DEPORTE.- Las raíces del fútbol argentino corren el riesgo de privatización

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Un mural de Diego Maradona en una pared de su club de la infancia, Estrella Roja, en Villa Fiorito, provincia de Buenos Aires, Argentina, el 25 de noviembre de 2021. (Juan Mabromata/AFP vía Getty Images)

Emiliano Gullo

Las mayores estrellas del fútbol argentino, desde Maradona hasta Messi, se iniciaron en los omnipresentes clubes deportivos de barrio del país. Estos centros comunitarios necesitan urgentemente el apoyo del gobierno, no la despiadada privatización que ofrece el presidente de extrema derecha Javier Milei.

Buenos Aires es la ciudad con más estadios de fútbol en todo el mundo. Soló en su área central (CABA)  alberga 18 canchas con capacidad para más de 10 mil personas. Si se suma el área periférica (AMBA) que incluye los municipios contiguos de la provincia, la cifra se duplica a 36 estadios. Sólo en CABA -donde viven 3 millones de personas- existen 54 canchas públicas donde se puede jugar al fútbol de manera gratuita y libre. El número de canchas privadas para jugar de forma amateur es imposible de determinar con exactitud pero se estima que hay más de 400. Hace mucho tiempo que, en Argentina, el fútbol dejó de ser un deporte para ser un ordenador de la sociedad y un factor de poder. Acá, el fútbol, como el Peronismo, como la verdad, no es otra cosa que un campo de disputa.

Por eso no es casualidad que uno de los primeros objetivos del gobierno anarcoliberal de Javier Milei haya sido -sea- el fútbol. Mejor dicho, las actuales organizaciones civiles que dirigen los clubes del fútbol argentino. La intención del gobierno es sustituirlas por sociedades anónimas. Es decir, que los clubes no sean más de los socios -que votan y eligen a sus dirigentes- sino Sociedades Anónimas Deportivas (SAD), empresas con directorios y fines de lucro.

En medio de esta discusión, el club Estudiantes de La Plata abrió la primera ruta para los magnates internacionales al firmar un preacuerdo con el multimillonario estadounidense Foster Gillet para una inversión de 150 millones de dólares. Muchos dirigentes y referentes del fútbol argentino entendieron que este movimiento representaba el primer paso hacia la privatización definitiva del deporte más popular del país. Juan Sebastián Verón, exjugador y presidente del club, evitó esa definición y aseguró que todo se decidiría con la aprobación de los socios en una próxima asamblea. De todas maneras, el club ya había iniciado compras millonarias a través de Gillet, adquiriendo a la joven estrella de Boca, Cristian Medina, por 15 millones de dólares, una cifra inalcanzable para cualquier otro equipo del campeonato argentino. Sin embargo, después de prometer compras e inversiones multimillonarias, Gillet desapareció del mercado y se cayeron dos pases que había garantizado: Rodrigo Villagra y Valentín Gómez. En el entorno del empresario intentaron explicar la fuga. «Foster perdió el interés».

La supervivencia

La ciudad de Buenos Aires es, a su vez, la única que tiene un registro preciso: 215 clubes de Barrio. Muchos de ellos educaron a chicos que se volvieron jugadores profesionales, algunos de los cuales se convirtieron en estrellas internacionales. Otros en campeones del mundo. Como el caso de la Asociación de Fomento de Parque Chas, de donde salieron Enzo Fernández, Exequiel Palacios, Gonzalo Montiel, Guido Rodríguez, campeones en Qatar 2022. O el Club Social y Deportivo Parque, el club que más figuras lanzó en la historia de este país. Entre ellos las ex estrellas del Real Madrid, Fernando Redondo y Fernando Gago, los ex Boca Juan Román Riquelme y los actuales campeones del mundo Leandro Paredes y Alexis Mac Allister.

A 300 kilómetros de ahí, en la ciudad de Rosario, un club llamado A. Grandoli FC, recibió en 1991 a un niño de 4 años que se moría por jugar al fútbol. Se llamaba Lionel Messi y 13 años después debutaría en el Barcelona. Como el Club Parque -y tantos otros-, Grandoli sigue siendo un club de barrio con la misma vocación de recibir a cualquier chico sin que medie ningún interés económico.

Pero estos clubes no solo son responsables del enorme papel de Argentina en el panorama futbolístico mundial. Siempre desde el amateurismo y con poca ayuda estatal, estos clubes cumplen una doble función: formar deportiva y colectivamente a chicos menores de 14 años y, a la vez, amortiguar los efectos de la destrucción del tejido social. A nivel deportivo, son escuelas donde los futbolistas aprenden no sólo los movimientos básicos del deporte y sus reglas, sino los códigos y los valores que constituyen a la cultura del fútbol nacional.

Facundo González tiene 35 años, es exjugador de Club Parque y en 2019 fundó el Club Social y Deportivo El Campito, uno de los más nuevos de la ciudad.

La importancia de los clubes de barrio es que son la contención para que no estén en la calle, para que se liberen de las pantallas, porque hoy están rehenes de teléfonos y tablets. Entonces el club le da esa salud mental a los chicos. De sociabilizar, aprender a compartir. En el club hay que conversar y consensuar. Y ante una realidad tan dura como la que vive nuestro país, también funcionan como una burbuja donde los chicos y las chicas entran y pueden ser felices.

Después de que la Selección Nacional ganara la Copa del Mundo en 2022, los clubes empezaron a recibir más y más chicos en los clubes de fútbol. El Campito recibe hoy a unos 300 chicos en sus distintas divisiones de fútbol amateur.

Desde que asumió la presidencia Javier Milei, el país sufre los peores índices de recesión, desempleo y pobreza de los últimos 30 años. Destrozadas las utopías colectivas y con la nueva derecha en el poder, el espíritu del hiperindividualismo avanza en las nuevas generaciones. Hoy, como único horizonte utópico emerge una ecuación: plata rápida y fácil. En este contexto de crisis, las instituciones que no buscan el lucro -como los clubes de barrio- quedan expuestas a la ferocidad del mercado. Los clubes de barrio -primer eslabón del organismo futbolero, donde se forman los chicos desde los 3 a los 14 años- también quedarían expuestos al mercado. González lo explica así:

Los clubes de barrio atraviesan una crisis porque están en una disyuntiva entre aumentar la cuota social y los gastos de mantenimiento. Son clubes sociales y no pueden aumentar en la misma proporción que lo hace la luz, el gas, el agua. Eso hace que si no reciben ayuda del Estado u otra figura, se ven cada día más empobrecidos, sus estructuras cada vez más envejecidas y los chicos en peores situaciones.

En el caso de su ex club, Parque Chas, la «otra figura» que menciona Gonzalez tuvo nombre y apellido: Javier Saviola. El ex jugador de River Plate y Barcelona también comenzó su carrera en ese club a fines de los 80s. En 2009 el club atravesaba una crisis que parecía terminal. Los techos se venían abajo. Los vestuarios estaban arruinados. La estructura entera parecía a punto de derrumbarse. Saviola se enteró de lo que estaba sucediendo y puso la plata necesaria para revertir la situación. El entonces jugador del Málaga español rescató al club que lo crió y después de 24 meses de trabajo, reabrió sus puertas. Era junio de 2011.

«Si no fuera por Javier Saviola, este club habría desaparecido. Su club de barrio. Una sociedad de fomento. Nombreme a un jugador profesional de élite que haya hecho algo así. ¡No hay! ¡Ninguno lo hace! Parque Chas sigue vivo gracias a Javier», dijo Gabriel Rodríguez, el descubridor de Saviola, al diario La Nación.

La donación salvó al club pero también salvó -sin que nadie lo sospechara- a la selección argentina. Porque, 11 años después, un chico formado en Parque Chas convirtió el último pena para que Argentina le ganara a Francia la final del mundo. Por aquellos años, con el club recién salvado, Gonzalo Montiel combinaba sus entrenamientos entre River Plate y Parque Chas. De no ser por la intervención de Saviola, Montiel se hubiera quedado sin club, sin compañeros de entrenamiento y seguramente con una gran tristeza al ver como cerraba las puertas para siempre. Y Argentina, quizá, sin Copa del Mundo.

Club Parque o Parque Chas, ambos son apenas casos testigos de la precariedad en la que se encuentran los clubes si no hay un marco institucional y una voluntad política para que puedan mantenerse con vida. Expuestos a las crisis económicas y al abandono de la clase política, vivien bajo la dependencia de alguna mano filantrópica que los salve de la quiebra. Si alguno de esos clubes no tuvo la suerte de sacar una estrella mundial, difícil será que la consiga.

En enero de 2015 el Congreso Nacional sancionó una ley para crear el nuevo Régimen de Promoción de los Clubes de Barrio y de Pueblo. Los definió como «asociaciones de bien público constituidas legalmente como asociaciones civiles sin fines de lucro, que tengan por objeto el desarrollo de actividades deportivas no profesionales en todas sus modalidades y que faciliten sus instalaciones para la educación no formal, el fomento cultural de todos sus asociados y la comunidad a la que pertenecen y el respeto del ambiente, promoviendo los mecanismos de socialización que garanticen su cuidado y favorezcan su sustentabilidad».

Sin embargo, el actual gobierno mantiene hundido el presupuesto del régimen de promoción, que consiste en una contribución anual en base a la estructura de cada club. Todos los dirigentes coinciden en que la ayuda estatal no inciden en lo más mínimo para sostener el día a día.

Cuna de gigantes

Diego Maradona debutó en primera división en 1976 con la camiseta de Argentinos Juniors. A partir de ese momento, el club se transformó en una máquina de talentos exportables a todo el mundo. Argentinos Junior pasó a ser la cuna del fútbol argentino. Y si Argentinos era la cuna de las estrellas, Club Parque fue la incubadora. Porque antes de jugar en cancha de 11, los chicos comenzaban su formación en el club de barrio. Y, como Parque Chas, este club también estuvo derruido y a punto de caer.

En 2013, mientras uno levantaba sus puertas, el otro las bajaba. Club Parque estuvo cerrado durante siete años hasta que el ex jugador César La Paglia y otros ex compañeros juntaron un grupo de personas que invirtieron para recuperar y ampliar las instalaciones. En 2017 el club volvió a funcionar en una sede moderna, la cancha renovada, y una amplia oferta para los socios.

La Paglia (45 años) hizo sus primeros movimientos como jugador en el club que ayudó a recuperar, fue figura de la Selección juvenil, jugó en Boca y hoy es representante de jugadores. «Los clubes de barrio son muy importantes porque sirven de contención pero también sirven para educarlos. Cada chico que está en un club de barrio es un chico que no está en la calle».

Lejos de comprometerse con una política deportiva, el gobierno nacional lanzó una medida más que polémica para los jóvenes y adolescentes: autorizar a los mayores de 13 años a invertir en la bolsa de comercio.

En la actualidad, la epidemia de las apuestas virtuales devora gran parte del tiempo de los adolescentes. El 80 por ciento de las apuestas son ilegales y, según un estudio de la provincia de Buenos Aires, un 40 por ciento de los apostadores son menores de 18 años.

Así las cosas, los clubes de barrio se convirtieron en la última muralla del colectivismo. Desde los más pequeños -donde quizá en casi cien años no haya salido ningún jugador profesional- hasta los más prestigiosos, de donde surgieron tanto glorias pasadas como actuales figuras del fútbol europeo. Todos representan una afrenta quijotesca ante la atomización social generada por el capitalismo tardío.

El más pequeño

Un estallido de gritos y la explosión. La calma del barrio se rompe como una ventana destrozada por un piedrazo. El barrio es un pequeño conglomerado de calles circulares que se cruzan sin sentido y hacen de Parque Chas una burbuja de tranquilidad en medio de la Ciudad de Buenos Aires. Casas bajas, árboles, pájaros. Un silencio estridente que se irrumpe y de golpe, otra vez, la calma. Después de la explosión, gritos y festejos. El Trébol dio vuelta el partido y se impone 2 a 1 en su cancha. El gol lo hizo Simón «el kaiser» Linch, un chico de 10 años que juega de defensor y vive a cuatro cuadras de la cancha. Este fue su primer gol.

El club es -literalmente- la cancha: un rectángulo de cemento al aire libre, apto para el fútbol cinco contra cinco. A ambos costados -también de cemento- lo flanquean dos tribunas, la local y la visitante, una por lado, de tres hileras de escalones. Hacia una de ellas fue corriendo el niño Linch para festejar el gol con su madre. Hoy es un sábado cualquiera pero para estos chicos es especial porque hay partido. La cancha donde juegan es de El Trébol pero también es del barrio. Cuando no hay partido oficial, cualquiera puede entrar y usarla. No hay que pagar y tampoco hay límite de hora.

Salvo los días que juega El Trébol. En esos momentos, la cancha amanece rodeada de una lona verde adherida a las rejas que circundan. Es que para ver cómo juegan los chicos, hay que pagar 2 mil pesos la entrada. Un poco más de 1 dólar. Eso -y la cuota mensual de 10 mil pesos- son los únicos ingresos. El Trébol es el más pequeño de los 215 clubes de barrio registrados oficialmente por la administración de la Ciudad que sobrevive sin otro fin que darle alegría (y formación deportiva y social) a chicos y chicas de los barrios porteños. Aunque ahora se vean amenazadas por el espíritu privatizador que recorre el país.

En Parque Chas todo está hecho a una escala diferente al resto de la ciudad. Salvo las casas, que suelen ser chalets con terrazas y jardines, todo es pequeño. Las veredas y las calles son más angostas. Los árboles más verdes. Los silencios más callados.

Fundado en 1943, el Club Social, Deportivo y Cultural El Trébol tiene su estadio público en la Plaza Éxodo Jujeño, epicentro de esta comarca con lógica de laberinto. Frente a la plaza, apenas distinguida por letras amarillas, se encuentra la sede social, una vivienda que fue donada por una familia del barrio y que hoy es un pequeño salón donde, a veces, los jubilados se juntan a jugar partidas de juegos de mesa. Se practican artes marciales y boxeo. Es el hermano menor de la Asociación de Fomento Parque Chas que salvara Saviola hace 14 años. Los separan apenas unos 150 metros.

Un mito urbano cuenta que hace muchos años -cuando Buenos Aires todavía estaba en formación- un grupo de personas se animó a atravesar estas calles ciegas. Pero terminó encerrado en el barrio laberinto. Cansados de intentar salir, los aventureros decidieron establecerse en la nueva comarca, llena de árboles y pájaros. Así -dice el mito- se formó el barrio de Parque Chas.

Jorge Princic es el presidente de El Trébol, donde concurren unos 230 chicos y chicas, además de unos 60 niños de entre 3 y 6 años. Todos para jugar al fútbol. El Trébol, como muchos otros clubes, subsiste con la ayuda de sus socios. Pintan la cancha. Sueldan los arcos que se rompan. Limpian la cancha. Arreglan lo que haya que arreglar. La última categoría, después del partido, se encarga de levantar la basura que haya quedado después de la jornada.

Dice Princic. «Nosotros funcionamos más como comunidad que como club. Con una lógica cooperativista. Este es un lugar de formación. Viene el hogar, la escuela, y nosotros. Les damos valores morales, ser solidarios, ser compañeros, respetar al rival. Que los chicos confíen entre ellos.»

Estos clubes constituyen algunos de los pilares básicos de la sociedad argentina. Sobrevivieron a la dictadura y probablemente sobrevivirán también a la «motosierra» anarcocapitalista de Milei. Un gobierno digno de gobernar invertiría directamente en ellos. Hasta entonces, tendrán que depender de los mismos valores sociales que los han mantenido vivos.

Quizá sea por eso que Princic dice antes de colgar el teléfono. «Nadie gana o pierde solo un partido. Nadie se salva solo».

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