
Fuentes: Nueva revolución
La historia de los saharauis ha sido siempre una historia de búsqueda incansable de la libertad, una libertad que les ofrece el desierto pero que siempre han sentido amenazada por potencias extranjeras.
El Sáhara Occidental tiene unas fronteras claramente establecidas y reconocidas internacionalmente. Por el norte, el paralelo 27° 40’ N lo separa de Marruecos, mientras que limita al noreste con la hamada argelina de Tinduf y, al este y al sur, con Mauritania. Al oeste, el territorio es bañado enteramente a lo largo de su costa por el Océano Atlántico.
Pero hubo un tiempo en que esto no era del todo así, ya que la frontera norte del Sáhara Occidental se extendía hasta el río Draa, hasta que, el 1958, el territorio comprendido entre este río y el paralelo 27° 40’ N fue entregado por España a Marruecos.
En 1900, Francia y España firmaron el Tratado de París para delimitar las fronteras de las posesiones territoriales de ambos países en la costa del Sáhara y en la del Golfo de Guinea. En este acuerdo, la frontera norte del Sáhara Occidental quedó abierta a expensas de futuros tratados, mientras que, en el sur, la península de Cabo Blanco quedó dividida en dos para que Francia pudiera explotar la Bahía del Galgo y España, la parte oceánica de la península. En el interior del territorio, la única frontera del Sáhara Occidental que no se trazó con una línea recta sobre el mapa fue la del sureste con el fin de que las minas de Idjil, con importantes yacimientos de sal y mineral de hierro, se quedaran en la parte francesa.
En los años siguientes, y hasta 1912, Francia y España firmaron algunos tratados más que asentaban las fronteras acordadas entre ambos países y que dividían el Sáhara Occidental en dos territorios diferentes pero con un estatuto jurídico para cada uno. Por un lado, Cabo Juby y su capital, Villa Bens, actual Tarfaya, como parte sur del Protectorado español limitando en el norte con el río Draa y Marruecos y, en el sur, con el paralelo 27° 40’ N. Por el otro, todo el territorio al sur de este paralelo, que, ya como colonia, se denominó el Sáhara español.

En virtud de lo expuesto, el Sáhara Occidental debería ocupar una extensión territorial de 310.000 km² cuadrados — 266.000 km² si no tenemos en cuenta la actual provincia de Tarfaya — y limitaría al norte con el río Draa y Marruecos; al noreste, con la hamada argelina de Tinduf; y al este y al sur, con Mauritania.
En esos primeros años del pasado siglo XX, los saharauis se encontraban rodeados de territorios colonizados por Francia. Para ellos, los franceses eran la verdadera amenaza, pues sus apetencias colonialistas parecían no tener fin. A los españoles, por el contrario, parecía no importarles el interior del Sáhara y centraban su explotación en la costa. El capitán Bens, incluso, ya como gobernador entonces de Río de Oro [1], aplicó una política de acercamiento hacia la población nativa intentado ganarse su confianza con acuerdos comerciales y desarrollando cierta acción protectora de los saharauis, aunque, por supuesto, con una perspectiva colonial paternalista y sin intención de renunciar a la ocupación del territorio. Pero la acción del Gobierno se centró básicamente en el litoral atlántico. En el interior, en cambio, la ocupación fue más bien de una forma simbólica en su conjunto, y en cierta forma lo siguió siendo hasta que España abandonó el territorio entre 1975 y 1976, pues realmente los españoles apenas se movieron de la costa en casi cien años. Pero los saharauis eran conocedores de que sus hermanos de los pueblos vecinos estaban padeciendo la invasión francesa, mucho más intensa y efectiva. Los saharauis no tardaron en ofrecerse para combatir la presencia colonial gala en la región y sus tribus mandaron a muchos de sus hijos para que contribuyeran a la resistencia anticolonialista. Hitos de esta guerra de resistencia fueron las batallas victoriosas que encumbraron a Alí uld Meyara como uno de los principales líderes de los guerrilleros saharauis. En una de estas batallas, incluso, en la de Oum-Tounssi (1932), cerca de Nuakchot, las tropas coloniales francesas cayeron ante la emboscada que organizó la resistencia saharaui y en ella murió el hijo del presidente francés Mac-Mahon.
Sin embargo, el avance del poderoso imperio colonial francés era imparable. En contraposición, los movimientos de liberación nacional se habían expandido por toda África y llegaron al Magreb constituyéndose en Argelia, en 1954, el Frente de Liberación Nacional (FLN). En 1955, Túnez consiguió el autogobierno y, por su parte, Marruecos celebró que Francia permitiera el regreso de Mohamed V al país. Para expresar la bienvenida al monarca marroquí regresado del exilio, una delegación de notables saharauis viajó hasta Rabat para entrevistarse con él y felicitarle por los pasos en la dirección de la independencia de Marruecos. En este sentido, la delegación saharaui aprovechó para pedirle su ayuda para la lucha de liberación del Sáhara, pero con la condición de que esta colaboración no significara fidelidad ni vasallaje alguno a la monarquía alauita por parte de los saharauis. Como respuesta, Mohamed V solo pidió que las demandas se le fueran entregadas por escrito. En ellas, pudo leer que la solicitud de apoyo a la lucha saharaui era para combatir la ocupación francesa en territorios exteriores a la colonia española. Con los españoles, se convenía, ya llegarían a acuerdos una vez se expulsase a los franceses. El propio monarca también impondría su propia petición: los ataques a los galos no deberían producirse al norte del río Draa, puesto que él ya había firmado un acuerdo de mutuo respeto con Francia.
Marruecos accede finalmente a la independencia en 1956, pero, al margen de la monarquía, se fragua un frente de liberación nacional a nivel regional que pretende la expulsión completa de los franceses de todo el Magreb. Es el Ejército de Liberación (EL), y ambiciona tanto la liberación de Argelia y de Mauritania como una república para Marruecos, pues entiende que la monarquía alauita favorecerá los intereses coloniales franceses por encima de los de la población marroquí.
Para entonces, con su país recién independizado, el flamante nuevo Gobierno marroquí sueña con el Gran Marruecos, una idea expansionista que trata de incorporar al país magrebí el Sáhara español, territorios del oeste de Argelia, buena parte del norte de Malí y toda Mauritania para hacer del río Senegal su frontera sur. Con esta pretensión megalómana, los sectores más extremistas del partido nacionalista en el Gobierno, el Istiqlal, trataron de utilizar su relación con el Ejército de Liberación para hacerle partícipe de las nuevas aspiraciones de la nación. A nivel diplomático, los emisarios internacionales del reino hicieron lo correspondiente en las altas instancias internacionales, como la ONU, donde Marruecos empezó a reclamar abiertamente para sí los territorios de Ifni, el Sáhara español y Mauritania.

Precisamente después de que, en 1955, España ingresase en las Naciones Unidas junto a otros 15 países, el secretario general de la organización mundial dirigió, el 24 de febrero de 1956, una carta a estos nuevos Estados miembros para que hicieran saber si alguno de ellos administraba territorios no autónomos, es decir, para que manifestaran si poseían alguna colonia. España, que parecía iniciar la colonización efectiva de todo el Sáhara Occidental cuando el resto de potencias europeas se iban desprendiendo de sus colonias, tarda más de dos años en dar respuesta a la Asamblea General de la ONU y manifiesta que no tiene colonias, que lo que posee son provincias de ultramar. Y puede decir tal cosa porque, mediante un decreto del 21 de agosto de 1956 [2], España convierte, en una ficción jurídica, los territorios coloniales en provincias de ultramar. Esto significa que, a partir de entonces, España trata de asimilar el territorio colonial al territorio metropolitano de forma que considera que los saharauis son españoles y el Sáhara Occidental es parte de España convirtiéndose este territorio — a excepción de Cabo Juby, como se verá más adelante — en lo que se llamaría, más tarde, la provincia 53 del Estado.
Algunas tribus saharauis habían ido perdiendo la confianza en España como potencia colonial y, en consecuencia, habían ido engrosando las filas del Ejército de Liberación llegando a constituir su propia marca, el Ejército de Liberación Saharaui (ELS). Pero cuando, en 1957, fueron atacados simultáneamente Ifni y otros enclaves en el Sáhara español, España reaccionó ante esta importante ofensiva del ELS sellando un acuerdo con Francia para llevar a cabo, en 1958, la Operación Ouragan (Huracán), más tarde denominada Écouvillon-Teide, una serie de operaciones militares conjuntas entre españoles y franceses contra las milicias de los movimientos de liberación nacional tanto en el Sáhara español como en los países vecinos.

La derrota del ELS fue un duro revés para las aspiraciones nacionalistas saharauis. Por un lado, las fuerzas hispano-francesas consiguieron hacerse con toda la región en un par de semanas. Por el otro, los servicios secretos españoles y franceses descubrieron la ayuda prestada desde la monarquía alauita, sobre todo la participación del príncipe heredero, Muley Hasán, el futuro Hasán II, y esto provocó que Marruecos se replanteara su implicación en el conflicto y retirara su ayuda al Ejército de Liberación. Pero los saharauis supieron de las verdaderas intenciones de Marruecos. No era ayudar a los saharauis en su lucha de liberación nacional, sino servirse de ella para hacerse luego con su Sáhara. No solo descubrieron sus pretensiones, sino que sufrieron algunas restricciones por su parte en los movimientos de los saharauis y, en ocasiones, hasta supieron del apoyo del monarca marroquí a las tropas francesas y españolas en acciones contra ellos. En represalia, los saharauis decidieron infligirle, a Marruecos, un duro golpe asaltando un depósito de armas en Tan-Tan. Pero a pesar de todo, los saharauis evidenciaron la derrota ante las fuerzas coloniales y la traición de la monarquía alauita. Muy decepcionados, más de un millar de combatientes del ELS volvieron al Sáhara, aunque otros muchos, por miedo a las posibles represalias por parte del Gobierno español, se quedaron en Marruecos o se marcharon a Argelia o Mauritania para establecerse en estos países.
Los muertos en la batalla no fueron la única pérdida para los saharauis. Una vez asentada en la región la que se llamó la Paz de los Cementerios, marroquíes y españoles firmaron, el 1 de abril de 1958, el Acuerdo de Cintra, con el que se estipuló la entrega a Marruecos por parte de España de los territorios saharauis entre el río Draa y el paralelo 27° 40’ N, es decir, Cabo Juby, donde se encontraban las ciudades de Tarfaya — Villa Bens hasta entonces — y Tan-Tan [3].
La historia de los saharauis ha sido siempre una historia de búsqueda incansable de la libertad, una libertad que les ofrece el desierto pero que siempre han sentido amenazada por potencias extranjeras. Siempre han luchado decididamente contra enemigos venidos de fuera, y seguirán haciéndolo si es necesario mientras haya un solo saharaui vivo.
Así parecía ser también a principios de la década de 1970, cuando, siendo aún colonia de España, el Sáhara Occidental era reclamado por Marruecos: era un ciclo que se repetía constantemente y que, para los saharauis de entonces, no cesaría hasta que consiguieran tener un Estado propio, pues era lo que les demandaba el mundo moderno. Ya no podían seguir viviendo en una tierra sin confines delimitados. Seguirían recorriendo las rutas nómadas que ya andaban sus antepasados, pero cada vez lo tendrían más difícil puesto que para ello deberían cruzar fronteras que no existían en su territorio antes de la colonia. Y a la vista estaba que no podían depender de la buena voluntad de España o de sus vecinos. Era un problema que debían resolver por ellos mismos. Es por eso que necesitaban de líderes o estructuras dirigentes que los condujeran a la libertad de una forma definitiva y en consonancia con los nuevos tiempos, puesto que las viejas formas tribales ya no los iban a llevar a ningún sitio. Tenían que preservar su existencia como pueblo y, por fin, encontraron, a partir de 1973, de quién servirse para ello. Este no era otro que el Frente Polisario [4].
Notas:
[1] Con una superficie de 184 000 km², Río de Oro era uno de los dos territorios que conformaban la antigua colonia española del Sáhara, concretamente el que se extendía al sur del paralelo 26° N. Por su parte, el otro territorio, Saguía El Hamra, al norte de este paralelo, tenía una superficie aproximada de 82.000 km² y debía su nombre, “el río rojo”, al río de cauce siempre seco que atraviesa el norte del territorio en dirección oeste y que desemboca en la costa atlántica cruzando El Aaiún, la capital del Sáhara Occidental.
[2] El Decreto de 21 de agosto de 1956 convertía la Dirección General de Marruecos y Colonias en Dirección General de las Plazas y Provincias Africanas (BOE núm. 1338, de 19 de setiembre de 1956). Este Decreto fue desarrollado posteriormente por el del 10 de enero de 1958, por el que se reorganizaba el Gobierno General del África Occidental Española (BOE, 14 de enero de 1958, número 12, p. 87).
[3] Con el Acuerdo de Cintra, España mantuvo Ifni, declarada en 1958 provincia española de ultramar, aunque el territorio fue retrocedido más tarde a Marruecos en virtud del Tratado de Retrocesión firmado en Fez el 4 de enero de 1969.
[4] Hubo una organización previa al Frente Polisario que sirvió como embrión para este: fue la Organización de Avanzada para la liberación del Sáhara (OASLS), de la que hablamos aquí el pasado 16 de junio de 2025.
Lluís Rodríguez Capdevila (Barcelona, 1974) es director del documental “Saharauis, entre la ocupación y el exilio” (2010) y autor de la exposición fotográfica itinerante “Saharauis, imágenes de un pueblo en el olvido”. Con “Una vida junto al Polisario” (2022), ha decidido adentrarse en el ámbito literario para descubrir las principales claves que explican el conflicto del Sáhara Occidental desde que España abandonó el territorio entre 1975 y 1976.
Fuente: https://nuevarevolucion.es/el-sahara-occidental-tras-la-paz-de-los-cementerios-de-1958/