MLKP Turquía/Kurdistán
Oficina Internacional
Nuevos hechos y algunas pronósticos
Con la segunda presidencia de Donald Trump, presenciamos diversos cambios en el Estado estadounidense. Estos afectan no solo el contenido de las políticas, sino también su forma. La plandilla de Trump está compuesto por grandes capitalistas como él. Bajo la influencia manifiesta de los representantes del capital monopolista estadounidense, la vía «indirecta» de la influencia burguesa se está transformando en una forma directa. La importancia del sistema de separación de poderes, o el control y equilibrio, que antaño representaba la sede de la democracia burguesa, está perdiendo relevancia. La estructura del Estado estadounidense se está reestructurando en beneficio de un grupo de capitalistas monopolistas que han tomado el poder. Las agencias de noticias y medios de comunicación que no se alinean con estas medidas de reestructuración están siendo sancionadas una tras otra. Y sistemas político-ideológicos como el liberalismo están siendo tachados de obsoletos y desfasados de los tiempos, incluso en el ámbito económico.
La relación entre el «viejo» mundo (Europa) y el «nuevo» mundo (EE. UU.) también está experimentando una transformación bajo el gobierno de Trump. El EE. UU. de Trump ha comenzado a ver a la UE más como un rival que como un socio. Esto demuestra que los cimientos de las relaciones entre Europa y EE. UU., establecidos tras la Segunda Guerra Mundial, se han tambaleado. Tras la Segunda Guerra Mundial, los estados de Europa Occidental se desarrollaron bajo el paraguas financiero y militar de EE. UU. contra el bando socialista. Trump está cerrando este paraguas. EE. UU. prácticamente avergonzó a la UE, por ejemplo, en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Y la OTAN ya no es una garantía para Europa. Nuevas alianzas, como la llamada «Coalición de la Voluntad», que surgió a raíz de la guerra de Ucrania, demuestran una respuesta «europea» a la nueva dirección de la política estadounidense. Sin embargo, la constante contradicción de EE. UU. con Europa en las negociaciones con Rusia muestra cómo Trump está impulsando esta nueva fase.
En medio de la intensificación actual de la lucha por el reparto del mundo, el hecho de que Estados Unidos se aleje de Europa muestra que ha comenzado una nueva era tanto para la burguesía europea como para el proletariado europeo.
En el futuro, deberán invertir considerablemente más recursos en seguridad. Y la retirada de ciertos privilegios comerciales con EE. UU. generará importantes dificultades en las guerras comerciales emergentes. El resultado inevitable de esta situación será una UE liderada por los monopolios de Alemania y Francia, o asistiremos a su desintegración. Independientemente del camino que elija la burguesía, la situación del proletariado empeorará. Sin reducir los salarios ni empobrecer a la población, será imposible sobrevivir a las próximas luchas hegemónicas ni obtener nuevos recursos para la seguridad. Es inevitable que la relación entre la burguesía y el proletariado en Europa sea diferente mañana. Las contradicciones se intensificarán, lo que conducirá a rupturas revolucionarias y al auge mucho más evidente de los movimientos contrarrevolucionarios.
Como resultado directo de la crisis existencial del capitalismo, los nuevos movimientos fascistas, apoyados por el creciente respaldo de la menguante pequeña y mediana burguesía y los proletarios empobrecidos, cobrarán fuerza. Por otro lado, como contracorriente, la unidad de las fuerzas antifascistas se fortalecerá, ya que, en las condiciones de la crisis existencial, es imposible que las masas no caigan en extremos políticos. Los fascistas están experimentando un auge hoy en día porque reconocieron esta realidad antes que los revolucionarios. Amplios sectores del movimiento antifascista aún operan según las condiciones económicas y políticas del «viejo mundo». Tienen la ilusión de poder detener los movimientos fascistas mediante alianzas con la burguesía. Pero inevitablemente deben despertar de este sueño, porque a partir de ahora, la polarización entre fascismo y antifascismo en Europa se hará más pronunciada y aguda.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, existían tres grandes movimientos políticos: el socialismo, el fascismo y el liberalismo. La URSS, los Estados Unidos y la Alemania nazi representaban estos movimientos.
La URSS ya no existe, y el socialismo carece de liderazgo entre las masas. El liberalismo está en declive, e incluso su máximo representante, Estados Unidos, lo está abandonando. Parece que el camino está despejado para el fascismo. Pero lo cierto es que el capitalismo también atraviesa una crisis existencial. La crisis de pobreza que la acompaña causa dolor, y los proletarios y los pobres, así como sus jóvenes, desarrollan sentimientos y posturas mucho más hostiles contra el capitalismo, temiendo ser aplastados. En estos momentos, la mente de la gente está mucho más abierta a las ideas revolucionarias y al socialismo. El antifascismo condujo a un compromiso con la burguesía liberal en la primera mitad del siglo pasado; hoy en día las masas pobres sabrán que tal compromiso es imposible. Por lo tanto, no es sorprendente que la juventud de los anticuados partidos comunistas, así como de los partidos socialdemócratas, verdes y liberales, se oriente particularmente hacia el socialismo revolucionario.