
Del Che Guevara a Margaret Thatcher. El increíble viaje ideológico de Mario Vargas Llosa
Del fervor revolucionario a los salones de la aristocracia madrileña: la acrobática metamorfosis de Mario Vargas Llosa revela la historia de un intelectual que cambió el socialismo por el privilegio, y la lucha de los pueblos por la defensa de los poderosos. ¿En qué consistió realmente la biografía de este excelente escritor y pésimo ser humano? ¿En una traición, una estrategia o una simple ambición?
POR ADAY QUESADA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG.-
Mario Vargas Llosa nació en Arequipa, Perú, en 1936. Durante décadas fue celebrado como uno de los grandes novelistas de la lengua española, integrante del llamado “boom” latinoamericano. Su figura, sin embargo, no puede reducirse a la dimensión literaria: Vargas Llosa fue también un personaje profundamente político, cuya trayectoria ha estado marcada por un viraje ideológico de gran calado.
De joven simpatizante del socialismo revolucionario, pasó a convertirse en uno de los principales ideólogos del neoliberalismo en América Latina. Ese tránsito, que Vargas vivió con la ferocidad propia de los conversos, le valió el reconocimiento general de las élites ultraconservadoras, aunque también, y paralelamente, el rechazo frontal de amplios sectores de la izquierda y de las personas decentes. Desde la óptica de éstos últimos, Vargas Llosa encarnó el arquetipo del intelectual que abandona las causas populares para ponerse al servicio incondicional del poder.
EL JOVEN REVOLUCIONARIO QUE ADMIRABA A LA REVOLUCIÓN CUBANA
En su juventud, Vargas Llosa militó en círculos peruanos de simpatías democristianas e izquierdistas, mostrando un vivo interés por las luchas anticoloniales y los proyectos socialistas emergentes.
Como tantos otros intelectuales latinoamericanos de la década de los 60, saludó con entusiasmo el triunfo de la Revolución Cubana en 1959. En entrevistas, ensayos y artículos de la época expresó sin ambages su admiración por esa Revolución, defendiendo que la Isla representaba el arquetipo más justo al que las sociedades latinoamericanas podían aspirar.
Esta etapa de cercanías a la izquierda no tuvo nada de superficial. En el curso de aquellos años, Vargas Llosa participó activamente en numerosos foros políticos, defendiendo a la Revolución desde la Casa de las Américas, y recibiendo premios literarios impulsados por instituciones vinculadas a las corrientes socialistas. En aquellos días, incluso, llegó a declarar urbi et orbi que “la literatura debía ponerse al servicio de la liberación de los pueblos”.
EL «DESENCANTO» Y EL SALTO AL NEOLIBERALISMO
No son conocidas al detalle las razones de su desencanto por las ideas que en aquel entonces alegaba profesar. No obstante, según comentaron sus allegados más afines, sus desilusiones ideológicas vinieron marcadas por la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia.
No pocos intelectuales, sin embargo, sometieron a una dura crítica a aquella intervención militar, sin que ello supusiera ningún paso atrás en sus convicciones antiimperialistas, ni en sus propuestas de transformación y revolución social. Quienes lo frecuentaban por aquellas fechas mantienen que aquel evento solo fue el pretexto justificativo para alejarse de unos posicionamientos ideológicos, que él se había decidido a abrazar al calor de la efervescencia y del entusiasmo generalizado que parecían abrir expectativas hacia un cambio social inminente en América Latina y en el mundo.
En los años siguientes, el distanciamiento del escritor terminó mutando hacia un giro ideológico profundo, casi militante. Vargas Llosa pasó de defender la Revolución a convertirse en un convencido promotor del liberalismo económico y del libre mercado.
Su acercamiento entusiasta hacia figuras como Margaret Thatcher o Ronald Reagan, -con los que se llegó a entrevistar personalmente—, terminó consolidando el nuevo marco reaccionario de su pensamiento. Desde entonces, adoptó como lema y misión de vida el combate contra las izquierdas latinoamericanas y la denuncia de sus proyectos como auténticas «amenazas a la libertad individual».
Este viraje no consistió en una simple evolución intelectual, sino también en una renuncia despectiva hacia sus principios juveniles.
Intelectuales latinoamericanos como Atilio Borón han calificado su caso como paradigmático del autor que, desilusionado con los límites del socialismo real, opta por ponerse al servicio del capital.
Ni que decir tiene que su “conversión” ideológica llevó aparejada, con una precisión casi milimétrica, su ascenso efervescente en los círculos culturales dominantes de todo el mundo, que lo premiaron generosamente con honores, relucientes títulos nobiliarios y espacios mediáticos.
CANDIDATO DEL NEOLIBERALISMO Y EL DESPRECIO POR EL PUEBLO
En esa misma línea, en 1990 Vargas Llosa decidió presentarse como candidato presidencial en el Perú, encabezando una coalición conservadora (el FREDEMO).
Su programa incluía privatizaciones masivas, reducción drástica del papel del Estado y liberalización total de la economía: una receta neoliberal en línea con las reformas de ajuste estructural impuestas por el FMI en la región.
Durante la campaña electoral, su figura fue promovida por los grandes medios y la oligarquía empresarial. Sin embargo, en las urnas fue estrepitosamente derrotado por un desconocido ingeniero de origen japonés, Alberto Fujimori, apoyado por sectores populares e incluso por parte de la izquierda «malmenorista» que, para justificar su apoyo a Fujimori, argumentó que lo hacía para tratar de frenar el «shock» económico que estaba proponiendo Vargas Llosa.
La derrota resultó un duro golpe para un escritor que estuvo siempre convencido de su valía sin igual. En lugar de aceptar el veredicto popular con humildad, Vargas Llosa buscó refugio en España, adoptó la nacionalidad española y mantuvo durante años una relación distante, cuando no abiertamente hostil, con su país natal. Desde entonces, su desprecio hacia los votantes que “no votan bien” se convirtió en un rasgo recurrente de sus intervenciones públicas.
APOLOGISTA DEL SISTEMA Y ENEMIGO DE LOS PUEBLOS LATINOAMERICANOS
Desde lo que terminó convirtiéndose en su atalaya aristocrática de Madrid, Vargas Llosa se erigió en una suerte de portavoz internacional del modelo neoliberal. Escribió decenas de columnas denunciando a los gobiernos revolucionarios o reformistas de América Latina: desde la Cuba socialista hasta la Venezuela bolivariana, pasando por Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Argentina o México. A todos los tildó rabiosamente con los peores y más repugnantes epítetos.
Para no pocos, su cruzada antiizquierdista puso de manifiesto en qué consistía su doble rasero: mientras arremetía contra los gobiernos elegidos democráticamente por los sectores populares, se dedicaba a coquetear con las posiciones más abiertamente autoritarias del contexto. En 2021, llegó a apoyar a Keiko Fujimori –heredera política e ideológica de la dictadura que él mismo había combatido décadas atrás— para frenar -decía- a Pedro Castillo, un candidato de origen campesino y maestro rural que hoy se encuentra en prisión. Para intentar prender fuego en la inquina de sus huestes ideológicas peruanas, llegó a insinuar que un golpe militar sería plenamente admisible si Castillo intentaba implantar en el Perú un “modelo cubano”.
Ni que decir tiene que, como efecto de ese tipo de posicionamientos, Vargas terminó generando un amplio rechazo entre los sectores populares latinoamericanos.
Evo Morales lo acusó de no comprender la realidad latinoamericana y de representar los intereses de las élites ultraderechistas.
El moderado presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador lo descalificó como un intelectual situado a distancias kilométricas de los intereses de los pueblos el hemisferio Sur.
La prensa de izquierdas lo ha retratado como un «descarado vocero del imperialismo» y un enemigo declarado de cualquier proceso de emancipación social en la región.
UNA OBRA LITERARIA AL SERVICIO DE LA IDEOLOGÍA
Aunque el talento narrativo de Vargas Llosa es indiscutido, desde la crítica literaria también se han cuestionado los contenidos ideológicos de su literatura. Obras suyas como «Historia de Mayta» o «Lituma en los Andes» presentan a los militantes de izquierda como personajes ridículamente dogmáticos o directamente violentos. Las corrientes afines a la izquierda radical peruana las presenta como una expresión de la barbarie. Y los movimientos indígenas son retratados como obstáculos irracionales a la modernidad.
Para autores como Martín Guerra, las novelas de Vargas Llosa refleja un profundo desprecio por lo popular y una visión elitista de la historia. Bajo la forma de la ficción, el autor legitima el orden establecido y criminaliza cualquier intento de rebelión. Incluso cuando denuncia la dictadura del dominicano Leónidas Trujillo, en su libro ‘La fiesta del Chivo», lo hace desde una óptica moralizante e individualista, sin analizar las condiciones estructurales que terminan dando lugar a ese tipo de regímenes.
En definitiva, la obra de Vargas Llosa no puede desligarse de su posicionamiento político. Sus novelas terminaron convirtiéndose en herramientas destinadas a la guerra ideológica del liberalismo contra los proyectos de transformación social.
UN INTELECTUAL ORGÁNICO DEL CAPITAL
Con el paso de los años, Vargas Llosa fue dejando de ser simplemente un novelista y se fue transformando en lo que Gramsci denominaría un “intelectual orgánico del bloque dominante”. Es decir, un pensador cuya función es producir, justificar y difundir la cosmovisión de las clases dominantes.
Desde su tribuna madrileña, rodeado de premios, títulos y reconocimientos de la aristocracia de la Corte de los Borbones, Vargas Llosa ha representado, hasta hace unas pocas horas, la voz ilustrada del neoliberalismo global.
Para la gente de izquierda, su biografía resume una advertencia histórica: los talentos individuales pueden ser capturados por el sistema y los antiguos revolucionarios pueden llegar a transformarse en lo mejores propagandistas del poder.
En el caso del escritor peruano, su legado literario, ciertamente, permanecerá. Pero su legado político será juzgado por su renuncia despectiva a la causa de los oprimidos.
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