¿Qué intereses ocultos se esconden tras las declaraciones de Trump sobre la Alianza Atlántica?
Las recientes declaraciones de Trump, insinuando la posible retirada de Estados Unidos de la OTAN, han encendido alarmas en todo el mundo. ¿Estamos frente al colapso de la mayor alianza militar del planeta o a un movimiento estratégico para reforzar la dominación de Washington? No obstante, la verdad podría ser aún más inquietante.
POR MÁXIMO RELTI PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
El reciente pronunciamiento por parte del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, en el que señala la posibilidad de retirar a su país de la OTAN, es un suceso que, a primera vista, podría interpretarse como una simple postura populista y nacionalista. Sin embargo, bajo una lectura más profunda, estas declaraciones revelan una serie de intereses geoestratégicos e ideológicos que van más allá de la inmediatez de las palabras y las coyunturas electorales.
Para contextualizar, conviene recordar que, históricamente, la OTAN ha sido el principal instrumento militar y político de Estados Unidos para proyectar su poder sobre Europa occidental y oriental, así como para contener a potenciales rivales geopolíticos, entre ellos la propia Rusia.
Desde el final de la II Guerra Mundial, y más aún tras el colapso de la Unión Soviética, la OTAN no sólo ha servido para resguardar los intereses del capital estadounidense en el Viejo Continente, sino también para mantener a raya cualquier desviación de los lineamientos neoliberales e impedir la consolidación de alternativas socialistas o, al menos, de proyectos autónomos que cuestionen la hegemonía estadounidense.
Cuando Trump amenaza con retirar a Estados Unidos de la OTAN, podría parecer que está dispuesto a desmantelar una pieza central del entramado imperialista norteamericano. Sin embargo, resulta mas que improbable que la principal potencia imperialista mundial renuncie voluntariamente a un instrumento tan valioso.
En cambio, esta estrategia puede entenderse como un gesto de chantaje político: al afirmar que “consideraría” abandonar la OTAN si sus aliados no pagan “sus cuentas”, Trump no hace más que extender su arraigada lógica empresarial al terreno internacional. El presidente electo busca renegociar los términos de la relación transatlántica, exigiendo a las potencias europeas una mayor contribución económica y militar, garantizando así una mayor disciplina hacia los dictados de Washington.
Es decir, con tras palabras, no se trataría de un debilitamiento del imperialismo norteamericano, sino de su reacomodo. La amenaza de “salir” de la OTAN se transforma en un mecanismo de presión, empujando a sus socios a reforzar su dependencia del poderío de Estados Unidos, aun cuando esto se disfrace como “justicia financiera”.
¿Cuál es, pues, la verosimilitud de estos anuncios? Debemos reconocer que la estrategia comunicacional de Trump, así como la de buena parte de las elites políticas estadounidenses, se asienta sobre un terreno marcado por la confusión, la posverdad y la desinformación. Las afirmaciones se ponen sobre la mesa no necesariamente para ser cumplidas, sino para modelar las percepciones, condicionar a los actores implicados y ensayar escenarios futuros.
Lo que se dice a través de medios hegemónicos, recogido por agencias de noticias y traducido en la opinión pública mundial, rara vez es información inocente. Cada declaración, cada filtración, cada rumor, forma parte de un entramado diseñado para consolidar una correlación de fuerzas favorable al imperialismo y a la clase dominante.
Si consideramos, además, la presencia de múltiples actores en juego —la burguesía financiera, el complejo industrial-militar, los sectores energéticos, las fracciones del capital transnacional, las oligarquías nacionales y los gobiernos subordinados—, comprenderemos que los discursos de Trump pueden operar como un instrumento táctico: proponer la amenaza de “desarticular” instituciones internacionales o cortar ayudas estratégicas no es sino la manera de obtener mejores condiciones en las negociaciones detrás de escena.
Hoy resulta esencial develar estas maniobras y comprender que el problema no radica en los “excesos” de tal o cual presidente, sino en la estructura económica y social que hace posibles estas maniobras. La OTAN no es un “error” individual de un gobernante caprichoso, sino expresiones de un sistema imperialista que trata de consolidar su poder a escala global.
El capital se vale siempre de diversos rostros políticos —sean más agresivos, más conciliadores o más retóricos— para reacomodar sus intereses y continuar conservando su posición dominante.
Para concluir. La verosimilitud de las palabras de Trump radica menos en la literalidad de sus amenazas que en el trasfondo que subyace a ellas. Su propósito auténtico no sería abandonar la hegemonía militar ni renunciar a la injerencia en asuntos exteriores, sino ajustarla a las necesidades cambiantes del imperialismo estadounidense.
Así, el discurso mediático no es sino un velo, una cortina de humo bajo la cual el gran capital reconfigura sus estrategias ante los cambios que se producen en el panorama político internacional.
Un análisis marxista del contexto internacional nos invita a no tomar estas declaraciones al pie de la letra, sino a leerlas como señales de las tensiones internas del imperialismo, de la pugna con otras grandes potencias económicas y militares por la hegemonía mundial y de los mecanismos para fragmentar aún más la voluntad de los pueblos.
Sólo comprendiendo en qué consiste el contexto desde donde se pronuncian este tipo amenazas, nos permitirá entender la naturaleza y los verdaderos objetivos de los mensajes que se nos transmiten.