¿Qué errores de interpretación de Marx han llevado a conflictos con el feminismo?
A lo largo de la historia, el marxismo y el feminismo han tenido una relación turbulenta, marcada por malentendidos y críticas cruzadas. Un “Marx espantapájaros” simplificado, tensiones sobre el trabajo doméstico y el poder del patriarcado plantean una pregunta crucial: ¿podrán estas dos corrientes unir fuerzas para acabar con la explotación y crear una sociedad más justa?
POR MARTA AGUIRRE PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
El marxismo y la corriente del feminismo socialista tienen algo en común: ambos buscan una sociedad sin opresión ni explotación. Sin embargo, han tenido sus diferencias, y no pocas veces han parecido enemigos. Muchos de estos desacuerdos surgen porque algunas ideas sobre Marx y su teoría han sido malinterpretadas.
Desde los años 60 hasta los 80 del siglo pasado, se construyó una suerte de “Marx espantapájaros”: es decir, una versión simplificada de Marx en la que se le atribuían errores que, en realidad, no aparecen en su obra original. Esta confusión ha sido una seria traba para quienes desean entender mejor la relación entre feminismo y marxismo.
EL “MARX ESPANTAPÁJAROS”: CONFUSIONES Y CRÍTICAS FEMINISTAS
El “Marx espantapájaros” es una versión que critica a Karl Marx por su “determinismo económico” o, dicho más sencillo, por pensar que todo en la vida está determinado por la economía.
Algunas teóricas feministas, como Silvia Federici, lo critican porque consideran que él no valoró el papel de las mujeres y de su trabajo, sobre todo el trabajo doméstico o de cuidados. Federici, en su libro Calibán y la bruja, afirma que el capitalismo necesita y explota a las mujeres, pero se niega a reconocer su trabajo en casa, que es clave para que la fuerza de trabajo siga funcionando cada día.
¿A qué se refiere exactamente Federici? Imagine por un momento el lector o lectora que la sociedad es como una gran empresa en la que los trabajadores necesitan comer, descansar, tener salud y energía para ir a trabajar todos los días. El sistema capitalista depende de que los trabajadores estén en condiciones de producir; si ellos o sus familias no tienen quién los cuide y alimente, el capital, o sea, las empresas, pierden.
En palabras de Federici:
“El capital necesita de nuestras tareas en casa para sobrevivir, pero nunca nos pagará por ellas”.
Sin embargo, otras teóricas marxistas, como Lise Vogel, han argumentado que si bien este trabajo es importante, no genera “valor” capitalista directo porque no produce mercancías.
Este tema es complejo, y a veces se compara con un iceberg. Lo que vemos del sistema capitalista son las fábricas, las tiendas, los bancos, todo lo que produce mercancías y ganancias. Pero debajo de esa superficie, hay una enorme base invisible (el “trabajo doméstico”) que sostiene a toda la estructura. Sin la familia, el cuidado de los niños, la alimentación y el apoyo en el hogar, la “punta del iceberg” que representa al capital, no podría mantenerse.
¿QUÉ PASA CON EL PATRIARCADO? ¿ES UNA ESTRUCTURA SEPARADA DEL CAPITALISMO?
Aparte del trabajo doméstico, otro tema de conflicto es el patriarcado, o sea, el sistema de opresión de las mujeres. Mientras que el marxismo clásico se centra en la explotación de clase (ricos contra pobres), muchas feministas radicales ven al patriarcado como una estructura de poder anterior y aparte del capitalismo, en la que los hombres, en general, tienen una posición dominante sobre las mujeres.
Christine Delphy, una teórica marxista, cree que patriarcado y capitalismo están entrelazados. Ella explica que “el patriarcado no puede sobrevivir sin el capitalismo, y el capitalismo se aprovecha del patriarcado para explotar aún más a las mujeres”. Esta visión sostiene que las dos estructuras, patriarcado y capitalismo, están unidas y se apoyan mutuamente para mantener la opresión de las mujeres, pero desde una perspectiva de clase social.
Para entender mejor este enredo, pensemos en una familia donde la mujer se dedica a la casa y el hombre trabaja fuera. Ambos, en principio, cumplen roles necesarios, pero de manera desigual: ella realiza labores que no son remuneradas y de las cuales depende el bienestar de su pareja trabajadora, pero nadie le paga ni valora ese trabajo. Mientras tanto, el hombre gana dinero y su esfuerzo es visible en el mundo económico. Este ejemplo refleja cómo, dentro del capitalismo, el patriarcado y el trabajo femenino no remunerado refuerzan las desigualdades económicas y de género.
POSTESTRUCTURALISMO Y EL GÉNERO: NUEVOS CONCEPTOS QUE TAMBIÉN DIVIDEN
En los años 90, surge el postestructuralismo, una corriente que influenció a muchas feministas para centrarse en el “género” como una construcción social más que en el “sexo” biológico. Este enfoque deconstruye las identidades de “hombre” y “mujer” y sostiene que son roles asignados por la sociedad. Así nace el feminismo queer, que, en lugar de buscar igualdad entre hombres y mujeres, aboga por cuestionar la propia existencia de las identidades de género.
Este giro también genera divisiones dentro del feminismo. Para muchas feministas radicales, borrar la categoría de “mujer” es negar la realidad de la opresión que sufren las mujeres como grupo. Según estas feministas, el enfoque queer diluye la lucha por la igualdad de género, y hace que temas cruciales para las mujeres, como la violencia de género, pierdan visibilidad y fuerza. Como comentó una vez la activista feminista Sheila Jeffreys, “desdibujar el concepto de mujer como grupo oprimido es negar la existencia del patriarcado”
Para muchas personas, estos debates pueden sonar abstractos, pero tienen implicaciones concretas. Un ejemplo es cómo se tratan las leyes sobre derechos reproductivos. Si se borra la categoría de “mujer”, es difícil reconocer sus derechos específicos sobre el cuerpo, como el derecho al aborto. Es decir, si el feminismo deja de enfocarse en las mujeres como un grupo social específico, puede perder fuerza en temas fundamentales para ellas.
¿HACIA DÓNDE VA EL FEMINISMO MARXISTA?
Frente a estas diferencias, algunas teóricas feministas proponen una síntesis entre el feminismo y el marxismo. Martha E. Giménez, por ejemplo, considera que el marxismo tiene herramientas importantes para entender y combatir la opresión de género, pero es necesario aplicarlas de manera más completa y moderna, considerando el trabajo doméstico y la reproducción social.
Giménez sostiene que, a diferencia del feminismo radical, que considera a hombres y mujeres como grupos opuestos, el feminismo marxista se centra en eliminar las estructuras de explotación, en lugar de solo señalar las divisiones de género.
Un ejemplo de cómo el feminismo marxista puede abordar estos problemas sería pensar en políticas públicas que reconozcan el trabajo de cuidado. Imaginemos un sistema donde el Estado garantice un salario o beneficio a las personas que cuidan de sus familiares, sean mujeres u hombres. Así, se reduciría la carga que el trabajo doméstico impone sobre las mujeres y se valoraría socialmente, mientras que se lucha por la equidad económica y de género a la vez. Otro ejemplo sería el fortalecimiento de las leyes de maternidad y paternidad, que podrían ayudar a reducir la brecha de género, pues permitirían que los hombres también se involucren en el cuidado de los hijos.
MARXISMO Y FEMINISMO, ¿ENEMIGOS O ALIADOS?
El marxismo y el feminismo socialista comparten un mismo objetivo: eliminar la explotación. Pero han tenido conflictos porque interpretan la opresión de manera distinta. Aunque muchas feministas critican a Marx por no haber escrito lo suficiente sobre la opresión de las mujeres, su teoría sigue ofreciendo una perspectiva poderosa para entender la relación entre género y clase.
Quizá, como sugieren algunas feministas, el camino es ver estas diferencias como oportunidades de aprendizaje. Tanto el feminismo como el marxismo nos enseñan que la opresión no tiene una sola cara, y que para crear una sociedad realmente justa, es necesario considerar tanto la lucha de clases como la lucha de género.
En palabras de Giménez,
“el marxismo debe entender que las mujeres trabajadoras no son solo mano de obra, sino también quienes sostienen la fuerza laboral con su trabajo en el hogar”.
Todo este debate nos muestra cómo, a pesar de las diferencias, tanto el marxismo como el feminismo socialista tienen aportes valiosos para entender y combatir las injusticias.
La clave es evitar caer en los malentendidos y reconocer que ambas corrientes buscan, en última instancia, construir un mundo más justo y libre de explotación.
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