En las elecciones al Parlamento Europeo del pasado 9 de junio, un 25 % del voto de la totalidad de la Unión ha ido a candidaturas de extrema derecha. Se trata de un auténtico terremoto político, que ha provocado la convocatoria de comicios legislativos anticipados en Francia -donde Reagrupamiento Nacional, la organización de Marine Le Pen ha ganado holgadamente las elecciones- y el estallido del “cordón sanitario”, que hacía que las derechas francesa y alemana se negaran a realizar pactos de gobierno con los ultraderechistas.
Ya antes de los comicios, Úrsula Von der Leyen -presidenta de la Comisión Europea y miembro del Partido Popular Europeo-, había indicado que estaba dispuesta a pactar con la ultraderecha atlantista para mantenerse en su puesto, si era necesario. No ha sido preciso. Por ahora, la alianza entre conservadores, liberales y socialdemócratas puede continuar controlando el Parlamento Europeo y, por tanto, también el nombramiento de los principales comisarios, con la ayuda de Los Verdes, que han perdido mucho voto en estas elecciones, pero se han mostrado dispuestos a votar en todo momento contra la ultraderecha. Sin embargo, el “tabú” se ha quebrado de forma definitiva, como ha podido verse tras el conflicto desatado tras la votación, en las filas de Los Republicanos franceses -el partido conservador del país galo- sobre si apoyar o no a Marine Le Pen en los próximos comicios.
La ultraderecha está organizada en el Parlamento Europeo en dos grupos distintos. Uno es el de los Conservadores y Reformistas Europeos -ECR-, formado por partidos como Ley y Justicia -Polonia-, Vox -España- o Hermanos de Italia -actual partido de gobierno en Italia-. Se trata de organizaciones atlantistas, partidarias de la ayuda militar a Ucrania y la permanencia en la OTAN y profundamente conservadoras y neoliberales. El otro es el de Identidad y Democracia -ID-, formado por partidos como el Reagrupamiento Nacional francés, y del que ha sido expulsado recientemente Alternativa para Alemania (AfD) por declaraciones de su candidato a las elecciones europeas en las que afirmaba que “no todos los miembros de las SS eran criminales”. A este grupo se les presupone una mayor cercanía a Rusia y una posible perspectiva euroescéptica. Por otra parte, Fidesz -partido del presidente húngaro Victor Orbán-,ha sido expulsado del Partido Popular Europeo y aún no pertenece a ninguno de los grupos parlamentarios de la ultraderecha.
Hay que entender bien lo que ha dicho Úrsula Von der Leyen en la campaña electoral: los conservadores – mismos que han gobernado la Unión en alianza con los socialdemócratas desde su constitución- estarían dispuestos a pactar –de ser necesario-, con la ultraderecha atlantista. El “cordón sanitario” antifascista construido tras la Segunda Guerra Mundial se puede dar por finiquitado. La ultraderecha es un socio aceptable para formar coaliciones de gobierno. De hecho, ya gobierna o forma parte de gobiernos en numerosos países europeos como en Italia, Hungría, Finlandia o Holanda. Los conservadores tienen también pactos de gobierno con la ultraderecha a nivel regional, en España y Austria, y gobiernan gracias al apoyo de los ultras, desde fuera del Ejecutivo, en Suecia.
En términos generales, Suecia, Finlandia y Dinamarca son los únicos territorios en los cuales la ultraderecha ha perdido apoyo y la izquierda institucional lo ha recuperado. Hay que tener en cuenta que en estos países los ultras ya forman parte del gobierno -Finlandia- o lo tutelan desde el exterior -Suecia-, así como que en Dinamarca, la presidenta socialdemócrata ya está aplicando, por propia iniciativa, gran parte de las recetas ultraderechistas sobre la inmigración -incluyendo el traslado forzoso de población de los barrios donde se concentran “demasiados habitantes de minorías étnicas”, aunque sean de nacionalidad danesa-.
En España, las elecciones han vuelto a dejar un resultado complejo. El Partido Popular -conservador- ha sido el más votado, pero, con estos resultados en unas futuras elecciones generales, el Partido Socialista -socialdemócrata, o realmente, social-liberal- podría volver a construir su exigua mayoría parlamentaria actual. Aunque el PP planteó las elecciones como un plebiscito contra el presidente Sánchez y la ley de amnistía para los acusados por la declaración de independencia catalana, lo cierto es que el resultado final de la votación no cambia nada de inmediato.
Sin embargo, la jornada electoral en España ha dejado dos cosas claras. La primera es el ascenso de la ultraderecha. Vox mantiene su fase ascendente, aunque limitada por su imagen casposa y tardofranquista, que espanta a muchos votantes por mucho que jueguen a imitar el populismo de Marine Le Pen. Pero una candidatura a su derecha -si cabe-, ha obtenido representación en el Parlamento Europeo. Se trata de “Se Acabó La Fiesta” –SALF- una agrupación de electores construida entorno al influencer ultraliberal Alvise Pérez. Alvise ha organizado su plataforma electoral desde posiciones cercanas al discurso del argentino Javier Milei, con una textura mucho más “posmoderna” que el pseudo-falangismo de Vox, y ha obtenido más de 800.000 votos.
La segunda gran lección de la jornada electoral es que la izquierda parlamentaria española de ámbito estatal ha entrado en una crisis de apariencia terminal. La candidatura de Sumar -organizada entorno a la ministra de trabajo, Yolanda Díaz-; y la de Podemos -dirigida por la exministra de Igualdad, Irene Montero-, han obtenido resultados parejos y bastante escasos. No sólo es que la división irreconciliable entre las dos candidaturas ha provocado confusión en los votantes, sino que además el descrédito de todo ese espacio político ante las clases populares es mayúsculo. La percepción general en los barrios obreros es que se trata de candidaturas de “vividores”, sectarios y dogmáticos, más preocupados por asegurarse cargos públicos -y los consiguientes sueldos- que por expresar la rabia de las clases medias y trabajadora, cada vez más precarizadas.
Como ya dijimos en un artículo anterior en Revista Crisis, el gobierno socialista español se mantiene gracias al cruce del conflicto político con la derecha y el conflicto territorial. Sin el apoyo de los nacionalistas “periféricos” -catalanes, vascos, gallegos-, Pedro Sánchez no podría mantener el poder. Y algunos de esos partidos nacionalistas son abiertamente de derechas en el terreno económico y social -como el Partido Nacionalista Vasco o Junts per Catalunya-. El Partido Popular tendrá dificultades para acceder al poder mientras no resuelva la contradicción que le provoca el hecho de que, para obtener la mayoría parlamentaria, necesita al mismo tiempo los votos de la ultraderecha rabiosamente centralista y de los partidos nacionalistas “periféricos” conservadores. Las elecciones del 9-J no resuelven este embrollo, pero muestran una persistente pérdida de apoyos para el gobierno.
En la Unión Europea como totalidad, sin embargo, el resultado del 9-J anticipa escenarios de pesadilla para las fuerzas revolucionarias y de izquierda. La ultraderecha avanza sin apenas freno. Gana las elecciones en Italia y Francia. Queda segunda en Alemania. El “cordón sanitario” antifascista, producto de la Segunda Guerra Mundial, ha caído y la derecha tradicional se abre a pactos de gobierno con los ultras.
La hegemonía cultural se desplaza aceleradamente hacia la extrema derecha. El voto masculino joven se dirige, cada vez más, a partidos como Alternativa para Alemania o el Reagrupamiento Nacional, a los que identifica como una opción “antisistema”. La izquierda parlamentaria se desangra en casi todas partes, mostrando una acusada incapacidad para actuar unida o para representar a las clases populares. Navega entre el elitismo de los dirigentes y el oportunismo de los burócratas partidarios.
Hay algunas excepciones. En Alemania, el partido organizado entorno a Sahra Wagenknecht logra superar a la izquierda poscomunista tradicional con posiciones que combinan el rechazo a la “izquierda posmoderna”, el control de la inmigración y un retorno al discurso de clase y a la crítica a la OTAN y el atlantismo. En Francia se presenta un Nuevo Frente Popular unido para las elecciones legislativas, conformado por socialistas, ecologistas, comunistas y “melenchonistas”.
Mientras tanto, los movimientos sociales y sindicales, y las opciones revolucionarias, siguen en Europa con sus batallas por la vida y la justicia, silenciadas por los medios de comunicación y la clase política. El movimiento en solidaridad con Palestina ocupa intermitentemente las calles y las trabajadoras y trabajadores se organizan contra la creciente precariedad, junto a las poblaciones que se oponen a la destrucción del territorio y los espacios naturales, y a los movimientos de mujeres que luchan por su emancipación.
El modelo social y económico europeo está en crisis. La locomotora alemana se ha detenido. La guerra está a las mismas puertas del territorio de la Unión. Los gobiernos aumentan exponencialmente el gasto militar mientras la ultraderecha ocupa las instituciones. Algo importante está a punto de pasar en Europa.
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