CAYETANO RODRIGUEZ DEL PRADO. Fragmentos de Notas Autobiográficas. Recuerdos de la Legión Olvidada (2008) No. 14

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DE LA CARCEL DE LA VICTORIA A LAS GARRAS DE OLIVEIRA SALAZAR

DEDICADO ESTE FRAGMENTO A LA MEMORIA DE LEOPOLDO GRULLON, ILANDER SELIG Y EL CHINO RAMOS PEGUERO QUIENES DESEMBARCARON JUNTO CONMIGO EN LAS PLAYAS DEL MORRO DE MONTECRISTI EL 5 DE DICIEMBRE DE 1963.

Con el vehículo lleno de prisioneros partimos desde el “hospital” de La Victoria hacia la base aérea de San Isidro donde nos esperaba un avión de la Pan American, alquilado por la dictadura del Triunvirato para deshacerse de todos nosotros, los sobrevivientes de las guerrillas del “14 de Junio” y los dirigentes del MPD que habíamos desembarcado en el Morro de Montecristi en diciembre de 1963, es decir, Ilander Selig, Leopoldo Grullón, el Chino Ramos Peguero y Cayetano rodríguez.
Desde las ventanillas del autobús pudimos ver, casi al pie de las escalerillas del avión al General Elias Wessin rodeado de un grupo de militares. El “hombre fuerte” de San Isidro y, jefe en aquellos momentos, de una buena parte de las fuerzas militares que habían interrumpido el orden constitucional.
El Autobús se detuvo muy cerca del avión y casi inmediatamente los carceleros fueron llamando de viva voz a cada uno de nosotros. Nos hicieron descender esposados y pasar frente a Wessin e inmediatamente subir las escalerillas de la aeronave.
Una vez dentro del avión, que tenía un pasillo central y dos filas de asientos, nos esposaron a nuestros respectivos asientos, todos a un mismo lado del avión, mientras que al otro lado se colocaron numerosos militares con rango de oficiales de la policía política dominicana que, con pistolas muchas veces desenfundadas, mantenían una celosa vigilancia sobre nosotros.
Cuando la nave ya había puesto en marcha los motores y parecía que íbamos a despegar, bruscamente cesó el rugido de los motores y por las ventanillas pudimos ver cuando la escalera móvil que permitía la subida y bajada de pasajeros era acercada de nuevo hasta la puerta. Pronto entró un grupo de militares y ordenó salir de la nave a José Francisco Peña Gómez y a Isidro Santana, dirigentes del PRD que se hallaban atados a sus asientos desde antes de nosotros hacer nuestra entrada, aunque ellos no habías estado junto a nosotros en la cárcel de La Victoria. Nosotros no sabíamos el destino que tendrían esos dos prisioneros, pero se comentó que serían puestos en libertad.
Ambos eran dirigentes del Partido Revolucionario dominicano (PRD) y habían mantenido siempre una actitud cercana hacia los grupos de izquierda y, naturalmente, opuestos de manera decidida a la dictadura militar del Triunvirato.
Al completarse el procedimiento de salida de estos dos prisioneros, de nuevo los motores retumbaron en nuestros oídos y casi enseguida veíamos solo cielo, nubes, esposas de acero y la mirada nerviosa de los esbirros que nos vigilaban. No pude establecer con claridad a que le tenían más terror estos hombres, si al avión o a nosotros, pero la verdad es que algunos de nosotros tuvimos que calmarlos para que no se le zafara un disparo y causaran una catástrofe en pleno vuelo.
Despegamos sin saber cuál sería el aeropuerto de destino pero, cuando la aeronave tenía cerca de una hora en el aire, nos informaron que aterrizaríamos en Point a Pitre, Guadalupe, en escala técnica hacia Lisboa, capital de Portugal. En la isla permanecimos casi una hora encadenados a los asientos y luego proseguimos el viaje.
Nosotros sabíamos que en Portugal gobernaba un feroz dictador llamado Antonio de Oliveira Salazar quien desde 1926, primero como ministro y luego en 1932 como dictador y jefe supremo de la nación, había mantenido a ese empobrecido pueblo sometido a su sangrienta dictadura.
Durante la noche cruzamos el Océano Atlántico y temprano en la mañana del día 9 de mayo de 1964 aterrizamos en Lisboa y, luego que el avión se detuvo, el oficial de la policía que dirigía el grupo fue gritando nuestros nombres, inmediatamente nos quitaban las esposas y, nos entregaban un pasaporte dominicano y la suma de doscientos dólares de los Estados Unidos. “Bajen! Bajen!” y ¡buena suerte!”, repetían sin cesar, mientras contemplaban con la tristeza que pisábamos esa tierra extraña y desconocida para nosotros. A nuestro alrededor numerosos esbirros de la dictadura portuguesa, elegantemente vestidos de civil, nos seguían paso a paso mientras recorríamos las diferentes dependencias del aeropuerto.
Luego, al salir del recinto aeroportuario, nos alojamos todos en un hotelito barato del centro de la ciudad y un poco más tarde caminábamos “libres” por las calles de Lisboa, aquella bella y antigua ciudad, iluminada por un cielo azul, casi sin nubes y con un brillante sol de primavera.
Pero a pesar de los atractivos de Lisboa, muy pronto los del MPD iniciamos conversaciones con los dirigentes del 1J4 para decidir cual sería el lugar donde deberíamos permanecer en los primeros días o semanas. Todos coincidimos en que deberíamos trasladarnos a París, Francia, pues el gobierno del general Charles de Gaulle, y el propio pueblo francés, serían más tolerantes que Oliveira Salazar ante un grupo de izquierdistas dominicanos deportados. Además como encargado de las relaciones internacionales del MPD yo tenía el propósito de visitar sin tardanzas la embajada de China en París con el propósito de organizar nuestra visita a Pekin, y darle continuidad a los contactos que yo había tenido en 1962 con Li Qi Tao, en Leningrado. Pero tuvimos algunas diferencias con los hombres del “14 de Junio” en lo relativo a la urgencia del traslado y, con la idea de irnos rápidamente, los del MPD compramos inmediata y discretamente boletos de tren desde Lisboa hasta París. De modo que muy pronto abordamos el tren que nos llevaría a la capital francesa.
Al llegar a la frontera española hubimos de detenernos en un pequeño poblado del lado portugués, pues era necesaria la visa española de tránsito, y esperar 24 horas hasta que pasara el próximo tren con destino a París. El cónsul de España en esa localidad nos otorgó rápidamente el visado pues le hicimos creer que constituíamos un grupo de inocentes turistas dominicanos.
Así, y con gran nerviosismo, esperamos la llegada del próximo tren el cual hizo su entrada en la estación, como de costumbre, a media tarde. Cuando el tren fue perdiendo velocidad para detenerse, asomó la cabeza por una de las ventanillas el alemán Camilo Toderman, uno de los deportados por facilitar armas al 1J4, y nos gritó: “¡allá en Lisboa todos están presos! ¡corran, corran!”
Tan pronto se detuvo la locomotora subimos al vagón, calmamos al alemán por la indiscreción en que había incurrido, y le pedimos tener más cuidado y no volver a vociferar cosas tan delicadas, estando todos nosotros aún en territorio de Portugal. Mientras esperábamos con impaciencia la partida del tren, Toderman nos contó que el día anterior, inmediatamente después de nuestra salida, la policía secreta de Oliveira Salazar se presentó en nuestro hotelito y apresó a todos los exiliados dominicanos que pudo encontrar y preguntó insistentemente por nosotros, buscándonos además por varios hoteles de Lisboa.
Unos días más tarde oímos de boca de algunos compañeros del 1J4 los sufrimientos que pasaron en tierras portuguesas, incluso conocieron las cárceles que, con calabozos de gruesos muros de tapia, eran capaces de helarle la sangre a cualquiera. Lo más deprimente para algunos de ellos fue que pudieron ver de reojo a prisioneros portugueses encadenados y con largas barbas, testigos a su vez de un prolongado cautiverio. Claramente se trataba de prisioneros políticos del régimen de Oliveira Salazar que sin esperanzas, habían permanecido así durante muchos años.
Sin embargo nosotros tuvimos suerte y pudimos cruzar la línea fronteriza penetrando en territorio español. Casi sin darnos cuenta cayó la noche y dormimos todos en nuestros asientos, ayudados por el monótono ruido del pesado tren que golpeaba acompasadamente contra las viejas y destartaladas vías férreas que existían aún en España en la década de 1960.
Mientras recorríamos el territorio español, bruscamente despertamos por la parada súbita del tren en medio de la oscuridad. Los empleados del ferrocarril corrían a lo largo de la vía buscando la causa de la detención. Pude ver a una parte de esos hombres revisando con linternas las ruedas y la parte inferior de los vagones pero casi de inmediato se presentaron a nuestro camarote y preguntaron “ ¿Quién aplicó el freno de emergencia? ¿quién es el dueño de este abrigo?”, mientras retiraban un pesado abrigo de piel que hacía descender la palanca. El alemán se puso de pie y pidió disculpas repetidamente mientras recibía una fuerte reprimenda del empleado ferrocarrilero.
Al comenzar la mañana llegamos a la estación de Irún, última población española antes de cruzar la frontera con Francia y, descendiendo del tren, entramos caminando a las oficinas de inmigración francesa en la población de Hendaye.
Nos acercamos juntos al inspector más cercano y este, dando a entender que tenía conocimiento previo de nuestra situación, nos preguntó sin mayores preámbulos: “¿Ustedes son refugiados dominicanos, verdad? “; “Si”, fue nuestra lacónica respuesta a tan sorpresiva pregunta.
Pero mientras esperábamos lo peor, el funcionario francés selló nuestros pasaportes y nos dio la bienvenida a la Francia del General Charles De Gaulle.

CONTINUARÁ…

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