«El estoicismo mercantilizado se ha convertido en un opio ideológico para calmar al individuo»
El estoicismo, una filosofía nacida en la Antigua Grecia para afrontar los retos de un mundo cambiante, ha resurgido con fuerza en la era de las redes sociales, convirtiéndose en la corriente favorita de gurús de las finanzas, influencers y youtubers. ¿Es el auge de este neoestoicismo una moda casual? ¿Se trata, en cualquier caso, de una corriente filosófica que pueda ofrecer respuestas adecuadas a los problemas de la vida moderna?
Por CRISTÓBAL GARCÍA VERA PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
El estoicismo es una corriente filosófica surgida en la Antigua Grecia, hacia el siglo III a.C., de la mano de Zenón de Citio. Su idea fundamental es que la felicidad no depende de las circunstancias externas, sino de nuestra capacidad para controlarnos a nosotros mismos.
En este sentido, los estoicos distinguían entre lo que está bajo nuestro control —nuestros pensamientos, emociones y decisiones— y lo que no lo está, como los eventos externos, y proponían aceptar con serenidad aquello que no podemos cambiar y actuar con virtud en lo que sí está a nuestro alcance.
Valores como la disciplina, el autocontrol y la fortaleza de ánimo eran centrales en su visión. Esta filosofía, que fue adoptada y difundida en Roma por figuras como Séneca y Marco Aurelio, se presentaba a sí misma como una guía para vivir con dignidad incluso en los contextos más adversos.
El resurgir del “estoicismo”: Influencers y gurús de la autoayuda en las redes sociales
En los últimos años, una nueva versión del estoicismo ha resurgido con fuerza, promovida por influencers y gurús a través de las redes sociales.
Libros como Cómo ser un estoico, de Massimo Pigliucci o Lecciones de estoicismo, de John Sellars, han revitalizado el interés por los textos clásicos de Epicteto, Séneca y Marco Aurelio, aunque muchos de los jóvenes, y no tan jóvenes, que se ven atraídos por estas ideas se limiten a consumir pequeñas píldoras de «frases motivadoras» recocinadas por otros y difundidas a través de plataformas como Youtube, Instagram o Tik Tok.
Pero, ¿es el auge de este neoestoicismo una moda casual? ¿Se trata, en cualquier caso, de una corriente filosófica que pueda ofrecer respuestas adecuadas a los problemas de la vida moderna? ¿Es esta filosofía una herramienta de resistencia frente al caos actual o, por el contrario, puede ayudar a reforzar la resignación ante una sociedad donde se multiplican las desigualdades y las injusticias?
Un análisis materialista de la historia y la funcionalidad del estoicismo puede ayudarnos a entender por qué esta filosofía ha sido rescatada en nuestros días y cómo se conecta con las condiciones sociales de la época en que nació y con el momento presente.
El origen del estoicismo: crisis y consolidación del poder
El estoicismo nació en Atenas en un periodo de transición y crisis tras la caída de las ciudades-Estado griegas y la expansión de los grandes imperios helenísticos. La autonomía política de las polis griegas ya había comenzado a erosionarse durante los reinados de Filipo II y Alejandro Magno, quienes subordinaron a estas ciudades bajo el control macedonio. Sin embargo, tras la muerte de Alejandro y la fragmentación de su Imperio, las polis quedaron definitivamente integradas en reinos centralizados. En este nuevo contexto, los privilegiados hombres libres que antaño fueron ciudadanos de pleno derecho se encontraron desconectados de un poder político que se presentaba lejano e inaccesible.
La filosofía de Zenón de Citio surgió como una respuesta a esta incertidumbre estructural, ofreciendo a los individuos una guía para lidiar con un entorno que parecía estar más allá de su control.
El énfasis del estoicismo en la autodisciplina, el autocontrol y la aceptación de lo inevitable reflejaba una estrategia adaptativa a un mundo donde los grandes cambios sociales y políticos eran percibidos como inalcanzables para los individuos comunes.
La dicotomía estoica del control —la distinción entre lo que podemos cambiar y lo que no— proporcionaba una salida ética individual frente a la impotencia política, desplazando el foco de la acción colectiva -que caracterizó en el pasado al ciudadano de la polis griega- hacia el autocontrol personal.
Pero es rasgo del estoicismo lo convertía también en una filosofía que, lejos de cuestionar las estructuras del poder, instaba a los individuos a tratar de encontrar serenidad dentro de ellas, aceptándolas como una realidad inevitable.
El estoicismo y su funcionalidad para el capitalismo contemporáneo
En la actualidad, el renacer del estoicismo comparte características fundamentales con su contexto histórico original. Al igual que en la Antigüedad, vivimos en un periodo de crisis estructural, marcado por la creciente concentración del poder económico y político, la proliferación de las guerras, la precarización laboral, la emergencia climática y la dificultad para volver a articular alternativas políticas verdaderamente transformadoras que cuestionen de raíz el sistema capitalista.
En este marco, el estoicismo contemporáneo aparece como una filosofía que, en lugar de proponer soluciones colectivas, refuerza el individualismo como única vía de superación.
Promovido como una herramienta de autoayuda, el estoicismo moderno enfatiza la autosuficiencia y la gestión emocional individual. No solo no cuestiona las condiciones estructurales que conducen a la ansiedad o la depresión a millones de personas, sino que censura este cuestionamiento como un síntoma de «debilidad» propio de quienes se niegan a aceptar que son los únicos responsables de su vida y de su situación.
Gurús empresariales como Ryan Holiday presentan el estoicismo como un «manual de éxito» para sobrellevar el estrés y aumentar la productividad, lo que lo convierte en un complemento perfecto para la lógica del capitalismo tardío. Así, valores como la autodisciplina y el autocontrol son resignificados no para la reflexión ética o la transformación social, sino para mantener a los individuos como piezas funcionales dentro de un engranaje socio-económico que perpetúa su alienación.
Por otro lado, conviene recordar que valores sin duda positivos como la autodisciplina, el esfuerzo y el autocontrol no son exclusivos del estoicismo. Las más diversas corrientes filosóficas, e incluso las grandes religiones, también han promovido estos principios, con diferentes enfoques. Desde una perspectiva, como la marxista, que no los reduzca a la lógica egoísta propia de la hobbesiana competencia capitalista, estos valores pueden convertirse en herramientas útiles para un crecimiento personal orientado también hacia los proyectos que persiguen la transformación colectiva de la sociedad.
La dicotomía del control: ¿aceptación o resignación?
Una de las ideas centrales del estoicismo, tanto clásico como contemporáneo, es la dicotomía del control. En la Antigüedad, esta idea ofrecía consuelo a los individuos al invitarles a aceptar lo que no podían cambiar, como la inestabilidad política o las desigualdades sociales. Al centrarse exclusivamente en el ámbito de lo individual, esta filosofía evitaba cuestionar las bases materiales de esas desigualdades. En otras palabras, proporcionaba una ética de la resignación que desactivaba la posibilidad de una resistencia colectiva.
Hoy, esta misma idea es reutilizada para despolitizar los problemas sociales. En un mundo donde las desigualdades estructurales y las crisis globales afectan profundamente la vida de millones, la promoción de la aceptación personal desvía la atención de las causas sistémicas del malestar social.
El mito de la meritocracia
La narrativa contemporánea del estoicismo individualista refuerza la idea de que los individuos son los únicos culpables de su éxito o fracaso, ignorando que, sin que ello implique renunciar a nuestras responsabilidades, las condiciones materiales limitan las oportunidades reales de la mayoría.
La concepción de «meritocracia», tal y como se entiende en la actualidad, insisten en que el éxito personal depende únicamente del mérito individual: esfuerzo, disciplina, talento y capacidad.
Aunque para cualquier observador es evidente lo contrario, esta concepción ideológica asume, de forma implícita, que todos los individuos parten de condiciones similares, lo que les permitiría competir de manera justa para alcanzar sus objetivos. Ignora, pues, las desigualdades estructurales inherentes a las sociedades capitalistas: acceso desigual a la educación, la salud, el capital económico, las redes sociales o el tiempo libre. La realidad de que las personas no compiten en un «campo de juego nivelado», sino en un sistema donde los privilegios heredados y las barreras sistémicas determinan en gran medida las posibilidades de éxito, aunque no imposibiliten totalmente la movilidad social.
La reinterpretación moderna del estoicismo, promovida por gurús de autoayuda y empresarios, encaja perfectamente con esta falacia meritocrática, porque ambas filosofías enfatizan la responsabilidad individual y la gestión personal del éxito. Bajo esta premisa, no alcanzar el «éxito» individual -siempre identificado con la riqueza material, el lujo y la ostentación– solo es propio de «loosers» -perdedores – que han sido incapaces de aplicar con disciplina espartana los principios estoicos.
Paradojas del estoicismo contemporáneo
El auge del estoicismo en el capitalismo tardío no puede considerarse una mera casualidad, sino el reflejo de un sistema que busca soluciones individuales para problemas colectivos.
Al igual que en la Antigüedad, esta filosofía ofrece un consuelo adaptativo para épocas de incertidumbre, pero lo hace a costa de despolitizar las crisis estructurales que enfrenta la sociedad.
La mercantilización del estoicismo, transformado en un superficial producto de autoayuda, trivializa sus aportes filosóficos y lo convierte en un opio ideológico para calmar al individuo mientras oculta las contradicciones del sistema. Esta paradoja es especialmente evidente en su popularización entre emprendedores y líderes empresariales, que presentan el estoicismo justamente como un “método operativo” para afrontar el estrés. Este enfoque no solo ignora las condiciones materiales que generan ese estrés, y otras dolencias psicológicas y físicas, sino que normaliza la autoexplotación como una virtud. El resultado es una narrativa que legitima la resignación y perpetúa un sistema que jamá se cuestiona.
Hacia una ética colectiva
El problema del estoicismo contemporáneo no radica en la promoción de valores positivos como la disciplina, el esfuerzo o la constancia en el trabajo, sino en cómo estos son utilizados para desviar la atención de los problemas estructurales que, de no ser resueltos colectivamente, amenazan con conducir a nuestra civilización a una creciente barbarie.
En lugar de fomentar una reflexión crítica sobre las causas materiales de la desigualdad, se centra en gestionar las emociones individuales, reforzando el individualismo como única vía de superación.
Frente a esta narrativa es necesario recuperar una ética colectiva que entienda la disciplina y el esfuerzo como herramientas para la transformación social. Solo en una sociedad donde las grandes desigualdades estructurales sean eliminadas y las oportunidades se distribuyan equitativamente estos valores podrían desplegar su verdadero potencial emancipador.
Mientras tanto, el estoicismo, reducido a una suerte de “filosofía de Tik Tok” para escrolear entre frases de autoayuda, seguirá siendo poco más que un catecismo de mercadotecnia para incautos, plenamente funcional a las estructuras de poder.