CAYETANO RODRIGUEZ DEL PRADO. Fragmentos de Notas Autobiográficas. Recuerdos de la Legión Olvidada (2008)# 12

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UN DESTELLO DE LUZ EN LA CELDA DEL “HOSPITAL” DE LA VICTORIA

Dedicado a Luis Felipe Rosa (Fadul)
Y también a
Tirso de las Nieves Puchades (Don Emilio) y a Arsenio Ortiz

A mediados de diciembre de 1963 y, cuando aún estaban operando las guerrillas del “14 de Junio”, los hombres del MPD que habíamos desembarcado en el Morro de Montecristi, fuimos trasladados a la cárcel de La Victoria. En aquel presidio que sería nuestro hogar por varios meses nos fuimos congregando un buen número de presos de las tres organizaciones de izquierda existentes en el país, pero principalmente del “1J4” y del MPD, ya que del Partido Socialista Popular (PSP) era un grupo muy pequeño.
Las autoridades habilitaron un ala del presidio, conocida como el “hospital” porque en alguna época acumulaban allí a los presos enfermos y, además, en la parte sureste de las instalaciones prepararon otro pabellón para ser ocupado por un grupo de veinticinco presos políticos. Al frente de mi celda, en otra correspondiente al “hospital” se hallaban prisioneros varios caliés del antiguo Servicio de Inteligencia Militar (SIM) del régimen de Trujillo.
En nuestra celda se encontraba un grupo de hombres que nunca olvidaré, como Arsenio Ortiz Ferrand, Rafael Chaljub Mejía, Rafael Cruz Peralta, Euclides Morillo, Abel Rodríguez del Orbe, Napier Díaz González, Emil Elías Esmurdoc, Reyes Saldaña, Oscar Cabral, Anulfo Reyes, Rafael Abud, Chino Domínguez, José Antonio Constanzo, Arturo Mesa y otros más, todos participantes en las guerrillas del 1J4. Se hallaba también Manuel de Jesús Checo (Pachiro), que siendo miembro del MPD, había sido autorizado por nosotros a participar en el alzamiento del “14 de Junio”.
También se encontraban encerrados en el “hospital” Augusto Duarte Camilo, Héctor Sosa Duarte, Pablo Germosén Duarte y Julián Javier, que se hallaban allí desde comienzos de 1963 por su ataque al cuartel policial de la población de Castillo. Sus nombres se convirtieron en sinónimo de valentía e intrepidez juvenil.
Los cuatro del MPD del desembarco de Montecristi éramos Francisco Eleuterio Ramos Peguero, Ilander Selig, Leopoldo Grullón y Cayetano.
Durante el mes de diciembre iban llegando continuamente más y más prisioneros, principalmente del “1J4”. También recibíamos las tristes noticias de los muertos que se producías en los diferentes frentes guerrilleros. Pocos días antes de la Navidad de 1963 llegó la infeliz noticia de la caída de Manolo Tavárez Justo y sus compañeros de Las Manaclas.
Un día llevaron a nuestra celda a un hombre que aparentaba unos setenta y cinco años, acusado de haber colaborado con la guerrilla que operaba en la Cordillera Oriental, pues él era morador del pequeño poblado de Pedro Sánchez, localizado en la carretera que une a El Seibo con Miches. Lo acusaban de haberles proporcionado agua, comida, refugio e información a los guerrilleros de la zona.
Como noté que el prisionero recién llegado permaneció de pie, confundido y cabizbajo, muy cerca de la puerta de entrada y rodeado de jovencitos, me acerqué a él, me presenté y le di la bienvenida. Nos dio su nombre, Tirso de las Nieves Puchades, pero “me dicen Don Emilio en mi campo”, aclaró. Entonces fuimos presentándole al grupo que se encontraba más cerca de nosotros. Cuando correspondió el turno a uno de nuestros compañeros y, con una amable sonrisa le dijo, “soy Arsenio Ortiz, bienvenido”, el hombre profundamente perturbado retrocedió un poco antes de preguntar, “¿cómo “me dijo usté que se llamaba ?” y nuestro compañero de presidio repitió: Arsenio Ortiz. “Yo nací en Cuba, en Oriente, y allá había un señor…”, comenzó a explicarnos Don Emilio, sin que Arsenio lo dejara terminar la frase. “Sí, sí, era mi abuelo y se llamaba igual que yo”… El nuevo integrante de nuestra celda, muy nervioso, bajó la cabeza entristecido, los ojos humedecidos por unas lágrimas que a duras penas podía evitar y, como si quisiera que la tierra se lo tragara, nos dijo a todos los que estábamos cerca de él: “ese hombre destruyó mi juventud y mi vida, por culpa de él lo abandoné todo en Cuba y tuve que llegar huyendo aquí a este país”.`
En ese momento Don Emilio dio media vuelta y empezó a retirarse del grupo, mientras Arsenio, totalmente confundido y sin saber que hacer o decir permanecía de pie inmóvil, como clavado en el mismo lugar. En un rápido movimiento tomé al anciano por el brazo, lo detuve y le dije: “¡Ahora todos estamos presos por la misma causa, dense las manos!” Y colocándolos frente a frente, los dos hombres se dieron las manos y luego se abrazaron en un emotivo encuentro que duró muy breves segundos. Mientras, las lágrimas se deslizaron discretamente por los rostros de estos dos hombres tan golpeados por la vida.
Al poco tiempo Arsenio se acercó a mí y me comentó entristecido: “Cayetano, el viejo era muy duro”. Y comenzó a narrarme que su abuelo paterno, Arsenio Ortiz, conocido en toda cuba como el “Chacal de Oriente”, fue el personaje más represivo en todo el Oriente cubano principalmente durante la dictadura de Machado. “Don Emilio tiene razón, tiene razón…”, aunque en sus palabras se colaba la tierna indulgencia del nieto que, muchas décadas después de los acontecimientos, tiene que dar la cara por los abusos del abuelo.
Impresionado por estos hechos, más tarde pude investigar acerca de la vida de este hombre y encontré cosas verdaderamente horrorosas.
Ya en 1912 el Teniente Arsenio Ortiz era conocido en toda Cuba por sus crímenes, como el aplastamiento de la rebelión de negros y mulatos que exigían el reconocimiento de sus derechos. Algunos historiadores cifran en cinco mil los asesinados por el Chacal en esa ocasión. A muchas de las víctimas les cortaron las orejas para que sus jefes pudieran confirmar los asesinatos. Entre las víctimas se encontraban los líderes del movimiento Evaristo Estenoz, Pedro Ivonet y otro de apellido Miranda.
Continuó sirviendo, con su machete al cinto, de un lado, y del otro un revolver Colt 45, siempre al lado del crimen y la opresión, características que reforzó cuando fue Supervisor de la Policía de Santiago de Cuba durante el régimen de Machado.
El 11 de abril de 1931 fue objeto de un fracasado atentado que pudo haberle costado la vida y, nuestro personaje, tomándolo como pretexto, asesino a numerosos jóvenes de la zona. Tantos atropellos llevaron al valiente juez Del Río Balmaseda, Presidente de la Audiencia de la Provincia de Oriente, a acusarlo legalmente por tales asesinatos. La respuesta del Chacal fue colgar más cadáveres de hombres asesinados en los postes del tendido eléctrico cercanos a la casa del Juez. Tantos crímenes de Ortiz inspiraron varias obras literarias referentes al tema, entre ellas la novela “La Sombra del Chacal”, de Roberto Leliebre, escritas para tratar acerca de la vida de este sangriento personaje.
Su nieto, del mismo nombre, se encontraba junto a nosotros, en diciembre de 1963, prisionero en el “Hospital” de la cárcel de La Victoria por participar en las guerrillas del “14 de Junio” y, ciertamente habiéndose jugado la vida por la defensa de la libertad y de los derechos democráticos del Pueblo dominicano.
Algunos de nosotros nos ganamos la confianza de Don Emilio y, cuando Arsenio no estaba muy cerca, el anciano hablaba con más libertad.
Nos contó que él era de origen campesino, de una aldea enclavada en las montañas de Oriente cuyo nombre no recuerdo y que su padre se había unido a las tropas de Máximo Gómez integrando la guerrilla “La Chambelona”, pero previamente, tal como hacían muchos guerrilleros de la época, internaban a sus familiares en zonas seguras de los ataques de las tropas españolas en lo que se conocía como la “manigua” cubana. Sus primeros años de vida los pasó, precisamente en esa “manigua” junto a su madre y hermanos pequeños, mientras que a su padre lo veía eventualmente, cuando los avatares de la guerra lo acercaban.
Nos contó emocionado que un día, en horas de la tarde, el pequeño campamento donde vivía se estremeció bajo los cascos de una tropa de caballería que hizo su entrada al poblado. Todos salieron de sus modestos refugios para ver de que se trataba, mientras su madre, que fue la primera en salir, le señalaba a un anciano de blanca cabellera, barbas y bigotes del mismo color, que erguido en la silla de su brioso caballo, saludaba desde el frente de la columna guerrillera a todos los presentes. “¡Ven mi hijo, corre a conocer al general Máximo Gómez!”, así recordó el viejo Don Emilio las palabras que llenas de orgullo y patriotismo le dijera su madre cuando él era un niño de, tal vez, siete u ocho años de edad.
Cuando Don Emilio era apenas un adolescente vivió los primeros años de la República cubana, desarrolló actividades productivas en el campo y contrajo matrimonio teniendo varios hijos e hijas. Sin embargo para un joven forjado en la escuela de la manigua cubana, con su tremenda carga de ideales democráticos, era difícil no encontrarse en conflicto con los hombres que en aquellos momentos, a sangre y fuego, atropellaban esos mismos ideales. En Cuba se vivía la tenebrosa tiranía de Machado.
Fue en estas circunstancias como él y algunos familiares tropezaron con el Chacal de Oriente. Fue perseguido a muerte, acosado por todas partes y, algunos de sus familiares más cercanos, asesinados. A duras penas pudo huir de Cuba en un barco que venía a territorio dominicano, creo que en el 1927, durante el gobierno de Horacio Vásquez y, después de grandes dificultades, fue a parar a Pedro Sánchez, un remoto y olvidado pobladito de la región Este dominicana, a realizar faenas agrícolas. Allí, después de algunos años, fundó una nueva familia con una lugareña, que anciana como él, y que conocimos cuando fue a visitar a su marido y a llevarle ropas y algunas provisiones a la celda del “hospital” de La Victoria.
Don Emilio destacaba que le correspondió vivir siempre bajo tiranías. ”Imagínate, cuando cayó Machado en 1933, allá continuaron los gobiernos despóticos y aquí estaba empezando la dictadura de Trujillo. Eso impidió que yo volviera a Cuba o siquiera pudiera comunicarme con mis familiares para saber qué destino habían tenido. En esas condiciones pasé los treinta y un años de Trujillo, calladito trabajando y sin hacerme notar mucho. Mi desgracia se la debo al Chacal””, nos decía con mucha tristeza.
“Escuche Don Emilio”, le interrumpí, “¿no ha pensado usted en el tremendo premio que le dio la vida al ponerle en su camino, después de tantos años, al nieto de aquel hombre sanguinario que le arruinó su vida?”. Piense que este Arsenio Ortiz está preso en esta misma celda y por los mismos ideales que los de usted, completamente opuestos a los de su abuelo. Es la peor derrota que el destino puede darle a un hombre, que sus nietos se jueguen la vida defendiendo ideales completamente opuestos a los de él”.
El viejo aceptó la idea y mejoró su actitud frente a Arsenio.
Después de unas cuantas semanas en prisión, y sabedores del delicado estado de salud de Don Emilio, el gobierno despótico del Triunvirato decidió ponerlo en libertad. Le dimos una emotiva despedida que él, con lágrimas en los ojos, no pudo olvidar nunca en su apartado retiro campesino. “Lo visitaré algún día allá en su campo, y seguiremos conversando sobre todas estas cosas que los hombres como nosotros llevan dentro del corazón”, le dije emocionado. Él, confundido y triste, casi quería protestar por el merecido privilegio que había recibido. Entonces, algunos de nosotros, prácticamente lo empujamos hasta la puerta donde lo esperaban los carceleros que habría de ponerlo en libertad.
Fue quince años después, tras exilios forzados, nuevos encarcelamientos, la guerra del 1965 y persecuciones vividas en los gobiernos posteriores, cuando pude llegar al poblado de Pedro Sánchez y preguntar por Tirso de las Nieves Puchades (Don Emilio). “Murió hace pocos días, me dijeron”. Y así, cargado de tristezas me retiré del lugar en aquel año de 1978, después de los tenebrosos y sangrientos “doce años” de Balaguer.

CONTINUARA…

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