
«Sin arrepentimiento, sin domesticación, no hay reducción de condena”
Desde su celda, el preso político Pablo Hasel denuncia las condiciones que enfrentan quienes, como él, se niegan a renunciar a sus ideas. A través de una carta abierta, rechaza el chantaje institucional de los beneficios penitenciarios a cambio de arrepentimiento y reafirma que la dignidad no puede negociarse.
Por ERNESTO GUTIÉRREZ PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
Desde el Centro Penitenciario de Ponent, ubicado en Lleida (Cataluña), el rapero y preso político Pablo Hasel ha lanzado una nueva denuncia pública mediante una carta abierta en la que expone las condiciones y chantajes que -según denuncoa- sufren los encarcelados por motivos políticos.
Hasel, conocido por sus letras combativas y su militancia revolucionaria, no habla solo de su caso: denuncia un sistema penitenciario que, «bajo apariencia de rehabilitación, busca arrancar de raíz cualquier disidencia ideológica y someter a quienes resisten».
UNA DOBLE VARA DE MEDIR
En su carta, Hasel denuncia que a los presos políticos no se les permite el acceso a los beneficios penitenciarios —en teoría accesibles a cualquier preso por buena conducta— a menos que renieguen de sus ideas.
«Sin arrepentimiento, sin domesticación, no hay reducción”, afirma tajantemente.
«Para el sistema -insiste Hasel- continuar aportando a la causa desde prisión y negarse a arrodillarse no es una conducta aceptable. Por el contrario, se exige que renieguen de su lucha y que legitimen la represión que otros sufren fuera».
EL PIT: PROGRAMA DE SUMISIÓN
Hasel relata que, al poco tiempo de ser encarcelado, una Junta de Tratamiento (formada por educador, psicólogo, trabajador social y jurista) le ofreció integrarse en un Programa Individualizado de Tratamiento (PIT).
«Este programa – afirma- consistía en realizar una serie de cursos reeducativos, aceptar un trabajo en prisión —en condiciones de sobreexplotación, y participar en actividades seleccionadas por la institución».
Hasel rechaza frontalmente este ofrecimiento. Asegura que «no tenía nada que corregir», y que asumir esa “reeducación” sería equivalente a renunciar a sus principios. La respuesta -según relata- fue el aislamiento encubierto durante casi cinco meses. Una medida de castigo encubierta que, denuncia, solo se detuvo gracias a la presión de la solidaridad exterior y su amenaza de iniciar una huelga de hambre.
UNA REEDUCACIÓN QUE EXIGE RENDICIÓN
Los cursos que se le proponían- señala Hasel- revelan el cinismo del sistema. Uno de ellos se titulaba «Cree en el cambio», algo que él considera absurdo, dado que su encarcelamiento se debe precisamente a su lucha por un cambio social profundo. Otro, «Gestión emocional», pretendía corregir —según su interpretación— la rabia legítima frente a la opresión. También se le ofrecía participar en un curso llamado «Preparando la vida en comunidad», que Hasel contrapone a la labor de los comunistas que, como él, afirman trabajar por los intereses colectivos.
El colmo del despropósito, en palabras de Hasel, era la exigencia de «desarrollar la empatía». Lo interpreta como una imposición de empatía con los verdugos, con quienes imponen sufrimiento desde posiciones de poder. “No es suficiente con dedicar la vida a combatir las injusticias ejerciendo la solidaridad constantemente”, escribe, señalando que son precisamente los carentes de empatía quienes pretenden dar lecciones.
Hasel no se limita a criticar las instituciones penitenciarias estatales: señala directamente a las catalanas. Denuncia que este programa de tratamiento está avalado por el Govern de ERC y Junts, con el apoyo de la CUP, señalando así la complicidad de las fuerzas que se presentan como progresistas.
EL PRECIO DE LA DIGNIDAD
El preso político reconoce que hay quienes les sugieren simular el arrepentimiento para salir antes de prisión. Pero para Hasel, esta opción es inaceptable. No solo sería una traición a sus principios, sino también una humillación.
“Aceptar humillaciones como estas renegando del mayor orgullo que supone luchar (…) sería atentar nosotros mismos contra nuestra dignidad y la de otros al deslegitimar la resistencia”, afirma con contundencia.
Además, advierte que aceptar el PIT implicaría no solo renunciar a la lucha dentro de la cárcel, sino también fuera de ella: cualquier actividad política en libertad condicional podría significar su retorno a prisión. La única posibilidad de libertad digna, sostiene, es la conquistada colectivamente mediante la solidaridad y la lucha, no la obtenida a cambio de sumisión.
LA REPRESIÓN COMO ESTRATEGIA
Para Hasel, la represión no busca simplemente castigar, sino «desarticular el movimiento popular y enviar un mensaje ejemplarizante».
Por ello, insiste en que claudicar no es una opción válida. Renegar de la lucha significaría dar al Estado lo que más desea: la derrota moral del enemigo ideológico. Frente a ello, reivindica la libertad de los presos políticos y la lucha por la Amnistía Total, no como una simple medida legal, sino como una exigencia de justicia.
Afirma que la libertad debe lograrse con la cabeza alta, no mediante la obediencia. Y sostiene que quienes permanecen firmes en prisión, pese al chantaje, están dando una batalla crucial por la dignidad y la coherencia política.
La carta de Pablo Hasel desde prisión es, por tanto, mucho más que un testimonio personal. Se trata de un alegato político, una denuncia estructural y una reafirmación de principios. Rechazando beneficios a cambio de arrepentimiento, Hasel demuestra, en la práctica, que resistir desde la celda es parte inseparable de la lucha.