Por José Rodríguez
De fraude, pandemia y necesidad de un cambio verdadero
En política electoral el fraude se viste de diferentes trajes. El de uso más
frecuente, y al que haremos referencia, es el tejido a base de los recursos del
Estado, el cual exhibe su glamour cada vez que el gobierno ejecuta acciones en
favor del candidato oficialista. Es lo que se observa en medio de estas
campañas, caracterizadas por la presencia de la pandemia provocada por el
COVID-19, y a la que el oficialismo trata de sacarle provecho político.
El presidente Danilo Medina, prácticamente ha delegado sus funciones de
primer mandatario de la nación, con relación a la pandemia, en la figura del
candidato de su partido, Gonzalo Castillo.
Así lo vemos movilizarse por doquier llevando ‘’ayudas’’ y haciendo ‘’favores’’
como benefactor o filántropo de una población huérfana de instituciones
competentes.
Se busca, a toda costa, poner en marcha a una locomotora que se niega a
despegar. Sí, que en cada intento refleja un mal de fábrica imposible de
solucionar en el tiempo pautado. En medio de la desesperación, su
arquitecto-creador, el presidente de la República, Danilo Medina, trata de
hacer funcionar su invento a fuerza de papeletas, y crea el espejismo de que
avanza, pero no.
Los resultados de las encuestas dicen que retrocede, en tanto su principal
oponente, crece. Y como arrastrado por las aguas de un río en crecida,
persigue agarrarse sin importar de qué. Y con desmesurado ahínco se ata a la
pandemia venerándola como su salvadora.
Y con ella juega sin importarle para nada la suerte de la población. Se alteran
cifras en función de las conveniencias políticas. Y se quiere llevar como tema
único al campo electoral para que el votante discrimine tomando en
consideración el papel jugado por los candidatos en la lucha contra esta, es
decir, quién, en término económico, aportó más.
A todas luces se observa, al sentirse acorralados su marcado interés en que
no haya elecciones, pues aunque no se tenga la certeza de que en otro
momento se vaya a triunfar, al menos se gana tiempo, en el cual cosas
impredecibles pueden suceder.
Lo lamentable de todo esto es que la salida inminente (a no ser que ocurra
un fenómeno) del partido de gobierno no venga aparejada con algunos
cambios del régimen de Estado, y que solo sea de hombres y de partidos.
Un simple cambio de gobierno no garantiza, en modo alguno, un bienestar
de vida para la mayoría. Una rotura con la política económica neoliberal es
necesaria. No es posible establecer una República verdaderamente
democrática sin romper con la autocracia (el poder del jefe); de igual manera,
no se puede hablar de desarrollo sostenible bajo la forma actual de tenencia
de la tierra, es decir, se necesita romper con la propiedad terrateniente; sin
soberanía resulta imposible establecer relaciones comerciales y diplomáticas
bajo condiciones de igualdad, y sin libertad sindical se desconoce el derecho
de los trabajadores y se degrada su condición humana.