
¿Por qué la conciencia no cayó del cielo y se construyó en comunidad? ¿Cómo pasamos de contar con los dedos a escribir leyes y hacer ciencia?
“La conciencia humana no cayó del cielo como un rayo: se fue forjando, paso a paso, con las manos, con la voz y con la vida en común”. En este artículo, nuestro colaborador Manuel Medina nos invita a un viaje vertiginoso —pero riguroso— por la larguísima historia que va desde los primeros reflejos animales hasta la capacidad humana de pensar, crear arte, hacer ciencia y cuestionarse a sí misma. Una historia que, lejos de ser un milagro súbito, se explica por tres motores inseparables: el trabajo, las relaciones sociales y el lenguaje, cuyas chispas encendieron la llama de nuestra conciencia colectiva.
POR MANUEL MEDINA (*) PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
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Imagine por un momento el lector que alguien le espeta:
“La conciencia no cayó del cielo como un rayo; se fue haciendo, paso a paso, con las manos, con la voz y con la vida en común”.
En este artículo trataremos, justamente, de explicar, en un recorrido efectuado casi a la velocidad de la luz, el larguísimo camino que va desde los primeros reflejos de los animales hasta el pensamiento capaz de hacer filosofía o ciencia y mirarse a sí mismo con ojo crítico.
La idea central que mantendremos aquí es muy sencilla, pero potente: nuestra conciencia es un producto histórico y social. No nació de golpe ni de una “chispa mágica”.
Brotó de tres motores que se alimentan entre sí: el trabajo, las relaciones sociales y el lenguaje. A partir de ahí, intentaremos explicar didácticamente cómo aparecieron la autoconciencia, la moral, el arte, la religión y, mucho después, la ciencia.
DE LOS ANIMALES A LOS PRIMEROS HUMANOS
Antes que el “yo pienso”, hubo un larguísimo “yo actúo”. Los animales superiores tienen memoria, aprenden y usan objetos – un palo para alcanzar comida, por ejemplo-. Pero no tienen conciencia humana: poseen, sin embargo, las premisas biológicas que, con el tiempo, le harán posible dar ese salto.

Los monos antropoides ya muestran representaciones – pueden tener en la cabeza la imagen de un objeto que no está delante – y cierta generalización, – no solo reconocen cosas por su forma, sino por lo que significan para ellos-.
Los australopitecos, al ponerse de pie, liberaron las manos y, con más cerebro y mejor vista espacial, comenzaron a manipular objetos de forma más constante. Aquí asoma ya una cosa nueva: rudimentos de imaginación, esa capacidad de combinar recuerdos para probar soluciones.
Piensa en esto con un ejemplo cercano: cuando improvisas una herramienta casera para abrir una lata sin abre-latas, no inventas desde cero; recombinas lo que ya sabes de resistencia, forma y apoyo. Algo así, pero de manera muy elemental, comenzó hace cientos de miles de años.
EL TRABAJO QUE NOS HIZO HUMANOS
El gran salto llegó con el trabajo colectivo. Fabricar y usar instrumentos no es solo “agarrar cosas”: es pensar un fin, elegir medio, prever resultados, corregir errores. Esa previsión —imaginar el “después” antes de que este exista— es ya conciencia en sentido fuerte.
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Además, los instrumentos se separan de la persona: se guardan, se transmiten, se perfeccionan. Son fuerza social, porque condensan la experiencia de muchas manos y muchas vidas. Y como el trabajo primitivo fue cooperativo, la gente tuvo que coordinarse, repartir tareas y productos, aprender a contener impulsos y a cumplir reglas básicas del grupo. Ahí nacen los primeros hábitos morales: ayuda mutua, disciplina del comportamiento y superación del “individualismo zoológico” – el sálvese quien pueda típico del mundo animal.
PALABRAS QUE CONSTRUYEN MUNDOS: EL LENGUAJE
Trabajar juntos exige comprenderse. Y comprenderse pide señales cada vez más finas. Existen dos sistemas: el primero, compartido con los animales (sensaciones, imágenes), y el segundo, específicamente humano: las palabras, “señales de señales” que nos permiten nombrar lo que vemos, lo que no vemos y lo que todavía no existe.
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Al principio, el lenguaje fue pobre y muy pegado a la situación inmediata. Con el tiempo, – entre neandertales y cromañones -, se volvió articulado y flexible. Eso permitió generalizar (“no esta piedra, sino la piedra en general”) y abstraer (“dureza”, “peso”, “forma”). Detrás de cada herramienta hay una mini teoría y, detrás de cada palabra, un trozo de experiencia social compartida.
Un ejemplo de aula: cuando alguien dice “triángulo”, no señala un dibujo concreto, sino una idea que vale para todos los triángulos posibles. Esa “magia” del lenguaje hace posible el pensamiento abstracto.
CÓMO NACEN LAS PRIMERAS CATEGORÍAS: CUALIDAD, CANTIDAD, ESPACIO Y TIEMPO
El pensamiento no empezó con ecuaciones, sino con prácticas repetidas que se fueron ordenando en la cabeza:
- Cualidad. Al comienzo, la cualidad estaba pegada al objeto: “piedra” y “duro” eran casi lo mismo. Con el trabajo, la gente aprendió a producir objetos con cualidades buscadas (filos, puntas, cuerdas resistentes) y, poco a poco, a separar la cualidad del objeto en el lenguaje (“dureza” como idea).
- Cantidad. Primero se contaba con dedos o marcando palitos; era un conteo concreto (“tres cabras”, no “tres” a secas). Mucho después aparece el número abstracto que se puede sumar y restar sin cabras delante.
- Espacio. Se midió el mundo con el cuerpo: pasos, palmos, codos. Repetir medidas creó patrones más exactos y duraderos, y se formó la idea de distancia y forma más allá de la percepción inmediata.
- Tiempo. Se aprendió mirando ritmos naturales (día/noche, estaciones) y ritmos del trabajo (secar pieles, curtir, sembrar). Nacen los calendarios y, con ellos, la orientación hacia el futuro.
Estos conceptos no salieron de un libro: salieron de resolver problemas prácticos.
«YO» Y «NOSOTROS»: AUTOCONCIENCIA, MORAL Y ARTE
Con el hombre de Cromañón y las sociedades gentilicias, organizadas por parentesco, la conciencia se vuelve más racional y aparece con fuerza la autoconciencia. El ser humano se ve a sí mismo en lo que hace: en las herramientas que construye, en los dibujos de las cuevas, en las costumbres que sostiene.
Primero, ese “yo” es colectivo (“somos del mismo clan”); más tarde, la individualidad se separa y surgen los nombres propios como marcas personales.
La moral ya no es solo “lo que me conviene”, sino lo que conviene al grupo: repartir, ayudar, respetar reglas. Y el arte cumple un papel práctico y educativo: enseña (cómo cazar), transmite memoria (qué animales había, cómo se movían) e inspira. No era “decoración de cavernas”; era una tecnología social de comunicación.
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CUANDO EL PENSAMIENTO SE CONFUNDE: RELIGIÓN, FETICHISMO Y ANIMISMO
El desarrollo del pensamiento no es una línea recta. Si te enfrentas a tormentas, sequías o enfermedades sin entender su causa, es fácil personificar (“la montaña está enfadada”), fetichizar (“esta piedra tiene un poder oculto”) o practicar magia (actos que “deberían” influir en la realidad). El animismo —atribuir “alma” a cosas, animales y personas— surge de experiencias fuertes y confusas (sueños, desmayos, muerte).
Estas creencias no son “tonterías” sin más; mezclan observaciones reales con explicaciones equivocadas. Funcionaron como pasos intermedios mientras el conocimiento no podía ir más lejos.
LA CIENCIA DESPIERTA: ESCRITURA, CAUSALIDAD, FINALIDAD Y LEY
Cuando la experiencia se acumula, llega la necesidad de fijarla. Ahí aparece la escritura: primero pictográfica (dibujos de cosas), luego ideográfica (símbolos que expresan ideas) y, al final, fonética (letras que representan sonidos). La escritura permite guardar y transmitir lo aprendido más allá de la memoria individual. Es como pasar de “stories” que desaparecen a un archivo que se puede releer y mejorar.
En paralelo, el trabajo planificado forma las grandes categorías lógicas:
- Causalidad: a cada cambio le corresponde una causa. Si yo golpeo el sílex de cierto modo, sale un filo; si no, no.
- Finalidad: antes de actuar, imagino el resultado. El fin existe “en mi cabeza” como guía de lo que voy a hacer.
- Ley: primero como regla social y regularidad natural, después como idea abstracta que ordena una gran cantidad de fenómenos.
La ciencia nace cuando estas categorías se usan para reproducir la realidad en el pensamiento con la mayor fidelidad posible… y luego transformarla.
UNA HISTORIA QUE NOS PERTENECE
La conciencia no es un regalo misterioso; es la huella de nuestra vida práctica. Nació del trabajo con las manos, creció en las palabras compartidas y se afinó en la cooperación. Tropezó con espejismos (magia, fetiches, dioses), pero también conquistó herramientas mentales (causalidad, número, ley) que hoy usas sin pensarlo cuando estudias, entrenas o planificas tu semana.
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¿Por qué importa? Porque si la conciencia se hizo, también se puede hacer mejor. Cada vez que aprendemos algo útil, cooperamos con otras personas y ponemos palabras claras a lo que pensamos, seguimos ese camino que empezó hace muchísimo… y que ahora sigue en nuestras aulas, trabajos y barrios.
(*) Manuel Medina es profesor de Historia y divulgador de temas relacionados con esa materia
FUENTES CONSULTADAS:
Marx y Engels:. La ideología alemana. Sobre producción de vida, lenguaje y conciencia. V. Gordon Childe / El hombre se hace a sí mismo. Clásico sobre cómo la técnica, la cooperación y la economía transforman a la especie humana.
V. G. Childe – Los orígenes de la civilización (PDF). Desarrollo de agricultura, calendario, urbanización y su impacto en ideas y creencias.
Alexander Spirkin: El Origen de la Conciencia Humana.