Desde hace 70 años la política exterior china se basa la coexistencia pacífica, buscando escenarios gana-gana de cooperación mundial y no van a cambiar su rumbo
En las últimas tres semanas Donald Trump dio una imagen muy precisa de cómo serán las relaciones internacionales del mundo postpandémico: agresivas, inestables, hegemónicas, basadas en la fuerza para prevalecer hemisféricamente en una confrontación con China, país que lidera tanto en el discurso como en la práctica la configuración del multipolarismo basado en la cooperación internacional y el diálogo multilateral equitativo en asuntos globales. En un mundo de 195 países de los cuales 135 son en vías de desarrollo, tiene más eco y credibilidad la visión de China, que la doctrina Monroe modelada en 1823. Estados Unidos no se siente cómodo en escenarios donde su voz y voto tienen el mismo valor que el de Burkina Fasso, Bolivia o Laos. La confrontación con China es tanto una determinante de las elecciones norteamericanas, como la consecuencia de la visión antagónica de la política exterior de los Estados Unidos.
Internamente, la crisis de credibilidad de Trump se acentuó en las últimas semanas y tuvo que recurrir a la estrategia de sacar a pasear un fantasma para echarle la culpa de la mortandad de la pandemia, que ya sólo es responsabilidad de la ineptitud del gobierno federal. A mediados de mayo la aprobación de Trump estaba en terreno negativo y sólo registraba positivos en la economía, también en descenso. La presión de Trump sobre sus estrategas de campaña tiene que ser enorme y eso explica el despliegue del arsenal antichino, desde la teoría del laboratorio de Wuhan hasta la hipótesis que China está intentando robar datos del desarrollo de la vacuna en Estados Unidos.
Internacionalmente Trump intensificó su ataque multidimensional contra China, sin importar los hechos, la ciencia, ni los sucesivos desmentidos de sus propias agencias de inteligencia sobre la teoría ya muy desacreditada de la creación del virus en laboratorio. El titular de The Guardian del 5 de mayo: “Primero: Nadie está comprando la teoría de Trump del laboratorio de Wuhan” reflejó la dificultad que tiene Estados Unidos para que otros países se sumen a su causa.
Aunque algunos dirigentes europeos se pronunciaron para pedir explicaciones a China, no se alinearon del todo y fueron muy cautelosos, hasta el francés Emmanuel Macron, que al principio habló como si fuera Trump, luego se amainó pues está envuelto en una crisis política que no le ha dado sosiego desde su posesión en 2017: los Chalecos Amarillos, acusaciones de conflictos de interés, de ocultar su patrimonio, el affaire Benalla y el affair Kohler.
Cuando el 11 de mayo se reveló que Estados Unidos estaba financiando los ensayos de la vacuna del laboratorio Sanofi en Francia a cambio de tener prioridad en la compra y distribución, hubo rechazo dentro y fuera de Francia; el 14 de mayo 140 líderes de todas partes del mundo dirigieron una carta de apoyo a la OMS, para que lidere una concertación buscando que la vacuna del COVID-19 sea gratuita. La semana anterior una cumbre virtual entre China, Inglaterra, Canadá, Japón y varios países africanos culminó con un acuerdo de recaudar 8 mil millones de dólares para investigar y desarrollar una. De esa cumbre estuvo ausente Estados Unidos, porque el objetivo que pretende Trump es una vacuna comercial de propiedad de los americanos.
No parece que Europa esté interesada en involucrarse en una confrontación de gran escala con China en un bloque político proamericano y antichino, pues eso no corresponde a los intereses generales de la región ni los particulares de cada país.
En África la estrategia tiene aún menos acogida. No solo por la cuantiosísima ayuda humanitaria que ha dado China en estos meses a países africanos, también porque históricamente ha habido mucha más afinidad política y económica de África con China que con Estados Unidos. En 2018 la inversión directa de China en África igualó la de Estados Unidos, pero desde 2014 los americanos han reducido sus inversiones en África y China las ha incrementado, según John Hopkins China-Africa Research Initiative.
El E&YAfrica Attractiveness Report de 2019 reveló que la inversión china doblaba en eficiecia a la americana en generación de empleo. Comercialmente China es el segundo socio de África con el 16% de las importaciones y el 13% de las exportaciones africanas, mientras Estados Unidos pasó de ser el destino del 16% de las exportaciones africanas en 2011 al 5% en 2018 y de las importaciones del 8% al 4.8%. En lo político, además de la confluencia general de perspectivas con China, países del Norte de África tan importantes como Egipto, Argelia, Marruecos y Túnez resienten la posición proisraelí de Trump. Un bloque antichino en África es improbable y ese continente tiene la cuarta parte de los países del mundo que votan en las Naciones Unidas.
Aunque Latinoamérica es la región que motivó el nacimiento de la Doctrina Monroe y tiene una altísima dependencia de Estados Unidos, China ha profundizado relaciones gana-gana con países como México que envía más del 75% de sus exportaciones a Estados Unidos; pero México ha sufrido los efectos de la confrontación con Trump y políticamente sus intereses están más cerca del multipolarismo chino que del unilateralismo norteamericano.
Las cifras del Banco Mundial dicen que China es más importante que Estados Unidos como socio comercial para países como Brasil que envía a China el 26.7% de sus exportaciones contra el 12.1% a los americanos, Chile (33.5% contra 13.7%) y Perú (23.5% contra18.8%). Aunque Colombia depende de Estados Unidos, las exportaciones colombianas a este país pasaron del 38% en 2011 al 28% en 2018 mientras que con China pasaron 3.4% a 9.7%. El comercio entre la región y China ha tenido una evolución muy positiva para países muy importantes de América Latina y no se encuentran razones por las que por cuente del aventurerismo de la Casa Blanca, deterioremos el dinamismo de la relación con China.
La estrategia americana busca destruir un modelo internacional multilateral regulado por normas equitativas tales como un país un voto como pasa en la OMS donde el nombramiento del director se hace con el 66%, y eso les da mucho poder a países pobres de África y Asia. Estados Unidos pretende un modelo en que tenga control unilateral como el Fondo Monetario Internacional donde cualquier cambio en las reglas exige el 85% de los votos y Estados Unidos controla el 17%, haciendo imposible cualquier modificación que no le agrade.
Al frente del ataque a la OMS, Trump puso como representante permanente ante la oficina de las Naciones Unidas y otras organziaciones internacionales en Europa, a Andrew Bremberg conocido por promover la “global gag rule” que prohibe a organizaciones privadas que reciben fondos federales, involucrarse en actividades inclusive de simple apoyo a leyes que permitan el aborto en casos de violación, así las paguen con sus propios fondos.
Bremberg se ha opuesto a financiar con fondos federales tratamientos contra VIH/SIDA, pruebas y tratamiento de cáncer cervical, cincuncisión médica masculina (otro tratamiento preventivo de VIH) y hasta recolección de datos para detección de violencia de género que es muy útil para prevenir el asesinato de mujeres en India, Afganistán, Pakistan, Uganda y Sudán. The Guardian señaló que Bremberg tenía la tarea de asegurarse que las políticas de Trump que cuestan las vidas de miles de mujeres en el mundo entero, siguieran produciendo un efecto dominó.
La doctrina Monroe se formuló en 1823 para evitar la reinstauración de los imperios europeos en América Latina, dándole a Estados Unidos el derecho actuar militarmente para que el Viejo Mundo se mantuviera a raya de la nueva esfera de influencia norteamericana. La doctrina fue el eje de la política exterior norteamericana hasta 2013 cuando en el Secretario de Estado John Kerry dijo en la asamblea general de la OEA en Lima que “la doctrina Monroe ha terminado”. La abrogación duró hasta 2016 cuando las hordas MAGA de Donald Trump le dieron la presidencia en la victoria técnica del Colegio Electoral. De inmediato la burocracia federal se llenó de personas como Bremberg, John Bolton, Rex Thillerson, Mike Pompeo.
Richard Horton, editor en jefe de The Lancet, la revista médica más prestigiosa del mundo, fundada en 1823, el mismo año que se proclamó la doctrina Monroe, calificó de criminal la decisión de Trump de desfinanciar la OMS y llamó a “cada científico, trabajador de la salud y ciudadano a resistirse y resistirse contra esta terrible traición a la solidaridad mundial”.
Esa es la clave del predicamento post pandémico. De un lado un líder nacional en crisis que explota hasta el límite la rabia y el miedo, para obtener provecho electoral y avanzar en su estrategia de desmontar el multipolarismo para edificar sobre sus ruinas el hegemonismo. De otro lado muchos países, unos desarrollados y otros en desarrollo, dispuestos a defender el modelo de consenso internacional equitativo donde se deciden asuntos globales con base en principios democráticos como un país un voto.
La solidaridad o el egoísmo: ¿qué es más acorde con el ser humano?
Richard Wilhelm (1873-1930), el más extraordinario sinólogo contemporáneo, dijo en una conferencia en el Geothehaus de Frankfurt en1926, que “ningún ser de la naturaleza es tan poco apropiado para sobrevivir por sus propios medios”, como el humano, que nace sin garras, caparazones, cuernos ni fauces con filas de colmillos para defenderse o atacar. Para Wilhelm la supervivencia humana en un mundo lleno de peligros dependía de la benevolencia, la confianza en los otros y la dignidad; en resumen, de la solidaridad. La idea de un mundo gobernado por la fuerza y el egoísmo es contraria a la supervivencia humana.
Pero Trump no ara en el mar, tiene un público grande y fanático que considera que él representa bien los beneficios del individualismo practicado a escala global. En 2016 en una entrevista a Business Insider siendo candidato explicó la estrategia con que lidiaría con los problemas de ser presidente: “Se trata de ceder y tomar, pero sobre todo tomar” y repetía: “But it’s gotta be mostly take. Because you can’t give. You gotta mostly take«. Ese es el egoísmo rampante que ha roído las bases comunitarias y familiares de Occidente. El erudito chino educado en Inglaterra, Yan Fu (1854-1921), resaltaba el contraste del pensamiento humanitarista oriental con el individualismo occidental diciendo que “en tres siglos de progreso los pueblos de Occidente han logrado imponer cuatro principios: ser egoístas, matar al prójimo, tener escasa probidad y sentir poca vergüenza”.
Desde hace 70 años la política exterior china se basa en los principios de la coexistencia pacífica, para promover la construcción de compromisos y escenarios de cooperación mundial, lo que algunos llaman “gana-gana”, visión que dista años luz del unilateralismo y la política de fuerza.
Este es un mundo diverso, complejo y multipolar, no está poblado por “mostly takers” sino por países cuyas oportunidades de superar los problemas de la paz y el desarrollo, que resultan del conflicto Oriente-Occidente y la brecha Norte-Sur depende de las barreras internacionales creadas contra el hegemonismo y la acción unilateral. Por eso la guerra de Trump contra el país que encarna mejor esos valores de consulta y consenso es una guerra inútil, porque como dijo Wilhelm la supervivencia humana está más ligada a la solidaridad que a la fuerza.