Feminismo, racismo y hijab

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¿Es el velo una seña identitaria o un instrumento histórico de dominación del patriarcado?

Dina Bousselham

Un alegato en defensa de la libertad y la igualdad.

Este artículo busca contribuir a un complejo y necesario debate sobre feminismo, el uso del hijab en colegios e institutos y la importancia de identificar los racismos —son muchos— que nos afectan a quienes tenemos un color de piel, un acento, un apellido o un origen diferente. Las ideas que aquí defiendo parten de mi propia experiencia vital y de un entorno familiar que se ha desarrollado en mi ciudad natal, Tánger, donde pasé mi infancia hasta los 17 años. Con ello quiero aclarar que mi voz me autoriza simplemente a opinar de lo que yo he visto, sentido y también leído. Ojalá esta pequeña reflexión sirva para seguir pensando(nos) con el objetivo de conseguir una sociedad en la que podamos vivir en libertad e igualdad.

De pequeña, la Medina de Tánger siempre me llamó la atención. Callejuelas que parecían laberintos, estrechos escalones, puertas de colores y plazas donde se juntaban olores, sabores y personas de vestimentas diferentes. Una mirada reforzada por las historias que mi padre me contaba sobre Tánger (he de reconocer que mi familia paterna siempre ha sido nostálgica de una ciudad cuyo esplendor se vivió gracias a su estatus internacionalista, quedándose al margen de lo que se llamó el protectorado español y francés) y la mezcla intercultural que allí se dio. Judíos, moros y cristianos vivieron como si de una misma familia se tratase. Y por más que las élites oligárquicas —franquistas, francesas y posteriormente las del régimen marroquí tras la independencia— se empeñaban en fagocitar ideas racistas, la ciudadanía vivió ajena a esas actitudes durante mucho tiempo.

Hasta que lamentablemente, y a base de imponer a través de dispositivos culturales hegemónicos como la radio y la TV, finalmente se ha ido creando una imagen que se basa en prejuicios y falsedades. Sobre todo desde esta parte, España, hacia allí. Indudablemente esas ideas impulsadas por partidos que han crecido a base de esa mirada racista, como Vox, han tenido entre sus «enemigos» a trabajadores y trabajadoras venidas de países como Marruecos a hacer trabajos que nadie quería como la construcción o a sostener los cuidados tan necesarios en una sociedad que además sufre el llamado reto demográfico. Una sociedad envejecida que ha precisado de empleadas de hogar migrantes o de trabajadoras del servicio de dependencia para seguir manteniendo eso que llamamos Estado del Bienestar. Sin embargo, y pese a las actitudes racistas que han ido emergiendo como decía, los lazos culturales que unen países como Marruecos con España o Francia van más allá de las experiencias coloniales del siglo XX y se remontan al desarrollo de una sociedad que aportó mucho conocimiento a la civilización occidental y que estuvo con nosotros en la península ibérica durante más de ocho siglos.

Dicho esto, y al igual que el fenómeno racista ha tenido en partidos como Vox su máximo impulsor, en los países árabes, los partidos islamistas han contribuido a una especie de vuelta al pasado con ideas integristas que incluso se alejan del origen de la religión musulmana. En este sentido, en relación a la obligatoriedad del uso del famoso velo (hijab), el Corán apenas alude a la cuestión de forma vaga y genérica. Tal y como afirma Manuel Ruiz Figueroa en el libro El código de conducta de la mujer musulmana. Entre la tradición y el cambio, «Hay solamente dos textos donde el Corán hace referencia al uso del velo (cinco versos) y sin embargo las interpretaciones se dividen en pro y en contra: Corán, 24, 31 (La Azora llama de La Luz) y Corán 33, 32-33 y 59», postura con la cual concuerda Olaya Fernández Guerrero en su publicación Las mujeres en el Islam: una aproximación al señalar que «El Corán no prescribe específicamente llevar velo, sino que recomienda a las mujeres, de modo general, que se vistan con recato. Consiguientemente, cada país islámico interpreta a su manera cómo han de vestir las creyentes».

Así pues, podemos comprobar que dentro del mismo Islam ha existido un debate sobre la obligatoriedad o no del hijab, que sin embargo, otras fuentes del derecho musulmán como la Sunna y la Sharía se han encargado de dar una interpretación a los mencionados versos del Corán imponiendo una visión restrictiva sobre los cuerpos de las mujeres. Enfatizo aquí el hecho de que no se está considerando que el Corán no imponga también una visión restrictiva sobre los cuerpos de las mujeres, sino que, las leyes que interpretan dicho Corán lo hacen aún más. Para quien no maneje estos términos, simplemente recordar que la Sunna es una recopilación de un conjunto de narraciones sobre diversos episodios de la vida de Mahoma, mientras que la Sharía (tercera fuente del derecho musulmán) abarca aspectos que no estarían contemplados ni en el Corán ni en la Sunna y que se encarga de regular aspectos de la vida pública y privada de un musulmán. Estas interpretaciones de lo que es el Corán y la Sunna, han llegado a adquirir fuerza en los sistemas políticos musulmanes hasta el punto de convertirse en regímenes políticos que se fundamentan en esa ley islámica (la Sharia). Ejemplo de esto es Arabia Saudi o el actual Afganistán. Por otro lado existen dos ramas dentro del Islam, la sunnita que representa aproximadamente el 90% de los musulmanes, siguen la tradición o sunna de los primeros califas sucesores de Mahoma. Y por otro lado, los chiítas, que constituyen alrededor del 10% de la población musulmana, consideran que Ali ibn Abi Tálib, yerno de Mahoma, es el legítimo sucesor del profeta.

Era necesario aclarar estas cuestiones, para que el lector entienda que las interpretaciones que se han hecho del Corán han sido realizadas por hombres (repito, hombres) que han basado su posición de poder para legislar sobre la vida, las relaciones sexuales-afectivas, la moralidad, y en definitiva sobre los cuerpos de las mujeres. No es casual, que hace 70 años las mujeres afganas disfrutaban paseando con amigas con el pelo descubierto y con la vestimenta que les daba la gana, y hoy sufren la persecución, marginación y odio por parte de los hombres talibanes que les niegan no sólo volver a salir de casa sin velo, sino también el poder acudir a las escuelas y universidades a estudiar, o poder trabajar. El problema más allá de que la religión musulmana —igual que todas— sea machista, sino que además de eso, ha habido una voluntad por parte de hombres musulmanes en el poder, de ejercer su dominación en relación a las mujeres, relegándonos a un papel secundario, de acompañamiento y sumisión. Papel que algunas mujeres han aceptado y que muchas otras pelean incluso con su propia vida, como fue el caso de Mahsa Amini en Irán.

El patriarcado ha sido la institución más potente en toda la historia reciente de la humanidad. Ha crecido y se ha impulsado en buena medida al albor de las diferentes religiones. Y se ha encargado de ejercer su poder y dominación sobre nosotras con ayuda de regímenes políticos que han usado a las mujeres como elemento funcional a su propio sostenimiento. De ahí que no podemos obviar que el propio origen del capitalismo se fundamente no sólo en la acumulación incesante de capital basada en una acumulación por desposesión, sino también en la anulación de cualquier derecho que le otorgue a la mujer su libertad e independencia frente a ese sistema, al igual que el racismo lo hace con la población migrante. Aquello que defiende Angela Davis es más actual que nunca: la cuestión de clase, de raza y de género se entrelazan.

¿Qué feminismo debemos defender? ¿Hay que añadirle algún adjetivo? ¿Qué hacemos con la cuestión del velo? ¿Legislamos para prohibir? ¿Abandonamos a las mujeres musulmanas que viven en Occidente mientras el sistema racista las señala como enemigas de una supuesta democracia liberal? ¿Es el velo una seña identitaria o un instrumento histórico de dominación del patriarcado? Como decía al inicio es un debate muy complejo que requiere hilar muy fino si no queremos caer en la propia trampa de una Modernidad que mantiene a las mujeres y a las migrantes en los márgenes del sistema.

En primer lugar, el velo es y ha sido un instrumento que ha perpetuado la desigualdad de las mujeres en la sociedades donde se ha desarrollado, es decir, sociedades vinculadas cultural y religiosamente al Islam. Cuando tenía 12 años recuerdo que mi tía vino a casa a decirnos que estaba enamorada de un chico y que se iban a casar. Mi tía me llevaba unos 10 años, es decir, tenía 22 años y de hecho era con la que más tiempo pasaba en casa y fuera de casa. Hasta entonces. Y digo hasta entonces porque después de casarse se puso velo, y dejó de salir, quedando relegada hasta el día de hoy, a las tareas de cuidados, del hogar y los hijos. ¿Fue decisión suya? Pues habrá quién quiera hacer creer —y ella misma así lo decía— que quiso tomar ese camino porque era el que le valía para ser feliz. Sin embargo, que no se haya negado a seguir ese camino, no quita que haya sido un hombre, en este caso su marido, el responsable de que las pocas veces que sale de casa lo haga con hijab mientras dedica el resto de sus días al cuidado de su marido y de sus hijos. En una sociedad que juzga los cuerpos de las mujeres, y lo hace con una perspectiva machista y misógina, que cuestiona no sólo tu forma de vestir sino de actuar (hay que ser recatada, agachar la mirada cuando un hombre habla, saludar con la mano, etc.) y sobre todo donde se penalizan los actos «impuros» o que atentan contra los mandamientos del Islam, es muy difícil que una mujer pueda decidir libremente si llevar o no el velo. La imposición «sutil» que ha sufrido mi tía es muy habitual en entornos urbanos donde la supuesta modernidad ha ido introduciendo una serie de avances que sin embargo no cuestionan el fondo de la cuestión: el patriarcado. En otros contextos, sobre todo rurales, la imposición suele ir acompañada del repudio social en caso de que la mujer no siga los deseos del marido o padre. Y hablo, repito, de las sociedades musulmanas.

En el caso de mujeres dentro de las sociedades occidentales, el debate adquiere un aspecto diferenciado al incluir el componente racista y de rechazo por parte de ciertos sectores abiertamente reaccionarios. Si bien hay muchas mujeres migrantes que no llevan velo, también hay muchas que vienen ya con el velo cuando llegan a nuestro país, y hay otras, que naciendo aquí, de padre o madre de origen musulmán deciden ponérselo, no por una cuestión religiosa sino por un tema identitario. Esta identidad que se está creando en países como Francia, y que poco a poco vemos también aquí en España, es también fruto de la reacción a la ola racista que ha tenido su momento más álgido con los atentados del 11S y la instauración de un nuevo orden mundial impuesto por el imperialismo de EEUU y que se ha fundamentado en la persecución y señalamiento de todo «musulmán» con el pretexto de luchar contra el terrorismo yihadista.

En este sentido, la labor del feminismo debe ser doble: acompañar a esas mujeres que libremente han decidido ponerse el velo para que no se sientan violentadas por las actitudes racistas de una parte de la sociedad, y por otro, evitar que niñas en colegios y en institutos lleven una prenda que es sinónimo de opresión en la gran mayoría de las sociedades donde tiene su origen el velo. ¿Y por qué hago énfasis en esto? Por dos motivos: creo firmemente en una educación laica, pública, gratuita y de calidad; y porque el velo no es como llevar un sombrero o una diadema en el pelo, y hasta que el velo deje de ser ese instrumento de opresión no podemos restarle importancia por el simple hecho de que hay en nuestras sociedades mujeres que libremente han decidido llevarlo (de momento, siguen siendo minoría)

Cuando una mujer tenga 18 años, el Estado deberá garantizar que no sufra ningún tipo de discriminación por portar velo (siempre y cuando, repito, sea una decisión que se realiza en total libertad). Otra cuestión diferente es que las niñas, no deberían llevarlo en los colegios e institutos, y el Estado deberá garantizar que la educación sea laica, impidiendo que entre una cruz, un velo o una estrella de David en nuestras escuelas.

Por otro lado, no podemos permitir que se señale a las mujeres que lo portan por parte de un sector político rojipardo abiertamente xenófobo y tránsfobo, que recoge y hace suyas las mismas tesis que defiende la extrema derecha global, situando a las mujeres de origen musulmán en la diana, en lugar de señalar que el problema que tenemos en nuestras sociedades tiene que ver con la desigualdad, el expolio por parte de una minoría oligárquica y con un sistema capitalista que sólo le importan los beneficios a costa de la vida de las personas.

El feminismo debe estar enfocado en acabar con la matriz de dominación que lleva siglos explotándonos a las mujeres, y esa matriz se llama patriarcado. Pensar que volviendo a ponernos una prenda en la cabeza que es sinónimo de opresión estamos reivindicando con orgullo nuestra identidad, nos señala que estamos ante un fenómeno que sólo se explica como reacción a las posiciones de la ultraderecha que cada día van ganando en nuestras sociedades. La clave es entender por qué estamos llegando al sitio donde quiere ubicarnos esa ultraderecha, y a partir de allí, desde la tolerancia y el respeto, caminar por deconstruir los prejuicios apostando por blindar los derechos sociales de todos los ciudadanos. La emancipación de la mujer será un proceso que habrá que conquistar, y vendrá de la propia consciencia de clase, raza y género de cada una de nosotras en todas y cada una de nuestras sociedades. Sin imposiciones. Sin tutelajes.

Esa mezcla de sabores, olores y colores con los que crecí en Tánger y que vuelven a mí cada vez que cierro los ojos, me recuerdan la importancia de pelear por esa sociedad diversa donde el racismo y la discriminación no tengan cabida. Por eso la educación es una de las patas más importantes para conseguir esa transformación social. Para alcanzar una verdadera emancipación social. Y para que, de nuevo, volvamos a tener un sentido común que defienda la libertad y la igualdad, pese a todos los dispositivos culturales hegemónicos que nos quieren convencer de que el problema está entre el último y el penúltimo.

Y ya por último, mi reconocimiento a todas las mujeres de origen musulmán que han luchado para quitarse el velo en sociedades musulmanas, y también aquí en Occidente, pagando un alto precio por la libertad. Mujeres que perdieron a su familia por decidir no llevar velo, por no seguir las directrices de la religión o por elegir su propio camino, su propia libertad sexual para decidir nosotras mismas sobre nuestros cuerpos. Aquí en España conozco a muchas de esas mujeres valientes, y que por desgracia, la izquierda que hoy está gobernando no ha estado a la altura ni ha sabido ponerse de su lado. Una supuesta izquierda que también ha hecho suya discursos —a la defensiva— que tutelan a las mujeres o las tratan con condescendencia, en lugar de defender con orgullo los ideales democráticos de la libertad, igualdad y el antirracismo. Ideales republicanos que buscan que la educación sea laica, pública y gratuita, que la sanidad sea un servicio público y de calidad y que el feminismo sea anticapitalista y antirracista.

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