
«La «izquierda» occidental pretende ocupar un espacio que la obliga a hablar en un idioma que ataca a los fundamentos de su razón de existencia».
Segun mantiene Jose Luis Carretero, la «izquierda» ha decidido convertirse en la teoría del mundo de una clase media que se encuentra en franco proceso de descomposición y proletarización. Tras la caída del «Muro de Berlín, en 1989, la «izquierda» occidental decidió jugar a un juego radicalmente distinto al que había jugado en las décadas anteriores. Abandonando toda veleidad revolucionaria y todo sesgo obrerista, la «izquierda» europea y norteamericana ha apostado drásticamente por los caminos que habían abierto algunos activistas tras la conmoción social de mayo del 68, de los Verdes alemanes, la desbandada eurocomunista…»
José Luis Carretero Miramar, Profesor de Formación y Orientación Laboral, afiliado al sindicato «Solidaridad Obrera», es miembro del Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión y licenciado en Derecho. Es, asimismo, autor de varios libros, prestando su colaboracion a algunos medios de comunicacion.
Hace ya algunas fechas, José Luis Carretero publicó un artículo titulado «Lo que es la izquierda y lo que queremos que sea». La redaccion de Canarias Semanal estimó que su contenido podía ser de gran interés para nuestros lectores. Con objeto de facilitar su lectura, hemos procedido a extractarlo y ofrecerlo en forma de entrevista, manteniendo íntegra su estructura conceptual.
ENTREVISTA:
P – ¿Cuál es el panorama que presenta la «izquierda» occidental en este primer cuarto del siglo XXI?
R.- Tras la caída del muro de Berlín, en 1989, la izquierda occidental decidió jugar a un juego radicalmente distinto al que había jugado en las décadas anteriores. Abandonando toda veleidad revolucionaria y todo sesgo obrerista, la «izquierda» europea y norteamericana apostó drasticamente por los caminos que habían abierto algunos activistas tras la conmoción social de mayo del 68. Verdes alemanes, squatters y krackers, autónomos negrinianos, eurocomunistas en desbandada, los movimientos “alternativos” europeos apostaron por una radical mutación de las alianzas y el discurso que habían acompañado al proyecto obrerista, revolucionario y de masas que había propuesto la izquierda previa.
A finales de los años noventa ya esa mutación ya era absoluta. En los ambientes de la ultrarradicalidad “autónoma” madrileña afloraban por todas partes los discursos que narraban la supuesta “desaparición como sujeto” de la clase obrera, la “inutilidad del sindicato y de la opción por la política de masas” en términos organizativos, las “firmes dudas” sobre la mística de la revolución como horizonte y objetivo.
P- Ese pareció ser el efecto inmediato a la implosión del denominado campo socialista… Pero desde entonces han transcurrido nada menos que tres decadas…
R – La cuestion es que en las dos décadas siguientes, la mutación ha generado un movimiento cualitativamente distinto, cuya radical diferencia con el proyecto previo que caracterizaba a la izquierda se ha afirmado cada vez más. La «izquierda», conscientemente, se ha constituido en una suerte de Partido inorgánico y desorganizado, afín a la juventud de la clase media ilustrada. Los que tenemos ya una cierta edad, hemos podido contemplar en persona ese despliegue constante de los discursos que hablaban de la “sociedad de consumo” y de que, en ella, “la lucha de clases” ya no existía. Razón por la que había que apostar por otros proyectos, como los movimientos de las “minorías”, la transformación cultural y sexual o la Deep ecology, por ejemplo.
Para que pueda entendersenos: la deriva no iba, simplemente, encaminada a la sustituir la lucha obrera por el feminismo, como nos cuentan algunos críticos desviados colindantes con la extrema derecha. La deriva consistía en una identificación creciente de la izquierda social con las necesidades y deseos de una clase media asediada por el avance del neoliberalismo. Por lo tanto, también en una creciente autolimitación del feminismo o las luchas LGTBI a un discurso y unas prácticas profundamente “clasemedieras”.
Las bellas propuestas de clase media de la «izquierda» (carriles bici, municipios en transición) han chocado con brutalidad con el proceso de proletarización que las privatizaciones, la desregulación laboral y la extensión desenfrenada de la financiarización provocan en la misma “clase media” a la que se dirige. La «izquierda» se ha centrado en conseguir el apoyo de la clase media justo cuando ésta esta entrando en un proceso de descomposición vertiginosa como resultado de la perseverancia de la crisis y las medidas de austeridad que la acompañan.
P – O sea que, paradojicamente, justo cuando las clases medias se descomponen como tales, la «izquierda europea» asume la representacion politicica de las mismas
R- En efecto. La «izquierda» ha decidido convertirse en la teoría del mundo de esa clase media en proceso de descomposición. Eso explica muchas cosas. La principal de ellas es la creciente deriva de la «izquierda» hacia el conservadurismo en casi todos los elementos de su discurso y de su práctica. La clase media menguante y acosada por un brutal proceso de proletarización no tiene más proyecto social que conservar lo que hay, mientras se pueda. Conservar el «Estado de Bienestar», conservar «el medio natural», conservar «la democracia parlamentaria», conservar el «mundo liberal»… Y todo ello con claros ribetes socialdemócratas.
Esa es la razon por la que hoy dia reclaman a los movimientos sociales convertirse en una suerte de “freno de emergencia”. O se regodean melancolicamente en el “espíritu del capitalismo de 1945”. Casi sin que nos dieramos cuenta la «izquierda» se ha ido desplazando desde posiciones de un ecologismo social y revolucionario, a una suerte de «Deep ecology», fuertemente tradicionalista. O de los discursos de la “autoorganización obrera” de antaño, a los de la “autonomía de la política, porque no todos queremos tener tiempo para participar en la comunidad”. O del internacionalismo altermundialista a la “recuperación de lo nacional”.
P – La cuestión es que ese tipo de posicionamientos ideologicos alejan kilométricamente a la «izquierda occidental» de lo que habían sido sus presupuestos ideológicos…
R- En efecto. Y esa es una de las razones por la que la extrema derecha ha decidido jugar a otra cosa. En lugar de querer articular, bajo su mando, a la clase media ilustrada, en peligro de proletarización, la ultraderecha se ha dedicado a agitar y a acercarse a la ya proletarizada. A los obreros del «core business» empresarial que han visto como su forma de vida se descomponía, a los pequeños comerciantes que no pueden hacer frente a la competencia de las grandes superficies y de las plataformas colaborativas, a los estudiantes que no encuentran trabajo y que tampoco encuentran respuesta en el discurso de una izquierda “alternativa”, que lo único que sabe decirles es que el trabajo, en sí, no es bueno ni deseable.
Se está produciendo una paradoja que esta alimentando el auge de la extrema derecha actual. La «izquierda» quiere conservar, “ser el freno de emergencia”, volver atrás. La ultraderecha identitaria quiere “transformar”, “revolucionar”, “cambiar radicalmente lo que hay”.
Esta claro que el discurso ultraderechista, como siempre, es un discurso falso. Quienes han estado sosteniendo economica y politicamente a Trump o Salvini forman parte de un sector de la plutocracia global tan ultracapitalista como los demás. Lo que la ultraderecha hace es utilizar la energía de quienes necesitan urgentemente que esto caiga, para encaminarla en un proceso de fragmentación creciente y auto-odio del proletariado global que aún lo debilite más. En el programa electoral de Vox no hay ninguna alusión a dar poder a la clase trabajadora, pero sí a limitar el derecho de huelga, lo que no es óbice para que su “soberanismo identitario” pretenda darle una dimensión “obrerista” al discurso anti-inmigración.
P- ¿Cree que la extrema derecha continuará ganando terreno?
R- Está claro. En estos momentos, la ultraderecha va ganando terreno. Sólo ralentiza su marcha la absoluta incoherencia y excentricidad de sus representantes más destacados. De momento, personajes como Trump o Abascal infunden algo de miedo. De momento. Pero si continuara desplegándose el proceso de declive acelerado del mundo occidental, mucha más gente estará dispuesta a apostar por “cualquier otra cosa”.
El problema de la «izquierda» es que pretende ocupar un espacio que le obliga a hablar en un idioma que ataca a los fundamentos de su razón de existencia. El mismo vocablo “izquierda” tiene un origen histórico determinado. Se aplicó originariamente a los diputados que se colocaron a la izquierda de la Cámara en la Convención revolucionaria francesa, demostrando así su voluntad de ejecutar al Rey legítimo. Algo que no se había hecho en los siglos anteriores y que representaba una ruptura absoluta con todas las convenciones políticas del mundo en que vivían. Obviamente, eso nada tenía que ver con un “freno de emergencia”. Era una apuesta absoluta por la apertura de una nueva era, por la aceleración de la existencia, por la transgresión de todas las tradiciones.
La izquierda se llamaba a sí misma “revolucionaria”, porque no apostaba por una evolución pausada de lo existente, ni por una involución a las tradiciones pretéritas. Los obreros y obreras, es decir, aquellos a las que apelaba la izquierda, no tenían “nada que perder salvo sus cadenas” con una brutal aceleración de la Historia. “Las ruinas no nos dan miedo”, decía por ejemplo, el anarquista español Durruti, refiriéndose a la destrucción que el desplome del capitalismo podía provocar.
Una «izquierda» que asume los mantras de la “clase media ilustrada” es una «izquierda» sobrepasada por la historia, por el desplome de un mundo en declive. Es una «izquierda» sin creatividad, pero con popes y famosos. Sin organizaciones de base, participativas, donde las clases populares puedan practicar la pedagogía de masas, pero con sesgos mercantiles y “personal branding” político.
El “freno de emergencia” se ha roto. Avanzamos a toda velocidad. No hay vuelta atrás posible. Las ruinas se multiplican a nuestro alrededor. Como bien sabía el propio Durruti, los trabajadores y las trabajadoras no deben de tenerles miedo, pues ellas y ellos son quienes han construido todo lo que ha levantado un día la Humanidad.
Esa es la única izquierda posible, la que puede derrotar a la bestia: la izquierda plural, asamblearia, proliferante, generosa, adicta a la lucha de clases. La que construye el mañana y no añora las cadenas idealizadas del ayer.