EL FANTASMA DEL FASCISMO EN NUESTROS DÍAS: ENTRE EL MITO Y LA REALIDAD

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LA EXTREMA DERECHA COMO HERRAMIENTA DEL CAPITAL: EL «GRAN REAJUSTE» EN MARCHA

¿Estamos realmente ante un nuevo fascismo o ante un fenómeno diferente? Según el autor de este artículo, Manuel Medina, a diferencia del fascismo clásico, que emergió cuando la burguesía temía por su supervivencia frente a una revolución obrera, la extrema derecha actual no desafía la institucionalidad capitalista, sino que intenta reajustarla y apuntalarla. Su función no es destruir la democracia burguesa, sino vaciarla de contenido de tal manera que le permita aplicar los reajustes necesarios para poder proceder a la precarización total del mercado laboral, en beneficio de la capacidad competitiva del gran capital, hoy sometida a fuertes tensiones internacionales.

POR MANUEL MEDINA(*) PARA CANARIAS SEMANAL.ORG.-

     Hoy en día, la palabra «fascismo» se ha convertido en un comodín. Se usa para describir cualquier cosa que nos parezca autoritaria, reaccionaria o simplemente desagradable. ¿Trump es fascista? ¿Macron? ¿Putin?  Para algunos, todo lo que no encaje con su visión política es «fascismo«. Sin embargo, esta banalización no solo es inexacta, sino que también desarma a la izquierda frente a los verdaderos peligros del sistema.

    Si todo es fascismo, entonces nada lo es realmente. Y peor aún, si nos dedicamos a luchar contra un enemigo que en realidad hoy no existe en los términos en que lo describimos, estamos dejando de lado la batalla más importante: la lucha contra el capitalismo.

      Pero, ¿qué es realmente el fascismo? ¿Cómo y por qué surge? Y, sobre todo, ¿tiene sentido decir que vivimos en tiempos fascistas?

    EL FASCISMO CLÁSICO: UNA REACCIÓN CONTRA LA REVOLUCIÓN

       Para entender el fascismo de verdad, no hay que fijarse solo en los discursos de odio, el ultranacionalismo el militarismo. Esas son consecuencias, no causas. 

    «¿Dónde se esconde esa izquierda revolucionaria y sindicatos poderosos y arrolladores, que amenazan con acabar con el sistema?»

    El fascismo, en su forma clásica, surge cuando la burguesía siente que el sistema capitalista está en peligro y necesita una fuerza de choque para defenderlo. ¿Son esas las circunstancias en que estamos viviendo hoy? ¿En qué lugar se esconde esa izquierda revolucionaria, poderosa y arrolladora que amenaza con acabar con el sistema?

 

       En Italia, tras la Primera Guerra Mundial, el país estaba en crisis: la inflación disparada, huelgas obreras por todas partes y la amenaza de una revolución socialista al estilo soviético. Ante esta realidad, los empresarios y terratenientes financiaron a Mussolini y a sus camisas negras para aplastar cualquier intento de cambio. En 1922, con la «Marcha sobre Roma», el rey Víctor Manuel III le entregó el poder, creyendo que podría controlarlo.

      En Alemania, la historia fue similar. La crisis de 1929 arrasó con la economía, el desempleo explotó y la militancia obrera creció. El Partido Comunista Alemán (KPD) avanzaba y la burguesía vio en Hitler la mejor opción para evitar una revolución. Al principio, lo consideraban un títere útil, hasta que se apercibieron de que el monstruo que habían alimentado tenía ambiciones propias.

     En ambos casos, el fascismo no fue un simple movimiento de extrema derecha. Fue un pacto entre la burguesía y una fuerza política violenta, dispuesta a hacer lo que los partidos tradicionales no se atrevían: destruir al movimiento obrero y garantizar la continuidad del capitalismo.

    «El fascismo, en su forma clásica, surge cuando la burguesía siente que el sistema capitalista está en peligro y necesita una fuerza de choque para defenderlo».

 
 
 
¿FUE PINOCHET UN FASCISTA?

    En este caso, resulta preciso matizar.  Pinochet compartió con el fascismo clásico la eliminación de la democracia burguesa y la represión brutal contra la izquierda, pero sin el mismo contexto. No llegó al poder porque la burguesía estuviera desesperada por frenar una revolución comunista inminente, sino porque querían aplastar cualquier posibilidad de transformación progresista. 

    Con matices más o menos aproximados, se dieron similares circunstancias con otros dictadores latinoamericanos como Jorge Rafael Videla (Argentina), Hugo Banzer (Bolivia), Fulgencio Batista (Cuba), Anastasio Somoza (Nicaragua) o Marcos Pérez Jiménez (Venezuela), etc., etc…

     A diferencia de Hitler y Mussolini, Pinochet no movilizó masas ni construyó un partido-milicia. Simplemente, usó el Ejército y el apoyo internacional – especialmente de los EE.UU– para sostener un régimen autoritario que estuviera al servicio del capital. No eran fascistas en sentido estricto, sino una dictadura militar de derechas con determinados elementos  fascistoides.

EL ERROR DE LLAMAR A TODO FASCISMO

     Desde la caída de la Unión Soviética, la burguesía ya no siente la misma necesidad de recurrir al fascismo. No existe una amenaza revolucionaria real. Por eso, lo que hoy llamamos «extrema derecha» es más bien una degeneración del sistema democrático capitalista, no un movimiento organizado para destruirlo, propulsada por toda una serie de elementos exógenos que analizaremos en un libro de próxima edición en Canarias Semanal.

       Pero entonces, ¿cuál es la razón por la que hay tanta gente de izquierdas que insiste en detectar el fascismo en todas partes

     A nuestro juicio, el hecho responde a varias razones, entre las que destacamos algunas:

     – Porque constituye una excelente excusa para determinadas organizaciones reformistas y socialdemócratas, para no hacer política de verdad. Si el fascismo está a punto de tomar el poder, entonces la prioridad no es construir una alternativa socialista, sino concertar alianzas con el «centro» político para salvar la «democracia»Esa es la trampa en la que han caído muchas izquierdas, apoyando a políticos neoliberales o socioliberales con la excusa de frenar a la ultraderecha.

   – Porque simplifica la lucha. En lugar de explicar que el capitalismo siempre busca nuevas formas de mantenerse a flote, resulta más fácil argumentar que el problema es «el fascismo«. De esa manera, quienes realmente nunca han estado por cambiar de base la sociedad capitalista evitan el debate sobre la necesidad de un cambio económico radical.

– Porque moviliza emocionalmente. Llamar «fascista» a un enemigo despierta un rechazo inmediato y automático en la gente. Parece obvio que resulta más fácil generar indignación que generar conciencia de clase.

 ENTONCES…  ¿HAY O NO HAY FASCISMO HOY?

     Nadie puede descartar que en el futuro vuelva a aparecer un fascismo «de verdad». Si en algún país la clase obrera llegara a ser una amenaza real para el sistema, la burguesía no dudaría en financiar y promover movimientos que destruyan la democracia burguesa y establezcan un régimen autoritario para mantener sus privilegios.

     Pero hoy, lo que realmente tenemos no es fascismo, sino un capitalismo en crisis que cada vez recurre más al autoritarismo, pero sin romper con la democracia formal. Gobiernos como los de Trump, Bolsonaro o Meloni no construyen un partido-milicia, ni se encuentran acuciados por tomar el poder con violencia, ni eliminan completamente la competencia electoral. Son reaccionarios, sí, pero no fascistas en el sentido histórico del término.

    La tarea de la izquierda revolucionaria, la que realmente desea acabar con los pilares que sostienen al actual sistema capitalista, no es seguir jugando al antifascismo de fantasía, sino construir una alternativa real al capitalismo. Si algún día surgiera un fascismo auténtico, será porque el sistema habrá sentido de nuevo la amenaza de una revolución socialista. Y en ese caso, la izquierda, la izquierda auténtica, deberá estar lista para pelear por algo más que una simple defensa de la democracia burguesa.

MENOS «ANTIFASCISMO» Y MÁS SOCIALISMO

       El fascismo no es solo una ideología de odio, es un instrumento del capitalismo en peligro. Hoy, la burguesía no necesita de un Hitler o de un Mussolini, porque la izquierda no representa una amenaza real para su dominio. Pero si en el futuro la clase obrera se levantara de verdad, no dudemos que volverán a recurrir a cualquier método, por brutal que sea, para aplastar la revolución.

      Por eso, la mejor manera de luchar contra el fascismo no es hacer campañas contra «la ultraderecha»sino construir un movimiento socialista fuerte, con un programa claro y capacidad de movilización. 

     Porque la historia nos ha enseñado que el fascismo solo llega cuando el capitalismo teme por su supervivencia. Si la izquierda se limita a combatir sombras, cuando el enemigo real aparezca ya será demasiado tarde.

«El ascenso de la extrema derecha no es un error del sistema, sino una necesidad funcional en esta nueva etapa del capitalismo.»

    Y SI TODO FUERA COMO DECIMOS, ¿A QUÉ RESPONDE, ENTONCES, ESTA IRRUPCIÓN EXPLOSIVA DE LA EXTREMA DERECHA?

       Lejos de ser un fenómeno aislado o un simple capricho del electorado, el ascenso de la extrema derecha en numerosos países parece responder más a la necesidad de una transformación estructural dentro del capitalismo global. No se está intentando un «regreso al fascismo» en los términos históricos del siglo XX, sino que lo que se está tratando es proporcionar expresión política a un proceso más profundo: el gran reajuste global que el capital se propone impulsar para adaptarse a una nueva fase de competencia feroz y  de crisis permanente.

      Desde la crisis de 2008, el capitalismo ha entrado en una fase de inestabilidad en la que las recetas tradicionales ya no funcionan. El neoliberalismo, que en su momento sirvió para restaurar la rentabilidad del sistema mediante privatizaciones y recortes, ha dejado un legado de precariedad, desigualdad y pérdida de legitimidad de las instituciones

     La financiarización de la economía está generando crecimiento sin bienestar, y el fulminante ascenso de China como potencia global capitalista, han alterado gravemente el equilibrio geopolítico, poniendo en jaque a la hegemonía tradicional de Occidente.

      Frente a este panorama, el capital necesita reajustar las condiciones económicas y sociales dentro de sus propios países para continuar siendo económicamente competitivo. Pero este reajuste no puede ser vendido abiertamente como lo que realmente es: un proceso de empobrecimiento, destrucción de derechos y degradación de las condiciones de vida de la mayoría

  Es aquí donde entra la extrema derecha, no como una alternativa real al sistema, sino como una herramienta para facilitar el reajuste del mismo.

   «El capital ha comprendido que el modelo de la llamada «sociedad del bienestar», – resultante de las conquistas de los asalariados y de la existencia de la desaparecida Unión Soviética -, ya no solo no le sirve, sino que, además, constituye un pesado lastre»

     El papel de la extrema derecha en este proceso es doble. Por un lado, desvía la frustración social hacia chivos expiatorios: inmigrantes, «comunistas» inventados, -que van desde Biden hasta el Gobierno de coalición de Pedro Sánchez, en España–   o cualquier otro grupo que pueda servir como distracción del auténtico problema, que es la estructura del capitalismo en crisis

     Por otro lado, introduce y normaliza un discurso de sacrificio nacional en el que la pérdida de derechos será  presentada como un deber patriótico en nombre de la «competitividad», la «soberanía económica» o la «identidad cultural».

     El ascenso de la extrema derecha no es un error del sistema, sino una necesidad funcional en esta nueva etapa del capitalismo. No es que el capital haya cambiado de ideología, sino que ha comprendido que el modelo de la llamada «sociedad del bienestar», –resultante de las conquistas de los asalariados y de la existencia de la desaparecida Unión Soviética-,  ya no solo no le sirve, sino que, además, constituye un pesado lastre para los retos que le están planteando las potencias capitalistas emergentes en los mercados internacionales. 

      En este sentido, la lucha contra la extrema derecha no puede reducirse a defender la democracia burguesa o a hacer alianzas con el «centro político socioliberal». La única respuesta real es construir una alternativa organizada y movilizadora que ataque el problema de raíz: el sistema capitalista y su necesidad constante de reajustes a costa de los intereses de  las mayorías sociales. 

     En las presentes condiciones, mientras tales requisitos no se produzcan, nada podrá parar la ofensiva del capital, cuyo objetivo final no es otro que reconfigurar la sociedad de tal manera que la precariedad, la explotación y la desigualdad sean aceptadas como condiciones normales e inevitables. 

     Sin una alternativa real que dispute el poder y reorganice la lucha en términos de clase, el capital seguirá avanzando en su estrategia de desmantelamiento de derechos, utilizando a la extrema derecha como ariete ideológico y represivo

   Solo una izquierda con vocación transformadora, revolucionaria, capaz de articular un proyecto claro y movilizador, podrá enfrentar la presente ofensiva y abrir el camino hacia una sociedad donde las necesidades de las mayorías estén por encima de los intereses de unos pocos.

(*) Manuel Medina es profesor de Historia y divulgador de temas relacionados con esa misma materia

https://canarias-semanal.org/art/37358/el-fantasma-del-fascismo-en-nuestros-dias-entre-el-mito-y-la-realidad

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