
¿Quién controla la riqueza que generan las islas?
Canarias, archipiélago de paisajes únicos y clima privilegiado, ha sido convertida en un engranaje más de la maquinaria capitalista global. Bajo una aparente prosperidad turística, se esconde una economía dependiente y extractiva que reproduce las lógicas del colonialismo económico del siglo pasado. La pregunta hoy no es solo si Canarias es una colonia, sino si ha sido convertida en una neocolonia moderna al servicio de intereses foráneos.
Por ERNESTO GUTIÉRREZ PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
Esta semana santa ha evidenciado las tensiones inherentes al modelo turístico canario, con una huelga en el sector de hostelería en la provincia de Santa Cruz de Tenerife. Convocada por sindicatos como Sindicalistas de Base y CCOO, la protesta ha contado con un seguimiento estimado entre el 50% y el 70%, afectando a cerca de 80.000 trabajadores en Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro.
Las demandas incluyen mejoras salariales y condiciones laborales más justas, en un contexto de creciente rentabilidad del sector. En la provincia de Las Palmas, la huelga fue desconvocada tras alcanzarse un acuerdo que contempla una subida salarial del 9% y una prima de 650 euros, evidenciando una disparidad en las negociaciones entre ambas provincias. Los problemas de fondo del sector, sin embargo, no se solventarán con meros parches coyunturales.
Canarias vive, o más bien sobrevive, bajo la hegemonía del sector turístico. Con un peso de más del 35% del Producto Interno Bruto y cerca del 40% del empleo directo e indirecto, el Turismo ha desplazado otros sectores productivos y ha hipotecado el futuro económico de las islas.
Este «monocultivo» económico no es accidental. Canarias ha sido convertida en un territorio especializado en la provisión de servicios turísticos para consumidores del centro capitalista. En otras palabras, su función es servir. Y como todo territorio que sirve, sufre.
Durante la pandemia de COVID-19, esta dependencia quedó al desnudo: la llegada de turistas cayó un 70%, generando una crisis sin precedentes. Miles de familias quedaron sin ingresos. No fue solo un accidente; fue una advertencia del futuro que este modelo encierra.
LA RIQUEZA NO SE QUEDA: FUGA SISTEMÁTICA DE CAPITALES
Uno de los aspectos más brutales del modelo turístico en Canarias es que la mayor parte de los ingresos generados no se quedan en las islas. La mayoría de los hoteles, touroperadores, aerolíneas y empresas de servicios son de capital extranjero. Según datos del ISTAC, más del 60% de las plazas hoteleras pertenecen a cadenas internacionales.
El Banco de España estimó que el 75% de los beneficios turísticos se repatrían fuera del Archipiélago. En 2019, esto supuso más de 12.000 millones de euros extraídos.
Este fenómeno no es casual, sino estructural. Las grandes corporaciones que operan en el sector —Marriott, Hilton, TUI, entre otras— no están interesadas en el desarrollo local, sino en la maximización de beneficios. Lo que se produce en Canarias no está destinado a mejorar la vida de su pueblo, sino a engordar los balances financieros de las matrices en Europa Occidental y América del Norte.
Lo que observamos es una relación de carácter neocolonial: se extrae riqueza, se exportan beneficios y se impone un modelo económico desde fuera. No se trata solo de la política de algunas empresas; es una estructura de poder económico que subordina a Canarias a intereses ajenos a su población.
¿QUÉ NOS DEJAN?
Más allá de los datos macroeconómicos, la población canaria siente en su vida cotidiana los impactos de este modelo extractivo. Los salarios en el sector turístico son bajos, los puestos más cualificados están ocupados por personal foráneo, y la precariedad laboral es la norma.
Además, el turismo masivo implica una presión insostenible sobre los recursos naturales. El consumo de agua se dispara, la producción de residuos se multiplica y los ecosistemas se degradan. La lógica capitalista del “más, siempre más” choca frontalmente con la fragilidad ambiental del archipiélago.
A esto se suma el fenómeno de la gentrificación. La expansión de los alojamientos turísticos ha disparado el precio del suelo y de la vivienda. Cada vez más familias canarias son expulsadas de sus barrios tradicionales para dar paso a inversiones inmobiliarias orientadas al turismo de élite. La vivienda, derecho básico, ha sido convertida en mercancía especulativa.
SIN SOBERANÍA, SIN FUTURO
Un rasgo alarmante de esta realidad es la ausencia de soberanía económica. Canarias no decide sobre su modelo productivo. Las políticas públicas, incluso las adoptadas por partidos con raíces locales, terminan plegándose a los intereses de las grandes corporaciones. La financiación de infraestructuras turísticas, las campañas de promoción, las exenciones fiscales… todo está diseñado para favorecer al capital foráneo.
¿Quién manda en Canarias? ¿El Parlamento o los consejos de administración de multinacionales hoteleras? ¿Los gobiernos autonómicos o los inversores inmobiliarios con sede en Berlín, Londres o Nueva York?
Decidir implica poder. Y Canarias no tiene poder. Tiene gestores subordinados. La colonización, hoy, no necesita cañones. Basta con contratos, convenios fiscales y licencias urbanísticas. La neocolonialidad no se impone por la fuerza, sino por la lógica del capital.
HACIA UNA ECONOMÍA POPULAR Y SOBERANA
Frente a esta realidad, la resistencia comienza a organizarse. Las recientes manifestaciones contra el turismo masivo, que reunieron a miles de personas en diversas islas, expresan un malestar profundo. La gente empieza a decir “basta”.
Por su parte, los trabajadores del sector se ven impelidos a incrementar el número y la intensidad de sus protestas, reclaman mejores salarios y condiciones, en puestos donde se ven obligados a trabajar un gran número de horas extra, en ocasiones no pagadas o pagadas con «dinero B», y donde la precariedad es la norma.
Pero no basta con protestar. Hay que proponer. Es urgente repensar el modelo económico. Canarias necesita diversificar su economía, recuperar el control de sus recursos, fomentar sectores como la agroecología, la pesca artesanal, las energías renovables o la economía del conocimiento.
Sobre todo, la mayoría de la población del Archipiélago necesita reapropiarse de la riqueza que genera. Que el fruto del trabajo y del territorio no se vaya por el aeropuerto rumbo a Frankfurt, sino que se quede para garantizar una vida digna a quien produce esta riqueza.