Renzo LLORENTE
Saint Louis University, Madrid Campus, España.
RESUMEN
En Humanismo burgués y humanismo proletario, publicado por primera vez en 1938, Aníbal Ponce examina dos concepciones contrapuestas
del humanismo. Entre los muchos méritos del estudio de Ponce se pueden destacar tres en particular.
En primer lugar, el análisis de Ponce pone de manifiesto que el humanismo del Renacimiento (“humanismo burgués”) no sólo se ha prestado a usos ideológicos, sino que surgió por primera vez precisamente en la forma de una ideología. En segundo lugar, pone de manifiesto la necesidad de precisar el tipo de humanismo que uno reivindica al invocar este concepto. Por último, nos recuerda que un humanismo realmente emancipador no es posible si no se dan determinadas condiciones históricas y sociales.
Casi tres décadas antes de que la relación entre el humanismo y el socialismo empezara a debatirse ampliamente en Europa y Norteamérica, el pensador argentino Aníbal Ponce escribióHumanismo burgués y humanismo proletario1, un erudito estudio sobre la historia de la evolución del humanismo moderno escrito desde la óptica del materialismo histórico2. Si merece la pena ocuparse de la obra de Ponce hoy en día, a más de setenta años de su primera publicación, no es sólo para poder valorar su prioridad al plantear algunas cuestiones fundamentales, sino también porque la lectura de Humanismo burgués y humanismo proletario nos puede ayudar a entender el humanismo, tanto en
su concepción clásica como en su forma contemporánea. Concretamente, el análisis de Ponce nos enseña cómo el humanismo puede tener una función ideológica, pone de manifiesto la necesidad de precisar el tipo de humanismo que uno reivindica al invocar este concepto y nos recuerda que un humanismo realmente emancipador –o sea, una realización concreta de los más avanzados ideales humanistas– no es posible si no se dan una serie de condiciones históricas y sociales determinadas.
Esto es, en todo caso, lo que voy a argumentar en las líneas que siguen.
DOS TIPOS DE HUMANISMO
Las tesis principales de Humanismo burgués y humanismo proletario se fundamentan en un contraste entre dos concepciones contrapuestas del humanismo, cuyos nombres componen el título del libro. Al hablar del “humanismo burgués” Ponce se refiere al humanismo clásico, es decir, al movimiento y actitud vital que solemos asociar, con razón, con el Renacimiento. Como es sabido, este movimiento abogaba por el estudio de las obras de los autores de la Antigüedad y en general por una vuelta a los ideales, valores y actitudes vitales que los humanistas encontraban plasmados en esos textos. Todos estos ideales, valores y actitudes están relacionados con una reorientación del interés
hacia el ser humano (en vez de hacia Dios), que conlleva una mayor valoración del ser humano, de su capacidad de comprensión racional del mundo y de sus potencialidades en general.
Ahora bien, ¿por qué emplea Ponce la etiqueta “humanismo burgués” para caracterizar el humanismo clásico? La respuesta es la siguiente: por los intereses que promueve. Según Ponce, el movimiento de los humanistas del Renacimiento constituye una reacción en contra del mundo feudal y a favor de la burguesía, y por lo menos en un aspecto representa el triunfo de ésta: “sobre el plano
de la cultura”, escribe Ponce, “el humanismo fue una derrota del feudalismo católico frente a la burguesía comerciante”3. Como explica:
Para la Edad Media feudal, la herencia legada por la Antigüedad debía ser recogida e integrada por la nobleza y la Iglesia católica; para el Renacimiento burgués, esa misma herencia debía ser asimilada en detrimento de la nobleza y de la Iglesia, y de conformidad con los intereses y
las aspiraciones de una nueva clase social que en sazón juvenil empezaba a moverse de manera impetuosa4.
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1 PONCE, A (1974). “Humanismo burgués y humanismo proletario”, in:Obras Completas, Tomo III. Ed. H. P. Agosti, Buenos Aires, Editorial Cartago.
2 La relación entre el marxismo y el humanismo empezó a suscitar cierto interés entre algunos sectores de izquierdas a
mediados de los años sesenta –véanse, por ejemplo, algunos de los trabajos incluidos en FROMM, E. (ed.) (1968), Humanismo socialista, Buenos Aires, Paidós– si bien ya había habido varias obras de pensadores aislados centradas en esta cuestión. Humanismo burgués y humanismo proletario está basado en un curso que Ponce dictó en 1935 y que fue publicado por primera vez en 1938, tras la muerte de Ponce y sin que él revisara el texto (según la información que consta en la nota del Editor en la página 449 del libro).
3 PONCE, A (1974). Op. cit., p. 463.
4 Ibíd., p. 458.
Así pues, el humanismo renacentista es un humanismo burgués en este sentido: representa,
promueve y hace prevalecer los intereses de la burguesía emergente frente a los intereses protegidos y favorecidos por el sistema feudal. Y no sólo frente a estos intereses. El humanismo renacentista también representa los intereses burgueses frente a los de los trabajadores, ya que es una empresa fundamentalmente elitista: el conocimiento de los autores clásicos se concibe como el privilegio
de unos cuantos y la cultura en general como un lujo sólo al alcance de algunos iniciados5. Si bien el
humanismo burgués reivindica “lo humano”, se trata de una reivindicación absolutamente abstracta,
y en la práctica “los humanistas no sólo no se interesaban en lo más mínimo por la suerte de los trabajadores, sino que contribuyeron a mantener su ignorancia y prolongar su mansedumbre”6. Unida a su ideal de alejamiento y desinterés por la acción, a su concepción estática de la historia (las obras de los autores de la Antigüedad se tenían por suficientes como fuente de instrucción) y a su tendencia a aislar el entendimiento de las demás funciones de la vida, esta indiferencia hacia la condición de los oprimidos dentro de sus propias sociedades no hace más que favorecer la conservación de unos privilegios sociales adquiridos7. Es por estas razones que esta variante del humanismo merece el
nombre de “humanismo burgués”.
Si bien el “humanismo proletario” también representa un ideal cultural basado en el ser humano como valor supremo, responde a un planteamiento muy distinto. A diferencia del humanismo burgués, el humanismo proletario aboga por un acceso universal a la cultura e insiste en el desarrollo integral de todas las personas; su lema es “la cultura para todos”8. Además, lejos de suponer que es posible proporcionar “la cultura para todos” en cualesquiera circunstancias, el humanismo proletario hace hincapié en las condiciones sociales y económicas, sin las cuales resulta imposible alcanzar este objetivo. Es decir, reconoce explícitamente que el desarrollo integral de todas las personas se
presenta como una posibilidad real sólo en determinadas condiciones históricas9. ¿Cuáles son estas condiciones históricas y objetivas? Ponce subraya, sobre todo, un alto nivel de mecanización de la industria, pero una forma de mecanización puesta al servicio de los trabajadores y de la sociedad en su conjunto. Por un lado, dicha aplicación de la mecanización eliminará la dureza del trabajo (su duración y el gran esfuerzo que supone) y de este modo permitirá que los trabajadores tengan el tiempo y la energía necesarios para sacar el máximo provecho de la cultura y, por otro, posibilitará el pleno desenvolvimiento de la personalidad del individuo dentro del trabajo mismo10. Además de esta condición, es necesario establecer un “gobierno obrero”11, lo cual equivale a decir una transformación radical en las relaciones de producción.
En definitiva, se pueden distinguir, según Ponce, “dos opuestas maneras de concebir el humanismo: de una parte un puñado de hombres ricos para quienes la cultura debe ser el regalo de poUtopía y Praxis Latinoamericana. Año 18, No. 60 (2013), pp. 119 – 126 121
5 Como señala Ponce, Erasmo, “el más grande de los humanistas”, no era ninguna excepción en este aspecto: “Para
Erasmo…las grandes cuestiones que interesan al mundo no debían ser discutidas sino por las ‘élites’” (Ibíd., pp. 487;
485; énfasis en el original). Ponce recuerda, además, que si Erasmo “se había burlado de…lo divino”, lo había hecho “en
el lenguaje de los sabios”, esto es, en latín; pues “lo grave, lo terrible, no era…decir las cosas; era decirlas de manera
que pudiesen enardecer al grueso público” (Ibíd., p. 484).
6 Ibíd., p. 466; cursivas en el original. Cf. 467.
7 Ibíd., pp. 492-3.
8 Ibíd., p. 511; cursivas en el original.
9 De hecho, Ponce inicia su exposición y análisis del “humanismo proletario” con un capítulo cuyo subtítulo es “Las premisas objetivas del humanismo proletario” (Ibíd., p. 505).
10 Ibíd., pp. 507-508.
11 Ibíd., p. 511.
cos iniciados; de la otra, millones de hombres libres que después de renovarse el alma al abolir para siempre la propiedad privada, han abierto de par en par las puertas hasta ayer inaccesibles del banquete platónico”12. El gran mérito de Humanismo burgués y humanismo proletario consiste en proporcionar una crítica bien documentada de la primera variedad del humanismo, junto con una lúcida evocación de las posibilidades de la segunda.
HUMANISMO E IDEOLOGÍA
Aunque se publicó por primera vez en 1938, Humanismo burgués y humanismo proletario todavía conserva una gran vigencia hoy en día por los méritos que he mencionado al principio (entre otros). Consideremos estos méritos ahora con más detenimiento.
Empecemos con la cuestión de la ideología. Uno de los grandes méritos del estudio de Ponce consiste, sin duda, en destacar la medida en que el humanismo ha servido, y puede servir, a fines ideológicos; y más concretamente, cómo el humanismo del Renacimiento se plasmó como una ideología burguesa13. Si por “ideología” entendemos, en líneas generales, conjuntos o sistemas de creencias falsas, o por lo menos mistificadoras, cuya aceptación sirve a los intereses de dominación de la clase dominante, será evidente que el humanismo burgués opera como una ideología: los valores, ideas y actitudes que defiende favorecen los intereses de una determinada clase social, e incluso la ayudan a conquistar su hegemonía —y mantenerla. Como subraya Ponce al referirse al uso que los humanistas hacían de las ideas de los autores de la Antigüedad, “Lo que al principio había sido en manos de la burguesía un instrumento de lucha contra la Iglesia y el feudalismo, se convirtió
después en un sistema excelente para estabilizar los privilegios adquiridos”14.
La naturaleza ideológica del humanismo renacentista se aprecia con especial claridad en la actitud de los humanistas hacia la religión. Resulta que los humanistas, “que tantas veces se mofaron de la religión y de la Iglesia, aconsejan para el pueblo la enseñanza de las supersticiones”15. Al tiempo que defienden la razón e invocan los valores que encuentran en la cultura antigua para librarse de la Iglesia (y para combatir el orden feudal)16, los humanistas se sirven de la religión convencional, vale decir de un conjunto de creencias irracionales, para perpetuar la servidumbre del pueblo y de esta manera facilitar y consolidar el dominio de la burguesía17. Ponce recalca que esta actitud frente a la religión era común a los humanistas en su conjunto –“para todo el humanismo…la religión era un instrumento necesario para mantener al pueblo en continencia”18– y cita al respecto nombres como Pomponazzi, Bruno, Campanella, Maquiavelo y Erasmo, siendo este último considerado por
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12 Ibíd., p 456; cursivas en el original. Conviene puntualizar aquí que Ponce creía que las bases para crear este tipo de humanismo ya se sentaban en la antigua Unión Soviética, lo cual se refleja en el lenguaje utilizado en el pasaje citado.
13 El término “ideología” apenas aparece en las páginas de Humanismo burgués y humanismo proletario (para uno de los
pocos pasajes donde sí se emplea, véase p. 492) y no se puede saber exactamente cómo Ponce interpretaba este concepto. Otro texto escrito cinco años antes (véase PONCE A. (1974), “Los deberes de la inteligencia”, Op. cit., p. 174)
hace suponer que Ponce manejaba una concepción de la ideología muy parecida a la de Lenin.
14 PONCE, A (1974). Op. cit., p. 493; cursivas en el original.
15 Ibíd., p. 467.
16 “Todo lo que la Iglesia les negaba: la potencia del dinero que ella calificaba de execrable, la necesidad de la acción orientada
en lo terreno, el goce de la vida tenido hasta entonces por pecado; todo eso y mucho más, se lo daban los antiguos, tal como
ahora el humanismo había aprendido a descifrarlos desde el punto de vista de la clase burguesa” (Ibíd., p. 463).
17 “Incrédula frente a la Iglesia, la burguesía quiere pasar por creyente ante las grandes masas” (Ibíd., p. 468; énfasis en el
original).
18 Ibíd., p. 467; énfasis en el original.
muchos, como sabemos, el humanista por antonomasia. Como esta instrumentalización de la religión tenía la finalidad de salvaguardar los privilegios de la burguesía, no es desacertado considerar a
los humanistas “ideólogos fieles de la gran burguesía”19.
Ahora bien, aun cuando se reconoce que Ponce está en lo cierto al resaltar el carácter acusadamente ideológico del humanismo renacentista –el humanismo burgués clásico–, cabe suponer que el humanismo contemporáneo, tan alejado de ese movimiento del mismo nombre que florecía hace medio mileno, corresponde a otro tipo de fenómeno y poco tiene que ver con una ideología. Después de todo, el
humanismo contemporáneo, o mejor dicho los humanismos contemporáneos –se sabe que el término
“humanismo” ha tenido muchos significados y se ha prestado a muy diversos usos e interpretaciones–
constituyen un movimiento mucho más heterogéneo que su antecedente de la época del Renacimiento y
habrá muy pocos humanistas hoy en día que fundamenten su postura esencialmente en los valores y actitudes de los autores de la Antigüedad y en el estudio de las “humanidades”20. Además, aunque hay, sin
duda, similitudes notables entre el humanismo burgués clásico y el humanismo contemporáneo –ambos
consideran al ser humano un valor supremo, descartan todo lo relacionado con lo sobrenatural, defienden
una perspectiva altamente racionalista, etc.—, existe una diferencia considerable con respecto a sus respectivas actitudes hacia la religión. El caso es que en comparación con el humanismo renacentista, el humanismo contemporáneo se distingue por su postura mucho más radical y consecuente frente a la religión. Las personas que se identifican como “humanistas” hoy en día suelen ser agnósticos y ateos21 y casi
invariablemente niegan la existencia de vida después de la muerte. Además, suelen abogar por una educación (la ética incluida) íntegramente secular y racionalista, presidida siempre por el método científico22.
De acuerdo con estos compromisos, los humanistas contemporáneos —muchos de los cuales han adoptado la etiqueta de “humanismo secular” para referirse a su ideario, precisamente por las razones que
acabo de mencionar— por lo general no “aconsejan para el pueblo la enseñanza de las supersticiones”, ni
proponen ninguna otra instrumentalización de unas creencias que ellos mismos critican.
No es mi propósito analizar aquí los factores que han incidido en esta evolución del humanismo,
los cuales evidentemente tienen que ver con el debilitamiento y declive de las creencias religiosas, la secularización de nuestras sociedades en su conjunto y el legado de la Ilustración, entre otras cuestiones.
Lo que sí quiero subrayar es que a pesar de esta modificación en la actitud del humanismo acerca de la
religión, el humanismo contemporáneo sigue conformando una ideología en la medida en que hace caso
omiso de las condiciones materiales necesarias para la plasmación de los valores que proclama y propugna. Ya he señalado que los humanistas renacentistas manejan un concepto totalmente abstracto al
reivindicar lo humano; del mismo modo, los humanistas declarados de nuestros días normalmente eluden cualquier consideración de las condiciones necesarias para la realización de sus ideales humanistas
en la práctica. Incluso cuando los humanistas de hoy insisten en la importancia de la dignidad del ser humano y hablan de medidas para proteger esa dignidad –otros elementos típicos del humanismo contemUtopía y Praxis Latinoamericana. Año 18, No. 60 (2013), pp. 119 – 126 123
19 Ibíd., p. 466.
20 Como es sabido, una dedicación al estudio de las humanidades era otro rasgo esencial del humanismo renacentista.
Para los comentarios de Ponce sobre esta faceta del humanismo, véase Ibíd., p. 493.
21 Es verdad que hay teístas que se autodenominan “humanistas”, como las personas que profesan un “cristianismo humanista”, pero parecen constituir una minoría insignificante entre los humanistas contemporáneos. El humanismo de
los cristianos humanistas, dicho sea de paso, será o de estilo “burgués” o de estilo “proletario”, en función de la interpretación que se haga de las implicaciones prácticas del cristianismo.
22 Véanse, por ejemplo, el sitio web de la American Humanist Association (Asociación Humanista Americana),
http://www.americanhumanist.org/, o el de la British Humanism Association (Asociación Británica del Humanismo),
http://www.humanism.org.uk/home. El humanismo filosófico contemporáneo parece añadir poco al ideario humanista
defendido por organizaciones como éstas, aparte de cierto refinamiento conceptual y terminológico.
poráneo– suelen conformarse con “la defensa de un hombre liberado de las contingencias de la vida práctica y social”23, ya que pasan por alto las condiciones imprescindibles para fortalecer y garantizar la
dignidad de todos (un empleo que no sea alienante, servicios sociales adecuados, acceso universal a la
cultura y a la educación, la existencia de instituciones que favorezcan el pleno desarrollo de la personalidad, etc.). Al desatender las condiciones históricas necesarias para que los valores y principios humanistas que predica se vean reflejadas en la vida diaria de las personas, el humanismo contemporáneo presta
un servicio ideológico importante al orden social existente: afirma, en efecto, que las admirables aspiraciones humanistas se pueden satisfacer en los países capitalistas, cuando en realidad la satisfacción de estas aspiraciones resulta imposible dentro del marco socioeconómico de estas sociedades. De esta manera el humanismo contemporáneo legitima el orden social existente –hace pensar que no existe ninguna
incompatibilidad entre los objetivos humanistas y la estructura socioeconómica de este orden, es decir,
que estos objetivos no exigen ninguna modificación sustancial de la sociedad –y así acaba sirviendo a los
intereses de la clase actualmente dominante (ya que el orden social actual está organizado para beneficiar a esta clase). Por tanto, el humanismo contemporáneo sigue siendo en esencia un humanismo burgués, según el esquema de Ponce, y los humanistas en su mayoría siguen siendo, conscientemente o no,
“instrumentos y apéndices de la gran burguesía”24, al igual que sus ilustres antecesores.
PONCE Y MARX
Es importante aclarar que la concepción del humanismo burgués planteada por Ponce no tiene que conllevar necesariamente una condena categórica de este tipo de humanismo25. Al contrario,
se puede entender el humanismo burgués, en conformidad con este enfoque, como un paso necesario en la evolución del humanismo hacia el “humanismo proletario”. Esta perspectiva es la que defiende, en efecto, el joven Marx en losManuscritos de economía y filosofía de 1844, donde distingue
tres tipos de humanismo: el humanismo teórico, el humanismo práctico y el humanismo positivo26.
Estos distintos humanismos en realidad se refieren, según el joven Marx, a tres etapas distintas de
un solo proceso de emancipación.
El “humanismo teórico”, también llamado ateísmo por Marx, se refiere a una liberación de la
teología y al nuevo interés por la naturaleza humana que dicha liberación conlleva. Marx emplea el
término “humanismo práctico” (y también comunismo) para designar el movimiento que lucha en
contra de los impedimentos a una autorrealización humana universal y por establecer las condiciones sociales que la posibilitan. Por último, “humanismo positivo” es el nombre que Marx le da a una
sociedad en la que este objetivo se ha alcanzado, a saber, una sociedad en la que la alienación ha
sido superada y en la que cada individuo e individua puede desarrollar todas sus capacidades libremente; coincide con la madurez de ese orden social que se conforme después de terminada la
“prehistoria de la sociedad humana” y cuya esencia se puede formular como “el salto de la humanidad desde el reino de la necesidad al reino de la libertad”27.
Renzo LLORENTE
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23 Ponce, Humanismo, pp. 498-9.
24 PONCE, A (1974). Op. cit., p. 465; énfasis en el original.
25 Resulta un poco sorprendente que Ponce no aborde esta idea en Humanismo burgués y humanismo proletario, si tenemos en cuenta que analiza el fenómeno del humanismo desde una perspectiva marxista.
26 MARX, K (1985).Manuscritos de economía y filosofía. Trad. F. Rubio Llorente, Madrid, Alianza Editorial, p. 201. Para un
análisis e interpretación de este aspecto de los Manuscritos, véase GARCÍA BACCA, JD (1985). Presente, pasado y
porvenir de Marx y del marxismo, México, D.F., Fondo de Cultura Económica.
27 MARX, K (2004), Contribución a la crítica de la economía política. Ed. J. L. Monereo Pérez, Granada, Editorial Comares,
S.L., p. xxxii; ENGELS, F (1977). La subversión de la ciencia por el señor Eugen Dühring («Anti-Dühring»). Trad. M. Sa-
Si aceptamos este esquema, es evidente que el “humanismo teórico” constituye un primer estadio por el que la humanidad tendrá que pasar antes de poder aspirar a otras formas de humanismo.
Lo que Marx llamaba “humanismo teórico” en este escrito es en el fondo el mismo fenómeno que el
“humanismo burgués” analizado por Ponce, mientras que el “humanismo práctico” y el “humanismo
positivo” constituyen distintas fases de lo que Ponce llama el “humanismo proletario”: tanto el inicio y
desarrollo del proceso histórico para alcanzar las metas del humanismo proletario –comparable, por
ejemplo, al proceso de construcción de un nuevo orden social– como la sociedad creada cuando estas metas se han logrado y los valores que representan están plasmados en la vida cotidiana de todos. El surgimiento y consolidación del humanismo burgués debe considerarse, por tanto, un paso
necesario pero no suficiente para conseguir la liberación del ser humano tal como ésta se ve reflejada en los principios básicos de los humanistas (al igual que, como Marx puntualiza en su ensayo “Sobre la cuestión judía”28, la emancipación política fue necesaria pero no suficiente para alcanzar la
emancipación humana).
Una vez aceptaba esta concepción de la evolución del humanismo, resulta evidente que el
principal problema relacionado con el “humanismo burgués” no reside en su naturaleza burguesa,
sino en el hecho de que no haya sido superado pese a responder a una época histórica ya definitivamente pasada29. Dicho de otra manera, el problema es que sigue siendo hegemónico en una época
en la que puede y debe prevalecer el humanismo proletario o, si se prefiere, el “humanismo práctico”.
Si esta interpretación es plausible, se puede afirmar que hoy en día asistimos a un desarrollo
atrofiado del humanismo.
Estas consideraciones acerca de la utilización ideológica a que se presta cierta clase de humanismo nos recuerdan, al igual que el enfoque adoptado en Humanismo burgués y humanismo
proletario en general, la importancia de precisar a qué humanismo nos estamos refiriendo cuando
reivindicamos este concepto. Es decir, al invocar unos ideales humanistas deberíamos especificar la
variedad de humanismo que defendemos. Ya en el Manifiesto comunista Marx y Engels nos advertían que la burguesía confiere a términos como “libertad”, “justicia” o “cultura” un sentido conforme a
sus intereses y por lo tanto les da una significación que los trabajadores deberían rechazar30. Se
puede aplicar esta enseñanza de Marx y Engels con igual razón al término “humanismo”. Como Ponce ha demostrado, en el caso del humanismo burgués se trata, al fin y al cabo, de un humanismo de
clase; de ahí la insistencia de Ponce en usar la etiqueta “burgués” y su negativa a emplear el término
“humanismo” a secas. La conveniencia de emplear hoy la frase “humanismo proletario” puede ser
discutible; quizá sea más acertado abogar por un “humanismo crítico”, o un “humanismo materialista”, o un “humanismo positivo”, o un “humanismo sustantivo”. Pero lo que no se debe cuestionar es la
Utopía y Praxis Latinoamericana. Año 18, No. 60 (2013), pp. 119 – 126 125
cristán, Barcelona: Editorial Crítica, S. A., p. 294. Cf.GUADARRAMA GONZÁLEZ, P (2011). “Humanismo y marxismo”,
in: VALQUI CACHI, C & BAZÁN C, P (Coords.).Marx y el marxismo crítico en el siglo XXI, México. D.F., Ediciones Eón,
pp. 313-332.
28 MARX, K (1982). “Sobre la cuestión judía”, in: Marx, K. (1982). Escritos de Juventud. Ed. W. Roces, México, D.F., Fondo
de Cultura Económica, pp. 461-490.
29 Esta afirmación presupone, evidentemente, que el nivel de desarrollo de nuestras sociedades ya es tal que exige una
forma de organización “pos-burguesa”; si, con todo, estas sociedades siguen conformándose según patrones burgueses, se trata de un desfase entre las necesidades esenciales de estas sociedades y las instituciones y estructuras sociales que las rigen.
30 MARX, K & ENGELS, F (1998).Manifiesto comunista. Trad. L. Mames. Barcelona, Crítica, pp. 61-63. Aquí “rechazar” no
implica necesariamente rechazar en su totalidad, sino sólo “no admitir como concepto (totalmente) satisfactorio”. Quizá
sea útil una analogía: si los obreros deben rechazar la “democracia burguesa”, no es porque carezca por completo de
elementos que se puedan aprovechar para construir una forma de democracia más avanzada, sino porque la democracia burguesa resulta inadecuada como modelo político, a pesar de sus méritos.
necesidad de distinguir entre la postura que Ponce describe y defiende y la que inspira al humanismo
clásico, al menos cuando se trata de abordar este tema con cierto rigor. Si es inevitable que nos ocupemos del humanismo y, además, parece ser que nadie está en contra de la doctrina humanista, es
especialmente importante que los que defienden un humanismo al estilo del “humanismo proletario”
consigan diferenciar sus tesis de las de que sostienen otros humanistas.
Aunque Humanismo burgués y humanismo proletario no ofrece, ni pretende ofrecer, un tratado sobre esta otra concepción del humanismo, Ponce sí nos indica, como ya hemos visto, las condiciones históricas que presupone, así como algunos de sus principios rectores, y éste es otro mérito del libro que conviene destacar. El estudio de Ponce pone de manifiesto que el humanismo proletario
sólo puede ser desarrollado en determinadas condiciones socio-históricas (una puntualización, dicho sea de paso, que hace evidente la sinrazón de condenar el dominio del humanismo burgués en un periodo en el que no cabía un humanismo más “avanzado”). Estas condiciones incluyen, como ya se han enumerado arriba, un alto nivel de mecanización de la industria, un “gobierno obrero” y una
política de “cultura para todos”. Evidentemente, estas precisiones resultan poco originales, y el propio Ponce recuerda que se debe a Marx la idea de que tienen que darse ciertas condiciones objetivas, o un determinado nivel de desarrollo de las capacidades productivas de la humanidad, antes de que pueda existir “la posibilidad de formar hombres plenos, armoniosamente desenvueltos”31. Aun
así, Ponce hace una aportación importante al relacionar explícitamente el desarrollo humano planteado por Marx con la doctrina humanista. Además, Ponce introduce un elemento original e interesante cuando, al referirse a los retos que afronta el humanismo proletario y partiendo de algunas ideas de Lenin, llama nuestra atención sobre las dificultades relacionadas con la asimilación y apropiación de la cultura heredada del capitalismo y de la época del dominio burgués. Si es verdad que la burguesía tuvo que plantearse un problema parecido después de abatir el orden feudal, el desafío es mucho mayor en el caso del proletariado, el cual “difiere de la burguesía infinitamente más que la
burguesía del feudalismo”, ya que la diferencia fundamental entre estos últimos se reduce, al fin y al cabo, a “modos distintos de explotación”32. Aunque Ponce no proporciona propuestas concretas respecto a la tarea de “estudiar, criticar y asimilar los ‘clásicos’ desde el punto de vista del proletariado revolucionario”33, el hecho de que insista en la importancia de esta tarea y aclare algunas de las dificultades que acarrea es otra de las razones por las que Humanismo burgués y humanismo proletario sigue siendo un libro que nos puede ayudar a pensar el humanismo críticamente.
CONCLUSIÓN
Quizá sea útil, a modo de conclusión, señalar la más importante implicación práctica que se
desprende de la argumentación de Ponce y que es la siguiente: un humanismo realmente emancipador, un humanismo inspirado en ideales igualitarios y de libertad y justicia social, no puede dejar de
ser, en el mundo de hoy, un anti-capitalismo; es decir, un compromiso humanista debería conllevar
un compromiso anti-capitalista. Ésta es una de las enseñanzas principales que nos ha legado el libro
de Aníbal Ponce. Haríamos bien en recordarla ahora, en el siglo XXI, cuando un humanismo verdaderamente emancipador hace más falta que nunca.
Renzo LLORENTE
126 El aporte de Aníbal Ponce a la crítica del humanismo moderno
31 PONCE, A (1974). Op. cit., p. 509; énfasis en el original.
32 Ibíd., pp. 518-519; énfasis en el original.
33 Ibíd., p. 521. En términos muy generales, los trabajadores deberían “tomar del pasado los valores que correspondieron
al ascenso de la burguesía y para rechazar a su vez cuantos sirvieron de reflejo a su disgregación y decadencia” (Ibíd., p. 521; énfasis en el original)
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