El materialismo dialéctico y los saltos ininterrumpidos del pensamiento

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Con la religión, la humanidad ha encontrado una manera de combinar dos de sus tendencias naturales.

En efecto, la humanidad, al salir de la animalidad, descubrió, en sus inicios, con gran temor, sentimientos y emociones positivas y negativas.

Al vivir estos acontecimientos dentro de sí mismo sin perspectiva, el ser humano, saliendo poco a poco de la animalidad, atribuyó lo que ocurría a fuerzas externas.

Cuando sentía alegría y felicidad era porque fuerzas positivas y luminosas lo atraían hacia ellas, y viceversa, el dolor y la tristeza eran causados ​​por fuerzas negativas y subterráneas.

La religión se presenta siempre como una combinación ideal, a nivel moral y psicológico, para evitar la batalla permanente entre esta dimensión negativa y esta dimensión positiva.

Si bien es necesario evitar al diablo, no es posible llegar a Dios antes de la muerte; la religión de naturaleza monoteísta se opone a la experiencia hiperactiva, siempre inclinada en una u otra dirección, del paganismo.

Posteriormente, el capitalismo abogó por la neutralidad de las mentalidades, la objetividad del pensamiento, para poder trabajar eficazmente y respetar el orden social, es decir, concretamente, acumular capital.

Naturalmente, esto entra en conflicto con la promoción del individualismo, de la omnipotencia del ego, que a su vez causa las enfermedades mentales que se desarrollan junto con el capitalismo en una humanidad que niega su propia dimensión natural.

El comunismo, por su parte, reafirma el carácter animal del ser humano y enfatiza que la humanidad, conservando el progreso de su recorrido, debe regresar a la Naturaleza que abandonó durante su desarrollo “solitario” con el surgimiento de la agricultura y la domesticación de los animales.

Por esta razón, el materialismo dialéctico afirma que nunca existe ningún pensamiento estable, frío y estático.

El pensamiento puro no existe, es siempre reflejo de un ser concreto, constituido por los reflejos de su interacción en la realidad.

El universo entero está formado por ondas de materia que se sostienen, reverberan y chocan entre sí, y lo mismo ocurre con lo que ocurre en el cerebro humano.

Así pues, en el pensamiento humano se producen constantemente saltos, y estos saltos no se detienen nunca, aunque sean de naturaleza muy distinta, y tanto más distinta cuanto que el ser humano es capaz de interesarse en campos más numerosos y, además, de involucrarse en ellos.

La clave aquí es que cada pensamiento, como una ola, avanzará, para luego chocar con otra ola, que a la inversa lo relanzará, lo hará rebotar.

En otras palabras: todo pensamiento es inicialmente una negación, expresándose de forma negativa, pero no se trata de convertirlo en un fetiche. Lo importante es su transformación en su opuesto, en una onda positiva: esto es lo que llamamos creatividad.

Aquí hay un diagrama aproximado que muestra el movimiento general del pensamiento.

El aspecto negativo choca con la realidad, como contradicción entre lo particular y lo universal; el tránsito a lo universal permite el retorno a lo particular.

El punto 0 no es el lugar del pensamiento, pero representa su fondo; es, por así decirlo, el Nirvana esperado por los budistas, el objetivo de la meditación para los musulmanes sufíes, la meta del rechazo del pensamiento para los cristianos, la calma que es el objetivo del judaísmo, etc.

En realidad, el 0 es inalcanzable, porque no existe: algo “que ya no existe” se une de hecho a la infinitud de la materia en transformación.

He aquí por qué el pensamiento, inicialmente negativo o, como diría el romanticismo, oscuro, depresivo, triste, elegíaco, etc., se transforma, por esta confrontación entre el 0 y el infinito en su naturaleza dialéctica, en algo constructivo, positivo, luminoso.

Hay que sumergirse en lo negativo para llegar a lo positivo, porque no hay positivo sin negativo.

Es necesario bajar para subir, es el principio de “concentración”, de inspiración, que lleva a alguien en forma negativa, para permitirle precisamente tener un pensamiento productivo.

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