POR LA VIDA Y EL EMPLEO, ESTA OFENSIVA LA TENEMOS QUE PARAR
Corona se llama el virus; el capitalismo es la pandemia
Si hay algo que el coronavirus ha puesto al descubierto -comenta Tita Barahona- es la oportunidad que le ha brindado a la clase capitalista para acelerar el completo desguace de los servicios públicos, empezando por la sanidad. Si esto ya es grave, la ofensiva del capital, de la mano de sus gobiernos de turno, no parará ahí, si la clase trabajadora, que somos la única perjudicada, no nos organizamos de forma unitaria para combatirla.
Por TITA BARAHONA / REDACCIÓN CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
El domingo 4 de octubre, nos despertábamos con la triste noticia de que una mujer de 48 años ha muerto de cáncer en la provincia de Burgos, sin haber logrado una sola cita personal con su médico. Con fuertes dolores, había acudido a Urgencias, donde prácticamente la riñeron por recurrir a ese servicio en mitad de la pandemia, y la mandaron de vuelta a casa con un diagnóstico equivocado. La familia denuncia que la Consejería de Sanidad de Castilla-León se ha olvidado de que existen otras enfermedades graves además del coronavirus.
Este es el resultado de la brillante gestión del gobierno de España -país líder europeo en contagios por COVID-19- y de las Comunidades Autónomas: consultorios de atención primaria cerrados, citas telefónicas con largas demoras para contactar con un médico, escasez de rastreadores, saturación de las urgencias en hospitales, insuficiente, precarizado y exhausto personal sanitario, abandono a su suerte de los enfermos con otras patologías. Los cirujanos han advertido que se están dejando de hacer muchas operaciones necesarias.
En Madrid, capital del Estado y de la pandemia, se han impuesto restricciones a la movilidad excepto para ir a trabajar -sin medidas de protección por parte de las empresas- en trasportes públicos abarrotados porque, según la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, no es en esos lugares, ni en las terrazas de los bares, donde el virus circula, sino en las casas minúsculas donde se ven obligadas a vivir e incluso a compartir muchas familias trabajadoras. La católica presidenta no le llama a esto condiciones inhumanas por imposibilidad de pagar los altos alquileres de la capital, sino “hábitos de vida de nuestra inmigración”. La ultraliberal siempre encuentra espacio para azuzar la xenofobia y, de este modo, dividir a la clase trabajadora.
Si hay algo que el coronavirus ha puesto al descubierto es la oportunidad que le brinda a la clase capitalista para acelerar el completo desguace de los servicios públicos, de la protección social, empezando por la sanidad. Es decir: a costa de nuestra salud y nuestra vida. Si esto ya es grave, la ofensiva del capital, de la mano de sus gobiernos de turno, no parará ahí, si la clase trabajadora, la única perjudicada, no hacemos un frente común para combatirla.
El paro ha aumentado, a pesar de las cifras maquilladas en sentido contrario que recién ha ofrecido el gobierno. Casi la mitad de los jóvenes están desempleados. Los trabajadores y trabajadoras con Expedientes de Regulación Temporal del Empleo (ERTE), si ya estuvieron desde marzo sin recibir un solo euro, nada garantiza que para una parte de ellos y ellas esa regulación temporal se convierta en definitiva mediante el despido.
Muchos trabajadores en activo que se hallan con síntomas de contagio no se atreven a pedir la baja ni ha hacerse el test, porque si dan positivo eso también les supondrá el despido. Ya se han dado casos. Lo permiten las reformas laborales que se han aprobado, con la connivencia de los sindicatos mayoritarios -departamentos de la Patronal- desde el gobierno de Rodríguez Zapatero, pasando por los de Rajoy, hasta la actualidad, cuando el “gobierno más progresista de la historia” prometió revertirlas pero resulta que ya no procede.
El curso escolar comenzó sin un mínimo de planificación. Si algún menor contrae el virus, lo mandan a casa para guardar cuarentena, pero los padres no pueden pedir la baja para cuidarlos. Abuelas y abuelos, como siempre, acuden al rescate, aunque en este caso poniendo en riesgo sus propias vidas.
Mientras tanto, las colas del hambre se incrementan. Más de un millón y medio de familias dependen de los bancos de alimentos para sobrevivir. La medida estrella del “gobierno más progresista de la historia”, el Ingreso Mínimo Vital (IMV), no les llega a todas, ha resultado un engaño más. Esta prestación asistencial iba a ser compatible con las que ofrecen las Comunidades Autónomas. Pero ya en la de Madrid, su católica presidenta ha quitado las becas de comedor escolar a los hijos de las familias que perciben el IMV, mientras a las de policías y guardias civiles -que han visto una subida del 20% en sus salarios- les ofrece este servicio por sólo 3 euros al mes.
Y, sí, pongamos que hablo de Madrid, de nuevo, donde la presidenta, a la que llaman “la tarada”, el único recurso que moviliza no es contra la pandemia, sino contra los más afectados por ella, mandando dotaciones de policía antidisturbios para reprimir sus protestas. Pero no creamos que «la tarada» tiene tara ninguna. Sabe muy bien los intereses que defiende y lo hace a la perfección. La pelea circense entre su gobierno y el central ha servido para tapar, entre otras cosas, la reciente aprobación -de manera ilegal- de la Ley del Suelo, que lo liberalizará aún más. Ya, como consecuencia inmediata, las acciones de la empresa del constructor Florentino Pérez han subido un 16%.
En Andalucía, la Junta ha derivado algunos milloncejos de la ayuda recibida del gobierno central para combatir el COVID-19, hacia los salarios del show casposo del ocioso Bertín Osborne en la televisión autonómica. Malversación de fondos públicos se llama, práctica habitual en este capitalismo de amiguetes ultraliberales, que no quieren saber nada del Estado excepto para meter mano en sus arcas, que se llenan con los impuestos directos e indirectos que pagamos, en un 80%, los trabajadores y trabajadoras. Es lo mismo que hacen, sólo en la Comunidad de Madrid, los 162 asesores de un total de 241 cargos nombrados a dedo, que se llevan 12 millones de euros anuales.
El capitalismo y su brazo gubernativo desprecian la salud y las vidas de los trabajadores y trabajadoras. Incluso el progresista ministro de consumo, Alberto Garzón, ha sido incapaz de suprimir el IVA de las mascarillas, que son obligatorias y representan un gasto añadido considerable, especialmente a las familias con varios hijos.
Para echar más vinagre a la herida, estigmatizan a los más pobres. No les importa que los bancos los desahucien por no poder pagar el alquiler o la hipoteca; lo que les preocupa es que no ocupen las numerosas casas vacías. En estas semanas hemos asistido en los medios públicos y privados a una auténtica campaña de criminalización de los que despectivamente llaman “ocupas”, y han contratado bandas de matones para amedrentarlos al más puro estilo fascista. Aviso para navegantes. Prevén muchos más desahucios, que, pese a la moratoria, se han seguido produciendo en estos meses; porque saben que habrá más despidos, desempleo y, por tanto, pobreza y precariedad.
Las agresiones a la clase trabajadora van a dar un salto cualitativo, por la mano ejecutora del gobierno de turno del capital. A la progresiva privatización de la sanidad y la educación se suma el ataque a las pensiones en ciernes. Después vendrá el de las prestaciones por desempleo y los subsidios, porque la ministra de econonomía del “gobierno más progresista de la historia”, la ultraliberal Nadia Calviño, ya tiene preparada la Mochila Austriaca, que hará, además, mucho más fácil despedir trabajadores sin indemnización.
Estos recortes en los derechos obtenidos por nuestra clase en múchas décadas de lucha van a devolvernos a las condiciones que tenían nuestros bisabuelos hace 80 años, pero -eso sí- con smartphones, que facilitan un instantáneo y exhaustivo control social.
Las mujeres de la clase trabajadora llevaremos la peor parte, porque sin atención sanitaria, guarderías, centros de día, becas de comedor, centros de acogida… PÚBLICOS, recaerá sobre nuestros hombros la prestación de esos servicios, ya sea en nuestros hogares y/o en los que tengan suficiente capacidad adquisitiva para contratarlos. Ello incidirá en precarizar aún más nuestras oportunidades de empleo, incluido un teletrabajo que extenderá más la doble jornada.
Pero no desesperemos, que el capital, aparte de explotar nuestra fuerza de trabajo, tiene preparadas alternativas para seguir explotando también nuestros cuerpos. A las jóvenes, la empresa británica online OnlyFans les ofrece unos ingresos a cambio de que muestren sus “encantos” a los babosos del mundo. Le llaman “empoderamiento” a lo que es una nueva forma de prostitución, con menos riesgo porque no hay contacto físico, pero de todas formas explotación sexual. Para las que tienen hijos, las empresas de vientres de alquiler están haciendo números de lo que supondrá el mercado europeo occidental cuando la pobreza aumente a niveles similares a los de Ucrania y los poderosos grupos de presión de estas empresas logren la legalización de este infame comercio en España.
Todo este brutal ataque a nuestra vida, nuestro trabajo y los derechos asociados al mismo lo podemos evitar. Muchos barrios con mayoría de población trabajadora ya se están movilizando por la sanidad. En varios sectores, hay plantillas en huelga para evitar cierres patronales, despidos o exigir mejoras en las condiciones de trabajo. Pero las victorias parciales pueden ser reversibles. Debemos unificar las luchas si queremos parar la ofensiva del capital. Sólo si tomamos conciencia de que somos clase trabajadora, de que tenemos intereses comunes porque dependemos de los ingresos del trabajo para subsistir -seamos asalariados, autónomos, autónomos precarios, desempleados o en la economía informal; seamos del sexo, la edad, el color o la orientación sexual que seamos- podremos tomar la fuerza necesaria para rechazar esta ofensiva. Porque, no nos engañemos, estamos en una guerra de clases que, de momento, está ganando la capitalista.
Coronavirus y crisis capitalista, en esta etapa, van unidas, así como deben irlo también la defensa de la vida y del empleo.