¿Por qué millones de personas están convencidos de pertenecer a la «clase media» cuando sociológicamente esa adscripción social es falsa?
¿Está usted convencido de que forma parte de la «clase media», como parecen estarlo millones de españoles»? ¿Cuáles son elementos que le permiten estar tan seguro de esa pertenencia? ¿Quizás sus ingresos? ¿Tal vez su forma de vida? ¿O son sus distinguidos apellidos los que usted considera que lo ubican socialmente ? Según mantiene en este artículo nuestro colaborador Manuel Medina, cabe la posibilidad de que a usted lo hayan convertido en un sujeto sin «identidad social». Y eso sucede porque durante las ultimas décadas, políticos, académicos y medios de comunicación han emprendido la nada inocente tarea de borrar artificialmente las fronteras entre clases sociales… ¿En qué consiste la trampa? ¿Cuáles son sus oscuros propósitos?
POR MANUEL MEDINA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG.-
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De manera sumaria podríamos decir que en las modernas sociedades capitalistas desarrolladas existen tres clases sociales fundamentales, cuyas características vienen definidas por su relación con la propiedad de los medios de producción. O dicho de forma menos complicada, por el hecho de si éstas son o no propietarias de medios de producción – o sea, de las industrias, los bancos, las grandes extensiones de tierra, etc – o si, por el contrario, pueden sobrevivir gracias a la venta de su fuerza de trabajo – es decir, su capacidad para producir – a cambio de un salario.
En el esquema de la estructura de la sociedad capitalista podemos encontrar a tres clases sociales, claramente definidas por los intereses comunes que comparten entre sus integrantes.
a) LOS ASALARIADOS. O SEA, LOS TRABAJADORES O PROLETARIOS
Por una parte, en la base de la pirámide social se encuentran las clases trabajadoras, los asalariados, o también conocidos por proletarios, cuya única propiedad esencial es la «fuerza de trabajo», de la que son propietarios.
La «fuerza de trabajo», es decir, su capacidad para producir, es puesta a la venta en el mercado laboral. La venden a cambio de un salario, cuya cuantía dependerá de la oferta y la demanda de mano de obra que exista en ese mercado laboral, tal y como sucede con cualquier tipo de mercancía, ya sean los tomates, las lechugas u otras mercancías.
Cuando hablamos de «mano de obra» no nos referimos exclusivamente al trabajo propiamente físico, sino también a aquél que se realiza utilizando los conocimientos científicos y técnicos, adquiridos por los individuos a lo largo de un aprendizaje previo realizado en las universidades, escuelas, cursos formativos, etc.. Éstos conocimientos son, igualmente, ofertados en el mercado de trabajo y vendidos a los propietarios del capital, que los adquieren a cambio de un salario.
Si usted perteneciera a este sector, que es el abrumadoramente mayoritario en el conjunto de cualquier sociedad, puede considerar que, independientemente de las funciones que usted ejerza, forma parte de la clase trabajadora.
Con los vertiginosos avances tecnológicos que han tenido lugar a lo largo de los siglos XIX, XX y XXI, el abanico de las actividades laborales que realizan quienes pertenecen a esta clase social abarca a múltiples profesiones, que van desde los médicos, profesores, funcionarios, etc., a obreros de la construcción, trabajadores metalúrgicos, mineros, jornaleros…
Todos ellos no sólo tienen en común que se ven obligados a vender su fuerza de trabajo al propietario de los medios de producción, a cambio de un salario, sino también el hecho de que pertenecen a una misma clase social que tiene intereses comunes.
b) LAS «CLASES MEDIAS»
En la pirámide de la sociedad capitalista, por encima de los asalariados, se encuentran las clases medias, integradas primordialmente por pequeños propietarios, comerciantes pequeños propietarios rurales y pequeños empresarios o profesionales que ejercen de manera privada sus tareas laborales.
A esta clase social se la conoce también por «pequeña burguesía». Su característica fundamental viene dada porque son propietarios de un modesto medio productivo, que en ocasiones demanda también la compra limitada de mano de obra en el mercado laboral.
c) LA «GRAN BURGUESÍA»
En la cúspide de la pirámide social se encuentran los grandes propietarios de los medios de producción, o sea, los propietarios del capital, de la Banca, de las entidades financieras, de las grandes corporaciones internacionales, los grandes terratenientes, etc. Quienes componen esta clase social son los dueños, en definitiva, de los medios de producción de una sociedad capitalista determinada, que compran a cambio de un salario la fuerza de trabajo de aquellos que, por no poseer un medio de producción, tienen como único recurso para poder sobrevivir la venta de su fuerza de trabajo.
EL CUENTO DE LAS «CLASES MEDIAS TRABAJADORAS»
No obstante, en el curso de las últimas décadas, políticos, académicos y medios de comunicación tratan de encubrir o confundir la pertenencia a determinados sectores de las clases asalariadas. La artimaña tiene el deliberado propósito de fragmentar la unidad de intereses que objetivamente unen a la generalidad de los asalariados. Para ello han recurrido a inventarse artificialmente una suerte de «nuevas clases medias», a las que le han añadido el agregado de «trabajadoras». Tratan de aludir a determinados sectores de las clases asalariadas que reciben, igualmente, un salario a cambio del trabajo que desempeñan, aunque la cuantía de esa remuneración sea superior a la del resto. Las diferencias salariales de estos trabajadores en relación con el resto suele ser circunstancial. Como se constata en el curso de las ultimas décadas, sus fluctuaciones salariales dependen de los avatares del mercado de trabajo, de las crisis cíclicas, así como de otros muchos factores. Sin embargo, lejos de lo que pregonan los exégetas del capitalismo, su desarrollo no hace más que incrementar la polarizacion de la sociedad en dos clases sociales antagónicas: los asalariados y los propietarios de los medios de producción. En ese proceso, las clases intermedias que todavía pervivían, tanto en el campo como en la ciudad, tienden vertiginosamente a desaparecer, engullidas por su incapacidad de poder resistir la competencia con el gran capital.
La existencia de estas «fracciones de clase» no es históricamente nueva. Durante la primera y la segunda Revolución Industrial también existieron este tipo de fracciones entre los asalariados. No obstante, en aquel entonces estas fracciones de clase eran muy minoritarias, y estaban integradas por capataces y mayordomos que, siendo también asalariados, recibían una mayor remuneración que el resto de su clase social. Se les conocía entonces como la «aristocracia obrera» o «trabajadores de cuello blanco». Hoy, sin embargo, a esa franja se ha incorporado un auténtico ejército de millones de técnicos, científicos, médicos, enfermeros, enseñantes que, como el resto de los trabajadores, venden sus conocimientos a cambio de un salario. En realidad, lo que ha sucedido es que todo ese conjunto de profesionales asalariados han sufrido un proceso de proletarización que, aunque éstos no hayan asumido su nueva condición social, los ha incorporado a la clase trabajadora. No obstante, hayan tomado o no conciencia de ese proceso social, sus intereses económicos son también comunes a los del resto de la clase social a la que ahora pertenecen. Tal pertenencia viene condicionada por el hecho común de que todos ellos reciben un salario a cambio de su trabajo por parte del propietario/os de los medios de producción.
Parapetándose tras esos cambios que se han operado en las sociedades capitalistas desarrolladas a partir de la revolución científico-técnica, tanto los socialdemócratas como los partidos de la derecha clásica suelen dirigir sus discursos y reclamos electorales hacia lo que a ellos, de forma oportunista, les ha dado por denominar «la clase media trabajadora». Por su parte, la formación política Podemos también se refiere a ellos con una premeditadamente ambigua categorización: «la clase media aspiracional». El propósito no es otro también que el de inducir a la confusión en la identidad social de los asalariados.
El objetivo final de este forzado cambio terminológico es evidente. Con esta artificiosa «reestructuración» social lo que se pretende es romper los vínculos esenciales que unen a una clase social, que vienen determinados por el salario, la apropiación de plusvalías por parte del capital y la venta de su fuerza de trabajo, sea esta física o intelectual.
Los objetivos últimos del desvarío socialdemócrata son tan obvios como deliberados. Conocedores de la fortaleza que implica la percepción del conjunto por parte de quienes lo constituyen, tratan de borrar la «identidad clasista» de la clase trabajadora. Esta operación no es nada inocente y tampoco nueva. Al diluir el concepto de pertenencia, no solo se intenta neutralizar el poder de los asalariados como clase social mayoritaria y potencialmente poderosa, sino también quebrar los vínculos solidarios que la unen y hacen posible la movilización, la reivindicación, la acción común, el respaldo recíproco y, en su momento, la misma rebelión social en contra del opresor, que es común para todo el conjunto de esa clase social.
EL TRÁGICO DESTINO DE LAS AUTÉNTICAS CLASES MEDIAS
El concepto, pues, que utiliza en la actualidad la sociología posmoderna y nuestros políticos de turno, es falso y premeditadamente engañoso. Las auténticas «clases medias» son sólo aquellas que a duras penas han logrado sobrevivir hasta ahora a la intensa vorágine de la intensa competitividad que les plantea los grandes capitales, pero cuyos días de existencia social están, sin embargo, inexorablemente contados.
La implacable dialéctica del desarrollo capitalista tiende a borrar a estas clases residuales del mapa de las sociedades modernas, polarizando a estas en dos clases irreconciliablemente antagónicas, la de los asalariados y la de los propietarios del capital. La incapacidad de la pequeña propiedad para poder resistir el embate monopolista y competitivo de las grandes corporaciones, convierte cada día más en inviable la existencia de las clases medias.
A lo largo del pasado siglo XX, el peso cuantitativo de las auténticas clases medias se fue reduciendo paulatinamente. Pero esta ha sido, por otra parte, una clase social políticamente dubitativa, que nunca supo determinar el lugar que le correspondía ocupar en la gran contienda social de la lucha de clases. En no pocas ocasiones históricas, sus contradicciones sirvieron de catapulta para los fascismos, para los golpes militares o los regímenes autoritarios. Su incapacidad para ubicarse socialmente la ha arrastrado a ser devorada por las clases hegemónicas, a las que con frecuencia ha pretendido imitar.
Este significativo y magnífico poema del uruguayo Mario Benedetti describe a la perfección el perfil de esta ambivalente y paradójica clase social:
Poema a la Clase Media
Clase media
medio rica
medio culta
entre lo que cree ser y lo que es
media una distancia medio grande
Desde el medio
mira medio mal
a los negritos
a los ricos
a los sabios
a los locos
a los pobres
Si escucha a un Hitler
medio le gusta
y si habla un Che
medio también
En el medio de la nada
medio duda
como todo le atrae
(a medias)
analiza hasta la mitad
todos los hechos
y (medio confundida)
sale a la calle con media cacerola
entonces medio llega a importar
a los que mandan
(medio en las sombras)
a veces, sólo a veces, se da cuenta
(medio tarde)
de que la usaron de peón
en un ajedrez que no comprende
y que nunca la convierte en Reina
Así, medio rabiosa
se lamenta
(a medias)
de ser el medio del que comen otros
a quienes no alcanza
a entender
ni medio
¿A QUÉ CLASE SOCIAL PERTENECES?
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