CAYETANO RODRIGUEZ DEL PRADO. Fragmentos de Notas Autobiográficas. Recuerdos de la Legión Olvidada (2008) No. 16

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EL PUEBLO CHINO SE HABIA PUESTO DE PIE Y NUNCA MAS SERIA PISOTEADO

A los pocos días de nuestra llegada a China, en julio de 1964, nos recibió a Ilander y a mi Liu Nin-yi, vice-Primer Ministro de China en representación del Partido Comunista de China (PCCh) y del gobierno de la República Popular China. Luego de darnos una calurosa bienvenida, que incluyó varios brindis, nos dio una explicación detallada de todo el proceso revolucionario chino. Nos enfatizó que China había sido una nación pisoteada y profundamente agredida por las potencias extranjeras que habían luchado durante siglos por mantener las condiciones feudales y semi-feudales que oprimían a las grandes mayorías de su pueblo y por apoderarse de sus riquezas. Nos hacía hincapié continuamente en que la situación había cambiado radicalmente gracias a la lucha del PCCh y de su líder el presidente Mao. Nos habló también, muy detalladamente, de las dificultades sufridas por los revolucionarios chinos en su largo camino hacia la construcción de una sociedad mejor.
En todo momento destacó la importancia de que cada país actuara con gran independencia en la solución de los problemas nacionales. Nuestro interlocutor repetía esta idea una y otra vez, tratando de que permaneciera bien afianzada en nuestras memorias.
Liu Nin-yi, acompañado de un grupo de altos funcionarios chinos, nos ofreció un banquete con una gran diversidad de platos exquisitos. Entre un brindis y otro nuestro edecán nos explicó que en su país la calidad de un banquete en gran parte se medía por la cantidad de platos diferentes que se servían. En tal sentido, un banquete donde se sirvieran treinta o cuarenta platos diferentes, como el que nos sirvieron, era de mayor calidad y jerarquía que otro donde únicamente se sirvieran diez platos distintos.
Dedicó mucho tiempo a explicarnos todo lo referente a la formación del PCCh y a su funcionamiento así como a preguntarnos por el MPD y su historia. Hacía énfasis en que lo más importante no era el tamaño de nuestro partido, sino la claridad ideológica y que defendiera la independencia nacional dominicana, que no fuera cola de nadie y que luchara por tener un país independiente y libre.
En todo momento destacó las agresiones que el pueblo chino había sufrido por parte de los invasores japoneses antes y durante la segunda guerra mundial y, yo particularmente me sentí profundamente conmovido cuando miré las fotografías y las películas que evidenciaban la destrucción y el sufrimiento padecidos por los chinos de manos de los japoneses.
Luego entramos a otro tema de sus relaciones internacionales y de las profundas diferencias que separaban a la República Popular China de la Unión soviética de Nikita Khruschev, pero noté que nuestros anfitriones mostraban una gran preocupación por la situación militar de su poderoso vecino del norte. Conversamos bastante tiempo sobre la oposición china a la “división internacional del trabajo” que les proponía Khruschev y que consistía principalmente en que la Unión Soviética produjese la mayor parte de la industria pesada y los chinos los productos agrícolas.
Posteriormente el Vice-primer Ministro nos informó que las autoridades de su país nos invitaban a realizar un recorrido por su territorio, de modo que pudiéramos conocer algunas ciudades importantes y también algunas regiones campesinas interesantes para nosotros.
Dos o tres días después iniciamos un largo recorrido utilizando aviones, a veces trenes, en otras ocasiones autobuses, vehículos todo-terreno, mulas y, en algunas oportunidades muy especiales, hasta nuestras propias piernas para llegar a los destinos propuestos.
Uno de los lugares más interesantes para nosotros fue Yenán, en la provincia china de Chen-si. Esta ciudad se convirtió en refugio de Mao y los principales líderes revolucionarios chinos al concluir la célebre Gran Marcha de los 25 mil li, o doce mil quinientos kilómetros, entre los años 1934 y 1935. El Comité Central del PCCh se estableció en Yenán desde 1936 hasta 1948, es decir, doce años de resistencia que abarcaron antes, durante y después de la segunda guerra mundial. Conocimos las excavaciones realizadas por los revolucionarios chinos en las montañas que le dieron refugio en esta zona agreste y remota. Pudimos conocer las cuevas que le dieron cabida al “Foro de Yenán”, donde Mao escribió su importante trabajo “”Arte y Literatura en el Foro de Yenán”, que contenía el famoso planteamiento de “que se abran cien flores y compitan cien escuelas ideológicas”…
Un aspecto importante a destacar era lo joven que resultaba ser la República Popular China. Aún no había cumplido 15 años, y los restos de una sociedad semi-feudal, e incluso, en algunas zonas de su territorio, eran evidentes para cualquier observador.
Tuvimos la oportunidad de ver mujeres, algunas relativamente jóvenes, con los pies deformados por las ancestrales costumbres chinas que las obligaban a calzar zapatos de hierro para mantener los pies pequeños.
Pudimos reunirnos y conversar con campesinos que habían sufrido los efectos del semi-feudalismo: ahora, dentro de su pobreza al menos podían comer diariamente y recibir los más elementales servicios de salud. Conversando con algunos de ellos pudimos comprender mejor la situación en que vivían antes del triunfo de la revolución y la que tenían en la época de nuestra visita. Recuerdo a varios campesinos narrando como los señores feudales del campo les quitaban sus hijos e hijas como pago por deudas onerosas que, como alud nieve, iban creciendo por los intereses sobre los intereses como si quisieran llegar al infinito.
En las zonas muy densamente pobladas, sobre todo en aquellas con abundancia de agua, los personajes conocidos como “terratenientes” apenas poseían pequeñas porciones de terreno, que en pocos casos superaba una hectárea de tierra.
En aquella época la comunicación entre nosotros y la gente del pueblo no era fácil. Si la comunicación era a viva voz, entonces requeríamos dos intérpretes. Uno para traducir del español al mandarín, y otro para traducir al dialecto propio de cada provincia o región o municipio donde nos encontráramos en ese momento. Sin embargo, cuando la comunicación era escrita, la cosa resultaba un poco más fácil, pues nuestro intérprete simplemente “dibujaba” algunos caracteres ideográficos en un trozo de papel y se establecía la comunicación directamente entre nuestros anfitriones y los funcionarios locales.
Más adelante fuimos invitados a conocer algunas poblaciones campesinas en la zona de Yenán que tuvieron una participación más activa en la lucha contra los invasores japoneses y contra las tropas de Chan Kai-shek. En cierta oportunidad nos dirigimos a una “aldea”, según la palabra empleada por nuestro traductor, enclavada en la zona agreste y montañosa del centro del país. Hicimos un largo viaje, inicialmente en avión, luego en automóvil, más tarde en “jeep” y por último a pie, pues como la población estaba enclavada en una meseta con bordes escarpados, todavía en aquel momento no existía carretera capaz de conducirnos hasta nuestra meta.
Cuando llegamos a las puertas del poblado, jadeantes por el esfuerzo realizado, nos encontramos con que la “aldea” era una población de varias decenas de miles de habitantes, que nos esperaba, para darnos una calurosa bienvenida, en un ambiente completamente festivo.
Su alcalde, así como las autoridades civiles y militares, nos esperaba a las puertas del pueblo para darnos la más entusiasta bienvenida que hubiéramos recibido en toda nuestra vida. La banda de música del pueblo animaba el ambiente con vibrantes marchas, cuyas notas se interrumpían constantemente por las aclamaciones de la gente que gritaba “¡dominicha! ¡ dominicha ! ¡ dominicha! “. Mientras retumbaban animosamente las sartas de petardos, que ha modo de saludo, detonaban los habitantes del poblado.
El alcalde improvisó un breve discurso de bienvenida que fue escuchado mediante altavoces por la mayoría de la población y, entre otras cosas destacó que veníamos desde muy lejos, desde el otro lado del mundo, a visitarlos y a conocer de sus luchas bajo la dirección del presidente Mao. Un poderoso grito de la multitud resonó entonces en el ambiente: “¡Mao! ¡Mao! ¡Mao!”
Un enjambre de muchachos nos rodeó con grandes manifestaciones de cariño, pero con gran curiosidad en sus ojos. Algunos se apretujaban simplemente para tocarnos y el alboroto resultaba atronador. Nuestros anfitriones nos informaron que hacía más de cinco años que no visitaba el lugar ningún occidental y, por lo tanto la mayoría de esos muchachos, nunca habían visto uno.
Entendí inmediatamente la curiosidad cariñosa de los niños que permanentemente nos rodeaban, revisando con una mirada curiosa nuestros rasgos faciales. “¿Qué dicen los muchachos?”, le pregunté a nuestro intérprete. El intérprete sonrió y, después de cruzar algunas palabras con su colega, nos dijo: “Los muchachos están maravillados por el aspecto de ustedes, y sobre todo les llama la atención, la nariz larga y los ojos saltones, que los más pequeños nunca antes habían visto”. Reímos muchísimo todos y disfrutamos profundamente de tan grato e inolvidable recibimiento.
Conocimos de las luchas de estos pobladores, de sus enormes sacrificios, y conocimos los largos y estrechos túneles que interconectaban trincheras y casamatas y que, en su momento, resultaron imposible de tomar, ni por los imperialistas japoneses ni por las tropas anti-populares de Chiang Kai-shek.
Más tarde regresamos a Pekin, la ciudad que constituía el centro del poder del gigante asiático, pero en mi mente yo llevaba clara la idea de que verdaderamente el pueblo chino se había puesto de pie y que nada lo detendría en la defensa ardorosa de sus derechos. Quedé convencido de que, bajo la dirección del PCCh, nunca más sería pisoteado por las potencias occidentales. Pasarían varias décadas para que los occidentales comprendieran esta verdad, que yo entendí muy bien en el año 1964.

CONTINUARÁ…

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