
¿Qué oculta la narrativa del “espíritu emprendedor” en regiones con alta precariedad laboral?
Cada vez más personas en Canarias «se lanzan a emprender». El récord histórico de trabajadores autónomos en el archipiélago es presentado como un signo de dinamismo. Pero tras ese brillo estadístico, se esconde una realidad mucho más cruda: precariedad estructural, falta de oportunidades y una ideología que convierte la necesidad en virtud. Este artículo desmonta el relato oficial y revela lo que de verdad hay detrás del «espíritu emprendedor» que celebran el Gobierno regional y las organizaciones empresariales.
Por EUGENIO FERNÁNDEZ PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
En abril de este 2025 Canarias alcanzó la cifra histórica de 145.144 personas registradas como trabajadores autónomos. Ello significa que, en promedio, casi diez personas al día optaron por lanzarse por su cuenta al mundo labora durante el último año. Un dato que ha sido especialmente celebrado por el Gobierno de Canarias y la Asociación de Trabajadores Autónomos (ATA). Manuel Domínguez, vicepresidente del Gobierno canario, fue categórico al respecto: «el ecosistema emprendedor de las islas se encuentra sano y en auge”. Lorenzo Amor, presidente de ATA, calificó a los autónomos como “héroes”.
Para ellos, es prueba de que el «espíritu emprendedor» está más vivo que nunca en el archipiélago. Desde sus despachos, se repite una y otra vez el mismo mensaje: la economía canaria goza de buena salud y los autónomos son la prueba viviente de ello.
Las cifras les dan algunos motivos para sacar pecho: el 40,94% de quienes se dan de alta lo hacen —según los datos oficiales— para desarrollar sus propias ideas, una cifra que supera la media nacional. Ahora bien, ¿de verdad estamos ante una historia de éxito? ¿Es este “boom” autónomo una señal de vitalidad económica o más bien un reflejo de las grietas cada vez más profundas de un sistema que expulsa a miles del trabajo asalariado tradicional y les empuja a sobrevivir como puedan?
Un análisis algo menos apresurado sobre esta cifra, que incorpore otros datos igualmente significativos, basta para cuestionar que estemos asistiendo, simplemente, a un auge espontanéo del «espíritu emprendedor» de los canarios y no a una forma de adaptación forzada a un sistema que no ofrece demasiadas alternativas a los trabajadores. La narrativa oficial convierte al autónomo en protagonista de su propia aventura empresarial. Pero en la mayoría de los casos esa aventura es más bien una odisea de precariedad.
Dicho en otras palabras. Lo que el Gobierno presenta como emprendimiento es, en muchas ocasiones, la expresión de una pura necesidad. Algo que se agrava en un territorio como Canarias, donde el mercado laboral está marcado por un modelo económico frágil, centrado en el turismo, con empleos estacionales, bajos salarios y altas tasas de paro. No es extraño que tanta gente opte por autoemplearse si lo que le espera en el mundo del trabajo asalariado es una sucesión de contratos basura o directamente el desempleo.
CANARIAS VS ESPAÑA: CRECER MÁS NO SIEMPRE ES MEJOR
Cuando se comparan los datos de crecimiento de autónomos en Canarias con los del resto de España, el contraste es llamativo. Mientras que a nivel estatal el aumento interanual fue del 1,1%, en Canarias fue del 2,36%. No se trata de una diferencia puntual. La tendencia se ha mantenido durante años, con tasas de crecimiento del autoempleo canario muy por encima de la media estatal.
Pero esa diferencia, lejos de ser un signo de mayor dinamismo, puede ser una alerta. Canarias tiene una estructura económica más vulnerable que otras regiones, con escasa industria y fuerte dependencia del sector servicios, sobre todo el turismo. Uno de cada cuatro empleos está relacionado con esta actividad. Y el turismo, por mucho que genere divisas, produce empleo de baja calidad: estacional, mal pagado y sin estabilidad.
Además, el peso del sector industrial es mínimo. No hay un tejido productivo diversificado que permita absorber a quienes no encajan en el sector servicios. Y eso deja a muchas personas atrapadas: o aceptan un trabajo precario en el turismo, o tratan de “inventarse algo” como autónomos. Es lo que los expertos llaman “emprendimiento por necesidad”.
El resultado es un mercado laboral partido en dos: por un lado, grandes cadenas hoteleras o empresas de servicios turísticos con beneficios millonarios. Por el otro, una masa de pequeños autónomos intentando sobrevivir con lo que queda: comercio, transporte, limpieza, guías turísticos, venta ambulante… Actividades necesarias, pero con márgenes mínimos y riesgos máximos.
El paro estructural y los bajos salarios completan el panorama. Si el 39% de los trabajadores canarios cobra por debajo del Salario Mínimo Interprofesional, como indican algunos informes, ¿qué otra opción le queda a mucha gente que no sea trabajar por su cuenta, aunque sea en condiciones aún peores?
Si miramos hacia otras regiones turísticas del Mediterráneo, encontramos patrones muy similares. Las Islas Baleares, por ejemplo, tienen una densidad de autónomos incluso mayor. Y en países como Grecia, Italia del Sur o Chipre, el porcentaje de trabajadores por cuenta propia supera ampliamente la media europea.
Todos estos territorios comparten características: economías orientadas al turismo, debilidad industrial, desempleo elevado y alta rotación en el mercado laboral.En todos ellos, el autoempleo funciona como válvula de escape. Pero no por una explosión de innovación o creatividad, sino como estrategia de supervivencia. No son emprendedores, son proletarios forzados a disfrazarse de empresarios.
EL AUTÓNOMO: UN PERFIL MÁS CERCANO AL TRABAJADOR AUTOEXPLOTADO QUE AL EMPRESARIO
Una de las claves para entender el fenómeno es observar quiénes son esos nuevos autónomos. El 60% de ellos no tienen empleados a su cargo. Es decir, son personas que trabajan por su cuenta, sin capacidad económica para contratar a nadie más. En muchos casos, ni siquiera es por elección: cuatro de cada diez de estos autónomos admiten que no contratan porque no pueden costearlo. No se trata, por tanto, de emprendedores con capital e ideas brillantes, sino de gente que no tiene otra opción para salir adelante.
Este dato encaja con una definición más precisa: son trabajadores que nadie contrata y que deben buscarse la vida como pueden. Vendedores ambulantes, limpiadoras, guías turísticos freelances, pequeños comerciantes… Todas ellas actividades de subsistencia, en sectores donde los márgenes son mínimos y la competencia brutal.
Si a eso le sumamos que casi el 90% de los autónomos canarios están en el sector servicios (comercio, turismo, actividades personales), el panorama se aclara aún más. No nos encontramos ante un boom de startups tecnológicas o de innovaciones disruptivas. Es una avalancha de autoempleo de baja escala en sectores que llevan años denunciando condiciones laborales penosas.
LA «PUERTA GIRATORIA» DEL AUTOEMPLEO: ENTRAR Y SALIR EN BUCLE
Un dato especialmente revelador es que la mitad de los autónomos canarios cesan su actividad antes de cumplir tres años. Es decir, por cada persona que se lanza a emprender, hay otra que abandona porque no puede sostener su actividad. Y no estamos hablando de grandes fracasos empresariales, sino de pequeñas iniciativas unipersonales que no dan para sobrevivir.
A nivel estatal, aunque la tasa puede variar ligeramente, diferentes estudios coinciden en que entre el 45% y el 55% de los autónomos en España cesan su actividad antes de cumplir los tres años. Es decir, uno de cada dos autónomos tampoco logra consolidarse.
Este fenómeno, que algunos economistas llaman “puerta giratoria del RETA” (el Régimen Especial de Trabajadores Autónomos), muestra también que muchos entran al autoempleo no por convicción, sino por falta de alternativas. Y cuando el negocio no da más de sí, vuelven al punto de partida: buscar trabajo, solicitar prestaciones o simplemente desaparecer del radar estadístico.
Las principales causas del fracaso del autoempleo en España son la falta de rentabilidad – muchos autónomos no alcanzan siquiera a cubrir gastos básicos: cuota a la Seguridad Social, impuestos, alquileres, suministros-; las altas cargas fiscales y administrativas, la soledad y la falta de redes de ayuda o la dependencia de uno o pocos clientes. Muchos autónomos, especialmente en sectores como el transporte, los medios o el mundo digital, dependen de un solo pagador. Esto los convierte de facto en falsos autónomos, sin la protección ni estabilidad del trabajo asalariado, pero con toda la carga de un empresario.
Para mantenerse a flote, muchos autónomos trabajan más de 10 horas al día, sin vacaciones ni descanso, lo que produce agotamiento físico y emocional. Este “esfuerzo heroico” muchas veces no se traduce en ingresos dignos y termina llevándolos al abandono.
Pese a todo, hay un grupo de trabajadores que se encuentran literalmente atrapados en el autoempleo. No logran mantener su actividad, pero tampoco encuentran otra salida en el mercado laboral formal. Están en tierra de nadie. Y lo que para las instituciones es una cifra positiva (“más autónomos”), para muchos es un círculo vicioso.
DETRÁS DEL “EMPRENDEDOR”: LA NUEVA MÁSCARA DEL TRABAJO PRECARIO
Uno de los mayores triunfos ideológicos del capitalismo contemporáneo ha sido convertir la precariedad en virtud. Al trabajador sin derechos ni estabilidad que se ve obligado a «buscarse la vida» por su propia cuenta de le llama hoy «emprendedor». Y no cualquier emprendedor: Se le presenta como a un “héroe” que “toma riesgos”, que “se reinventa”, que“invierte en sí mismo”. Este relato no solo está en los discursos empresariales o institucionales, sino que ha calado profundamente en el imaginario social.
Sin embargo, no es más que una estrategia para desplazar las responsabilidades del sistema hacia los individuos. La lógica es clara: si fracasas, lo cual – según demuestran las estadísticas – sucede en la mayoría de las ocasiones – no es porque el mercado laboral esté roto, ni porque los sectores económicos estén precarizados, ni porque no haya industria en tu región. Fracasas porque no “supiste emprender” o no fuiste lo suficientemente «proactivo». Es el capitalismo en su forma más cínica: te echa al mar sin bote y luego te culpa por no saber nadar.
En esta narrativa, desaparece por completo la figura del capitalista clásico, el que posee los medios de producción. Y con ella, también se esconden las relaciones de explotación. El nuevo “empresario de sí mismo” es una especie de proletario disfrazado, que pone su fuerza de trabajo, su tiempo, su dinero, su salud y su vida personal… todo, para subsistir en un mercado que solo le da a elegir entre la precariedad o la nada.
EL FALSO AUTÓNOMO Y LA AUTOEXPLOTACIÓN: EL MEJOR TRUCO DEL CAPITAL
En algunos casos, la cosa va más allá. Lo que en los papeles aparece como un “autónomo” en la práctica es un asalariado encubierto. No tiene autonomía real, trabaja para un único empleador, sigue horarios estrictos o «flexibilizados» de acuerdo a las imposiciones de dicho empleador, está sometido a controles… pero sin derechos laborales. Ni vacaciones, ni indemnizaciones, ni cobertura en caso de enfermedad. Esto es lo que se conoce como “falso autónomo”.
En sectores como la construcción, las plataformas digitales, el transporte o incluso la banca (como en el caso de los tasadores hipotecarios) esta figura es cada vez más común. Para el empresario, es una ganga: obtiene flexibilidad total sin asumir ninguna responsabilidad. Para el trabajador, es una trampa legal que lo deja a la intemperie.
Y para aquellos que sí operan de forma realmente independiente la situación tampoco es mucho mejor. Sin protección social ni ingresos garantizados, muchos acaban cayendo en la autoexplotación: jornadas interminables, sin fines de semana, sin descanso. El mismo trabajador que en condiciones normales exigiría un salario digno, como autónomo se “conforma” con menos, porque ya no negocia con un empleador:se enfrenta directamente al mercado. Y el mercado, como sabemos, no tiene corazón.
El filósofo Byung-Chul Han hablaba de este fenómeno cuando describía al sujeto neoliberal como “emprendedor de sí mismo”. Ya no necesita un amo que lo explote: él mismo se azota, se presiona, se culpa. Y lo hace convencido de que está ejerciendo su libertad. Es la paradoja de una «libertad» que solo sirve para seguir siendo explotado, pero ahora con una sonrisa forzada.