La naturaleza del poder en la política estadounidense y la ilusión «progresista» europea
La expectativa de cambio que algunos sectores progresistas europeos depositan en el Partido Demócrata estadounidense contrasta con la realidad de un sistema diseñado para servir a las élites económicas. A través de los años, tanto demócratas como republicanos han garantizado férreamente la continuidad de un modelo de concentración de riqueza y poder en manos de pocos, con Kamala Harris y Donald Trump como representantes de distintas facciones dentro de esta estructura oligárquica.
POR MÁXIMO RELTI PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
En el marco de la política estadounidense, los demócratas y republicanos se presentan como opciones contrastantes, aunque ambos partidos, en última instancia, sirven a los intereses de las élites económicas que controlan los recursos y las decisiones en el país.
Las campañas de Kamala Harris y Donald Trump en las elecciones actuales ilustran esta realidad, representando distintas facciones de poder que, aunque varían en su retórica, comparten una visión fundamental de concentración de riqueza y poder.
En el contenido de este artículo tratamos de explorar cómo las promesas de cambio y progreso del Partido Demócrata han generado ilusiones en sectores progresistas, especialmente europeos, que ven en la figura de Harris una alternativa humanitaria, pero que en realidad se inscribe en un sistema plutocrático que no transforma la vida de la mayoría.
HARRIS Y TRUMP: DOS ROSTROS DE LA MISMA PLUTOCRACIA
Kamala Harris representa una facción de poder ligada a los sectores tecnológicos y financieros de EE.UU., como BlackRock y Vanguard, corporaciones que mantienen una enorme porción de la economía mundial y que tienen un rol decisivo en políticas “tecnocráticas” de gobierno. Su modelo busca estabilidad para las élites y el control de sectores de futuro, como la tecnología y la energía verde.
Esta tendencia se observa en su defensa de la Ley de Reducción de la Inflación (IRA), que incentiva las energías renovables. Sin embargo, lejos de democratizar la economía, la ley permite a grandes corporaciones posicionarse como actores dominantes en mercados emergentes, aprovechando subsidios y condiciones preferenciales para perpetuar su control en la nueva economía verde.
Por otro lado, Donald Trump representa la facción oligárquica más cercana al capital de riesgo y al sector militar, promoviendo una economía basada en la desregulación extrema que permite a figuras como Peter Thiel y Elon Musk explotar al máximo los recursos sin restricciones. Este modelo, que está orientado hacia una suerte de “destrucción creativa”, aprovecha la volatilidad y desmantela la infraestructura pública en favor de una acumulación privada de recursos.
Trump aboga por una política exterior que mantiene fuertes conexiones con la industria de defensa y favorece el crecimiento de las empresas de seguridad, lo cual garantiza que su administración y sus aliados prosperen en un ambiente de conflictos y desestabilización.
LA “DEMOCRACIA” Y SU REALIDAD BAJO EL PARTIDO DEMÓCRATA
La narrativa de cambio y reforma ha sido una constante en las campañas de los demócratas, especialmente en la era Obama, cuando se prometió una política exterior basada en el diálogo y el respeto por los derechos humanos. Sin embargo, los años de Obama no trajeron una reducción del intervencionismo, sino que vieron el inicio de operaciones militares en Libia, Siria y Yemen, así como un aumento en el uso de drones en regiones de Asia y África. Aunque estas políticas se presentaron como necesarias para la seguridad, sirvieron en realidad para preservar los intereses geoestratégicos de EE.UU., sacrificando las promesas progresistas a favor de los intereses de su aparato militar y económico.
Esta contradicción ha desconcertado a sectores progres europeos, quienes querían ver en el Partido Demócrata una «fuerza para el cambio», y muchos de ellos interpretaron el liderazgo de Obama como un renacimiento de los valores democráticos.
Sin embargo, los hechos muestran que, tanto bajo Obama como bajo Biden, los demócratas han promovido políticas intervencionistas disfrazadas de “apoyo a la democracia” que se orientan más a asegurar mercados y controlar recursos estratégicos. Estas acciones han sido defendidas como “intervenciones humanitarias”, pero han dado como resultado conflictos prolongados que devastaron sociedades enteras y, a menudo, beneficiaron a las mismas empresas que financiaban las campañas electorales que tenían lugar en Washington.
LA ILUSIÓN EUROPEA: TESTIMONIOS Y REALIDADES
Numerosos analistas y figuras del ámbito europeo han expresado sus dudas sobre el impacto de esta supuesta “política de cambio” demócrata. Para algunos progresistas, el apoyo al Partido Demócrata parece una utopía que ignora la continuidad del intervencionismo militar. Algunos activistas de derechos humanos en Europa parecen comenzar a caer del guindo y empiezan a enfatizar la contradicción entre el discurso de paz de los demócratas y sus acciones en conflictos bélicos. En palabras de un diplomático europeo,
“la esperanza que depositamos en Obama se desvaneció cuando vimos que Libia fue sumida en el caos y en el saqueo. Hoy, la misma esperanza persiste con Harris, pero muchos tememos que sólo sea otro espejismo”
Otro testimonio de un activista alemán recalca que el problema radica en el “doble rostro” del Partido Demócrata:
“Hablan de democracia, pero no dudan en aliarse con quienes financian guerras si eso asegura su poder. Es ingenuo pensar que con ellos llegará el cambio.”
Estas perspectivas reflejan una creciente desilusión entre quienes, desde Europa, ven en el sistema bipartidista estadounidense un mecanismo diseñado para servir exclusivamente a una plutocracia, sin importar la ideología pública que cada facción pretenda defender.
UN FUTURO DE ESTABILIDAD PARA LAS ÉLITES, PERO NO PARA LA SOCIEDAD
En este contexto, tanto Harris como Trump, en representación de sus facciones, defienden intereses que no están alineados con los derechos de la mayoría. Si bien Harris adopta una narrativa de estabilidad y progreso, su política depende del respaldo de corporaciones como las farmacéuticas y tecnológicas, que promueven el control económico sin una redistribución efectiva de la riqueza.
Las promesas de reformas sociales en salud y educación que figuran en su agenda están cuidadosamente diseñadas en colaboración con estos sectores, y no representan una transformación real en la vida de la mayoría de los estadounidenses. En este sistema, la política sirve como una fachada de cambio que oculta la realidad de una economía altamente concentrada
En cambio, la perspectiva oligárquica de Trump promueve un modelo de caos y acumulación sin límites. Esta facción no sólo evita toda regulación, sino que fomenta un entorno de competencia extrema donde el más fuerte (económicamente) impone sus reglas. Ni que decir tiene que esto no democratiza la economía, sino que la convierte en una arena de pocos jugadores que monopolizan el acceso a los recursos. El proyecto de desmantelamiento del “estado administrativo” que Trump impulsa no busca mejorar la eficiencia, sino eliminar cualquier barrera que obstaculice la extracción ilimitada de beneficios por parte de estas élites.
LA ELECCIÓN DEL STATUS QUO
En última instancia, esta “elección” en Estados Unidos refleja la lucha entre dos estilos de dominio de una misma clase plutocrática. Ambos proyectos políticos canalizan recursos hacia los mismos sectores, bajo distintas estrategias, pero con el mismo objetivo: preservar un sistema de élites, mantener a la sociedad bajo una estructura de poder centralizado y eliminar cualquier intento de distribución justa de la riqueza.
Para algunos progres ilusos europeos, entre los que se encuentran no pocos españoles este descubrimiento está constituyendo un tardio descubrimiento sobre la naturaleza del sistema político estadounidense, que expone la fragilidad de las promesas de cambio bajo un sistema que prioriza siempre y sin excepción, el poder de unos pocos.