Fuentes: Rebelión
Antes de trabajar en inteligencia artificial, ¿por qué no hacemos algo sobre la estupidez natural? (Steve Polyak)
Cuando la Unión Soviética lanzó el primer satélite creado por el hombre, Sputnik, en octubre de 1957, el impacto sobre Estados Unidos fue inmediato y profundo. Más allá de ser un logro, generó una ola de ansiedad en la sociedad estadounidense, que veía reflejada en el satélite una alarmante superioridad tecnológica soviética. Sputnik no solo orbitaba la Tierra, sino que también resonaba en las radios y en el espíritu de un país que temía haber quedado rezagado en la carrera tecnológica y militar.
La respuesta estadounidense no se hizo esperar y fue tan ambiciosa como transformadora. El gobierno no se limitó a pensar en lanzar un satélite propio; decidió apuntar más alto: poner a un hombre en la Luna. Esta idea desató una serie de decisiones estatales que cambiarían el curso de la historia. Se creó la NASA (Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio), así como la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa, más conocida por su acrónimo (DARPA),se destinaron grandes subvenciones públicas para impulsar la educación en matemáticas y ciencias, acelerando la carrera espacial de manera decisiva. Doce años después, este esfuerzo de un Estado emprendedor que pensó en grande, culminó con Neil Armstrong dejando su huella en la Luna, un momento especial para la humanidad.
Algo parecido sucedió en mayo de 2017 en China, en una lucha sin cuartel entre una de las máquinas más inteligentes del mundo, AlphaGo, respaldada por Google, y el mejor jugador de Go del mundo, Ke Jie. El impacto de perder ante la maquina fue inmediato y devastador tanto para el país como para el jugador, quien permaneció desplomado en su asiento tras el resultado con la IA. Una imagen similar de desconcierto ocurrió cuando el Deep Blue de IBM derrotó al campeón mundial de ajedrez, Garry Kasparov en una partida de 1997 llamada “La última batalla del cerebro”.
Dos meses después de que Ke Jie abandonara la última partida con AlphaGo, ya bautizada como el fantasma en la máquina Go, el gobierno central chino elaboró un ambicioso plan para desarrollar las capacidades de la inteligencia artificial. Instó a una mayor financiación, apoyo político y coordinación nacional para el avance de la IA. Estableció claros parámetros de evaluación para medir el progreso entre 2020 y 2025, y previó que para 2030 China se convertiría en el centro de la innovación global en inteligencia artificial, liderando en teoría, en tecnología y en sus aplicaciones.
Este recorrido, fantásticamente descripto en el libro “Superpotencias de la Inteligencia artificial” dejó, tras los impactos detallados en los tres primeros párrafos de este escrito, un ejército de fantasmas que se evitan de manera intencional. El Estado, el mercado, el comercio, el consumo, las perdidas laborales por la inteligencia artificial, la producción, la plusvalía, los modelos de acumulación y la pelea por las tecnologías en el mundo, entre otros.
Comencemos con los mercados y el Estado, donde se encuentra una mirada distorsionada del neoliberalismo. Como explica Fernando Escalante Gonzalbo en su Historia mínima del neoliberalismo, “El programa neoliberal, contra lo que imaginan algunos críticos, y contra lo que proclaman algunos propagandistas, no pretende eliminar al Estado, ni reducirlo a su mínima expresión, sino transformarlo, de modo que sirva para sostener y expandir la lógica del mercado. O sea que los neoliberales necesitan un nuevo Estado, a veces un Estado más fuerte, pero con otros fines”.
El eje central de esta idea resulta de la convicción de que el mercado no es un hecho natural, que no surge de manera espontánea ni se sostiene por sí solo, sino que tiene que ser creado, apuntalado, defendido por el Estado. En resumen, el mercado es un sistema cuidadosamente construido y regulado, tal como Polanyi expone en La gran transformación. Del mismo modo, la inteligencia artificial es también un producto de la intervención humana, cuya evolución depende de cómo el Estado y las empresas moldean y regulan su desarrollo.
Por qué nos importa entonces que el Estado invente los mercados, más allá de quien se lo apropia. Porque el mercado es fundamentalmente un mecanismo para procesar información, que sintetiza mediante el sistema de precios, qué quieren los consumidores, qué se puede producir, cuánto cuesta producirlo. El mercado, según los neoliberales, ofrece la única solución eficiente para los problemas económicos. La competencia, por su parte, permite que los precios se ajusten automáticamente, y a la vez garantiza que se hará el mejor uso posible de los recursos. Lo central en este relato es que el mercado trabaja recolectando información de la misma manera que la IA, por eso es importante que los Estados dominen la información y que, para el sector privado, como veremos, su potestad resulte central.
Primero aclaremos lo mejor posible que es y cómo trabaja la inteligencia artificial para saber si puede desplazar o no a los trabajadores de diferentes áreas. La IA es un campo de la informática que se enfoca en crear sistemas capaces de realizar tareas que normalmente requieren inteligencia humana, como el reconocimiento de patrones, la toma de decisiones, el aprendizaje y la adaptación.
Hay dos opciones para lograrlo, sobre las que no ahondaremos demasiado. El primero y más antiguo de los sistemas es el enfoque basado en reglas. Este intentará establecer pautas del tipo “si-entonces” para ayudar al programa a tomar una decisión: “Si hay dos formas triangulares encima de una forma circular, entonces probablemente haya un gato en la imagen”. En cambio, el según tipo, vigente en la actualidad, “el enfoque de redes neuronales”, alimentaría el programa con millones de fotos de muestra etiquetadas como “gato” o “no gato”, dejando que el programa descubra por sí mismo qué características de los millones de imágenes se relacionaban de forma más estrecha con la etiqueta “gato”. Las diferencias entre ambos enfoques se advierten en cómo abordan un problema simple: identificar si hay un gato en una foto.
Los algoritmos son el corazón de la IA. Son conjuntos de instrucciones que permiten a las máquinas aprender de los datos y tomar decisiones o realizar predicciones. En IA, los algoritmos procesan grandes volúmenes de datos para identificar patrones y relaciones que no son evidentes a simple vista. Son recolectores de datos, como los mercados.
Lo importante sería determinar “¿quién proporciona los datos?”, quién abastece a este infinito cumulo de información que la IA procesará. Los datos son proporcionados por una combinación de empresas, gobiernos, dispositivos tecnológicos y, por, sobre todo, los usuarios. La colaboración entre estas fuentes permite que los algoritmos funcionen de manera efectiva, ofreciendo soluciones precisas en tiempo real. Es decir, si alguien está preocupado por perder su trabajo y está en redes sociales, le está brindando datos al algoritmo para que asimile información.
Ahora pondremos atención a dos cuestiones básicas y elementales del artículo. La pérdida del trabajo con la inteligencia artificial y sus consecuencias, así como la necesidad de componentes clave de la economía digital en caso de sustitución laboral por IA. Estos son los componentes de ciberseguridad: las billeteras móviles y los métodos de autenticación biométrica. Esta idea está basada en la necesidad que la seguridad digital aumente a medida que más personas se vuelquen a trabajos y servicios basados en plataformas tecnológicas. La economía digital, con sus innovaciones en pagos y seguridad, será fundamental para castigar o beneficiar a los usuarios, como veremos.
La pérdida laboral por el advenimiento de nuevas tecnologías no es una primicia para la humanidad, “el ludismo” es un ejemplo previo, un movimiento encabezado por artesanos ingleses en el siglo XIX, que protestaron entre los años 1811 y 1816 contra las nuevas máquinas que los remplazaban en el trabajo. Su reacción fue destruirlas. En la actualidad la idea de que la IA podría eliminar muchos trabajos plantea varias cuestiones sobre cómo funcionaría un mundo sin empleo tradicional y qué consecuencias tendría para una estructura económica basada en el trabajo, los consumidores y la acumulación de capital.
En el sistema capitalista, el trabajo humano es una de las principales fuentes de plusvalía, un concepto económico que se refiere al valor creado por los trabajadores que es apropiado por los capitalistas como ganancia. En un esquema básico, los trabajadores venden su trabajo a cambio de un salario. Los capitalistas compran ese trabajo para producir bienes o servicios que se venden en el mercado. La diferencia entre lo que los trabajadores reciben en salario y el valor que generan los capitalistas se conoce como plusvalía, la ganancia de los capitalistas.
En este contexto, el sistema se sostiene porque los trabajadores reciben salarios que luego utilizan para comprar bienes y servicios. En resumen, la explotación de la mano de obra es lo que genera plusvalía y permite la acumulación de capital. La IA tiene el potencial de automatizar tareas en múltiples sectores, lo que podría llevar a la desaparición de muchos empleos, especialmente aquellos que son rutinarios, repetitivos, o provocar una destrucción masiva de empleos en sectores como la manufactura, el transporte, el comercio y los servicios financieros, entre otros, pero tiene un talón de Aquiles: la IA no puede comprar.
En un mundo sin empleo, donde la IA realiza la mayor parte de las tareas productivas, pero no consume, varias dinámicas sociales y económicas cambiarían. La crucial sería la desconexión entre producción, trabajo humano y consumo. Si la producción de bienes y servicios depende principalmente de máquinas y algoritmos, el trabajo humano dejaría de ser el principal insumo en la economía y el generador de acumulación. Esto genera una serie de preguntas:
– ¿De dónde provendrá la plusvalía? Si la plusvalía se genera tradicionalmente a partir del trabajo humano, y este desaparece o disminuye, la lógica del capitalismo podría quedar en entredicho.
– ¿Cómo funcionarán los mercados sin compradores? En la medida en que los trabajadores dependen de salarios para consumir, un sistema automatizado donde los humanos no trabajen podría generar una disminución del consumo, lo que afectaría la capacidad de los capitalistas de generar ganancias.
En un mundo sin trabajo, una posible solución sería la implementación de una renta básica universal, un ingreso garantizado para todas las personas, independientemente de si trabajan o no, que tiene mucha tela para cortar. En caso de implementarse este sistema, comenzaría a entenderse de manera más clara la preocupación, que es válida, por la seguridad digital para compras virtuales con monederos digitales y métodos de autenticación biométrica, como las huellas dactilares, reconocimiento facial, reconocimiento de iris, de voz y otras tecnologías, pasando a ser un componente de disciplinamiento para este reseteo de la economía digital. Veamos esto con algo de detalle.
La primera en dar señales del aspecto negativo de la ciberseguridad fue la viceprimera ministra canadiense, Chrystia Freeland. Durante la pandemia, los camioneros canadienses protestaron contra el pasaporte COVID bloqueando el tránsito y los suministros de ingreso a los EE.UU. Esta señora advirtió, sin orden judicial alguna, que congelaría las cuentas bancarias y suspendería el seguro de vehículos de los camioneros que continuaran formando bloqueos en protesta por los mandatos de vacunas, es decir, la anulación de gastos con billeteras virtuales. Amenazas parecidas realizaron en la Argentina la ministra de Capital Humano Sandra Pettovello y la ministra de seguridad Patricia Bullrich, aduciendo que les quitará la asistencia social a todos aquellos beneficiarios que salgan a protestar. “El que corta la calle, no cobra”.
Este tipo de medidas disciplinarias podría volverse común en un futuro donde la economía esté más profundamente integrada con plataformas digitales y la autenticación biométrica. La dependencia de estos sistemas plantea preguntas inquietantes sobre la libertad y la vigilancia en un mundo altamente automatizado y controlado por algoritmos.
Un ingreso garantizado a todas las personas, independientemente de si trabajan o no con una cuenta bancaria donde se deposita la Renta Básica, de la cual depende cualquier método de autenticación biométrica, desde billeteras virtuales a huellas dactilares para el consumo, es una tentación de disciplinar a los receptores de estas ayudas sociales, como lo demostraron reciente y abiertamente los ministros argentinos.
La llegada de la IA y la automatización masiva plantea un reto importante para la estructura actual de la sociedad basada en el trabajo y la explotación de la mano de obra para generar plusvalía. Las soluciones no son simples, más aún con un capitalismo ultra concentrador del ingreso. Lo que sí queda claro es que la producción y la productividad pueden aumentar con la IA, pero si no se cobra, no se compra.
En definitiva, la llegada de la IA no solo desafía los paradigmas laborales y económicos, sino que también nos enfrenta a un posible futuro en el que el control de los datos se convierte en la nueva forma de poder. Si bien la tecnología promete eficiencia y progreso, los gobiernos y las corporaciones deberán decidir si priorizan la equidad y la protección social, o si caerán en un tecnofeudalismo donde el trabajo humano se vuelva obsoleto. Como sugiere el economista griego Yanis Varoufakis, el futuro del capitalismo puede estar en juego, y la IA podría ser el factor que acelere su transformación hacia un sistema completamente nuevo. “Los señores feudales son los propietarios de lo que llama «capital de la nube», y los demás hemos vuelto a ser siervos, como en el Medievo.”