Ante el descabellado proyecto de «gripalizar» la pandemia, como si de una asignación administrativa se tratara.
¿Ha sido el Covid19, – como llegó a afirmar el presidente del gobierno español Pedro Sánchez, – ajeno a las clases sociales? ¿Y los gestores de las estrategias para combatir la pandemia han sido también «indiferentes» y «neutrales» frente a los intereses de clase que han Inspirado su orientación? Nuestro colaborador Máximo Relti trata de explorar en este artículo los entresijos de dos años de tragedia, así como el proyecto recientemente anunciado hace unos días por Sánchez de «gripalizar» de la pandemia.
POR MÁXIMO RELTI PARA CANARIAS SEMANAL
La OMS ha pronosticado que más del 50 % de la población de Europa resultará infectada con la variante ómicron en las próximas seis a ocho semanas.
Según declaró el director regional de la Organización Mundial de la Salud para Europa, Hans Kluge, la mitad de la población del continente se infectará a lo largo de las próximas seis semanas, si los contagios continúan produciéndose al ritmo actual.
«A este ritmo, -aseguró Kluge– el Instituto de Métricas y Evaluaciones de Salud (IHME, por sus siglas en inglés) pronostica que más del 50% de la población europea se infectará con ómicron en las próximas seis a ocho semanas».
En el curso de la primera semana del mes de enero del 2022, el continente europeo registró más de siete millones de casos de covid-19. La variante ómicron se está convirtiendo rápidamente en el virus dominante en Europa occidental y ahora se está propagando hacia los Balcanes.
Asimismo, Kluge recomendó a aquellos países en los cuales la nueva variante no está activa que tomen medidas urgentes de planificación de contingencia. Entre ellas, urgió a los Gobiernos a implementar el uso obligatorio de mascarillas de alta calidad en espacios cerrados, así como dotar de estas a todos los grupos de riesgo y crear las condiciones necesarias para la vacunación temprana de todos los ciudadanos con la dosis base y de refuerzo.
Pero, al margen de los niveles de la alta contagiosidad que caracteriza al nuevo virus dominante en Europa occidental, Rusia y los Estados Unidos, el Covid19 ha contado con poderosos aliados en los gobiernos, en los medios de comunicación y en las patronales. Su difusión exponencial ha sido una causa directa de la política sanitaria adoptada por esos países, consistente en otorgar prioridad total a la economía de los negocios, por encima de la preservación y cuidado de la salud de sus ciudadanos.
No es esta una aseveración gratuita. Desde que se produjeron las primeras secuencias de la pandemia, el debate central entre científicos, sanitarios y epidemiólogos, por una parte, y autoridades gubernativas y empresarios, por otra, no ha sido otro que el de cuál debía de ser la estrategia a escoger para combatir la pandemia.
Sin ningún tipo de ambages, la opción de los gobiernos y patronales estuvo siempre clara, aunque a través de sus medios de comunicación se tratara enmarañar a los ciudadanos con la confusión, las contradicciones, la desconfianza y, finalmente, el hastío, en un enorme alud de mensajes asombrosamente paradójicos.
De forma clara, Gobiernos y Patronales se pronunciaron decididamente por impedir que una «simple pandemia» , – «una gripiña», se atreverieron a calificar algunos de sus más preclaros portavoces- perturbara el saneado ingreso de beneficios en sus cuentas corrientes, con confinamientos o cierres preventivos. De manera perseverante los noticieros informaban de la disconformidad de sectores muy minoritarios con las medidas preventivas frente a un fenómeno de cuya magnitud y peligrosidad justificaba que el Estado pusiera a disposición todos los medios para evitar que los sectores sociales más vulnerables, resultaran en igual medida también los más afectados. El anecdotario de todo lo sucedido al respecto es voluminoso. En su momento habrá que recogerlo, analizarlo y hacerlo público. Desde las imágenes del histérico empresario turístico español Sarasola instando a sus trabajadores a retornar de inmediato al trabajo corriendo los riesgos que se corrieran, hasta las declaraciones de Donald Trump recomendando el uso de detergentes para combatir el virus.
Mientras, los colectivos científicos y de médicos no adscritos a las grandes farmacéuticas otro tipo de empresas, se pronunciaron -y continúan pronunciándose- por evitar la catástrofe, e imponiendo a la «economía» las medidas restrictivas que correspondieran, acordes con la gravedad de lo que se estaba viviendo.
A aquellos lectores que hayan seguido con cierta atención la evolución de las políticas sanitarias en el mundo durante estos fatídicos 24 meses, les bastaría con recordar en qué consistieron los primeros dislates recomendados por Boris Johnson en Reino Unido, y Donald Trump, en los Estados Unidos; dos genuinos representantes lo más granado del capitalismo salvaje contemporáneo. A ellos, paulatinamente, se fueron agregando personajes tan pintorescos como la alcaldesa de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, o Bolsonaro, en Brasil, por mencionar tan sólo a algunos de los más conocidos.
Esta última orientación de «estrategia sanitaria», que ha puesto de manifiesto, cuál es la auténtica naturaleza del sistema económico dominante, se ha ido imponiendo de manera tan paulatina como subrepticia, que en la actualidad sus voceros políticos no renuncian ya, como al principio, a pronunciarse sin reservas, acerca de la oportunidad de ir abriendo una nueva «fase estratégica», en la que aceptemos que el otrora justamente denostado criterio de «la inmunidad de rebaño» preconizado por Boris Johnson, sea aceptado por todos
La «naturalidad» con la que estas nuevas propuestas están siendo presentadas ha llegado hasta el punto en el que el presidente español, Pedro Sánchez, se atreviera hace unos días a proponer el descabellado proyecto de «gripalizar» la pandemia, como si de una asignación meramente administrativa se tratara.
De forma paralela, y como parte de la nueva estrategia suicida,Sánchez ha propuesto que a partir de ahora tampoco se dé cuenta pública del número de los contagios que diariamente se produzcan. Al margen de otro tipo de consideraciones sobre las que habría que reflexionar más extensamente, detrás de esa evidente operación de censura no puede esconderse otra intención más que intentar aplacar la lógica ira y alarmaciudadana y, de paso, «normalizar» la vida económica del país, haciendo que los ciudadanos, cual avestruces, escondan sus lógicos miedos bajo el ala. Ni que decir tiene del silencio hiriente de sindicatos y de los partidos políticos «de izquierda» con representación institucional, ha resultado también ser de rebaño.
PESE A QUE COPIAR LA ESTRATEGIA SANITARIA CHINA NO ACARREA PELIGROS DE CONTAGIO COMUNISTA
Bien diferente a la de los Ejecutivos occidentales, ha sido la actitud del Gobierno chino, un país en el que, por cierto, el sistema económico hegemónico no es otro que el capitalista, pero en el que su cauta prevención milenaria le ha llevado a adoptar una política de «tolerancia cero» con la difusión del virus desde los primeros estadios de su aparición. Ni que decir tiene que esa política no sólo le ha servido para preservar la salud de sus ciudadanos, sino también a hacer posible que su economía economía No haya sufrido los impactos de la de sus homólogos occidentales.
Fue por esas razones y no por otras, por las que las autoridades sanitarias de ese país aplicaron el «cerco total» a regiones enteras, con poblaciones de decenas de millones de personas, a comercios, a barrios enteros, etc., en lugar de aplicar el tipo de medidas occidentales a destiempo, de restricciones parciales, incompletas o insuficientes.
En China, un país que cuenta con la friolera de 1.400 millones de habitantes que, además, tuvo la desgracia de ser cuna del Covid-19, sólo se han producido 4.300 fallecimientos a lo largo de los dos últimos años como consecuencia de contagios por coronavirus.
Además, en el curso de los últimos 12 meses, la ciudadanía ha podido realizar una vida «normal». Quiere ello decir que a partir del primer año de pandemia, su población comenzó a acudir a discotecas, conciertos multitudinarios, cines y a los eventos deportivos, sin que para ello se viera impelido al uso de ningún tipo de normas restrictivas. ¿Cómo es posible que en occidente hayamos conocido nada de esto? ¿Cuáles son las razones por las que se nos han ocultado datos tan significativos como los que ocurrían en China, mientras una buena parte del planeta se encontraba viviendo una enorme tragedia?
Que en la República Popular China se pudieran constatar prontamente resultados tan positivos de su profilaxis, no se ha debido a otra cosa que a la rigurosidad inicial con la que se aplicó el aislamiento desde las primeras semanas de pandemia. No ha sido este un peculiar «descubrimiento chino». Ya desde la Edad Media, los pueblos disponían de una sabiduría intuitiva que les permitía combatir devastadoras pandemias, como las del cólera morbo, recurriendo al aislamiento, a la hermetización de los territorios, para aislar la difusión. Durante el siglo XIX, el Archipiélago Canario sufrió epidemias de cólera. Pese a su considerable atraso económico y cultural, pudo combatirlas aplicando una rigurosa incomunicación poblacional no sólo entre islas, sino también entre municipios.
La gente del medievo carecía, en efecto, de conocimientos científicos que les permitieran saber dónde se encontraba el sujeto difusor de aquellos males letales. Pero a través de la observación y la experiencia, venciendo incluso las supersticiones religiosas, se encontraron en condiciones de poder descubrir que el remedio residía en el sabio aislamiento.
En la Europa occidental, Rusia, Estados Unidos y otros países, en cambio, de manera deliberada se ha hecho que prevalezca la preservación de los beneficios mercantiles por encima de cualquier otra consideración humanitaria y sanitaria. Los resultados no han podido ser más catastróficos: ni las renqueantes economías capitalistas no sólo han profundizado en sus pasados atolladeros, sino que igualmente han sido incapaces de proteger la salud de sus ciudadanos.
La «variante ómicron» ha podido colarse a través de las fronteras de China. Pero sus autoridades, dando continuidad a su programa de «tolerancia cero» con el coronavirus, han reaccionado rápidamente aplicando test masivos a la población y aplicando confinamientos totales ante cualquier tipo de rebrote, por pequeño que éste fuera.
No obstante, lo más llamativo de la «filtración» de la variante ómicron en China ha sido que el alcance de los contagios no ha logrado sobrepasar los 7.000 casos desde el 1 de enero de 2022. Una cifra que podría provocar entre el llanto y la carcajada, si se comparara con los 134.942 contagios que se han producido en la España de Pedro Sánchez, en las últimas 24 horas.