No fue comunista, pero nunca aceptó la fiebre anticomunista que gravitaba en las entrañas del capitalismo. Machado fue un poeta del pueblo y así lo reivindicamos, desde el honor comunista de haber sido sus amigos

Obra de Felipe Alcaraz, pertenecientes a la exposición de pintura “La última instantánea de Antonio Machado”
El 26 de julio se han cumplido 150 años del nacimiento de Antonio Machado Ruiz, un poeta del pueblo (decididamente un poeta “no” de estado), comprometido con la gente, “demófilo” (amante del pueblo) como marca personal de su vida y de su obra. Nació en Sevilla en 1875 y murió 64 años después, tras una cadena de exilios, dentro y finalmente fuera de España, con un semblante torturado que le aproximaba a una edad física de más de 90 años.
En su colección de proverbios y consejos le hizo decir a su alter ego Mairena: “Los hombres que están siempre de vuelta de todas las cosas, son los que no han ido nunca a ninguna parte. Porque ya es mucho ir; volver, ¡nadie ha vuelto!”. Era su crítica al vodevil hispánico de la duda y la superchería. Él fue (a la lucha), decidido, apostó, permaneció, y nunca regreso de su compromiso; casi como una manera de ser, como reconocería Max Aub. Y en esa apuesta se le fue tempranamente la vida.
La estampida violenta del fascismo contra la República le hace reconocerse en un proyecto filosófico y vital, que nunca abandonaría, y que realmente convirtió en una vocación irreversible: la necesidad de luchar a todo o nada por la gente, es decir, por la democracia, o dicho de otra manera: por el estado republicano de las cosas. Luchar junto al pueblo por el poder de la gente, por el gobierno de la gente y, si resultara necesario, morir en el empeño. Y en este empeño, a pesar de la violencia estructural del nuevo capitalismo, surgido tras la lucha contra el nazi-fascismo, nunca se consideró derrotado; queremos decir: moral, ideológicamente derrotado.
La estampida violenta del fascismo contra la república le hace reconocerse en un proyecto filosófico y vital, que nunca abandonaría: la necesidad de luchar a todo o nada por la gente
A finales de 1938, cuando todos los ecos, y las voces, apuntaban a la derrota de los republicanos, conoció en Barcelona al gran bolchevique Ilya Ehrenburg, autor impar de “España, república de los trabajadores”, y de tantos textos referidos al poder revolucionario de la gente organizada; y don Antonio, ya viejo y enfermo, como solía decir, le hizo una declaración que a primera vista parecía una salida extravagante y gratuita, cuando le dijo que según los historiadores y otra gente los republicanos había perdido la guerra, pero que él consideraba que humana, moralmente, la había ganado.
Y tenía razón. La república y sus luchadores habían ganado la batalla mundial de la opinión. En un momento, además, en que la lucha contra el nazi-fascismo se hacía perentoria, como se vería a lo largo de la segunda gran guerra. Faltaba la victoria política y militar, que se perdió, y bien que lo subraya don Antonio a través de múltiples textos, por el abandono de la causa de las naciones de la democracia liberal, singularmente Francia e Inglaterra. Es decir, las democracia liberales, impulsadas por el influjo concreto de los norteamericanos, preferían antes una España en manos de Franco que sometida a los vientos de la izquierda, donde soplaban con fuerza los comunistas. Y bien que lo concretó al principio de los cuarenta Winston Churchill y lo suscribieron los EE.UU. de forma permanente a partir de 1945.
En esta apuesta Machado se jugó entero, no sin pagar una cuota miserable de bulos y maledicencias, a pesar de su honestidad intelectual, mantenida hasta el último aliento en sus escritos, incluso los publicados horas antes de salir de Barcelona rumbo a la frontera, en las vísperas de la toma de la ciudad por las fuerzas franquistas. A pesar de su línea recta, años después se propagó el bulo de que los comunistas, antes de dejar Barcelona, le habrían ofrecido el homenaje multitudinario de una despedida a cambio de que aceptara pedir el carné del Partido Comunista de España. Lo que no consta en ninguna publicación, ni siquiera en un solo testimonio personal de la época, máxime cuando hasta última hora, Machado, solidario y comprensivo siempre con el V Regimiento, el PCE y la labor mundial de la Unión Soviética, se declaró no marxista, y no dejó nunca la matriz humanista y cristiana que había desarrollado desde el principio en sus escritos y en su militancia personal, junto al pueblo llano, como un “demófilo” convencido, dispuesto a darlo todo por la “razón de pueblo” que subyace en su obra.
El intento de adulterar la trayectoria de Machado se debe sobre todo a un excomunista, Enrique Castro Delgado, que en su libro “Hombres made in Moscú”, mantiene la tesis de que el PCE obligó al poeta a divorciarse del alma auténtica de España, cayendo en las manos de un bolchevismo al que nada le interesaba el futuro de la democracia española, entregándose así el poeta y profesor a la gran mentira de los comunistas.
Pero la realidad es otra, claro. Machado fue amigo incondicional de los republicanos, admiró a las gentes sencillas y abnegadas del V Regimiento, luchó hasta el último aliento por el protagonismo de la gente, desde su “demofilia” militante, y murió sabiendo distinguir los ecos de las voces, sin entender el abandono del destino democrático y republicano de España por parte de las democracias liberales. No fue comunista, pero nunca aceptó la fiebre anticomunista que gravitaba en las entrañas del capitalismo. Machado fue un poeta del pueblo y así lo reivindicamos, desde el honor comunista de haber sido sus amigos.


(*) Escritor