Federico García Lorca / Federico García Lorca
No es este propiamente un texto periodístico, sino la reproducción de un discurso pronunciado tras el estreno de su Mariana Pineda. Salvo pequeños detalles discursivos, bien podría calificarse de artículo esta narración cargada de poesía, en la que Federico García Lorca cuenta los pormenores del montaje de la obra sobre la heroína ejecutada en 1831 por orden de Fernando VII. Sección coordinada por Juan Carlos Laviana.
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Hace seis o siete años terminé la última escena de María Pineda. La obra recorrió varios teatros, y en medio de los más calurosos elogios me la devolvían, unos por atrevida; otros, por difícil. Margarita Xirgu la leyó y a los dos meses comenzaron los ensayos para hacerla viva en escena.
Públicamente, y en Granada, donde duerme su sueño de amor mi distinguida heroína, he de manifestarle mi agradecimiento y expresarle de manera fría y razonada la profunda admiración que siento por su labor en el teatro de nuestro país; porque ella es la actriz que rompe la monotonía de las candilejas con aires renovadores y arroja puñados de fuego y jarros de agua fría a los públicos dormidos sobre normas apolilladas.
Margarita tiene la inquietud del teatro, la fiebre de los temperamentos múltiples. Yo la veo siempre en una encrucijada, en la encrucijada de todas las heroínas, meta barrida por un viento oscuro donde la vena aorta canta como si fuera un ruiseñor.
Son tres mil mujeres mudas las que la rodean: unas llorando, otras clavándose espinas en los senos desnudos, algunas pretendiendo arrancar una sonrisa a su cabeza de mármol, pero todas pidiéndole su cuerpo y su palabra.
Sombras vacías que la actriz ha de llenar con su carne flexible y su sangre generosa.
El sueño de Margarita Xirgu sería poder satisfacerlas a todas. Lo mismo a la que viene con la corona del drama griego, como la que se acerca con el pijama y el llanto contenido de la pasión nueva.
«Yo he cumplido con mi deber de poeta oponiendo una Mariana viva, cristiana y resplandeciente de heroísmo frente a la fría, vestida de forastera y libre-pensadora del pedestal»
Por eso se vistió de Mariana Pineda. En la muchedumbre de las masas poéticas, Mariana Pineda venía pidiendo justicia por boca del poeta. La rodearon de trompetas y ella era una lira. La igualaron con Judit y ella iba en la sombra buscando la mano de Julieta, su hermana. Ciñeron su garganta partida con el collar de la oda y ella pedía el madrigal libertado. Cantaban todos el águila que parte de un aletazo la dura barra de metal, y ella balaba mientras como el cordero, abandonada de todos, sostenida tan sólo por las estrellas.
Yo he cumplido con mi deber de poeta oponiendo una Mariana viva, cristiana y resplandeciente de heroísmo frente a la fría, vestida de forastera y libre-pensadora del pedestal.
Margarita ha cumplido su deber de actriz llenando con su voz y su gesto apasionado la bella sombra desgraciada, médula y símbolo de la Libertad.
Los dos damos las gracias más efusivas por este cordial homenaje… Yo con un poco de vergüenza. Éste es el tercero o cuarto banquete qué me ofrecen por este motivo, y me parece demasiado.
Mi drama es obra débil de principiante, y aun teniendo rasgos de mi temperamento poético, no responde ya en absoluto a mi criterio sobre el teatro.
«Si algún día, si Dios me sigue ayudando, tengo gloria, la mitad de esta gloria será de Granada, que formó y modeló esta criatura que soy yo»
Por otra parte, me da cierto pudor este homenaje en Granada. Me ha producido verdadera tristeza ver mi nombre por las esquinas. Parece como si me arrancaran mi vida de niño y me encontrase lleno de responsabilidad en un sitio donde no quiero tenerla nunca y donde sólo anhelo estar en mi casa tranquilo, gozando del reposo y preparando obra nueva. Bastante suena mi nombre en otras partes. Granada ya tiene bastante con darme su luz y sus temas y abrirme la vena de su secreto lírico.
Si algún día, si Dios me sigue ayudando, tengo gloria, la mitad de esta gloria será de Granada, que formó y modeló esta criatura que soy yo, poeta de nacimiento sin poderlo remediar.
Ahora más que nunca necesito del silencio y la densidad espiritual del aire granadino para sostener el duelo a muerte que sostengo con mi corazón y con la poesía.
Con mi corazón, para librarlo de la pasión imposible que destruye y de la sombra falaz del mundo que lo siembra de sol estéril; con la poesía, para construir, pese a ella que se defiende como una virgen, el poema despierto y verdadero donde la belleza y el horror y lo inefable y lo repugnante vivan y se entrechoquen en medio de la más candente alegría.
Mil gracias otra vez. Mil gracias a la maravillosa intérprete de Mariana Pineda, y gracias en nombre de ella a vosotros.
Fuente: Zendalibros