
El hilo rojo de lucha, memoria y dignidad que deben retomar las clases trabajadores del Archipiélago en el S. XXI
Más allá del sol y las playas, Canarias esconde una historia intensa de lucha obrera. Desde las fincas hasta los muelles, generaciones de trabajadores organizaron su resistencia contra la explotación, dejando una huella que no solo merece ser recordada sino que constituye el legado con el que deben conectar los trabajadores de este comienzo de siglo para poder dar sentido y ayudar a reorganizar su propia lucha.
Por CRISTÓBAL GARCÍA VERA PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
Para comprender cualquier sociedad es preciso ir más allá de lo superficial, los tópicos o el folklore más costumbrista. Resulta necesario leer en las huellas de quienes la construyeron grano a grano, calladamente y sin pretensiones de transcender a la posteridad. Recuperar las vidas de quienes trabajaron en sus fincas, en sus fábricas o en sus muelles.
Las Islas Canarias, hoy símbolo de turismo y descanso, esconden una historia profunda de lucha obrera, atravesada por la explotación y el hambre, pero también también por la dignidad y la resistencia. La historia de una clase trabajadora que, nacida en los márgenes del capitalismo industrial, fue construyendo su conciencia en medio del despojo y la represión.
Esta historia solo puede comprenderse si se analiza el corazón mismo del conflicto: las relaciones sociales de producción. No se trata de registrar fechas o eventos aislados, sino de observar cómo se organiza el trabajo, quién se apropia de su fruto y cómo se articula la lucha de clases en ese proceso. En Canarias, ese conflicto tomó formas particulares, determinadas por el monocultivo, la dependencia del capital extranjero y la persistencia del caciquismo rural.
LOS PRIMEROS PASOS DE LA CONCIENCIA OBRERA: DE LA MUTUALIDAD AL CONFLICTO SOCIAL ORGANIZADO (1868–1936)
La clase obrera canaria no emergió de la industrialización clásica típica de ciudades como Bilbao Barcelona o Manchester, sino de la destrucción de la economía campesina. La ruina del pequeño campesinado, sumada al auge de cultivos destinados a la exportación como el plátano y el tomate, controlados por compañías británicas como Fyffes o Swanston, arrojó a miles al trabajo asalariado precario en puertos y fincas.
La Ley de Puertos Francos (1852), que promovía el libre comercio, consolidó un modelo de enclave subordinado a intereses de capitalistas extranjeros.
En ese contexto nacieron las primeras formas de organización obrera. Inicialmente defensivas —mutualidades, sociedades de socorro, asociaciones de oficio— respondían a la ausencia total del Estado ante la enfermedad, el desempleo o la muerte. Con el tiempo, estas formas solidarias evolucionaron hacia una conciencia de clase activa. Las huelgas de estibadores, cigarreras y carpinteros entre 1899 y 1906 son algunos ejemplos de ello.
El papel de la prensa obrera fue clave en esta etapa. Periódicos como El Obrero o La Voz del Obrero no solo informaban, sino que educaban políticamente. A través de ellos circularon las ideas del republicanismo, el anarquismo, el socialismo y más tarde el comunismo. Figuras como José Cabrera Díaz y Luis Suárez Quesada articularon pensamiento y acción, contribuyendo a sembrar una conciencia colectiva organizada.
La vida material de los trabajadores era durísima: jornadas de 14 horas, salarios de miseria y una represión constante. De estas condiciones surgieron la resistencia y la lucha organizada.
El 5 de agosto de 1900 nació la Asociación Obrera de Canarias (AOC). Primera gran organización obrera del archipiélago, fundada por el anarquista José Cabrera Díaz con el objetivo de unificar a los trabajadores de distintos oficios en una estructura común. La AOC llegó agrupar entre 3.000 y 4.000 obreros en una ciudad, Santa Cruz de Tenerife, de unos 40.000 habitantes.
Huelgas como las protagonizadas por las cigarreras de Santa Cruz pusieron también de manifiesto la progresiva incorporación de las mujeres a la lucha de clases más consciente.
Desde su fundación, la Asociación Obrera de Canarias (AOC) fue objeto de una vigilancia y represión sistemática por parte de las autoridades españolas y las élites locales. Esta represión se intensificó a medida que la organización crecía y se hacía más influyente. El gobernador civil de Tenerife en aquellos años consideraba la AOC una amenaza al orden público y llegó a clausurar su local en varias ocasiones. Los dirigentes de la organización, entre ellos el propio José Cabrera Díaz, fueron detenidos en diversas ocasiones y su periódico, El Obrero, sufrió constantes intentos de censura y boicot por parte de la burguesía local.
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Mítin de las Juventudes Socialistas de Tenerife en la Terraza del Teatro Atlante, La Orotava.
La reacción de los caciques y empresarios fue brutal. Se organizaron listas negras de trabajadores afiliados a la AOC para impedirles ser contratados en fincas y muelles, lo que condenaba al hambre a muchos militantes. A esto se sumaba la violencia física: miembros de la organización fueron golpeados por esbirros a sueldo de los patronos y perseguidos por la Guardia Civil, especialmente durante huelgas y manifestaciones como las del Primero de Mayo.
Estas experiencias de represión no lograron disolver el espíritu de lucha, pero sí fragmentaron y debilitaron las estructuras nacientes del movimiento obrero canario en sus primeros años. Pese a ello, la AOC dejó sembrada una cultura política que resistió incluso durante el franquismo.
La proclamación de la Segunda República, en abril de 1931, representó un acontecimiento de gran calado para las clases trabajadoras. Aunque se trataba de una república de carácter burgués, su advenimiento abrió un ciclo de politización de masas, fortalecimiento de las organizaciones obreras y ampliación de las libertades democráticas. La legalización de sindicatos y partidos, junto con medidas sociales como la jornada laboral de ocho horas, la reforma agraria parcial y los avances en educación, contribuyeron a elevar la conciencia de clase del proletariado. Bajo este nuevo marco institucional, se produjo un salto en la organización y movilización del movimiento obrero canario, que, lejos de contentarse con los límites del régimen burgués, comenzó a articular demandas más profundas de transformación social.
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Manifestación celebrada el primero de mayo de 1936 en Tazacorte (La Palma).
Esta efervescencia, por supuesto, provocó también la reacción violenta de las clases dominantes, que veían peligrar sus privilegios. Así, la Segunda República, al tiempo que contenía en su seno las contradicciones de clase del capitalismo español, también funcionó como antesala de una confrontación más radical.
ENTRE EL SILENCIO Y LA RESISTENCIA: EL MOVIMIENTO OBRERO CANARIO EN LA GUERRA CIVIL
El golpe de Estado de 1936 encontró a una clase obrera canaria en este proceso de fortalecimiento. Durante la Segunda República se había producido una eclosión organizativa y de lucha. Las huelgas se multiplicaron, las bases de trabajo se negociaron y se avanzó en la organización agraria, con ocupaciones de tierras y formación de comités de finca. El Partido Comunista, frente al reformismo del PSOE y el espontaneísmo anarquista, ofrecía una alternativa revolucionaria estructurada.
Este proceso fue abruptamente interrumpido. La Guerra Civil en Canarias no tuvo trincheras ni batallas abiertas. Fue, más bien, una guerra sin frente pero con verdugos. Desde el 18 de julio de 1936, los militares sublevados, con el general Franco al mando desde su base en Las Palmas, tomaron el control del archipiélago con rapidez y sin encontrar una oposición armada organizada.
Eso no significa que la clase obrera se quedara cruzada de brazos. La Federación Obrera de Las Palmas, los sindicatos locales en Tenerife y las células del Partido Comunista y del PSOE intentaron reaccionar desde el primer minuto. Se convocaron huelgas generales, se organizaron manifestaciones y algunos sectores trataron incluso de armarse para resistir, pero la desproporción de fuerzas era aplastante. El Ejército y la Guardia Civil, apoyados por falangistas armados, respondieron de forma contundente.
La represión fue inmediata y planificada. Las organizaciones obreras fueron ilegalizadas de un plumazo. Sus sedes fueron asaltadas, saqueadas y muchas veces convertidas en cuarteles o centros de detención improvisados. Los líderes sindicales y militantes más activos fueron arrestados. Muchos fueron fusilados tras farsas de juicios militares; otros ni siquiera pasaron por el juzgado: desaparecieron en simas, pozos o barrancos.
En Tenerife, los tristemente célebres “Diecinueve de la CNT” fueron ejecutados de forma ejemplarizante. En La Palma, figuras como José Miguel Pérez —diputado comunista— fueron fusiladas o torturadas hasta la muerte. La lista es larga y muchas veces incompleta, porque el objetivo no era solo eliminar personas: era borrar toda memoria de organización obrera e infundir el pánico para provocar la paralización del enemigo.
Los barrios obreros fueron puestos bajo vigilancia permanente. La gente aprendió a hablar en susurros, a no mirar directamente a los soldados, a esconder los libros y panfletos. Pero incluso en ese clima de terror, algunos obreros lograron esconderse en cuevas, en las montañas, o mantenerse en la clandestinidad. Otros ayudaron a sus compañeros presos, ocultaron a perseguidos o simplemente se negaron a delatar, pese a conocer el precio de este acto. Y, sobre todo, se mantuvo viva la memoria: en los hogares, en los barrios, en los gestos cotidianos.
La represión del 36 no fue un acto de locura. Fue una acción de clase, fría y calculada. Fue la burguesía canaria, aliada con el capital extranjero y el viejo poder caciquil, blindando sus privilegios frente a una clase trabajadora que había empezado a organizarse, a exigir tierras, a desafiar el orden establecido. Fue un ajuste de cuentas con quienes, desde el muelle, la tabaquera o la finca, habían osado levantar la cabeza.
Por eso, aunque el silencio se impuso en las calles, la resistencia sobrevivió en la conciencia. La memoria de los fusilados, de las huelgas anteriores, de los periódicos obreros y las asambleas en los locales sindicales no desapareció. Quedó como una pequeña llama escondida, esperando el momento más propicio para volver a arder. Y lo haría, años después, en las luchas clandestinas contra la dictadura franquista y en las nuevas generaciones que supieron recoger esa herencia.
LA LARGA NOCHE: RESISTENCIA OBRERA Y REORGANIZACIÓN EN LA CLANDESTINIDAD (1939–1975)
Con la victoria del fascismo, en 1939, se impuso un nuevo orden social en Canarias basado en el miedo, el silencio y la sumisión. Pero bajo esa superficie de aparente calma, la lucha de clases no desapareció: simplemente cambió de forma, de lugar y de táctica. Las cárceles, las fosas, los despidos y el exilio buscaban cortar de raíz la organización obrera. Sin embargo, ni la tortura ni los fusiles lograron borrar la memoria. Lo que el franquismo enterró con violencia, la clase trabajadora lo fue desenterrando con paciencia y un arduo trabajo militante.
Durante los años cuarenta, la represión fue casi total. Sin embargo, partir de los años cincuenta los trabajadores empezaron a reorganizarse en pequeñas células, a menudo formadas por antiguos militantes o jóvenes que, a pesar de no haber vivido la República, sufrían en carne propia las miserias del sistema: salarios de hambre, jornadas agotadoras, inflación y represión laboral. Esa nueva hornada obrera, nacida entre el hambre de posguerra y el desarrollismo desigual de los sesenta, empezó a reconstruir la lucha desde abajo.
El Partido Comunista de España (PCE), aunque golpeado por la represión tras la guerra, fue la fuerza que jugó el papel más destacado en la reconstrucción del movimiento obrero durante el franquismo.
Como organización ilegalizada, perseguida y, por tanto, obligada a actuar en la clandestinidad, optó por infiltrar el sindicato vertical franquista, ocupando espacios legales para organizar desde dentro. Así nacieron las Comisiones Obreras (CCOO), que en sus inicios no eran una central sindical estructurada, sino agrupaciones espontáneas de trabajadores que exigían mejoras, impulsaban huelgas y construían conciencia de clase. En Canarias, estas comisiones germinaron en sectores clave como los puertos, la refinería de Cepsa en Tenerife, el sector tabaquero, la construcción y el transporte, donde el malestar laboral se combinaba con la tradición de lucha.
Pero el PCE no se limitó a trabajar en las fábricas o los muelles. Supo insertarse también en asociaciones de vecinos, grupos culturales, colectivos de padres y madres o espacios parroquiales progresistas, aprovechando cualquier resquicio legal para hacer política de base. En estas organizaciones se difundía prensa clandestina, se celebraban reuniones semiencubiertas, se prestaba apoyo a despedidos o detenidos, y se fortalecían lazos comunitarios que desbordaban lo meramente reivindicativo. Esta estrategia de “hacer partido en el barrio” fue uno de los pilares más sólidos del Partido Comunista durante la dictadura. Su trabajo fue meticuloso y estratégico.
El PCE desplegó una red de intervención política que favoreció también la incorporación a la lucha de algunos sectores de las clases medias. Un importante frente de intervención fue la Universidad de La Laguna, único centro de estudios superiores de Canarias, donde el PCE logró establecer núcleos militantes entre estudiantes y profesores afines. Allí se difundieron textos marxistas, se organizaron círculos de discusión política, y se conectó al movimiento estudiantil con las luchas del proletariado urbano y rural. Esta confluencia entre saber crítico y militancia activa contribuyó a formar una nueva generación de cuadros que, desde la universidad, alimentaron la resistencia obrera.
Sin embargo, todo ese trabajo de años, construido desde abajo y con enorme sacrificio, comenzó a diluirse durante la llamada Transición a la democracia. La dirección del PCE, imbuida del giro hacia el eurocomunismo que ya había dado este partido, adoptó una estrategia de integración en el nuevo régimen monárquico-parlamentario. Con ello, la organización fue abandonando poco a poco la política de base y la militancia territorial, desplazando su energía hacia el electoralismo y la institucionalización. Esta deriva —de fuerte carácter socialdemócrata— supuso no solo una ruptura con la tradición revolucionaria del partido, sino también el abandono de muchos de los espacios populares que habían sido motor de resistencia durante la dictadura. Allí donde antes se organizaban huelgas, se hacían panfletadas o se debatía sobre socialismo y autogestión, comenzaron a imponerse las campañas electorales y los cálculos parlamentarios.
Este viraje implicó un desarme ideológico y organizativo de la clase trabajadora, que quedó cada vez más desligada de las herramientas políticas que ella misma había contribuido a forjar en las condiciones más duras. Una desconexión que sigue teniendo consecuencias hasta el día de hoy.
LOS RETOS DEL PRESENTE
El reto actual para la clase trabajadora canaria continúa siendo el de retomar ese hilo rojo de lucha, memoria y dignidad. Conectar con ese pasado no es un ejercicio de nostalgia ni un mero capricho académico: es un acto profundamente político. Porque aunque la sociedad ha cambiado —con nuevas formas de precariedad, nuevas tecnologías y nuevos lenguajes—, las mismas estructuras de explotación, dependencia y desigualdad siguen operando bajo nuevas máscaras.
Por ello, conocer esta historia, apropiarse de ella, es recuperar una brújula colectiva, una herramienta para pensar la organización en el presente. No se trata de repetir lo antiguo, sino de reconocer que la historia del movimiento obrero canario no terminó con la dictadura, sino que sigue viva en cada conflicto laboral, en cada huelga silenciada y en cada barrio empobrecido.
Recuperar esta memoria supone tomar conciencia de que no estamos empezando desde cero. Hay una experiencia acumulada, un camino recorrido, que puede y debe alimentar las luchas del presente. Solo desde ahí —desde la conciencia histórica y la organización colectiva— es posible imaginar y construir un futuro donde la justicia social y la soberanía popular dejen de ser simples consignas y se conviertan en una realidad conquistada.
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