
¿Por qué un millonario como Musk rompe con Trump en este momento?
Elon Musk ha roto con Donald Trump, y lo ha hecho a lo grande: criticándolo abiertamente y renunciando a su puesto en la Casa Blanca. ¿Capricho personal? ¿Desacuerdo ideológico? Nada de eso. Bajo la lupa del materialismo histórico, su gesto revela una lucha interna por la hegemonía dentro del capital. Una batalla entre el viejo nacionalismo petrolero y la nueva aristocracia digital.
POR JORDI RUIZ PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
Elon Musk ha anunciado su “adiós definitivo a la Casa”, en referencia a su salida del llamado Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), y lo hizo apenas un día después de lanzar duras críticas contra Donald Trump.
Para muchos, fue simplemente una reacción temperamental de un magnate excéntrico. Pero si observamos este gesto desde una perspectiva crítica, lo que parece una “rabieta de genio” se revela realmente como una jugada estratégica en una guerra interna del capital por redefinir su hegemonía política.
UN CONFLICTO ENTRE FRACCIONES DE LA BURGUESÍA
Lo primero que conviene tratar de entender es que la burguesía no es un bloque monolítico. Ni en los EEUU ni en otras partes del mundo. En el seno de la clase dominante existen casi siempre diferentes fracciones que representan intereses particulares según el sector del capital que controlan: financiero, industrial, tecnológico, militar, etc.
En este caso, Musk representa a una fracción emergente del capital: el capital tecnoindustrial posfordista, basado en plataformas digitales, inteligencia artificial y energías renovables.
Trump, por su parte, ha sido la figura política que ha aglutinado a sectores más tradicionales del capital: el extractivismo fósil, la industria armamentista y el capital inmobiliario.
Cuando Musk rompe con Trump, lo que está haciendo no es “abandonar la política”, sino declarar la independencia política de su fracción de clase. Una fracción que ya no necesita de la figura de Trump para hacer avanzar sus intereses, y que incluso puede considerarla un obstáculo para sus planes de expansión global.
EL CAPITAL BUSCA NUEVAS FORMAS DE LEGITIMACIÓN
Trump se ha convertido en una figura tóxica para determinados sectores del capital que necesitan mantener una imagen de innovación, sostenibilidad y eficiencia frente a los ojos de consumidores globales y jóvenes inversores. Para Musk, alinearse con Trump en este contexto ya no parece ser rentable ni viable.
Musk ha entendido que el tipo de consenso que produce Trump —basado en el nacionalismo, el negacionismo climático y el racismo cultural— entra en contradicción directa con la base de legitimidad de su propio proyecto empresarial, que se sustenta en valores como el progreso tecnológico, la sostenibilidad y el cosmopolitismo digital.
UNA BATALLA POR EL CONTROL DE LA SUPERESTRUCTURA
El Estado no es un árbitro neutral, sino un instrumento de dominación de clase. La ruptura de Musk con Trump también debe leerse como una batalla por el control de ese instrumento. Cuando una fracción del capital considera que la estructura política dominante ya no garantiza adecuadamente su reproducción, impulsa una reconfiguración del poder.
En este sentido, el adiós de Musk al entorno trumpista podría anticipar una nueva orientación del capital tecnoempresarial hacia formas más “blandas” de dominación política: alianzas con el Partido Demócrata, promoción de tecnócratas neoliberales o incluso proyectos “postpartidistas” bajo la bandera de la innovación.
LA MERCANCÍA Y SU FETICHISMO
La figura de Musk ha sido mitificada como la del “genio rebelde”, pero en realidad él es una suerte de personificación del fetichismo de la mercancía en su versión del siglo XXI.
Cuando Musk dice que se va de la Casa Blanca “para centrarse en sus proyectos tecnológicos”, en realidad está desplazando la política del terreno institucional al empresarial. Pero eso no significa que abandone la política, sino que la reconduce hacia una forma más sutil y tecnocrática de dominación de clase.
En definitiva, la ruptura entre Elon Musk y Donald Trump no puede entenderse como un simple desacuerdo personal. Se trata de una expresión más del conflicto entre distintas fracciones de la burguesía por el control del aparato estatal y del sentido común dominante.
El capital, en su versión tecnoempresarial, busca ahora una nueva narrativa: una en la que la figura autoritaria de Trump ya no encaja.
Pero no obstante, no debemos dejarnos engañar. Esta “despolitización” es solo una nueva forma de ejercer poder, con otro lenguaje, pero con los mismos objetivos: preservar la dominación de clase bajo nuevas formas.
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