Escrito enviado a nuestro correo por el artista Naimad B.
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A lo largo de la historia, el arte ha estado presente en grandes acontecimientos, transformaciones y cambios sociales que han hecho parte del desarrollo de la lucha de clases a nivel mundial. Este ha jugado un papel fundamental en el impulso, la ejecución y el sostenimiento de los procesos revolucionarios a través de sus múltiples formas de expresión, pero esto no quiere decir que el arte tenga un carácter revolucionario per se, que siempre haya velado por los intereses de los oprimidos o que sea nuestra propiedad.
Es innegable que bajo las sombras del dominio de los distintos modos de producción donde prima la explotación del hombre por el hombre, se alzaron grandes obras arquitectónicas, musicales, lienzos, etc., que siguen siendo símbolo de la genialidad, a pesar de su marcado contenido religioso en muchos casos o de las posturas serviles de los artistas para perpetuar los sistemas de dominación. Tampoco podemos pasar por alto, que la mayoría de las grandes construcciones, catedrales, murales, capillas y artes plásticas como tal, fueron hechas con trabajo y sudor de los obreros a cambio de pagos paupérrimos, evidenciando también en el campo artístico, la contradicción capital-trabajo que hoy día aún persiste.
En contextos y coyunturas como las actuales, se hace necesario tener siempre presente que no existe el arte por el arte, que es momento de desechar por completo esta concepción propia de los privilegiados cuyo propósito siempre ha sido despojar al arte de cualquier postura política, argumentando que lo uno no tiene nada que ver con lo otro. Esta consigna banal, camuflada en las falsas banderas de la neutralidad, no busca otra cosa que mantener el orden y la obediencia al establecimiento, edificar un tipo de arte que no incomode y que brille en las vitrinas de la fama por su “belleza anti contestataria”.
No podemos olvidar que la neutralidad o imparcialidad son inexistentes en cualquier campo, incluyendo el artístico, y no son más que la excusa de los cobardes para maquillar su falta de valor para tomar postura ante alguna situación determinada y de los políticamente correctos en su afán de quedar bien ante las élites aunque aparenten no hacerlo. En todo caso, en el mismo momento en que niegan estar a favor de tal o cual posición, de hecho ya están apoyando a uno de los dos bandos, siempre ha sido el de los opresores.
Junto a esta gente están también los “artistas” abiertamente declarados a favor de la burguesía, muchos de ellos famosos y reconocidos, quienes asumen un rol reaccionario, no solamente al hacer un tipo de arte insulso y decadente, sino también al estrechar sus manos con politiqueros, monarcas, explotadores y asesinos del pueblo y codearse con ellos en banquetes y eventos opulentos donde se gozan de lujos obtenidos a costa de la sangre y el sudor de miles de trabajadores. Toda esta élite monopolista conforma buena parte de la industria musical, cinematográfica y artística en general; ellos dictaminan qué tipo de arte se debe promover y cual se debe censurar, mientras más simple sea y menos contenido político o social tenga determinada obra, mucho mejor.
No se han limitado solamente a promover propaganda afín al capitalismo a través del arte, su aberrante industria también ha absorbido apuestas y géneros musicales de origen popular y revolucionario, como viene ocurriendo con el rap, cuyo contenido se vislumbra cada vez menos político y más complaciente con el poder. De las denuncias sociales, el antirracismo, el posicionamiento político frente al abuso policial y los llamados a tomar el poder por parte de la clase trabajadora, se ha pasado a los videoclips con carros lujosos, joyas, dinero por los aires y chicas en bikini bailando, como muestras de supuesto triunfo y éxito. No es un secreto que lo que más “pega” hoy en el rap, es lo que menos habla de política, muchos de los exponentes actuales del movimiento Hip Hop, se han encargado de hacer ver lo político como algo ajeno o aburrido para la juventud y los barrios, quizás porque lo que más llena la chequera es alimentar el estereotipo de ser el maleante del barrio que rapea sobre fiestas, lujos y consumir marihuana.
Es claro que en los barrios marginados se viven distintas problemáticas que nos atraviesan y de hecho, han sido estas mismas las que han construido el rap con sus distintos matices, pero el problema real sale a flote cuando en tus canciones, en vez de dar un mensaje crítico ante este contexto, que vaya en pro de transformar esta realidad o combatir a las causas que la originan, te dedicas a replicar estas conductas e inducir a que se sigan reproduciendo en las calles. Este contenido, carente de sentido y coherencia, solo hace un favor más al sistema al aportar a la alienación de la juventud, pues eso es lo que siempre han querido los poderosos: jóvenes despolitizados, obedientes, dóciles por medio de la droga y otros tipos de vicios que se promueven actualmente en gran cantidad de canciones de rap y otros géneros. No sobra resaltar la ironía que supone incitar constantemente al consumo de droga en las canciones para que niños y jóvenes continúen cayendo y aun así seguir diciendo que representan al barrio. Esta nefasta tendencia tampoco está en el mismo bando del pueblo, aunque aparente lo contrario, pues también es un hecho fehaciente que el negocio de la droga que se consume en las calles, pertenece al paramilitarismo y bandas aliadas a éste.
Se han vendido supuestos deseos de cambio a través del arte, por supuesto. Hoy también se habla de transformar el mundo, de empoderar a la mujer y de la paz, pero el discurso no va acompañado de la coherencia, por el contrario, hay quienes condenan la guerra en general, por ejemplo, pero han guardado un silencio cómplice e infame frente al genocidio en Palestina. Parece que solo empezarán a hablar sobre ello el día en que la causa palestina sea más cómoda y represente un lucro o un aumento de seguidores en sus redes. Hablan de revolución, pero tienen contratos y campañas con marcas capitalistas, apoyan partidos politiqueros que engañan al pueblo y en realidad llevan una vida de burgueses. ¿Qué revolución querrán entonces estos supuestos artistas? La que no toque sus privilegios, la que no incomode a los banqueros, la que responda al terrorismo estatal con flores y bailatones. Esto, desde mi perspectiva, se debe condenar con más fuerza que el accionar de los enemigos declarados, pues el hecho de posar de artista revolucionario y adalid del cambio, solo con el propósito de hacer fortuna a costa de una causa noble y abnegada como la revolución social, es de lo más bajo y rastrero que existe.
Así pues, hoy más que nunca debemos tener claro que el arte no solo se debe quedar en la obra, sino que va de la mano con la acción política y revolucionaria, que la formación y la teoría siguen y seguirán siendo necesarias para el desempeño y la coherencia que nos compone como artistas y que esto mismo, ampliará nuestra visión y perspectiva para no caer en el engaño de los embaucadores que dicen estar a favor del pueblo pero que solo buscan enriquecerse a costa de sus deseos de tener una vida digna. No estamos aquí para ser exponentes del mero reflejo de la realidad sino para transformarla, cómo decía Bertolt Brecht; es sumamente valioso hacer un mural, una canción o una escultura con contenido político, pero nuestro deber histórico es ir más allá y radicalizar la obra al fragor de la lucha popular, como lo hicieron verdaderos referentes como Ghassan Kanafani, José de Molina o David Alfaro Siqueiros. Es momento de organizarnos como artistas revolucionarios, independientes y de clase para aportar con fuerza, precisión y unidad al derrocamiento de un sistema rapaz en decadencia. El arte es un campo más de disputa, la prensa, los premios y museos son de ellos, pero las calles siguen siendo nuestras.
Naimad B.
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