
El gobierno iraní lanzó una advertencia tan breve como devastadora. Aunque todavía no se ha disparado una bomba atómica, el mundo contuvo el aliento ante el poder simbólico de un solo mensaje
La noche del pasado 17 de junio de 2025, en medio del fuego cruzado entre Israel e Irán, la televisión estatal iraní emitió una frase que desató una tormenta global: “Se avecina un acontecimiento que se recordará durante siglos”. La amenaza, ambigua pero contundente, bastó para desencadenar despliegues militares, reuniones de emergencia y una oleada de pánico geopolítico. No hizo falta que estallara nada más. Porque el mundo, ante ese mensaje, ya había estallado por dentro.
POR ADAY QUESADA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG.-
Un solo mensaje bastó para que el mundo contuviera el aliento: la televisión estatal iraní, en medio de la mayor escalada militar en décadas entre Israel e Irán, anunció que estaba a punto de ocurrir “un acontecimiento que se recordará durante siglos”. Esta frase, tan breve como devastadora, no solo encendió todas las alarmas geopolíticas del planeta, sino que desató una ola de especulaciones, respuestas militares y una intensificación sin precedentes de la retórica global. Porque, más allá del contenido literal del mensaje, lo que contenía era una amenaza simbólica de proporciones históricas.
El contexto no era menor: desde el 13 de junio de 2025, Israel había lanzado una serie de ataques masivos contra instalaciones nucleares y militares iraníes. En respuesta, Irán disparó una lluvia de misiles y drones sobre el corazón de ciudades israelíes. Pero el punto de inflexión llegó cuando, el 16 de junio, un ataque israelí destruyó parcialmente la sede de IRIB, la televisión estatal iraní, en plena transmisión en vivo. El impacto visual de la presentadora huyendo entre humo y escombros se convirtió en símbolo de la guerra moderna: una guerra también mediática, de narrativas, símbolos y legitimidades.
Aunque el «gran acontecimiento» todavía no ha llegado, el terror que ha generado cumplió con creces su función. Porque el poder del miedo reside en su anticipación.
Fue entonces cuando el gobierno iraní contraatacó desde la esfera simbólica. El 18 de junio, el Ayatollah Ali Khamenei apareció en una transmisión grabada donde no solo rechazó las amenazas de rendición planteadas por Estados Unidos, sino que dejó caer una advertencia que resonaría como un trueno: cualquier intervención norteamericana implicaría un “daño irreparable”. Y lo más llamativo vino desde el canal oficial, que acompañó la emisión con una promesa todavía más cargada de dramatismo:
«Se avecina un “acontecimiento que se recordará durante siglos”.
A primera vista, podría parecer una simple declaración retórica. Pero el efecto fue instantáneo. Gobiernos, bolsas de valores, ejércitos y medios de comunicación comenzaron a interpretar la advertencia como un posible preludio de un ataque nuclear o una ofensiva de gran escala. Y si bien no se materializó de inmediato ningún evento que justificara ese título histórico, lo cierto es que el solo anuncio reconfiguró el tablero mundial.
Desde la lógica de la confrontación clásica entre Estados, este tipo de mensajes pueden ser jugadas cuidadosamente calculadas. Pero bajo una mirada más crítica y estructural, lo que tenemos aquí es un uso extremo del poder simbólico del Estado moderno, una suerte de bomba informativa con efectos reales. El mensaje no apuntaba solamente al enemigo externo, sino también a un objetivo interno: fortalecer la cohesión nacional, sostener la moral popular y posicionar a la República Islámica como un actor central en el ajedrez geopolítico global.
La frase difundida por IRIB operó como un detonador narrativo: en pocos segundos, colocó a Irán en el centro de la escena como protagonista de un acontecimiento trascendental. Las redes sociales multiplicaron la frase hasta convertirla en tendencia mundial. Al mismo tiempo, los gobiernos occidentales y las agencias de inteligencia comenzaron a analizar el mensaje como un posible indicio de acciones inminentes. Algunos, como Estados Unidos, reaccionaron con despliegues militares masivos en el Golfo Pérsico, incluyendo el envío del portaaviones USS Nimitz. Otros, como Rusia, utilizaron la ocasión para reforzar su papel como potencia mediadora, condenando los ataques israelíes y pidiendo contención.
Pero más allá de las respuestas inmediatas, lo que reveló esta secuencia fue algo más profundo: el grado en que las guerras contemporáneas se libran también en el terreno de la imagen y la palabra. Y en ese terreno, el mensaje iraní fue un misil ideológico de alta precisión. Bajo una lógica comunicacional propia del siglo XXI, donde el impacto emocional de un mensaje puede tener consecuencias más inmediatas que una ofensiva militar tradicional, Irán logró asestar un golpe simbólico que desestabilizó temporalmente al bloque occidental.
Desde una perspectiva estructural, este tipo de anuncios no deben entenderse como simples reacciones. Lo que vimos fue la operación de un aparato estatal que combina elementos militares, comunicacionales y culturales en un solo movimiento estratégico. La televisión estatal no es solo un canal de noticias: es una herramienta de legitimación. En este caso, la IRIB se transformó en altavoz del poder soberano, articulando una narrativa de resistencia que trasciende al hecho puramente militar y que busca impactar en la percepción internacional.
En esa línea, el propio ataque israelí contra IRIB se puede leer como un intento de desarticular ese dispositivo narrativo. No se trató solo de dañar infraestructura de comunicación: fue un intento directo de silenciar un órgano que el gobierno iraní utiliza para construir sentido, moral y legitimidad frente al pueblo iraní y a sus aliados.
Pero al igual que ocurrió en otras guerras mediáticas del pasado, el efecto fue contrario: la destrucción del medio no eliminó el mensaje, sino que lo potenció. De hecho, la frase “acontecimiento que se recordará durante siglos” no fue pronunciada por Khamenei, sino que fue parte de la locución editorial posterior al discurso, como si el medio intentara colocar un marco interpretativo que hiciera del momento un hito.
Y ese marco fue exitoso. Aunque no hubo un evento puntual que justificara de inmediato la magnitud de la promesa, la frase quedó flotando en el aire, instalada en el imaginario colectivo como una amenaza latente. Irán no necesitó detonar una bomba para paralizar al mundo: bastó con hacer sentir que lo haría. Esa es la nueva lógica del poder simbólico, donde la amenaza —si está bien presentada— puede ser más poderosa que el hecho mismo.
Esta estrategia no es nueva. A lo largo de la historia, distintos regímenes han utilizado el lenguaje hiperbólico para construir legitimidad y temor. Pero en un mundo saturado de información, la eficacia de esos mensajes depende de su capacidad de generar emoción, incertidumbre y expectativa. Y en ese sentido, el anuncio de IRIB cumplió con creces su función. Paralizó al mundo, activó a las grandes potencias, empujó una carrera de declaraciones, despliegues militares y alertas diplomáticas.
Hizo que todos se preguntaran: ¿y si es verdad?
Quizá nunca sepamos con certeza si Irán realmente planeaba un evento de tal magnitud. Pero lo cierto es que la amenaza ya ha cumplido su propósito: se convirtió en parte del conflicto, alteró el cálculo de los actores globales y volvió a colocar la cuestión del poder simbólico en el centro del tablero geopolítico. Como en un ajedrez donde el movimiento decisivo no es el que se hace, sino el que se sugiere.
¿Y si finalmente no ocurre nada? No importa. Porque lo que ya ocurrió es suficiente: el mundo recordará este momento, no por lo que pasó, sino por lo que temió que pasara.
Y ese miedo, sembrado con una frase cuidadosamente colocada, es quizás el acontecimiento que se recordará durante siglos.
https://canarias-semanal.org/art/37474/el-dia-en-que-iran-paralizo-al-mundo-con-una-sola-frase