aplican reglas diferentes según convenga a los intereses propios: cuando la tecnología es foránea y amenaza con adelantarse, se le impone un muro regulatorio; cuando es propia, se promueve su difusión global y se minimizan sus riesgos.
Cabe destacar la contradicción con la que Occidente criticó durante años las políticas chinas de restricción a empresas tecnológicas extranjeras. China mantuvo un férreo control sobre su ecosistema digital (el llamado Gran Cortafuegos) excluyendo a gigantes de Silicon Valley supuestamente para salvaguardar su “soberanía digital” y apoyar a sus compañías locales. Occidente tildó esas prácticas de proteccionismo estatal y censura.
Ahora, irónicamente, son los gobiernos de EE.UU. y Europa quienes imponen vetos selectivos a las tecnologías chinas bajo justificaciones de “seguridad nacional” o “privacidad”, protegiendo de facto a sus propios campeones tecnológicos.