En un momento clave de la sagrada Guerra de Resistencia Nacional Palestina, Estados Unidos (EE.UU.) expuso su papel como el mayor enemigo de los pueblos del mundo. Pocas veces un político yanqui ha sido tan abierto, abierto e incondicionalmente sionista como Joe Biden, lo que socava el discurso engañoso que pretende presentar como esencialmente distintos «demócratas» y «republicanos». Ambos rivalizan entre sí en rapacidad y genocidio, confirmando el poderoso análisis de Lenin de que el imperialismo no es una política que pueda cambiarse con la alternancia de un gobierno, sino que es la etapa superior y última del capitalismo, una época de reacción y violencia a lo largo de toda la línea y antesala de la revolución proletaria mundial.
El pueblo palestino vive en una cárcel al aire libre desde hace más de 70 años, bajo un bloqueo económico constante, vigilancia militar, agresiones rutinarias -tanto por parte de las fuerzas militares como de los colonos- y la expulsión masiva de millones de personas, situación que ha alcanzado un paroxismo desde la reacción a la heroica operación del Diluvio de Al-Aqsa el 7 de octubre de 2023. La reacción de Netanyahu y de las bestias sionistas que le siguen es una mera demostración de cobardía y desesperación ante el irresistible levantamiento de las masas palestinas. Desde octubre, Israel ha asesinado a más de 28.000 palestinos. ¿Y quiénes son estas personas? Alrededor del 70% de ellos son mujeres y niños.
El apoyo incondicional de Estados Unidos al genocidio cometido por Israel atestigua el papel del imperialismo como el mayor enemigo de los pueblos del mundo, en su codicia por dominar territorios e imponer gobiernos títeres y expandir su dominación como única superpotencia hegemónica. ¿No es así como ha estado operando en el Gran Oriente Medio durante tanto tiempo? Por ejemplo, las invasiones de Irak y Afganistán.
Los agresores no recurren a tal barbarie porque sean fuertes, como nos quieren hacer creer los reformistas, sino porque sienten que el poder se les escapa de las manos. El imperialismo impone guerras injustas como parte de la partición y repartición del mundo para superar sus crisis. La concentración del ingreso y el empobrecimiento de las masas en el mundo plantean desafíos políticos insuperables para el imperialismo.
Pues bien, los datos de 2023 muestran que las 5 empresas más grandes del mundo juntas tienen el valor del PIB de las economías de África, América Latina y el Caribe. El fundador de la empresa Amazon, Jeff Bezos, uno de los más ricos del mundo, ha aumentado su ya multimillonaria fortuna en más de 30 millones de dólares desde 2020, a costa de chupar la sangre del proletariado en el Tercer Mundo e incluso del deterioro de los derechos sociales en los países imperialistas. Este es el camino de todas las empresas monopolistas, incompatibles incluso con las libertades democráticas consagradas por la revolución burguesa, la razón inevitable del ascenso del fascismo contemporáneo.
En respuesta a esta situación, en el último año, han surgido protestas en varias partes del mundo contra la explotación de los grandes monopolios. En Inglaterra, una huelga general de medio millón de trabajadores se ha apoderado del país, que atraviesa una grave crisis económica que somete a la población a un deterioro de sus condiciones de vida. En China, una ola de despidos masivos en empresas monopólicas ha aumentado la explosividad de las protestas, como en el Parque Industrial de Jianqiao en la ciudad de Chongqinq y la rebelión en la provincia de Zhengzhou. Además, la crisis inmobiliaria china acecha a la economía mundial.
América Latina, considerada por el imperialismo como su patio trasero, también arde en rebeliones como en Argentina donde el reaccionario gobierno de Milei impuso un decreto antipopular contra los trabajadores y las masas, que responden al colmo en protestas masivas. Ni siquiera la restricción de la libertad de manifestación, expresión y organización impidió los levantamientos.
Al ser la mitad de la clase, las mujeres también son las más afectadas por esta explotación. Con el fin de continuar con sus ideales de superpotencia, el imperialismo moribundo mantiene y promueve la opresión femenina de siglos de antigüedad. Las campañas emprendidas por la prensa monopolista, los peces gordos y las celebridades sobre los «derechos de las mujeres», «No es no», no son suficientes para revertir los siglos de opresión. Son, de hecho, pura demagogia. Son solo una capa de pintura de color sobre su verdadero rostro misógino. Sin olvidar la necesidad innegociable de la lucha por mantener los derechos ya conquistados, es ilusorio creer que la emancipación femenina puede completarse en el marco de esta sociedad.
Las mujeres del pueblo, además de tener los salarios más bajos (ganan un 21% menos que los hombres), los empleos más precarios (son el 80% de los trabajadores informales) y tener condiciones difíciles para mantenerse empleadas, también se ven obligadas a trabajar en un doble turno: el trabajo doméstico no remunerado.
Este trabajo doméstico no remunerado, invisible y embrutecedor realizado por la mujer trabajadora asegura que el empleador mantenga los salarios extremadamente bajos. Mientras que las mujeres de las clases dominantes compran los servicios de cocina, limpieza y cuidado de niños, las mujeres del pueblo son las que tienen que hacer estas tareas, además de trabajar fuera del hogar para complementar los ingresos del hogar. En Brasil, este trabajo invisible es, en promedio, de 21,3 horas semanales.
A su vez, los bajos salarios mantienen a los trabajadores y sus familias en condiciones de vida precarias, y son parte de la maquinaria de las crisis cíclicas: reducir el consumo y generar crisis de sobreproducción.
Y es en estos momentos de crisis que se incrementan todo tipo de violencia y barbarie: extracción de riquezas y mayor reaccionarización en los países de gobiernos lacayos del imperialismo y guerras de saqueo en todo el mundo.
Bajo el imperialismo no hay perspectivas de progreso para los trabajadores, excepto aquellas impulsadas por la corriente misma de la lucha popular y revolucionaria. Las mujeres, al frente de las protestas tanto en los barrios de los países imperialistas como en las aldeas y barrios bajos de los países oprimidos, del brazo de los hombres de su clase, sólo lograrán su completa emancipación barriendo con este podrido sistema de explotación.