
Una foto de 1941 muestra a Woody Guthrie (extremo izquierdo) y Pete Seeger (segundo por la derecha) actuando con los Almanac Singers. (Michael Ochs Archives / Getty Images)
Antes de que Bob Dylan fuera Bob Dylan, era discípulo de Woody Guthrie. Pero Guthrie y sus contemporáneos eran más que cantantes folk: eran radicales incluidos en las listas negras, que le dieron forma a la música estadounidense mientras se enfrentaban al anticomunismo.
En 1960, un joven Robert Zimmerman, que había comenzado a hacerse llamar «Bob Dylan», peregrinó desde las gélidas llanuras de Minnesota a Nueva Jersey. Su destino: el lecho hospitalario de su ídolo enfermo, el legendario héroe folk Woody Guthrie. Robert estaba obsesionado con Woody o, más bien, con la figura mítica que Guthrie había creado en sus memorias, Bound for Glory. El libro describía a Guthrie como un trovador folk que viajaba en tren y cantaba en campamentos de vagabundos, sindicatos y tabernas, armado únicamente con una guitarra y una armónica. El biógrafo Clinton Heylin describió al Dylan de esa época como alguien totalmente inmerso en su «fase Guthrie».
La película A Complete Unknown, inspirada en el libro Dylan Goes Electric, de Elijah Wald, volvió a poner a Dylan en el punto de mira. Sin embargo, la descripción de su historia pasa por alto un hecho histórico clave: tanto Pete Seeger como Woody Guthrie, figuras centrales en la carrera de Dylan y en la narrativa de la película, eran comunistas. Dadas las limitaciones de lo que puede captar una película, vale la pena volver a visitar la época anterior a A Complete Unknown para ver cómo se moldearon estas influencias de los primeros años de Dylan.
Cuando Seeger y Guthrie cantaban por sus vidas
«No estoy seguro de si estos tipos van a intentar interrumpir la reunión», le confesó Robert Wood a Pete Seeger y Woody Guthrie, con la mirada fija en la fila de hombres alineados al fondo de la sala del sindicato. Era 1940 y la huelga de la refinería Mid-Continent se prolongaba desde hacía más de un año, con episodios violentos que incluían atentados con bombas, tiroteos e incluso ataques con ácido. Ese día, la sala acogía a sesenta trabajadores agotados y a sus familias, apiñados bajo la mirada severa de los hombres del fondo, cuya lealtad, ya fuera a la policía, a la Guardia Nacional o a la compañía petrolera, seguía siendo una incógnita.
Seeger y Guthrie se habían conocido hacía poco, pero cuando Guthrie invitó al joven músico a un viaje por carretera a Texas, Seeger no lo dudó ni un segundo. Ambos compartían la creencia de que el socialismo y la música folk estaban entrelazados y de que sus objetivos revolucionarios se expresaban mejor a través de la autenticidad de la música folk. Seeger afirmó más tarde, en una carta sellada dirigida a sus nietos en 1956, que «ser comunista me ayudó, creo, a ser mejor cantante y folclorista, así como un ciudadano más desinteresado».
Lo que ocurrió en ese viaje por carretera es ya legendario. Tocaron su música en bares para recaudar dinero para el combustible, recogieron a autoestopistas curiosos (entre ellos un hombre sin piernas llamado Brooklyn Speedy) y, en más de una ocasión, escaparon por poco de la cárcel.
Cuando llegaron a Oklahoma, Woody se puso en contacto con el Partido Comunista local, que envió a los organizadores del partido Robert e Ina Wood para que los acompañaran. Los Wood organizaron una especie de mini gira y los llevaron a cantar para los residentes empobrecidos de Hooverville, para la Alianza de Trabajadores Desempleados y para los trabajadores petroleros en huelga. Fue el comienzo de una amistad y una colaboración que duraría toda la vida, pero en ese momento no estaba claro si esa parada terminaría con su arresto o con algo mucho peor.
Esa noche, en el salón del sindicato, cuando la tensión amenazaba con estallar, Robert Wood tuvo una idea novedosa para calmar los ánimos. «A ver si consiguen que todo el mundo cante», les indicó a Guthrie y Seeger. Ninguno de los dos estaba del todo seguro de poder desempeñar el papel de pacificadores. Seeger, con solo veintidós años, era más un admirador que un colaborador del entonces poco conocido, aunque muy respetado, Woody Guthrie. Además, en muchos aspectos, eran opuestos. Guthrie era bajito, franco, huérfano desde pequeño y había pasado sus primeros años viajando en trenes y cantando en bares. Seeger, por el contrario, era alto, de voz suave, había abandonado Harvard y no tenía ni idea de cómo viajar en tren. Sin embargo, a pesar de sus diferencias, ambos compartían un profundo compromiso con la música y la política, y consideraban a la música folk como la voz de las contradicciones de Estados Unidos: su belleza y su tragedia, su diversidad y sus luchas. Unidos en su oposición a las duras realidades del capitalismo, ambos veían en el Partido Comunista la perspectiva de una sociedad más justa e igualitaria.
Seeger había sido miembro de la Liga Juvenil Comunista en Harvard antes de, en sus propias palabras, «graduarse en el Partido Comunista». Guthrie se vio envuelto en las luchas relacionadas con el partido a través de su programa de radio en California: el primer agente de Guthrie, Ed Robbin, era el presentador del programa anterior al suyo y editor de People’s World, el periódico del PC en la costa oeste. Guthrie acabaría escribiendo una columna diaria para el periódico, titulada «Woody Sez». Como artistas, buscaban encarnar la visión del escritor comunista Mike Gold de un «Shakespeare con mameluco», una voz cultural para las luchas sociales de la época.
Aquella noche, en el salón del sindicato, esas luchas quedaron plenamente de manifiesto. Cualquiera de los presentes habría notado el cambio radical en el ambiente cuando Guthrie y Seeger sacaron sus instrumentos. Mientras los invitados indeseados observaban la sala desde el fondo, todos los trabajadores y sus familias comenzaron a cantar. Aunque solo fuera por un momento, las tensiones se disiparon. «Quizá fue la presencia de tantas mujeres y niños lo que los disuadió», reflexionó Seeger más tarde. «O quizá fue el canto».
La Casa del Almanaque
Quizás fue el canto lo que, más adelante en ese mismo año, llevó a la detención de Ina y Robert Wood en su tienda, la Progressive Bookstore. Fueron condenados a diez años de prisión por violar la Criminal Syndicalism Act (Acta del Sindicalismo Criminal, un conjunto de leyes destinadas a criminalizar actividades consideradas subversivas, especialmente las asociadas con el sindicalismo revolucionario, el anarquismo o el comunismo). Según esta ley, era ilegal vender libros que defendieran el sindicalismo revolucionario o el sabotaje. Entre los títulos supuestamente subversivos se encontraban obras como la Constitución de los Estados Unidos, la Biblia y la biografía de Benjamin Franklin escrita por Carl Van Doren.
La «caza de brujas» de Oklahoma en 1940 dio paso a una de las primeras listas negras estatales, lo que obligó a huir a Nueva York a otra música e intérprete radical de Oklahoma, Agnes «Sis» Cunningham. Miembro del grupo de teatro de izquierda Red Dust Players, Cunningham había llamado la atención del FBI, que la describió como «muy activa con el elemento comunista».
Pete Seeger estaba ocupado con el papeleo cuando Sis Cunningham y su marido Gordon Friesen llegaron a la Almanac House, el apartamento de Greenwich Village donde se utilizó por primera vez el término «hootenanny» para describir una reunión informal e improvisada de música folk con participación abierta. (Las hootenannies de los domingos por la noche también ayudaban a pagar el alquiler). Seeger se levantó de un salto para darles una calurosa bienvenida y les presentó a Lee Hays, que estaba absorto convirtiendo un par de cucharas en un instrumento musical, y a un guitarrista de Oklahoma con el pelo revuelto: Woody Guthrie. Cunningham y Friesen se mudaron pronto y Sis, que tocaba el acordeón, se convirtió en un miembro fundamental del grupo.
Poco después de su fatídica gira por Oklahoma, Guthrie y Seeger unieron sus fuerzas en la ciudad de Nueva York, donde Almanac House pasó a formar parte de una comuna urbana de cantantes folk de izquierda. Era una mezcolanza de músicos, radicales y vagabundos unidos por dos cosas: la música y la visión de un mundo mejor.
Aquí, la narrativa desgarrada de Guthrie se unió a la refinada maestría musical de Seeger. Escribieron e interpretaron canciones que plasmaban las luchas de la gente común, desde mineros del carbón hasta aparceros, y lanzaron álbumes impregnados del lenguaje de la lucha de clases.
Los Almanac Singers eran abiertamente políticos. Sus canciones solían seguir «la línea del partido», pasando de los himnos antifascistas a las «canciones de paz» aislacionistas durante el breve periodo del Pacto Molotov-Ribbentrop, para luego volver a luchar contra los fascistas tras la invasión nazi de la Unión Soviética. Los críticos tacharon este giro político de ingenuo u oportunista, pero para Guthrie, Seeger y sus compañeros, estos cambios reflejaban la urgencia de su época.
Como explicó Seeger en una entrevista de 2006, el Reino Unido y los Estados Unidos habían tolerado a Adolf Hitler con la esperanza de que atacara a la Unión Soviética. Pero Joseph Stalin trastocó sus planes al firmar un pacto de no agresión, que suspendió temporalmente esa expectativa. Los comunistas llevaban mucho tiempo luchando contra el fascismo en España, Alemania e Italia, instando a la Sociedad de Naciones a actuar, pero consideraban que la guerra era imperialista hasta que los nazis invadieron la URSS. Esto transformó por completo el conflicto en un ataque al socialismo, lo que llevó a Woody a decirle a Pete: «Supongo que ya no cantaremos canciones de paz».
Los Almanac Singers eran famosos, al menos en las páginas del Daily Worker. El columnista Mike Gold, uno de sus primeros seguidores, vio en ellos algo más inspirador que el Composers’ Collective. «En el Daily Worker éramos famosos», dijo Seeger en una entrevista, «pero desconocidos en otros lugares». Así sentaron las bases de lo que estaba por venir.
Los primeros músicos en ser cancelados fueron los comunistas
En 1950, la canción «Goodnight, Irene» de los Weavers era número uno en las máquinas de discos. En 1951, sus éxitos —«Tzena», «Kisses Sweeter Than Wine» y «So Long, It’s Been Good to Know Yuh»— estaban en todas partes. Estas canciones, arregladas con suaves cuerdas, flautas y tempos lentos, ofrecían una versión pulida y radiofónica del folk. Ningún grupo folk de la escena musical neoyorquina había alcanzado tales cotas.
Pero su fama duró poco. Uno de sus miembros, Pete Seeger, fue el único músico mencionado en Red Channels, el infame folleto de 1950 que denunciaba vínculos comunistas entre figuras culturales. Con el respaldo del FBI a las listas negras, los Weavers se convirtieron en el primer grupo musical en ser verdaderamente «cancelado», en el sentido moderno de la palabra. Se cancelaron sus apariciones en televisión y sus conciertos suspendidos, incluyendo el de la Feria Estatal de Ohio. El gobernador de Ohio, Frank Lausche, recibió personalmente documentos confidenciales del FBI, directamente de J. Edgar Hoover, antes de suspender su actuación, aunque la decisión fue tan sorpresiva que el nombre de la banda aún aparecía en los programas. Variety señaló que fueron «el primer grupo cancelado en un café de Nueva York por supuestas afiliaciones de izquierda».
La rebeldía de Seeger no hizo más que agravar sus problemas. Cuando testificó ante el Comité de Actividades Antiamericanas (HUAC) en 1955, Seeger se negó a acogerse a la Quinta Enmienda o a dar nombres. En su lugar, cuestionó la autoridad misma del comité para interrogar a los estadounidenses sobre sus creencias, citando implícitamente la Primera Enmienda. Como resultado, fue tildado de «testigo hostil». Para entonces, la lista negra había truncado las carreras de los Almanac Singers, los Weavers y del propio Seeger. En 1956, fue citado por desacato al Congreso, junto con Arthur Miller y el buen amigo de Albert Einstein, el Dr. Otto Nathan.
Woody Guthrie nunca alcanzó el nivel de fama de los Weavers, y nunca fue mencionado en Red Channels. Mientras el espíritu de la nación se veía sofocado por los juicios anticomunistas, la salud de Woody comenzó a deteriorarse. Siguió los pasos de sus padres: desarrolló la enfermedad de Huntington, como su madre, y, en un trágico eco de su padre, se incendió accidentalmente. Las quemaduras le inutilizaron el brazo y la mano derechos. Pronto empezó a entrar y salir de los hospitales, hasta que un día ingresó definitivamente.
A pesar de la represión, Seeger se mantuvo desafiante. Y siempre recordaba con cariño aquella época: «Me hizo crecer», reflexionó más tarde. Su música había sido considerada por el Gobierno más poderoso del mundo como un arma digna de ser desarmada.
Una lucha y una canción
Aunque Seeger encontró su público más tarde en la vida, nunca escapó del todo de la mira del anticomunismo. Fue incluido en la lista negra del programa de televisión Hootenanny y vilipendiado por visitar Vietnam del Norte durante la guerra de Vietnam, aunque figuras como Johnny Cash salieron en su defensa, definiéndolo como «uno de los mejores estadounidenses y patriotas que he conocido». También se unió a la nueva ola de cantantes folk que se desplazaron al sur para apoyar las acciones en favor de los derechos civiles, que tuvieron lugar a lo largo de la década de 1960.
Su historia es más que una nota al pie en la vida de Bob Dylan. El autor de Dylan Goes Electric, Elijah Wald, escribió en una publicación de Facebook ya eliminada que A Complete Unknown «no hace justicia ni al humor ni al compromiso político de aquel mundo». El legado de Dylan es complejo, y restarle importancia a las mayores influencias de sus inicios no le hace ningún favor.
Para Woody Guthrie y Pete Seeger, la música folk nunca fue solo música, sino memoria, resistencia y un recordatorio de que, incluso en los momentos más duros, las canciones más sencillas pueden seguir transmitiendo la perspectiva de un mundo mejor. Al escribir sobre Guthrie, Mike Gold planteó una pregunta: «¿Hacia dónde nos dirigimos todos los que hemos apostado nuestras vidas por las democracias? ¿Quién puede decirlo?». Encontró la respuesta en las canciones «duras y dolorosas» de Guthrie, canciones que «apestan a pobreza, suciedad y sufrimiento genuinos». «La democracia es así», escribió, «y es una lucha y una canción».
Quizás sea hora de una nueva «fase Guthrie», hora de levantar nuestras máquinas contra el fascismo, como hicieron en su día los cantantes folk comunistas, atreviéndonos a imaginar un mundo nuevo.