BALONCESTO.- La única mancha del génesis: Una historia contra la historia, por Gonzalo Vázquez

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La única mancha del génesis: Una historia contra la historia, por Gonzalo Vázquez
Gonzalo Vázquez

No es de dominio público que todavía hoy sigue peleando por hacerse oficial una teoría alternativa al origen e invención del baloncesto, como una historia maldita con sede en Herkimer

Herkimer es un pueblecito situado en el centro del estado de Nueva York, de unos pocos miles de habitantes y de aspecto análogo a los fronterizos de Canadá. Precisamente el vecino del norte tendrá siempre su cuota y referencia por el nacimiento del baloncesto, dado que su inventor, James Naismith, nació, creció y se formó en sus tierras, entre Almonte y Montreal, hasta que rozando la treintena aceptó el cargo de director de Educación Física de la escuela de la YMCA en Springfield (Massachusetts). La historia es de sobra conocida. El responsable del centro, el Dr. Luther Gulick, pidió a Naismith un juego de interior, un deporte a salvo del intenso frío invernal y del tedio que suponía a los alumnos la gimnasia entre paredes. El profesor salvó el reto con la invención que conocemos como baloncesto y que nos ha traído hasta aquí, y así Naismith y Springfield entraron por derecho propio en el mausoleo mundial del deporte.

No así Herkimer, que en el silencio de sus calles sigue suspirando por un reconocimiento que nunca llega. En ese pueblo unos pocos valientes, sucedidos en generaciones, aún libran una batalla imposible, un afán historiográfico por atribuir la invención del baloncesto, no a Naismith y su sede de Springfield, sino a un joven de origen austriaco (sueco en otras fuentes), de nombre Lambert Will, y a la pequeña Herkimer como germen. El joven Will se ganaba la vida recolectando la cosecha de coles, que había que introducir en grandes cajas, una tarea repetitiva que para ahorrar tiempo precisaba de una destreza, como si dijéramos, para hacerlo en canastas a metros de distancia. A la tierna edad de quince años (aunque algunas fuentes varían, se ha documentado su nacimiento en 1876) el joven fue gestando la idea de que algo así podía ser un juego, un deporte al que poder dar forma, que de hecho él la dio, y en algún momento muy próximo a la invención que conocemos, una correspondencia por carta con Naismith daría a este la clave de lo que andaba buscando. En una de esas cartas, alegarían, Will invitaba a Naismith a que formara un equipo para medirse a Herkimer.

Aún hoy, en pleno siglo XXI, todavía quedan litigantes de este viejo e irresoluble asunto. Uno de ellos, Scott Flansburg, a quien la pasada primavera el periodista del Washington Post, Ben Strauss, visitó en Herkimer para que le explicara todo este enredo que se pierde ya en la noche de los tiempos. Flansburg, asistido por otro vecino de la localidad, Vincent Furnier, lleva años de lucha baldía para que la historia haga justicia al caso que defiende; años reuniendo fondos en su investigación y una especie de museo en memoria de su inventor, Lambert Will, que habría creado también el primer equipo de baloncesto de la historia, los Herkimer Originals. Sus esfuerzos cristalizaron la pasada primavera en un libro de título revelador: Nais-MYTH: Basketball’s stolen legacy, para cuya elaboración Flansburg logró reunir a tres historiadores, los mismos que destaparon tiempo atrás la Black Ice, una liga de hockey negro que ahora sí se referencia en la historia de ese deporte.

El momento álgido de la cuestión, cuando de veras cobró importancia y visos de realidad, data de 1952, por un libro de memorias –I Grew Up with Basketball–, obra Frank J. Basloe, un inmigrante judío de origen húngaro, cuya historia sí está documentada. Basloe fue un promotor del juego a principios del siglo XX, con Herkimer como base de operaciones, donde fundó un equipo itinerante cuyo nombre, Globe Trotters, tomaría dos décadas después la legendaria formación de Harlem. El libro de Basloe, de recuerdos y experiencias vividas por el noreste del país, acreditaba a Lambert Will como el autor de varias reglas originales del juego, entre ellas el salto inicial, y una relación epistolar con Naismith a través de la red YMCA durante el otoño de 1890 (tiempo antes de la llegada de Naismith a Springfield, o sea, de la solicitud para que inventara un juego). Basloe relataba que Lambert Will experimentó con alumnos de la escuela de Herkimer la idea que le rondaba la cabeza –un protobaloncesto– hasta completarla, y organizar un primer partido oficial entre su formación y un grupo de empresarios del área, un 7 de febrero de 1891, es decir, diez meses antes del génesis de Springfield. El libro también atribuye a Will la creación del primer aro, manufacturado por Herkimer Iron Works, el primer tablero y la primera red, cosida por su propia madre. La joya de la corona era una vieja fotografía de un equipo de baloncesto, aquel original de Herkimer, en cuyo frente aparecía un balón fechado en la temporada 91-92, lo que sugería que mientras Naismith se devanaba los sesos en su despacho de Springfield por inventar un juego, ese juego ya se disputaba a un centenar de millas de allí. La fuerza subversiva de aquella imagen hizo que los editores del libro Nais-MYTH la llevaran a su portada.

Los historiadores encargados de la obra encontraron, en los archivos de Basloe, correspondencia con su editor. En una de aquellas cartas Basloe le pedía adjuntar pruebas de la invención de Lambert Will, lo que suponía refutar la historia oficial, una suerte de eso que hoy conocemos como negacionismo. El editor rechazó hacerlo, evitando con ello el riesgo de una demanda, que una cosa eran unas memorias y sugerencias de interés, y otra distinta una impugnación de ese calibre. Entre los testimonios que Basloe pretendía incluir, uno aseguraba que fue Will quien envió sus reglas a Naismith y no al revés.

A lo largo de todo este tiempo otras pruebas a favor se sustentaban en una información de 1898 del Syracuse Herald por aquel primer equipo de Herkimer, cuyos orígenes fechaban en el otoño de 1891. Otro apoyo se situaba en un artículo perdido del New York Daily Press que coincidía con el cronograma de Basloe y la célebre fotografía de la temporada 91-92, que probaría que aquel equipo pudo dar sus primeros pasos poco después del verano de 1891. Un artículo de 1940 en la prensa local de Little Falls, población vecina a Herkimer, celebraba los cincuenta años del baloncesto dando a Will la condición de inventor. En los diarios de Basloe se incluían conversaciones con Will, y la pregunta de por qué no había reclamado nunca su invención. Según Basloe, Will le dijo que no buscaba gloria alguna y que le bastaba con “el enorme placer” que había brindado “a tanta gente”.

A finales de los años cincuenta, cuando Will era octogenario (falleció en 1964), fue aprobado el proyecto para la construcción en Springfield del museo que hoy conocemos como Naismith Memorial Basketball Hall of Fame. Solo entonces Basloe y Will amenazaron con emprender acciones legales contra sus responsables, que sin embargo aceptaron una reunión en la que los demandantes defenderían su caso. Sin pruebas determinantes, los dos hombres pudieron desviar la causa centrándose en exceso en derrumbar la contraria. Ellos cuestionaban la invención de Naismith con arreglo a defectos de forma. Por ejemplo, la fecha manuscrita bajo las trece reglas originales aparece retocada, con tachones en diferentes líneas (que han sido atribuidos a la autoría original, como quien corrige sobre la marcha). Incluso en la autobiografía de Naismith es posible apreciar una fecha que no correspondería con la oficial, sino en febrero de 1892. Y finalmente, alegarían también las diferentes versiones dadas por Naismith en distintas etapas de su vida, cosa que dirimir entre inspiración divina la víspera de aquel primer embrión en el gimnasio, o bien, por semanas de trabajo a base de prueba y error. [Nota del autor: la realidad fue una mezcla de ambas: Naismith esbozó con tiempo la idea, que concluyó la noche víspera del primer ensayo, entregado a dos casualidades: que no hubiera cajas y sí cestos de melocotón, y que el pie de la balaustrada estuviera a diez pies del suelo]. De aquella malograda reunión daría cuenta Associated Press: “Cinco horas de sesión por el verdadero lugar de nacimiento del baloncesto no lograron resolver el problema”. Y así Springfield, apoyada por los más importantes organismos nacionales, siguió adelante con su plan, quedando desde entonces la resistencia de Herkimer como una molestia sin pie de página, un grupúsculo objetor al que no hacer mayor caso.

No obstante, el museo de Springfield obraría de manera algo turbia. En noviembre de 1994 descendientes de Basloe y Will fueron invitados a un acto en la tercera planta del edificio, como si ahora estuvieran dispuestos a acreditar de algún modo el papel de Lambert Will en los orígenes del juego. Los familiares donaron algunos artículos y archivos que habían pasado de generación en generación. Lo hicieron de buena fe sin tener en cuenta que aquel acto fue cerrado y sin medios de comunicación. De aquella entrega de material no queda hoy prueba alguna. El centro eliminaría toda mención a Basloe y Will que pudiera cuestionar lo más mínimo a Naismith y el fundamento de su obra.

El bisnieto de Lambert Will, Phil Baruth, senador hoy por el estado de Vermont, ha tratado inútilmente de recuperar las donaciones sin obtener respuesta. En la última comunicación, el museo rechazaría exponer una copia del libro Nais-MYTH. Uno de los historiadores del museo, Matt Zeysing, alegaría que una vez estudiado todo no habían encontrado ninguna evidencia, postura apoyada por otro documentalista del museo, Jeffrey Monseau, que tras reunirse con el grupo de Herkimer negó la existencia de pruebas, incluida la correspondencia entre Will y Naismith. Monseau se apoyaba en que la célebre fotografía del equipo de Herkimer contaba efectivamente con la inscripción 91-92, pero que esta había sido añadida con posterioridad a los negativos. Y que las dudas de aquel grupo contra las trece reglas originales tenían su causa en que probablemente había varias copias que se repartieron por el área en aquellos primeros días. En definitiva, que nada de lo aportado invalidaba la historia de Naismith, que contaba en su favor con la primera difusión de las reglas del baloncesto, registrada debidamente en un boletín de la YMCA a principios de 1892 enviado desde Springfield. Ese mismo mes, un 11 de marzo, el periódico de la localidad daba prueba del suceso.

Conviene también reseñar que Herkimer y Springfield no están solas en la crucial misión de ser reconocidas como el lugar de nacimiento del baloncesto. La localidad canadiense de New Brunswick lleva años luchando por un reconocimiento que tampoco llega, y que en su caso defiende contar con la cancha más antigua del mundo. Y otra población, Holyoke, también en Massachusetts, defiende que el baloncesto se inventó allí. Más de un historiador de prestigio ha evidenciado que las pruebas del origen son varias y distintas, pero que la historia, al igual que las guerras, la escriben los ganadores. Y aquí hay uno, avalado por demasiadas pruebas irrefutables, y desde mitad del siglo pasado, también por demasiados organismos (y patrocinadores), lo que equivale para los centinelas de la historia a no andar mareando ya la perdiz.

En el trabajo de Strauss, se añadía que Flansburg ha empleado ya más de 300 mil dólares en su proyecto (a través de entidades públicas y fondos privados), y que un tercio sirvió para sufragar la investigación del libro, una gran parte con el objetivo de autentificar la vieja fotografía con la inscripción 91-92. Que el propósito final del grupo negacionista que dirige –a través de una fundación conocida como Herkimer 9– no es tanto atacar el legado de Naismith como asegurar un lugar en la historia para sus antepasados, algún tipo de certificación que honre el legado de Lambert Will. Esta última postura, mucho más suavizada y hecha pública por los diversos canales de la fundación, ha terminado dando resultado. El pasado 21 de diciembre, en el comunicado oficial emitido por el Salón de la Fama con el elenco de nominados a ingresar este año, aparecía finalmente el nombre de Lambert Will. El jurado agradecía el papel jugado por el grupo Herkimer 9, y los historiadores George Fosty, su hermano Darril Fosty y Brion Carroll, en el esclarecimiento de un legado acreedor, por fin, a un justo tributo.

Llegados aquí, el problema principal derivado de toda esta batalla reside en la vaguedad de un lado y la claridad (perfectamente documentada) del otro. Que Springfield solo ha dado su brazo a torcer cuando en el litigio –que nunca alcanzó la vía legal– una de las partes accedió a suprimir cualquier recurso que hiciera sombra a la historia oficial. Y este es el hecho crucial: que el reconocimiento solo ha llegado cuando la otra parte admite no cuestionar más a Naismith como sumo creador. Probablemente toda solución habría llegado mucho antes de no haber sido pasto de las llamas la vieja sede de la YMCA de Herkimer, donde reposaban multitud de archivos que, tal vez, habrían confirmado que el baloncesto pudo nacer un año antes de lo que la historia indica. 

En todo caso se hace finalmente justicia a Herkimer, como parte sagrada del cinturón original que actuó, entre 1891 y 1893, como cuna original del baloncesto. El área se extendía por los cuatro estados de Nueva York, Massachusetts, Nueva Jersey y Pensilvania, cobrando especial importancia las sedes de Springfield, Albany, Troy, Holyoke, Herkimer, Little Falls, Amsterdam, Mohawk, Ilion, Utica, Syracuse, Ithaca, Cornell y Rochester.

Gonzalo Vázquez

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