
«Hoover dirigió el FBI obsesionado con la idea de que el comunismo era la mayor amenaza para EE.UU.»
Durante casi cinco décadas, J. Edgar Hoover gobernó el FBI con mano de hierro, espiando, chantajeando y reprimiendo a quienes consideraba enemigos de «su» América. Desde su cruzada contra comunistas y activistas negros hasta su obsesión por perseguir homosexuales, su historia es la de un déspota disfrazado de patriota. Pero, tras su muerte, la gran pregunta sigue en el aire: ¿qué secretos se llevó a la tumba?
LOS PRIMEROS AÑOS: UN JOVEN OBSESIONADO CON EL PODER
Nacido en 1895 en Washington D.C., John Edgar Hoover creció en un hogar donde la disciplina y la rigidez moral eran la norma. Desde muy joven, demostró una personalidad metódica y calculadora, con una devoción casi fanática por el orden y la jerarquía. Se destacó en la escuela no por su brillantez intelectual, sino por su capacidad de manipulación y su astucia para escalar posiciones dentro de cualquier estructura de poder.
En la Universidad George Washington, donde estudió derecho, no tardó en demostrar su inclinación por el control absoluto y la vigilancia sobre sus semejantes. Se dice que incluso entonces llevaba registros minuciosos sobre sus compañeros y profesores, un hábito que perfeccionaría más adelante cuando asumiera la dirección del FBI.
Su entrada al Departamento de Justicia de EE.UU. en 1917 coincidió con el auge de la Primera Guerra Mundial y el pánico rojo, un momento perfecto para alguien como Hoover, que veía en el miedo una herramienta invaluable. Pronto, se convirtió en el encargado de llevar a cabo las infames Palmer Raids, redadas ilegales dirigidas contra anarquistas y comunistas, en las que cientos de personas fueron detenidas sin pruebas, muchas de ellas deportadas simplemente por sus ideas.
EL NACIMIENTO DE UN MONSTRUO: HOOVER Y SU REINADO EN EL FBI
En 1924, con apenas 29 años, Hoover fue nombrado director del Bureau of Investigation, que más tarde se transformaría en el FBI. A partir de ese momento, su poder creció de manera descontrolada, convirtiéndose en el hombre más temido de Washington. Su método era simple pero letal: archivos secretos, chantajes y un culto a la vigilancia sin límites.
Durante casi 50 años, Hoover dirigió el FBI con mano de hierro, obsesionado con la idea de que el comunismo era la mayor amenaza para EE.UU. Su paranoia lo llevó a elaborar listas negras de personas sospechosas, espiar a líderes de movimientos de derechos civiles y acumular información comprometedora sobre políticos, artistas y activistas.
Uno de sus objetivos predilectos fue Martin Luther King Jr.. Hoover veía en el líder afroamericano un peligro para la «moralidad estadounidense», llegando a organizar una campaña de acoso y difamación en su contra. A través del programa COINTELPRO, el FBI interceptó sus llamadas, envió cartas anónimas para sembrar discordia en su familia y hasta intentó inducirlo al suicidio.
Pero su odio no se limitaba a los comunistas y los activistas negros. Hoover también desató una cruzada personal contra los homosexuales. En una ironía casi tragicómica, el hombre que pasaría su vida persiguiendo a «pervertidos sexuales» mantenía una relación íntima secreta con su mano derecha, Clyde Tolson. Ambos eran inseparables: compartían cenas, vacaciones e incluso se dice que vivían juntos en la práctica.
EL GRAN HIPOCRITA: HOMOFOBIA Y SECRETOS EN EL CLOSET
Pocos personajes en la historia estadounidense encarnan la hipocresía como J. Edgar Hoover. Mientras el FBI se dedicaba a fichar y acosar a homosexuales en el gobierno, él mismo vivía una doble vida. Testimonios recogidos años después de su muerte revelaron que se le veía con Tolson en reuniones privadas donde no se molestaban en ocultar su afecto.
El periodista Anthony Summers documentó múltiples relatos sobre la homosexualidad de Hoover, incluyendo testigos que aseguraban haberlo visto en fiestas privadas vestido de mujer, un hecho que la prensa oficial nunca se atrevió a confirmar del todo. Pero lo realmente escalofriante no era su vida privada, sino la manera en que usó su poder para destruir la de otros.
EL GRAN CHANTAJISTA: CONTROLANDO A PRESIDENTES Y CELEBRIDADES
La obsesión de Hoover con la vigilancia no tenía límites. A lo largo de los años, acumuló archivos secretos sobre cientos de figuras públicas, incluyendo presidentes, actores y líderes de derechos civiles. Se dice que ningún presidente se atrevió a despedirlo por miedo a lo que podría revelar.
John F. Kennedy, por ejemplo, sabía que Hoover tenía grabaciones de sus aventuras extramaritales. Richard Nixon, quien lo consideraba «un viejo bastardo peligroso», optó por no enfrentarlo directamente. Todos temían a Hoover porque él tenía en su poder las miserias de la élite estadounidense.
EL OCASO DE UN TIRANO: SU ENVEJECIMIENTO Y AISLAMIENTO
A medida que Hoover envejecía, su paranoia se intensificó. En los años 60 y 70, mientras EE.UU. se sumía en la lucha por los derechos civiles y las protestas contra la guerra de Vietnam, él veía en cada activista una amenaza comunista. Su odio visceral hacia la izquierda y los movimientos sociales lo llevó a convertir al FBI en una máquina de represión y espionaje interno.
El COINTELPRO, el programa diseñado para infiltrar y desarticular grupos políticos, destrozó vidas y sembró el miedo. Activistas como Angela Davis, los Panteras Negras, Malcolm X e incluso John Lennon fueron objetivos de la agencia. A Hoover no le interesaba la legalidad; su objetivo era el control total.
Los agentes del FBI se convirtieron en espías, interceptando llamadas, falsificando cartas para sembrar discordia y orquestando campañas de difamación. Un caso infame fue el intento de desprestigiar a Martin Luther King Jr. enviándole cartas anónimas con grabaciones de sus encuentros extramaritales y sugiriéndole que se suicidara.
Pero, a pesar de su poder absoluto, Hoover se encontraba cada vez más solo. Su círculo cercano se reducía a Clyde Tolson, su inseparable “compañero”, y algunos agentes leales. Se negaba a jubilarse, temiendo que su sucesor destapara los oscuros secretos de sus archivos.
LA MUERTE DE UN HOMBRE TEMIDO Y SU LEGADO MACABRO
El 2 de mayo de 1972, Hoover murió en su casa de Washington D.C. Su fallecimiento fue recibido con una mezcla de luto y alivio en el país. Richard Nixon, que lo despreciaba en privado, no tuvo más remedio que alabarlo públicamente. Ordenó que el cuerpo de Hoover fuera velado en el Capitolio, un honor reservado para grandes figuras del Estado.
Clyde Tolson, su inseparable sombra, heredó la mayor parte de su fortuna y recibió la bandera que cubrió su ataúd, un gesto reservado normalmente para las viudas.
Pero lo realmente aterrador ocurrió después de su muerte: miles de documentos clasificados fueron destruidos. Se dice que el propio Tolson, junto con agentes leales a Hoover, quemó montañas de archivos en el sótano del FBI, eliminando evidencia comprometedora sobre figuras políticas, escándalos y las operaciones ilegales que marcaron su mandato.
Su sucesor, L. Patrick Gray, intentó reformar la institución, pero la sombra de Hoover seguía ahí. Décadas después, el FBI sigue arrastrando su legado de espionaje ilegal y persecución política.
¿HÉROE O VILLANO? LA HISTORIA LO JUZGA
Algunos historiadores intentan pintar a Hoover como un “hombre complejo” que modernizó el FBI. Pero su verdadera herencia es la del miedo, la represión y el abuso de poder.
Construyó una agencia que, en lugar de proteger a los ciudadanos, los convirtió en objetivos de vigilancia. Destruyó vidas con expedientes secretos, chantajeó a presidentes y convirtió el FBI en su feudo personal.
Su odio a los comunistas, afroamericanos y homosexuales no fue solo ideológico: fue personal. Persiguió lo que temía en sí mismo, dirigiendo una cruzada contra los derechos civiles mientras vivía una vida secreta junto a su amante no oficial.
Hoy, su nombre es sinónimo de corrupción, hipocresía y paranoia. El “gran protector de América” no fue más que un tirano de escritorio que, hasta el último día de su vida, temió ser expuesto por los mismos métodos que usó contra los demás.
Tras la muerte de J. Edgar Hoover el 2 de mayo de 1972, se desató una frenética carrera por el control de sus archivos secretos, que contenían décadas de información comprometedora sobre políticos, activistas, artistas y figuras públicas.
¿QUIÉN SE QUEDÓ CON SUS ARCHIVOS?
1. CLYDE TOLSON: SU HEREDERO Y PRIMER ENCARGADO DE SU DESTRUCCIÓN
El primero en tomar posesión de muchos documentos fue Clyde Tolson, el inseparable compañero de Hoover y su “número dos” en el FBI. Tolson, que heredó la mayor parte de la fortuna de Hoover y su residencia, fue clave en la eliminación de archivos.
Según informes, Tolson y un grupo reducido de agentes de confianza destruyeron documentos en el sótano del FBI la misma noche en que murió Hoover. Esto incluía archivos personales que Hoover usaba para chantajear a figuras políticas.
2. HELEN GANDY: LA SECRETARIA QUE PROTEGIÓ SU LEGADO OSCURO
Helen Gandy, su leal secretaria durante 54 años, fue aún más meticulosa. Ordenó la destrucción de miles de páginas de archivos personales en los días siguientes a su muerte. Cuando el Congreso exigió acceso a los documentos, Gandy afirmó que «nunca habían existido».
Muchos de estos archivos contenían información sobre los presidentes Roosevelt, Truman, Eisenhower, Kennedy, Johnson y Nixon, además de informes sobre líderes del movimiento de derechos civiles como Martin Luther King Jr.
3. EL FBI: LO QUE SOBREVIVIÓ Y QUEDÓ EN MANOS DEL GOBIERNO
Pese a la destrucción masiva, algunos archivos fueron recuperados por el FBI y el Departamento de Justicia. Se encontraron documentos que confirmaban espionaje, infiltraciones y chantajes, pero se cree que lo más explosivo nunca salió a la luz.
¿DÓNDE ESTÁN HOY LOS ARCHIVOS DE HOOVER?
Lo que sobrevivió de los archivos de Hoover se encuentra en los Archivos Nacionales de EE.UU. y en el FBI, pero gran parte sigue clasificada. Se han desclasificado algunos documentos con el tiempo, pero la mayor parte de su red de espionaje sigue envuelta en el misterio.
Gran parte de los secretos de Hoover desaparecieron con su muerte, consumidos por el fuego y la lealtad de sus allegados. Lo poco que quedó solo confirmó lo que muchos sospechaban: Hoover convirtió el FBI en su propio reino del terror, y nunca dejó que nadie supiera hasta dónde llegaban sus sombras.