
Iñaki Urdanibia
«Desde que existe el libro nadie está completamente solo, pues tiene al alcance de su mano el presente y el pasado, el pensar y el sentir de toda la humanidad»
Stefan Zweig
Antes de nada vayan por delante un par de excusas (ya sé, ya sé que excusatio non petita…): la primera, por hablar de mi mismo, aunque más bien hablo de mis libros y las preocupaciones y neuras que (me)provocan y la segunda, por rescatar un par de textos que siguen conservando su rabiosa (grrrr) actualidad ya que cada vez que emprendo la ímproba y desesperanzada tarea de ordenar / aligerar los anaqueles, y el suelo, ¿por qué no decirlo?, que se acumulan en mi biblioteca, por llamarla así, me asaltan oleadas de mustio desánimo. Nunca he sido de los que cuentan el número de libros que tiene, pero sí puedo afirmar que son muchos los que se apilan en el local que a ello dedico, y ello a pesar de varias descargas realizadas, y…las que te rondaré morena, o rubia. El caso es que da la impresión, falaz, de que los propios libros tienen una dinámica auto- reproductora, como si se diese una llamada de unos hacia otros, lo que hace que se produzca, al menos en el que esto escribe que, sin duda, es el causante del desaguisado, una mal de libros de órdago.
Si el otro cantaba, con absoluta razón que la vida no vale nada, cierto es que los libros tampoco; obviamente no me refiero al precio que se cobra en las librerías sino al que se paga en el mercado de libros viejos y usados, aunque esté impolutos y sin tocar, y de ocasión. Herencia…a 20 céntimos el ejemplar, sea del tamaño que sea, 40 o hasta 50…; en la Biblioteca en la que dirigí una tertulia…no interesan los libros (nada digamos las revistas aunque estas sean de sumo interés y especialización: filosofía, literatura, y otras yerbas similares) , queda otra solución tirarlos a la puta basura…pero al menos al que esto escribe, tal acto le da cosa, mucha. Los intentos de regalar libros tanto en una biblioteca municipal en la que dirigí como a algunos particulares por lo general han recibido como respuesta el rechazo, cuando no ha sido por cuestiones de espacio ha sido por la afición de los posibles receptores a las bibliotecas como lugares en las que acceder a lecturas de interés. Para dar más fuerza, si necesario es, a mi afirmación, traigo a colación una anécdota narrada por un editor, en cuya editorial trabajé durante algún tiempo; habiéndose enterado de una iniciativa en la que se iba a empaquetar con libros las murallas de Ávila, se puso en contacto con los promotores de la iniciativa con el fin de regalarles los libros, ya descatalogados, que tenía en un almacén y la respuesta de éstos fue: ¿y quién los trae hasta aquí?
Nada nuevo se produce cada vez, escasas, en que me pongo a ordenar, aligerar, la biblioteca…margaritas, dados, eterno retorno de lo mismo, o casi, más aun no siendo un heracliteano redomado sí que no es igual lo mismo que lo idéntico, y el crecimiento continúa a través de las compras y los envíos que recibo,,,así cada vez que empiezo, pocas reitero, me entra una especie de vértigo ya que no es cosa de deshojar margaritas o echar una tirada de dados y obedecer, así, a la suerte, sino que en la ardua tarea de seleccionar los que se quedan y los que se van, la duda se ahonda y la decisión se demora, ya que nunca se sabe si de ese agua no beberé o, casualidades de la vida, me veré obligado a hacerlo; añadiré que an alguna ocasión con motivo de una efeméride, de un nuevo libro o de un fallecimiento, me he solido encontrar desasistido al no contar con libros del recordado pues me había desecho de ellos.
Así pues, y sin extenderme mas´que bastante lo he hecho ya concluiré diciendo que en esta ocasión me veo casi forzado a poner orden ya que el tiempo pasa, los años también y en ese sentido la pretendida solución apremia ya que no quisiera dejar a nadie una herencia envenenada, de objetos -libros- que no les interesan y que lo único que les pueda ocasionar son incordios varios para deshacerse del muerto que les deja el muerto…y nada más, perdóneseme el desahogo, pero como señalaba en la entradilla del primer artículo que transcribo /copio, ya que en la red se ve que ha volado como los libros de la foto del montaje de Christan Bolstanki, que ilustra este artículo, con esta confesión me lo ahorro en psicoanalista.
De libros, bibliotecas y librerías
Que se me permitan publicar estas rumias acerca de mis problemática relación con los libros…es que así me lo ahorro en psicoanalista.
Por Iñaki Urdanibia
La verdad es que estas líneas vienen provocadas por un intento, uno más, por ordenar mi selvática biblioteca. No cabe duda de que los muchos libros acarrean serios problemas, de espacio, de ordenación, de…Varios textos literarios me han servido más de una vez para tratar de explicar a alguien la magnitud de la tragedia: por una parte, estaría un relato, Mi escarabajo y yo incluido, en una recopilación de cuentos bajo el nombre de «Crítica de la razón impura» de Javier García Sánchez en el que toma como el causante del creciente malestar, balanceándose entre el amor y el odio, un coche, el escarabajo que siendo una preciosidad no le ocasiona más que problemas, a la hora de hallar recambios, pues con el paso del tiempo su amado y singular vehículo comienza a estar aquejado por serios síntomas de decrepitud; otro relato, pertenece al escritor checo Ivan Klima, quien en su El libro como amigo y enemigo (in Quint Buchholz, «El Libro de los Libros. Historias sobre imágenes») muestra su desasosiego ante los libros que se le acumulan hasta el desborde; señala cómo cuando comenzó a escribir, y obtener cierta fama, empezó a recibir libros de distintas editoriales, en plan promocional, que inicialmente los acogía con alborozo pero que en la medida en que las llegadas de nuevos volúmenes aumentaba la cosa empezó a ser un problema, un verdadero rompecabezas, de manera que cada nueva recepción le originaba en vez de alegría, honda preocupación, preocupación ad nauseam. Por último, una novela corta «El contrabajo» de Patrick Süskind, es un magnífico ejemplo de la tensión entre el amor y el odio que en el músico protagonista provoca el voluminoso instrumento, cuyo sonido le encanta pero que no le crea más que problemas a la hora de trasladarlo, de ensayar, de…Como decía estos relatos sirven bien para aproximarse al problema que con el paso del tiempo puede llegar a suponer el amor a los libros, muy en especial si los gustos se abren en abanico (filosofía, religiones, arte, sociología, psicoanálisis y psicología, música, política, narrativa, poesía, etc., etc., etc.) algo parecido a lo que sucedía con el pharmakon griego que a la vez que sanar envenenaba, o al menos podía hacerlo.
Esta pluralidad temática que señalo aumentada -con compras y con recepciones gratuitas debidas a la dedicación a la crítica literaria desde hace más de cuarenta años- con el paso de los años, hace que amén del espacio necesario (¿quién inventó aquello de que el saber no ocupa lugar?, aunque me apresuro a añadir, que quede claro, que noes la cantidad de libros acumulados ya que como sentenciaba el gran aforista Georg Christof Lichtenberg: si un asno lee un libro no se convierte en un ángel), el problema de la ordenación se hace compleja hasta el límite de lo imposible; súmense la regularidad que supone la compra, y recepción, de algunas revistas especializadas de algunas de las temáticas nombradas. Los intentos siempre aplazados por hacer que lo que uno posee sirva realmente para ser consultado, leído…con el fin de evitar que cada vez que se intente hallar un libro haya que revolver Roma con Santiago, o llegado el caso comprarse alguna obra aun sabiendo con absoluta seguridad que se posee el, pero que con él sucede lo mismo que con Wally ¿dónde está?.
Sin entrar en mayores precisiones (biográficas, profesionales u otras), simplemente estas líneas vienen motivadas por el intento -como ha quedado dicho y reiterado- de domesticar el caos libresco en el que uno se mueve; esta inmersión en medio de la selva de papel supone en cierto sentido una revisión de los tiempos pasados, de los textos acumulados muchas veces intentando llenar huecos que luego son abandonados por otros impulsos por abarcar otros temas, del afán desmedido por arreglarlo todo, o casi, con el recurso a los libros…Esta bulimia hace que en el intento de poner orden uno halle, y recuerde, textos -leídos o no /consultados o no- que van asociados a momentos pasados, a ramalazos, a furias, que son recordados y que a veces suponen revivir lecturas e ideas (en libros que son verdaderas joyas casi olvidadas), que fueron quedando enterradas u olvidadas por otras, como sucede con las capas de un hojaldre, que unas se sobreponen a otras, o con los diferentes estratos que va hurgando un arqueólogo, unos enterrados por la presencia posterior de otros.
Esta labor además de cierto efecto problemático -o depresivo según se entienda- enfrenta al que habla con el paso del tiempo, con las limitaciones de éste…y con ciertas vanas preguntas que algunos, raros, visitantes, a la proverbialmente desordenada biblioteca (almacén con aspectos de acumulación propia de un ser afectado por el mal denominado síndrome de Diógenes -¡pobre sabio disconforme!- al que habría de sumarse el síndrome de la urraca ) han solido plantear: ¿has leído todos? , o todavía aquella bienintencionada visitante que tras ver la magnitud de la cosa se permitió regalarme un cartel, creo recordar que con una frase de Menéndez-Pidal en la que venía a decir: qué pena abandonar este mundo con todos los volúmenes que le quedaban por leer… ¡ vaya por dios !
En el alboroto de remover libros, carpetas, papeles, recortes, y vaya usted a saber qué más, hallo un curioso tarjetón de felicitación navideña con el que solía obsequiar, siempre con una ejemplar mezcla de humor y afilada sagacidad, el mítico editor Mario Muchnik a los periodistas y colaboradores; si alguna vez usaba textos de Mark Twain (sobre la religión) y en alguna otra de Laurence Sterne (sobre los críticos), en este caso, 1988, pirateó un texto de un escritor “raro” de lo que deambulan por La Flore, en Saint Germain-dès-Près…os lo pirateo a mi vez para vuestra reflexión y disfrute
De libreros
He aquí lo que sería, más o menos, un diálogo entre un cliente y un vendedor en una charcutería, si el empleado se comportara como ciertos libreros:
Perdón, señor, querría una lata de atún.
¿De atún ?
Sí, de atún en aceite.
¿En aceite? ¿Atún? ¿ Cómo se escribe?
Tal como se pronuncia, con acento.
¿En la a?
No, en la u.
Qué extraño que nunca haya oído hablar de esto. ¿Qué casa lo fabrica?
Eso, francamente, no lo sé.
¿Tampoco sabe qué aspecto tiene?
Sí, son unas latitas de metal, cilíndricas.
¿Como los botes de conserva, entonces ?
Exactamente. El atún es una conserva.
No entiendo. Tenemos cantidad de conservas aquí. Se podría decir que es una especialidad de la casa. Pero no veo ninguna conserva de atún es nuestras estanterías.
Bueno, al fin y al cabo hay otras charcuterías. Entramos en otra, la de enfrente, en donde nos atiende esta vez una empleada.
¿Qué le hace falta, señor?
Un bote de atún en aceite.
De ¿qué?
Es un bote de conservas de metal, cilíndrico, que contiene un pescado español llamado atún y que, antes de nadar en aceite, nada en agua salada.
¿Me permite un instante? Voy a consultar si alguien conoce eso.
La chica desaparece y aparece el propietario.
¿Qué se le ofrece, señor?
Un bote de atún en aceite.
Ah, sí, creo que hemos recibido uno la semana pasada. Pero no lo veo en la estantería. Quizás esté en la trastienda. Veré si lo tenemos.
Desapareció para ver, y vuelve, diez minutos más tarde, con las manos vacías.
– No comprendo. Ya no lo veo. Seguramente lo vendimos. A menos de que me equivoque, y que aún no lo hayamos recibido. Sabe usted, recibimos tantos botes…
No nos queda más remedio que entrar en una tercera charcutería.
Querría una lata de atún en aceite.
No nos queda. Está agotado.
¿Agotado?
Así nos comunicó la fábrica el mes pasado, cuando pedimos una para uno de nuestros clientes.
¿Está usted seguro de que no podría conseguirme una?
Le digo lo que me dijeron. Pero si hubiera demanda, quizás vuelvan a fabricar atún.
Sí, pero ¿cuándo?
Mientras esperamos que vuelvan a fabricarlo, probamos una vez más, ahora en una charcutería particularmente bien provista .
¿Venden ustedes conservas?
Por supuesto. Tenemos, y de todos los países.
Déme entonces una lata de atún en aceite.
Llega tarde. Hemos vendido la última esta misma mañana.
¿No les queda ni una?
Fíjese usted, no hay demanda, de manera que sólo pedimos una lata por vez. Pero si quiere dejarnos una seña a cuenta, podríamos conseguirle una lata para la semana que viene.
[ Jacques Sternberg / Le Monde, 22.9.1974 ]
No cabe duda de que generalizar es mentir y que hay libreros eficientes y enterados de lo que venden (y de lo que no, también).
Sí que quisiera, no obstante, traer a colación algunas anécdotas que he vivido en épocas en que servidor trabajada en una editorial y trataba con muchas librerías repartiendo / vendiendo libros…
+ Un trabajador que me antecedió en el trabajo, al recibir llamadas de clientes que supongamos le pedían que querían diez ejemplares del Libro de Bolsillo nº 50…él les respondía pues mire, no tenemos ese número pero tenemos ejemplares del 49 y también del 51…¿si quiere que le mandemos algunos de ellos?.
+ Un repartidor de libros que tenía una distribuidora de libros -digamos que- de culto, coincidiendo conmigo en una librería en la que yo también estaba repartiendo y al tiempo comprando algún libro…Me comentó siempre te veo comprando libros -como extrañado- ante lo cual el veterano librero le dijo parece mentira que te dediques a vender libros…déjale que compre…
+ En algunas librerías he escuchado más de una vez : no me suena, o ese libro es de hace mucho… de todos modos si te interesa la filosofía tenemos libros de Nostradamus…
+ Cuando le dieron el Nobel a Coetzee, fui a una librería de un pueblo cercano a la city, y las libreras me dijeron que le habían dado el premio a un tío raro, y que la verdad no tenían ningún libro de él, a quien por otra parte no conocían para nada.
¡Cosas! ¡Buena lectura y buenos libros!
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El segundo artículo al que envío más que mi caso personal, que también, trata de algunos libros que tratan sobre la ordenación de los libros de una bibblioteca:
Imagen de portada: Bolstanski- Buenos Aires por la Universidad Nacional de Tres de Febrero / MUNTREF- Argentina